Waiting for the Mundial

Waiting for the Mundial, PARTE 1

Bien, llegué a un arreglo económico con la gente de Mal Elemento para escribir estas columnas en torno al Mundial pero, para ser sincero, tengo que aclarar algo de movida: si no juega San Lorenzo (único equipo del que soy hincha) me importa un bledo el Mundial. Y si lo sigo de reojo por la tele, es probable que termine hinchando por un equipo que no siempre es el del país donde nací. Por ejemplo, ahora, a priori, simpatizo más con Brasil y con esa delantera descomunal (Ronaldinho, Ronaldo, Kaka, Adriano) que con el equipo anémico que comanda el Hombre Peker. El último equipo argentino por el que hinché, es decir, al que me gustaba ver jugar, fue el que comandaba el Hombre de Pelo de Chinchilla, más conocido como Alfio Basile. Estaba el Gordo, estaba Caniggia (y la dupla dramática que formaban) y el cinco era Redondo, un jugador descomunal, el Satánico Doctor No (creo que le dijo que no a Bilardo y a Passarella, entre otros). Ese equipo tenía un gran poder de representación. Uno esperaba que sucediera algo descomunal, había una inminencia eléctrica en el aire. Maradona podía apilarse a seis nigerianos, Caniggia la colocaba en el ángulo más lejano del arquero después de pedírsela a Diego, podían también ser detenidos robando algo en el freeshop del aeropuerto, o, como finalmente sucedió, ser llevados de la mano por una enfermera yanqui directo al horno de Banchero, etc. «¿Y si Dios es mujer, y si Dios es una de las seis enfermeras locas del hospital de Pikfoord?», escribió Juan Gelman. Bueno, ese era un equipo. Ahora, mientras escribo, están pasando por la tele Argentina vs. Angola. Creo que los angoleños que juegan son los once tipos que quedaron vivos después de la última guerra civil que azotó al país. En el medio juega un rubio. Probablemente sea un espía de la CIA que decidió quedarse a jugar por Angola, algo así como el Síndrome de Estocolmo. El colmo, igual, es el Hombre Peker, que parece que va a dejar a Tévez arafue para poner a Saviola. Tévez, sin duda, tiene un gran poder de representación que a Saviola le falta. Tiene la cara quemada —es una especie de Hombre de la Máscara de Hierro— y encima no se achica nunca. Saviola es un significante, Tévez es el significado. Otra cosa que me alarma es que veo a Coloccini, un tipo espigado, de huevos y con un look setentoso —el look es esencial para ganar un Mundial—, fuera del equipo para poner a un jugador que se llama Burdisso. Cuyo nombre, tranquilamente, podría ser un destino del colectivo 160: Claypole-Burdisso. En fin, mientras termino estas líneas todavía falta el segundo tiempo. La verdad, a esta altura, ya hincho por Angola. Hay un libro de poemas de Martín Gambarotta que está buenísimo y se llama Angola. Se los recomiendo.

