Odio contra la máquina I
En La nueva Eloísa, de Rousseau, el personaje central viaja desde su provincia para vivir en un París premoderno alumbrado con la —en ese entonces— novedosa iluminación a gas. Desde ahí le escribe a su novia, que se quedó en el campo —y también, se podría decir, en el tiempo— estas breves pero significativas palabras: «Todas las cosas de esta ciudad embriagan mis sentidos, pero ninguna logra tocar mi corazón». Creo que estas palabras, en principio, sirven para decir lo que sentí el viernes por la noche, deambulando en el purgatorio del Personal Fest. Rodeado de adolescentes con celulares (como dice Germán Compiano, ahora se pasó del sexo, droga y rock and roll al look, phone y rock and roll) y personajes VIP deambulando de escenario en escenario. Tuve la sensación de que la mayoría de la gente que estaba ahí esperaba una llamada que no llegaba nunca, pero que, como en el diagrama del histérico, la cosa consiste precisamente en que no llegue nunca. Por otra parte, también la situación de simultaneidad de algunos shows me hizo recordar esa sensación que se suele tener con el cable, cuando uno invariablemente se pone a ver una película ya empezada. Amigos: si un recital de rock alguna vez tuvo detrás una poderosa ontología, un pathos, esto se perdió definitivamente. Dylan discutiendo con el público o Morrison marchando después de hacer la danza de la muerte en el escenario son cosas del pasado; una muestra clara fueron los Doors cuando vinieron hace unos días al país. Butacas con tu nombre y champagne del mejor para reafirmar lo que decía Marx hace mucho: la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como parodia. ¿Y qué fue si no la actuación de los Doors convertidos en los Doos? ¿Y este Personal Fest, paradójicamente lo más impersonal del mundo? Como se ve, yo soy un gran prejuicioso y pienso que una persona que tiene un celular es un imbécil hasta que se demuestre lo contrario. Roberto Piva, un poeta brasileño, decía: «Miserable es el que tiene un contestador automático, porque no quiere perderse nada». Y es verdad, somos unos miserables que no queremos perdernos nada y en realidad perdimos lo fundamental: la experiencia. Dedico esta breve digresión a todos los amigos que me encontré en esa mierda del Personal Fest. Los que entran ahí que abandonen toda esperanza.
PD: Si hay algo que me saca de quicio es el concepto de VIP. ¿No se podría alguna vez copar los vips y hacerlos bolsa?