Fragmentos de una enseñanza desconocida
Michel Houllebecq escribió en un ensayo sobre H. P. Lovecraft: «Como la mayoría de los contaminados, yo conocí a HPL a los dieciséis años, gracias a un amigo. Como impacto, fue de los fuertes. No sabía que la literatura podía hacer eso. Y, además, todavía no estoy seguro de que pueda. Hay algo en Lovecraft que no es del todo literario». También hay algo en Bob Dylan que lo excede, que no es del todo musical. Puede ser un gran compositor, como, por ejemplo, Neil Young, pero ha superado el rango musical, su importancia es también conceptual: como la de Marcel Duchamp. En cada una de sus transformaciones —cuando electrificó su música, cuando se hizo cristiano, cuando pasó de la canción radical, de protesta, a la canción hermética, surrealista— puso un mingitorio en el lugar menos esperado. ¿Qué es esta mierda? escribió Greil Marcus en una crítica famosa en Rolling Stones con motivo de la aparición de Self Portrait en junio de 1970. De golpe, Dylan sacaba un disco doble, con canciones ajenas, reversiones casi torpes y decía que ese era su autorretrato. Una de las letras de ese disco dice una frase genial que siempre recuerdo: «Todo sonará como una rapsodia, el día que pinte mi obra maestra». Dylan siempre va hacia adelante. Presenciarlo tocar en vivo es percibir cómo se trabaja contra la enfermedad de la nostalgia y de la retromanía. Ninguna canción es tocada en pasado, todas se mueven hacia el futuro. Como le hacía decir Julio Cortázar al Johnny de su cuento El perseguidor: «Esto lo estoy tocando mañana». El día de mi cumpleaños pasado Dylan tocó en Buenos Aires. Guadalupe, mi mujer, me regaló ir a verlo. Me costó identificar, en un momento del concierto, que estaba tocando, por ejemplo, «Blowind in the wind». Zimmerman no hace concesiones, trabaja en contra del cliché y, al haber aceptado la mortalidad o haber elegido la forma de morir (por ejemplo, morir tocando en la gira interminable) representa una autoridad moral inmensa como artista. Quiero decir, no importa qué tipo de persona sea en la vida privada, uno no es familiar ni vecino suyo, lo que importa es lo que trasmite como personaje público: Trabajá siempre en estado de pregunta, utilizá tus incertidumbres para potenciar tu arte. Y en definitiva, si te vas a levantar de la silla, sabé bien por qué lo vas a hacer, ya que como el mundo gira, cuando te quieras volver a sentar, esa silla ya va a estar en otro lado.
Pero volvamos, ahora que se acaba de editar Self Portrait, Bootleg series vol. 10, a la pregunta que se hizo Greil Marcus ¿Qué es esa mierda? En esa época, cuando Dylan empieza las sesiones de grabación de Self Portrait y del posterior New Morning, él vivía en el Greenwich Village y había una persona también interesada en su mierda. El tipo era un fan obsesivo, de 25 años, y se llamaba A. J. Weberman. Como Dylan, en su opinión, había abandonado la canción de protesta, Weberman fundó un Frente de Liberación de Bob Dylan y organizó mitines de hippies en la puerta de la casa de Bob, en la calle MacDougal. «Liberad a Bob Dylan de sí mismo», gritaba con un megáfono. Weberman se había obsesionado con la música de Dylan cuando cursaba en la universidad y, mientras estaba colocado con marihuana y LSD, empezó a interpretar las letras de las canciones y después, cuando encontró el tacho de basura de la casa del músico, trató también de interpretar qué le decían esos desechos (lo mismo intentó Greil Marcus con Self Portrait). Pañales (Dylan tenía muchos hijos), excrementos (Dylan tenía perros), una postal de Beatty Zimmerman de sus vacaciones en Florida (Dylan tenía a su madre viva) y una lista de temas para Self Portrait estaban en el cubo de basura. Como escribe Howard Sounes en la biografía de Dylan, «mientras Weberman iba estudiando la basura de Dylan, decidió que había inventado una nueva ciencia: la basurología. Y utilizó los objetos hallados como base para escribir artículos que se condensaron en un libro My life en la Garbology». Bob Dylan trabajó siempre de manera diacrónica y sincrónica. Escuchando y observando a sus contemporáneos y también reescribiendo la tradición. Porque el vínculo con la tradición no