Waiting for the Mundial, PARTE 2

Acabo de cobrar mi primer dinerillo por estas columnas que estoy haciendo para la gente de Mal Elemento. Me pagaron en Johnny Cash una parte y la otra con discos que, ellos dicen, les voy a poder sacar a la gente de 1972, la disquería amiga de Palermo Hollywood. ¿Tendrán El amor, de Julio Iglesias? Ese lo vengo buscando hace rato. En la tapa está Julio sentado como el Corto Maltés, sobre una silla blanca hecha con esterillas. Y con un impecable traje blanco. Mi mamá —que en paz descanse— lo amaba. Bueno, pero pasemos al maravilloso mundo del fútbol mientras calentamos motores para el partido del sábado. Lo primero para anotar: debo ser uno de los pocos hinchas de San Lorenzo que se amargó con la caída de Huracán. No sé por qué hay hinchas del CASLA que quieren que Huracán esté en la B. Yo tengo muchos motivos para desear que esté en la A: cuando yo era chico, Huracán estaba en la A. Tenía, en los setenta, una camiseta que estaba buenísima. Con el tiempo, me tocó entrevistar al Lobo Carrascosa quien, al lado de Felipe Pigna, es Wittgenstein. Me gusta jugar contra Huracán y no contra esos equipos que ni siquiera se sabe que practican fútbol como, por ejemplo, Tiro Federal (¿practican tiro y son de la Federal?). Lo que nos obliga, a veces, a ver un partido de viernes como, por ejemplo, San Lorenzo vs. Tiro Federal. Un partido tan malo como un recital de Los Piojos. Y con la posibilidad, encima, de que esos losers te ganen. Creo que la AFA tendría que hacer lo que se hace para darle vía libre a un nuevo partido político: ver la historia del club y la cantidad de gente que lleva para que pueda ascender. Chicago, por ejemplo, que tiene una hinchada letal y siempre te quema algún quincho, no puede estar en la B. Huracán, dirigido por un tipo que decidió errar un gol antes que metérselo a su equipo del alma (y eso le costó la carrera en Boca) tiene que volver a la A. Argentinos Juniors, un equipo que detesto porque nos mandó a la B, tiene que estar en la A por todo lo que significa para el fútbol argentino (aunque nos haya dado a Sorín). No me interesa la venganza en manos de otro, que alguien se pudra en una categoría menor: yo quiero ganarles a los mejores. Es una picardía que Huracán y Argentinos se tengan que eliminar mientras ascendió un equipo como Godoy Cruz, que parece el nombre de un boxeador. Bueno, se viene Costa de Marfil y tengo estas preguntas: ¿Nos puede preocupar un equipo cuyo nombre parece un título de la colección Robin Hood? Drogba, su figura, ¿es una joda por Maradroga? Dindane, el delantero, ¿es una joda por Zidane?

Waiting for the Mundial, PARTE 3

Mientras seguimos esperando el Mundial de África (aunque creo que va a ser difícil, ya que anoche vi un documental de la CNN sobre Somalía y esos muñes se estaban dando machete y bala a granel y a como dé lugar y la administración Bush ya estaba pensando en administrarlos mediante napalm), hablemos un poco de este, que hasta ahora se está desarrollando sin pena ni gloria.

¡Ah! Antes que nada, un abrazo para todos los periodistas deportivos, especialmente Marcelo Palacios, ya que hace poco fue el 666, el día de la bestia; o sea, de todos nosotros, los periodistas deportivos. Bueno, sigamos… Algunas cosas para tener en cuenta y dar un servicio: en las repeticiones del partido Argentina vs. Drogba, en la tercera repetición, para ser más exactos, Riquelme ya empezó a jugar un poco mejor, con más confianza.

Hoy veía a Maradona llorando con la medalla colgada del subcampeonato en Italia y me di cuenta de que el jugador del Villarreal entra a la cancha con esa misma cara. Algunos —los riquelmistas— dicen que dio el pase clave. Y es verdad. Pero Riquelme tendría que dar ese pase cada diez minutos, como mínimo. Ya que gana fortunas, está bien vestido y alimentado y lo único que tiene que hacer es eso. Y si no, veamos el caso de Drogba, un tipo que hace lo que tiene que hacer. Es el líder del equipo, el mejor, y juega como el mejor, tanto es así que casi él solo nos empata el partido.

Por otro lado, está Messi en gateras. El Hombre Peker (o El Tachero, como dijo muy bien alguien en los comentarios del blog Mal Elemento) no lo puso. Pero es evidente que el doble cinco hace agua por todos lados. ¿Para qué queremos dos volantes defensivos? Es mejor sumar cinco más cinco y poner un diez. Creo que ahí debe estar Messi desde el comienzo, sobre todo porque —al igual que Rafael Nadal— es una máquina de ganar porque no tiene pensamiento abstracto, es casi como el Benjy faulkneriano de El sonido y la furia. Esos tipos son los que ganan el Mundial. Los que se mueven en otra dimensión de la Matrix. Los que escuchan el disparo y salen corriendo el conejo o lo que le pongan delante, sin dudar.

¿No es mejor defensa poner a Benjy —perdón, Messi— para que obligue a los demás a tener que cuidarse el culo, que poner defensores que a lo único que incitan es a pasarlos? Y a los que, a veces, los pasan… De esa manera nos hizo un gol Costa de Marfil.

Bueno, creo que le ganamos al equipo más notable de nuestra zona (salvo que Argentina empiece con sus fantasmas y nos termine ganando esta Holanda montada como cuco; ya nos pasó con Bélgica en el 82, cuando Menotti convenció a sus jugadores de que los belgas la rompían… Y perdimos, por supuesto).

