Formas de volver a Zambra

En Alien tres la teniente Ripley acaba en un planeta donde se ha construido una penitenciaría que está habitada por fanáticos religiosos con reglas estrictas (como sucede en los locales de fast food). Ripley llegó en una nave que vino viajando por el espacio y que tuvo la suerte o la desgracia de caer de cabeza en ese lugar. Unos presos que recorren la zona la descubren y la sacan de adentro del chasis destruido donde también viajaban otros cosmonautas que han muerto con el aterrizaje frontal. Cuando se recupere y tenga que entender qué fue lo que sucedió, Ripley irá hasta la nave destruida y de adentro de la chatarra espacial rescatará la cabeza de un androide con forma humana. Ripley la sintonizará como si buscara una señal de radio. La cabeza del androide cobrará vida y le relatará lo que les pasó. Mientras leía los artículos que componen No leer, el libro de Alejandro Zambra editado por la Universidad Diego Portales, tuve una sensación que me trajo a la mente esa escena de Alien tres. Porque si bien el libro se lee como un todo, entre artículo y artículo —mientras uno sumerge la cabeza y los ojos en la prosa de Zambra— se siente que cada uno tiene un valor en sí mismo, una sensación de lectura vertical, no horizontal, la sensación de que la negritud y el silencio del universo nos rodean para prestar atención a cada uno de ellos, la idea de que un minúsculo artículo o la cabeza de un androide nos depara una explicación para todo. Bosquejos, ensayitos, cuentos camuflados en ensayos (a la manera borgeana) y toda una forma intensa de reflexionar y encantar a los lectores como sólo la escritura que le escapa a los lugares comunes puede hacerlo.

Zambra elige ponerle a su libro de lecturas No leer. Mientras cuenta cómo la tiranía de ejercer la crítica (y tener, por eso, que leer muchos libros malísimos) lo hizo casi convertirse en un crítico oficial de su generación, también hace hincapié en la alegría de —cuando tiró la toalla y renunció a las reseñas fijas— no tener que soportar más las lecturas soporíferas y la indignación de los escritores sancionados a los que a veces cruzaba en bares ocasionales o presentaciones de libros. Zambra se considera más un lector que escritor. Pareciera que las lecturas intensas y largas, fuera del tiempo, hacen que, de vez en cuando, el escritor drene esos pequeños textos que son sus novelas y ensayos. Alejandro Zambra publicó dos relatos cortos: Bonsai (2006) y La Vida privada de los árboles (2007) y recientemente uno un poco más extenso llamado Formas de volver a casa (2011). Los artículos de No leer fueron publicados en 2010. Leer estos trabajos como si fueran una forma secundaria de escritura del Zambra novelista puede ser un error. Una ilusión óntica u óptica. No leer no es un libro parasitario de los trabajos mayores que le dieron resonancia a su escritura. No: es un libro central en su trabajo, a la par de las miniaturas líricas que el escritor chileno ha venido publicando en los últimos años.

Durante mucho tiempo, Chile tuvo la desgracia de considerarse un país de un solo poeta: Pablo Neruda. No había nada que pudiera escapar a la verba del poeta comunista. Neruda todo lo comía, lo metabolizaba y lo excretaba por su ano hiperbólico. Por suerte, esta versión tranquilizadora que llevó a muchos críticos chilenos a decir que Chile era un país de poetas, así como se dice que el suelo cubano produce buen tabaco, fue insostenible. Zambra lee la tradición chilena lateral a Neruda: Nicanor Parra, Enrique Lihn, Juan Luis Martínez. Va moviendo el dial hasta que, como decía Osvaldo Lamborghini, «¡en tanto poeta zas! novelista». Así llega a Roberto Bolaño, pasando por escritores clásicos como Adolfo Couve y su formal Cuarteto de la Infancia. A diferencia de los hinchas de River, Zambra celebra el descenso, la caída desde las alturas de Machu Picchu: «La obra de Bolaño cuenta la historia de un poeta resignado a ser novelista, un poeta que desciende a la prosa para escribir poesía», escribe en un ensayo fragmentario sobre el chileno casi mexicano. Pone el ojo en los escritores «menores» los que fueron y van contra las grandes corrientes consagratorias. Por eso habla —mucho— de Juan Ramón Ribeyro: «Mientras sus colegas escribían las grandes novelas sobre latinoamérica, Ribeyro, el orillero del boom, daba forma a decenas de cuentos simplemente magistrales, que, sin embargo, no llenaban las expectativas de los lectores europeos». Así que por un lado van los escritores «orilleros» y por el otro se desmarca del nerudismo: «Lo que Neruda inventó fue, en realidad, un balbuceo elegante, un fraseo literario que favorece el rodeo y la eterna divagación. La antipoesía nos salvó de esa retórica instantánea». Y en uno de los puntos altísimos del libro, un cuento escondido en un ensayo que se llama Buscando a Pavese (y que estaría bueno leer en conjunto con un relato de Piglia llamado «El pez en el hielo», donde Renzi también sigue los pasos de Pavese) dice el Zambra personaje que está en Santo Stefano Belbo: «Alguien nacido en el país de Neruda no debería hacer este viaje. Crecimos en el culto al poeta feliz, crecimos con la idea de que un poeta es alguien que suelta sus metáforas a la menor provocación, que acumula casas y mujeres y dedica la vida a decorarlas (a las casas y a las mujeres) con mascarones de proa y botellas de Chivas de cinco litros».

Juan Luis Martínez fue un poeta chileno que publicó un libro llamado la Nueva Novela, que produjo un viraje genial en la literatura trasandina. El libro en cuestión es un conjunto de poemas propios, textos de otros reversionados, hojas transparentes con escrituras en idiomas foráneos, versos casi algebraicos y collages y pinturas como los de la poesía concreta. Arte físico, libro objeto, conceptual, que viene de los Antipoemas de Nicanor Parra y que inauguró lo que se llamó la escena de avanzada, todo una nueva forma de hacer poesía en Chile. El libro de Juan Luis Martínez tenía enganchado, en una de sus páginas, un pequeño anzuelo. En un texto que se llama «Elogio de la fotocopia», Zambra cuenta cómo con sus amigos hicieron una versión duplicada de este libro: «Por mi parte, la mayor joya bibliográfica que tengo es un peregrino ejemplar de la Nueva Novela, el inimitable libro-objeto de Juan Luis Martínez. Lo fabricamos entre varios, convertidos de nuevo en esforzados alumnos de técnicas manuales. El resultado fue una mesa bastante coja, pero nunca voy a olvidar lo bien que la pasamos en esas semanas de tijeras, anzuelos y fotocopias». Yo veo en este hecho —unos jóvenes escritores reproduciendo un libro inhallable y genial— toda una escena de conversión. Iba a poner «de iniciación» pero para mí hay algo religioso en esto. Y definitivo. La literatura como algo que se escapa de la literatura, la idea de copiar, mixturar, versionar otras voces como centro del trabajo artístico, la necesidad de no tener que representar a un país ni a una moda ni a nada. La sensación lúdica y colectiva de armar con los amigos un juguete rabioso y mortal.