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Parece ser que Messi ha dicho alguna vez que no ha conseguido leer completo ningún libro, en su edad adulta. Guardiola, según se cuenta, trató de recomendarle alguna lectura, con escaso éxito.

Cuando invité a Juan Mata, durante su etapa de jugador del Valencia CF, para que participase en el ciclo de poesía que dirigíamos Vicente Gallego y yo mismo en el Palau de la Música, aceptó encantado. Conocía a Juan por Sergio Arlandis, el poeta y profesor universitario, que había jugado también en el Valencia años atrás, y que guarda bastantes vínculos de amistad con el club.

Mata lee, sobre todo novela. Hablamos de Murakami y le conté algunas curiosidades que sabía del japonés, porque compartimos editor. Después de muchos años de rechazar invitaciones para venir a España y promocionar sus libros, Murakami aceptó viajar a Santiago de Compostela, a un instituto de bachillerato, para recibir un premio de los alumnos. Parece ser que detrás del premio, de apariencia tan romántica, está la casa Toyota y sus concesionarios en Galicia. Aprovechando el viaje a Europa, aceptó visitar algún otro lugar de España, no sé si Barcelona o Madrid. Pero pidió no hacer transbordo en el aeropuerto de Londres-Heathrow, porque le traía malos recuerdos. Que el baño de la habitación tuviese más de cinco metros cuadrados (imagino que por la más o menos legendaria escasez de espacio en Japón), y que no le hicieran fotos durante las entrevistas y los discursos públicos, porque después las veía y le entraba mucha nostalgia de aquel que alguna vez había sido. Sí permitía, en cambio, que se le grabara la voz. No son muchas exigencias, la verdad, en comparación con las extravagancias de las estrellas del rock y con algunos divos del universo del arte. El gran John Irving, por lo visto, pidió saber cuál era la marca de las máquinas de gimnasia del hotel Villa Magna.

Los padres de Juan Mata son gente con los pies en la tierra. Le exigieron siempre —su madre es maestra, creo— que estudiase una carrera universitaria, y, a pesar de las dificultades que entraña ser un profesional de equipos muy importantes, lo ha cumplido, primero en España y después en Inglaterra.

Lo invitamos al Palau, a nuestro ciclo de poesía, porque aquel año lo dedicamos a que leyesen sus poemas favoritos algunos lectores que no pertenecieran al ámbito literario. Intervinieron el actor y director teatral Jaime Pujol, el periodista deportivo Paco Lloret, el empresario Enrique Loewe y Juan Mata. Mata estuvo espléndido, en su selección, en sus comentarios y en su lectura. Escogió algunas canciones y romances que le cantaba su madre de niño, los poemas que le impresionaron durante el bachillerato —cosas de Machado, de Miguel Hernández, de Lorca y Alberti— y terminó con la Generación del 50, con poemas de Brines y Ángel González. Se comportó con naturalidad, leyó con aplomo y sin aspavientos, sus comentarios fueron sensatos y, a la vez, emotivos, porque es una persona inteligente. Se notaba que estaba acostumbrado a hablar en público, aunque en un contexto muy distinto.

La única condición que nos puso para participar en el ciclo de Poesía en el Palau fue que no hiciésemos ninguna publicidad especial. Temía al vestuario. Las bromitas. Mata el Poeta, y todo lo demás. Llenó la sala Joaquín Rodrigo, con un aforo de cuatrocientas veintitrés personas. A lo mejor consiguió ganar algún lector para la causa, entre los niños y adolescentes que asistieron.

Un amigo me contó, después de ser invitado a un ciclo de conferencias organizadas por el Athletic de Bilbao, que, en las concentraciones, nadie quería compartir habitación con Ánder Herrera, porque leía libros. Era un aburrido.