Una más: Robben, con ese nombre y con todo lo que pasó en este país con los políticos —incluyendo al ahora estelar señor K—, ¿no debería jugar para nosotros? Ma’ sí, que se vayan todos…

Waiting for the mundial, PARTE 4

Cuando mi viejo entró a mi casa y se sentó en la silla —una silla que crujió bajo el peso de un mamífero de 77 años— y me contó lo que lo apesadumbraba, me acordé del slogan de una propaganda de mi infancia, que decía así: «A todas las hormigas les llega su FORMITOX». Y la palabra FORMITOX, inmensa, caía —dibujada— sobre unas hormigas y las hacía trizas. ¿Qué le pasaba a mi viejo? El médico le había dicho que lo iban a operar de la próstata y tenía miedo. «Sueño con tu madre y mi hermana, que me están llamando», me dijo, aderezando todo con un llanto seco.

Mi mamá y mi tía, como se puede inferir, están en la quinta del Ñato. Cuando mi viejo se ve venir la trompa del barco de Caronte —el sapo sumergido, como escribía John Irving— se pone así, y me empieza a llamar para que lo cargue al hombro y le cambie los pañales y le regale un camión de bomberos de verdad. Y como sabe que ese estado me genera incertidumbre, presiona más buscando mi interés. Con lo cual es difícil sacarlo de la depresión. Pero ayer probé con una cosa nueva. Mientras me contaba las visiones oscuras del más allá que lo esperaba, le dije: «Papá, ¿viste hoy el partido con Serbia?» De golpe, como si con la pregunta yo hubiera tocado un botón del control remoto de su cerebro, se irguió, levantó la cara, se le iluminaron los ojos y, sin solución de continuidad, pasó de la muerte a la goleada: «¡Genial, mamita querida, qué equipo! ¡Es extraordinario! ¡Les dimos un baile bárbaro! ¡Massi entró un minuto y la rompió!» (mi viejo nunca sabe bien el nombre de los jugadores: Massi es Messi. A Coloccini le dice Colochono). La cosa es que yo tenía el resultado empírico de que el Mundial era un electroshock que lo sacaba de la etapa depresiva y lo volvía a la previa, a la maníaca. Así que fui para adelante con eso y el jeep arrancó.

Hoy a la mañana, mientras leía Clarín, la catarata de elogios para la Selección Argentina era tan demencial como la de mi viejo. Me hizo acordar de los programas de Maradona en el 13, donde había una guerra de elogios entre él y sus entrevistados: «Vos sos un genio; no, vos sos mejor; no, vos sos Dios», etc., etc. Yo no vi el partido porque a esa hora tengo una clase de karate. Algo debe ir cambiando con la edad. Nos ponemos más sensibles, o más amargos, o más intrépidos, o lo que sea. Me acuerdo de cuando, aún niñín, me subí a un camión que pasó por mi casa para ir a festejar con muchos el Mundial 78.

«La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde», escribió William Faulkner en la genial Luz de agosto. Ahora la memoria me trae un recuerdo oscuro de ese frío, del frío metafísico del Mundial 78. Creo que nunca volvió a hacer tanto ofri. Desde ahí en adelante me fui alejando cada vez más de la idea de país. En un Mundial uno festeja y se abraza con los jefes y con gente de todo tipo que, en otras situaciones, no suelen ponerse en la misma vereda. La verdad, no puedo evitarlo: la idea de país en los términos chauvinistas que suele alimentar el deporte me causa rechazo. Yo creo que lo único que existe es La Internacional. Por otra parte, el fútbol me resulta un deporte hermoso. Y suelo inclinarme por los que lo juegan de manera hermosa. El fútbol reporta un placer estético que no puede convertirse en una marcha militar. Pero nosotros somos un país serio que se pone serio para vivir un Mundial. Y en cambio nos comportamos como imbéciles a la hora de tener que resolver situaciones desesperantes.

