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Con mi hijo Carlos juega ahora en el Alevín B del Villarreal Miguel Morlanes, el hermano pequeño de Manu Morlanes, internacional de las categorías inferiores de la selección española, y uno de los jugadores más prometedores de la cantera. Este año alterna los partidos con los dos equipos filiales, el Villarreal B y el C, y de vez en cuando entrena con el primer equipo. Lleva en la residencia del Villarreal desde los catorce años. Ahora va a cumplir dieciocho.

Sus padres, Mamen y Míchel, me cuentan lo duro y trabajoso que ha sido para ellos, que son de Zaragoza, sobrellevar todos estos años —después de cuatro temporadas en el Villarreal— yendo y viniendo cada fin de semana para ver jugar a Manu, regresando después casi siempre a Zaragoza, y devolviéndolo a Villarreal los domingos por la tarde.

Este año, antes de cumplir los dieciocho Manu, han decidido buscar una casa en Villarreal, Mamen se ha pedido una excedencia y se han venido ella y Miguel, el pequeño, a vivir con Manu en el pueblo. Míchel, el padre, es quien viaja entre Zaragoza y Villarreal: viene el jueves y se vuelve a trabajar el lunes.

Aunque seguro que tuvo que haber temporadas malas para Manu, tengo la impresión de que la vida en la residencia —en el internado, digamos— no fue desgarradora. Me cuenta Míchel que su hijo, que por entonces jugaba en los infantiles del Zaragoza, en cuanto vio la Ciudad Deportiva del Villarreal, durante la visita de cortesía que hicieron para corresponder al interés del club, no paró de darle pellizcos y apretones de mano para llamar su atención y hacerle comprender que quería quedarse allí.

Cada caso es un caso. Cada cual lleva a su manera la soledad, el alejamiento de la familia, las horas muertas infantiles entre entrenamiento y entrenamiento, entre partido y partido.

Cuando uno ve a esta familia, tan cordial, tan sensata, tan con los pies en el suelo (a pesar de que ya escuchan elogios enormes acerca de su hijo, y lo han visto ser internacional), no puedo sino admirar esa parte del fútbol que transforma a los adolescentes en individuos sanos y felices, porque disponen de una idea de destino, por muy vaga que sea esa idea. Puede que todas las ilusiones sean tarde o temprano ilusiones perdidas, pero el que vive ilusionado gana para sí mismo el mejor modo de vivir.