es pasivo, a la verdadera tradición uno la tiene que ir a buscar. En los comienzos de los setenta, por un lado, Dylan estaba cansado del hostigamiento hippie, de lo que se esperaba de él y su trabajo, uno de los cantos de sirena más difíciles de no oír para un artista y contra los que hay, como Ulises, que oponerse atándose al mástil y con los oídos tapados. Yo creo que hay algo de eso en las sesiones de Self Portrait ¿Querés hurgar en mi mierda? Ahí va. Necesito defraudarte, parece decirnos. ¿Querés escuchar mi voz? Lo que pasa es que mi voz, en este momento, está fragmentada en las voces de muchos otros intérpretes que escucho y amo. Es más, mi voz, ahora, son estos fragmentos de una enseñanza desconocida. Self Portrait estuvo compuesto de canciones versionadas de Dylan de otros autores (Paul Simon, Paul Clayton, etcétera) y muy pocas suyas. Como escribe T. S. Eliot en The Wasted Land: «Esos fragmentos he apoyado contra mis ruinas». Otra cosa notable en estos grandes artistas es cómo, aun sus discos que parecen haber fracasado, terminan potenciando a otros músicos. Andrés Calamaro es un músico argentino que admira a Bob Dylan. Mucha de su iconografía está basada en Dylan. Hasta en una gira por España, se llegó a poner el traje a rayas que Dylan usó en el 66 en su gira británica. No importa, lo bueno es que la música de Calamaro es muy buena y que, como proponía Spinoza, un ser potencia a otro. El Cantante, un disco de Calamaro del 2004 está inspirado en Self Portrait de Bob Dylan, pero es mejor. La tapa, al igual que el de Dylan, es una ilustración del músico. Los temas, al igual que el de Dylan, es una mezcla de versiones de otros autores (Roberto Carlos, Rubén Blades, Chico Novarro, etcétera) pero las versiones tienen una cohesión increíble y los dos o tres temas propios de Calamaro son geniales: Estadio Azteca, La Libertad, no se los pierdan.
Pero la mierda, querido Marcus, cuando pasa el tiempo, se convierte en combustible o abono. Eso parece tener en cuenta Bob Dylan cuando empieza a sacar a la luz las grabaciones que su equipo encontró en los archivos de las sesiones de Self Portrait y New Morning. Escuchar esas versiones ahora, lejos del apuro de la época, con el punk ya perimido como amenaza, es otra cosa. No sé si Dylan volvió al judaísmo o si tiene en mente ahora componer música para que la escuchen sólo los perros, pero lo que es seguro es que mientras se escriben estas líneas, debe estar por tocar en alguna parte del mundo. Ahora es un hombre que está siempre tocando. Seguro también está reversionando parte del material de Self Portrait para encontrarle una nueva zona a la cara principal del retrato, como en los dibujos cubistas. El autorretrato, parece decirnos, nunca puede ser terminado del todo. Y depende dónde se pare el que lo mire, encontrará una u otra expresión. Yo tenía un libro de un escritor ruso, P. D. Ouspensky, que trataba sobre las enseñanzas de George Ivanovich Gurdjieff, un místico o filósofo —tómenlo como quieran— que me gustaba mucho. El libro se llama Fragmentos de una enseñanza desconocida y mi ejemplar se lo regalé a otro gran músico argentino, Ariel Minimal. Hace poco, en una librería de viejo, lo volví a encontrar y lo compré. Lo estoy releyendo. Hay cosas que dice Gurdjieff y glosa Ouspensky, que son reveladoras: «Algunas enseñanzas comparan al hombre con una casa de cuatro habitaciones. El hombre vive en la más pequeña y miserable de todas, y hasta que le sea dicho, no tiene la menor sospecha de la existencia de las otras tres, llenas de tesoros. Cuando oye hablar de ellas, comienza a buscar las llaves de estas habitaciones, especialmente de la cuarta, la más importante de todas. Y cuando un hombre ha encontrado el medio de penetrar en ella se convierte realmente en el amo de la casa, porque es solamente entonces que la casa le pertenece plenamente y para siempre». Creo que esta descripción se adecua a Bob Dylan en cuanto a artista. En cuanto a su valía como ser humano, quién sabe. Muchas veces descubrimos que los grandes artistas han sido, como personas, seres miserables. Pero, ¿no decía Zaratustra que aun con sus cadenas puestas puede uno ayudar a otros a liberarse?