¿Alguien en su sano juicio puede tomar en serio un Mundial? Una competencia demencial donde un par de equipos de todo el mundo juegan al fútbol mientras la mitad del planeta se cae a pedazos. De hecho, Argentina estaba en España 82 dándole a la globa mientras en Malvinas nos rompían el orto. Suena un poco esquizofrénico. Pero el mundo es esquizofrénico. Si uno no hace síntoma y se vuelve un poco loco, es imposible seguir, ¿no? Como mi viejo, como yo, como toda esa gente que piensa que Dios trabajó en Canal 13 el año pasado.

Waiting for the Mundial, PARTE 5

Durante mis años en la cárcel de mínima seguridad del diario Olé, padecí bastantes afrentas de los periodistas deportivos. Eran de las del tipo que le hacen sufrir al nuevo del barrio los muchachones cuando le agarran los lentes y se los pisan.

Francamente, creo que no existe otro gremio —cuando se trata de un periodista deportivo en estado puro— más retrógrado que ese. Los periodistas deportivos puros (es decir, los que no tienen ningún tipo de cruza con nada que no sea del mundo deportivo) son como Rafael Nadal. Por lo cual, es muy difícil ganarles.

Suelen despertarse con la voz de Niembro o Marcelo Palacios —de acuerdo con la radio que escuchen— y llegan a la redacción bien temprano, frescos como una lechuguita, para florearse con su inusitada información y su notable sentido para encontrarle el «foco» a una nota.

Los periodistas deportivos puros no pueden entender que alguien pida un franco porque quiere salir con un novio, una novia o mirar una película, si esa noche o tarde hay un partido «que hay que ver». Los periodistas deportivos puros están siempre atentos al más mínimo error (de tipo táctico, técnico o de foco) que pueda producir un neófito. El periodista deportivo puro suele reivindicar el aguante, como el barrabrava de la hinchada: desde su punto de vista, un gran periodista es el que se carga más páginas, el que va a los entrenamientos bien temprano y el que es el último en salir de la redacción y apaga la luz.

Los periodistas deportivos puros suelen tener cierta vergüenza por su falta de cultura en general y, a veces, como en el caso de Fantino, se anotan para estudiar sociología y terminan diciendo en el medio de un partido «como dice Mao-Tse-Tung» como si se tratara de una propaganda de jugo de naranja y no del líder de la revolución cultural.

Había una publicidad que, creo, era del último Mundial —pero también puede ser del anterior (los periodistas deportivos puros me destrozarían por esta imprecisión)— que decía: «Gol, gol, gol en tu cabeza hay un gol». Bueno, eso es lo que repica día y noche, aun cuando esté sentado en un inodoro, en el cerebro de un periodista deportivo puro.

Los periodistas deportivos puros les ponen a sus hijos el nombre de un jugador de fútbol y si tienen mascotas hacen lo mismo. Lo importante es que no se salga del Conjunto Deportivo, como decía la profesora de matemática. Por pereza, como se puede apreciar mirando TV, los periodistas deportivos puros suelen usar los sobrenombres que ya se usaron. De esta manera, el Ratón Ayala que jugó en el CASLA en los setenta le da su nickname al Ratón Ayala que hoy juega en la Selección. El Kun, un sobrenombre buenísimo, se lo debe al abuelo de Agüero y no a un periodista deportivo…

Muchos jugadores serán periodistas deportivos cuando envejezcan. Pero nunca podrán ser periodistas deportivos puros porque eso se nace. Los periodistas deportivos puros no padecen de ilusión óptica, padecen de ilusión óntica. Para los periodistas deportivos puros el mundo no está dividido entre Oriente y Occidente, sino entre Menotti y Bilardo. Bielsa, para alguno de ellos, fue una opción interesante, como lo fue el peronismo en su momento contra yankis y marxistas.

Pocas cosas espera en la vida un periodista deportivo puro que no sea un Mundial. Las redacciones se convierten en una guerra de guerrillas cuando se está armando el equipo que va a ir a cubrir la Copa del Mundo. Creo que Pol Pot es un bebé de pecho al lado de algunos sanguinarios que conozco a la hora de cargarse un compañero. Por suerte, como en todas las cosas, el guionista suele dejar una manija de la que agarrarse para no resbalar en el infierno: hay, entre los periodistas deportivos puros, periodistas deportivos impuros. Esos son los imprescindibles.

