Lorena

Osvaldo Lamborghini le pidió una vez a Fogwill que escribiera con la boca cerrada. Un consejo que me empezó a parecer pertinente también para Andrés Calamaro cuando, después de Honestidad Brutal, se convirtió en un dibujito animado apareciendo en todos lados hablando con un acento extraño y con cierta pose digna de Derek Zoolander. Calamaro en lo de Susana, Calamaro de colado en el camarín de los Redondos, Calamaro en TN, Calamaro contra Charly, Calamaro con arroz, Calamaro con Mirtha, Calamaro de incógnito hasta en la sopa de los coments de los blogs. Es una fatalidad, a veces, que la explosión artística conlleve una explosión mediática. Del mismo modo los boxeadores, cuando llegan a campeones del mundo, sacan de la alacena a la primera vedette que encuentran. En mi caso, a veces esta calamarización mediática frenó el deseo de seguir escuchando a quien era uno de mis cantantes preferidos. Como cuando repetimos mucho ciertas palabras hasta que estas carecen de sentido. Porque no todos los caminos hacia el descubrimiento de un músico son tan lineales como sólo escuchar su obra. El incentivo puede venir de alguien que nos tararea algo en la parada del bondi, el rostro del músico que nos parece intrigante, el overol de Pete Townshend o, como en el caso de Dylan, la percepción de alguien que está escondido pero que sabe cuándo salir de noche, como Batman. Pero lo cierto es que traje todo esto a colación porque me preguntaba la otra noche, sentado en el living de mi casa, por qué no había escuchado nunca más Lorena, un tema de Calamaro que me parece genial. Y también me preguntaba —whiskys mediante— si podía poner en palabras por qué me parece genial.

Andrés Calamaro hizo discos hermosos. Nadie sale vivo de aquí, tal vez sea el mejor de todos tomado en su conjunto. Un disco pop, influido por Lou Reed, que tiene momentos líricos inolvidables. Después creó canciones profundas. Por suerte la música no es una competencia, pero si lo fuera, pocos podrían pelearle la punta a Andrés en el género de la canción simple, emotiva. La canción redonda. La canción hecha y derecha. La que suena en las radios y en la ducha. La que nos defiende de la muerte, la que nos pone dos hielos en el corazón y nos inflama el pecho. «Estadio Azteca» es otra muestra de orfebrería genial. Una letra —del Cuino Scornik— que nos habla de un estadio que ha quedado imaginado en la mente de un niño, pero cuyo transfondo lírico discurre, como un río subterráneo, por otros cursos. «Estadio Azteca» es una canción melancólica sobre los sueños perdidos. Y su poder oculto es que nunca lo dice. Como si lo dijeran Benedetti o Galeano —gatillos fáciles— si tuvieran oportunidad. Pero yo quería hablar de Lorena. Una canción larga, épica, que no empalaga, en la que vamos avanzando —por «lagunas, ríos y mares»— de la mano del compositor. Tiene unas guitarras dulces, sentidas, que creo que puso Pappo y un timing similar a los largos temas confesionales de Dylan. Pero esta canción no es epigonal a Zimmerman como «Te quiero», de Honestidad Brutal, sino que es un tema de Calamaro, del mejor Calamaro. «Qué buena que es Lorena cuando quiere/pero cuesta mucho verla sonreír/Lorena es todas o ninguna./O puede ser alguna para mí». Así empieza el tema y la voz de Andrés está en el punto justo, no es falsete, no es sentimentaloide ni irónica. Parece que nos está hablando de una mujer. «Tengo a Lorena en las venas/por la sangre se me metió./ Es como una droga cualquiera/ es necesidad, es amor». Parece que sí, pero también da la impresión de que está hablando de un hábito feroz, como el de las drogas duras. Una vez alguien me dijo que la heroína podía parar el diálogo interno. Me pareció increíble. Una droga difícil de dejar si te agarra: «Lorena no siente pena por nadie/a Lorena nadie le debe un favor./ Desde nena que a Lorena le enseñaron/ que en la vida nunca es nada por amor». Sí, es la droga, me digo mientras sirvo otro whisky, pero lo que me emociona es la referencia mutante a las ex novias, a las mujeres que nos cambiaron la vida. Las que no odiamos, ni pretendemos y que son un boomerang que no sabemos cuándo volverá: «Lorena no es de aquellas que dan pena, / no dejes que tu ángel te abandone./ No existe el odio, no existe el recuerdo./ Hoy es hoy y siempre será hoy». Y el estribillo infaltable para que sea una gran canción, nos recuerda a cierta lírica de Dylan cuando le dice a alguien que si va a la feria del Norte busque a una chica y le diga que él aún la recuerda: «No te olvides de decirle si algún día pasás/por la puerta de la casa de Lorena/que sigo vivo y nunca me olvidé de recordar». Sí, exacto.