Waiting for the Mundial, PARTE 6

Un taxista llamado deseo

¿Pero deseo de qué? El final del Mundial para los argentinos, para esa extraña gente que suele llamarse a sí misma argentina y que reivindica la bandera nacional, el himno y nuestra superioridad por sobre todas las razas de la tierra, llegó por la vía de los penales en manos de los hombres del Tercer Reich. Y como corolario de esta gesta que va a repetirse dentro de cuatro años (otra vez dentro de exactamente cuatro años, con esa repetición letal de los casamientos —primero el plato frío, baile, después el plato caliente, baile, después a tirar de la cinta, baile, después la mesa de postres, baile, después el carnaval carioca, baile…). Pero bueno, siamo fuori, y quedan en el papel estas notas al pie de atleta:

UNO. Alemania le tenía terror a Argentina. Eso era notable. Pero llega el Punctum (como diría mi amigo Gambarotta) del partido: la lesión de Abbondanzieri. ¿Qué hace Pekerman, El Tachero? Lo cambia por el arquero suplente que, no me cabe duda, no atajó nunca nada en su vida. ¿Qué tendría que haber hecho? Tendría que haber sacado a Abbondanzieri y puesto en su lugar a Messi. ¡Y jugar sin arquero! ¡De una! A esa altura los alemanes perdían deportivamente; ese cambio —un arquero por un delantero— los habría acabado psicológicamente. El arco, de siete metros, se les habría convertido en la cueva de Jerry, el ratoncito. Y ya no habrían podido ni levantar las piernas del terror. En cambio, eligió jugar a cuidar el uno a cero y así nos fue. Creo que a los técnicos les falta el componente dionisíaco.

DOS. «¡Ah, lo conozco, es el Estévez, sin metafísica!», dice Fernando Pessoa en su gran poema «Tabaquería». Y yo quiero hablar de Tévez, sin metafísica. Los partidos los ganan los tipos como él. No le importaba que enfrente estuviera el equipo alemán, el organizador de la Copa, Beckenbauer, ni el negocio del siglo, ni nada de nada. Tévez, sin metafísica, va para adelante a todo lo que da. Y al lado suyo los demás jugadores parecieron eso: jugadores. Con Tévez vale molinete.

TRES. Caniggia era un jugador de Selección. Era difícil identificarlo con alguna camiseta de las que usó (porque de algo hay que vivir). Riquelme, en cambio, es de Boca. Y sólo funciona en Boca. Aparecía en los clásicos contra River y hasta contra el Real Madrid. Pero en este último partido terminó pidiendo el cambio porque creo que sintió que podía llegar a entrar EN LA HISTORIA. Y ahí uno se tiene que encontrar con Felipe Pigna, y eso puede ser mortal.

CUATRO. ¿Existirá algún día una selección nacional que se comporte como amateur? Que no dé reportajes, que no aparezca haciendo publicidades ridículas, que sólo se dedique a jugar… Y que no aspire a un lugar entre los cómicos de Videomatch del infradotado de Tinelli.

EPÍLOGO. Los últimos dos partidos de Argentina los vi en Medellín, Colombia. Mientras los transmitían por la TV, la voz de un locutor parecido a Riverito, decía: «GUERRILLERO, DESMOVILIZATE, METE EL GOL DE TU VIDA. TERMINA VIENDO EL MUNDIAL JUNTO A TU FAMILIA».

Me dijeron que una de las hijas de Maradona está saliendo con el Kun Agüero. De ahí puede salir el polvo que le pegue con las dos.

Zinedine Zidown

Siempre me llamó la atención Zinedine Zidane. Desde que supe de él por primera vez en aquel Mundial francés que el equipo galo se llevó en la final con dos goles suyos. Me llamaba la atención su cara extraña, muestra de una cruza entre razas diferentes. Me llamaba la atención que no se emprolijara la pelada, que se dejara una especie de calvicie tipo monje porque, probablemente, a Zidane, le importara un carajo lo que pensaran de su aspecto físico. Me llamaba la atención la juguetona libertad de sus padres al ponerle un nombre aliterado: Zinedine Zidane. Me llamó la atención que le pusiera a uno de sus hijos el nombre Enzo, porque, según lo dijo él, admiraba mucho a Francescoli, el crack uruguayo al que solía ir a ver jugar cuando la rompía en Francia. Es un lugar común del periodismo deportivo decir que de los que salen segundos no se acuerda nadie. La Holanda de Cruyff da por tierra con este axioma. Creo que la función de ciertos monstruos es la de liquidar el lugar común, la frase estereotipada, el cliché. La Copa del Mundo de Alemania tuvo un solo ganador: Zinedine Zidane. Hasta en el momento en el que se convirtió en Zinedine Zidown y rifó el campeonato con un cabezazo certero, hasta en ese momento, tuvo algo glorioso. Como si fuera el líder de la Pandilla Salvaje y decidiera quemar las naves, prefiriendo morir antes que envejecer.

Waiting for the Mundial, EPÍLOGO

El tema de si se le debió entregar el Balón de Oro o no a Zinedine Zidane sigue dando tela para cortar. Hace unos días leí en un diario una sesuda nota de Claudio Tamburrini, quien se acreditaba como filósofo del deporte. La nota me dejó perplejo por varios motivos: primero, porque me confirmó la sospecha de que a veces la educación especializada no sirve para nada. ¿Qué planteaba Tamburrini? Primero se preguntaba si Zidane había hecho suficiente mérito como para recibir el Balón de Oro de la FIFA. En la nota concluía que no, ya que, decía, «en mi opinión la reacción de Zidane denota la ausencia de ciertas virtudes fundamentales en un deportista».

Después citaba a Aristóteles y su bendita Ética, donde el filósofo helénico dice que «el ciudadano virtuoso debe encontrar el justo equilibrio entre dos estados deficientes, el punto medio entre la ira y la indolencia». Tamburrini remataba: «Zidane ha demostrado con su reacción carecer de esa excelencia de carácter que nos permite reaccionar ante afrentas humillantes mostrando tranquilidad de espíritu».

También, sobre el final de la nota, Tamburrini remarcaba que el hecho de que Zidane no le haya pegado el cabezazo en la cara al italiano lo complicaba aún más: «Aparentemente no intentó lastimarlo, pero no quiso dejar de hacer notar que no estaba dispuesto a tolerar ese tipo de afrentas. En un sentido, la elección de una forma de agresión más leve habla a favor de Zidane. Pero en otro sentido lo condena aún más, porque demuestra que, lejos de reaccionar instintivamente a una provocación, estaba en condiciones de controlar sus reacciones». Al final de la nota, Tamburrini propone quitarle el Balón de Oro a Zidane y dárselo a Cannavaro, por su actuación sobresaliente en la última línea de Italia.

Vamos de a una y al ras del piso. Por un lado no hay que olvidar que el filósofo (Aristóteles) que pedía esa excelencia de carácter vivía en una sociedad (al igual que la nuestra) que permitía la esclavitud humana. Por otra parte, llama la atención que alguien que se rige por tan nobles propósitos morales cuando hace un análisis (Tamburrini) pueda estar de acuerdo con un premio pedorro que entrega la FIFA como lo es el del Balón de Oro. ¿A quién carajo le importa el Balón de Oro? ¿Quién puede tomar en serio un premio como El Balón de Oro?

Segundo: el cabezazo de Zidane fue notable por muchos motivos (y quizá ya sea una de las grandes escenas de los mundiales, como cualquier jugada maravillosa). Lo que primero llamó la atención es que no fue un golpe artero, de esos que se pegan y que enseguida se disimulan para que el árbitro no lo pueda ver. No, Zid Vicious se tomó su tiempo, pegó en el pecho y se quedó mirando al jugador italiano cuando este estaba en el piso, como reafirmando su actitud.

Zidane no salió del lugar del hecho, no le dio vergüenza ni lo turbó, estaba haciendo lo que quería hacer en ese momento. ¿La magnitud del insulto? No creo que eso haya sido tan importante. Lo que creo que se refleja en ese golpe es la sensación de que a veces, aunque uno juegue mejor y con hidalguía, no es suficiente para superar a una máquina aceitada que juega básicamente a no perder, como Italia.

Esa impotencia es un poco la madre de ese cabezazo en el pecho. Lo que Zidane le enseñó al mundo fue que era, básicamente, un ser humano. Y no un fantoche que anda por ahí haciendo propagandas para que la juventud no se drogue. También mostró, a lo largo del torneo, que es un extraordinario jugador que tiene el plus de aparecer cuando se lo necesita. Como los gladiadores romanos, puede decir, cuando entra a la cancha: ¡Firmes y dignos!

Y, como diría Chilavert, aparte otra cosa: quedó claro que si Zidane se hubiera regido por la lógica, seguro no hubiera metido ese cabezazo, pero posiblemente tampoco habría hecho muchas de las jugadas más gloriosas de este Mundial. No, si hubiera seguido la lógica, habría hecho lo que hizo Abbandonanzieri, quien sopesó que, golpeado como estaba, era mejor para Argentina bajarse del arco para no perjudicar al equipo. Y terminó siendo todo lo contrario. Zidane, como jugador, es lo que es precisamente porque no hace las cosas que se espera que haga. Como ese hermoso cabezazo pegado justo en ese lugar donde muchos otros jugadores necesitan una bolsa de agua caliente.

Waiting for the Mundial, LA SOLUCIÓN FILIAL

Parece que este es el año del Hombre de Pelo de Chinchilla. Porque había dos opciones después de su respuesta hipercanchera sobre la actuación de Riquelme post-Inglaterra («A mí Román me gusta, ¿a vos no?»). Una: sostenerlo a rajatabla ya que, por su verborragia, iba a tener que —como dice el Indio Solari— sostener con el culo lo que se dice con la boca. Dos: echar a patadas a Riquelme ya que, era probable, los vaivenes anímicos de Román lo habrían podido llevar a la quiebra. Pero nada de esto pasó. Como lo dijo mediante señas el adjunto de Troglio en el polémico partido contra Gimnasia, Basile tiene un culo bárbaro. Y Riquelme se bajó sólo porque se lo pidió su mamá. Este desenlace que aplauden los antirriquelmistas y desaprueban los riquelmistas, deja algunas matas de pasto para analizar:

UNO. La mamá de Riquelme también es lenta: tardó todo un Mundial y monedas en decidirse a decirle al hijo pródigo que se las tome.

DOS. ¿Por qué se critica la lentitud de Riquelme? Salvo en casos exasperantes —como cuando uno es rehén de empleados públicos— la lentitud no me parece un valor negativo. Hay muchos jugadores que son lentos y sin embargo lastiman y mucho a la hora de atacar. ¿Un equipo rápido es el que gana? Messi, ¿no necesitaría un toque de lentitud? Cuando agarra la pelota parece que quisiera hacer los tres goles juntos de Maradona (el que le hizo a Italia, a Bélgica y a Inglaterra). También a Riquelme se lo acusa de ser previsible, al menos eso le cuestionaba Bielsa cuando le tocó seleccionarlo. ¿Garrincha no era previsible? ¡Hacía siempre la misma jugada! Pero no lo podían parar.

TRES. El problema de Riquelme —ya se explicó esto en otro post muy antiguo de este blog, previo al Mundial— está en lo que llamaría Patricio Rey «un secuestro del estado de ánimo». Riquelme vive y juega en una mónada. Y podría formar parte de las marchas del otro Ingeniero (no el que lo dirige en el Villareal) pidiendo por seguridad. ¿Contra qué quiere seguridad? ¿A qué le teme Riquelme? A que las cosas pasen de castaño oscuro: que el pasto no esté cortado de acuerdo con su agrado, que tenga un rival de envergadura sentado en el banco (Messi), que los once jugadores no sean sus íntimos amigos (uno de sus graves problemas es que los amigos de la infancia no fueron seleccionados por Pekerman porque, entre otras cosas, algunos no juegan al fútbol), que las condiciones atmosféricas sean las ideales para su personalidad, etc., etcétera.

CUATRO. Dadas estas cosas: la solución filial parece el broche de oro para una carrera signada por los golpes anímicos. Para que Román la rompa se tienen que dar demasiadas cosas y esto, como el cometa Halley, pasa cada muchos años. Lo que no quita que uno reconozca el talento de Riquelme: tiene pegada, tiene huevos, hace jugar a los demás, pero eso sí: sólo cuando puede. Hay un viejo adagio oriental que le podría servir a Román, que podría estar en la pieza de su concentración: «Si te encontrás a Buda, matá a Buda; si te encontrás con un discípulo de Buda, matá al discípulo de Buda; si te encontrás con tu padre, matá a tu padre; si te encontrás con tu madre, matá a tu madre; sólo así te liberarás de los apegos. Y serás libre».