La montaña
Hago una traducción rápida de estos versos de T. S. Eliot: «Yo debería haber sido/ un par de garras afiladas/ corriendo por los fondos de mares silenciosos». Este verso aparece formando un díptico en el medio de un largo poema que inaugura la gran poesía moderna: La canción de amor de J. Alfred Prufrock. El poema está construido siguiendo los pasos de los versos de Jules Lafforge, a quien Eliot le afanaba sin piedad produciendo estos covers geniales. Siempre me gustaron estos versos, mucho, porque la imagen que transmiten es una especie de cámara subjetiva donde uno ve las garras (de uno, del poeta, del insecto, de lo que sea) y ve, también, el fondo del mar y el correlato objetivo de una emoción particular para el que escribe el poema, pero universal para los miles de lectores que se toparon con él. Es algo muy difícil: transmitir una sensación imprecisa aun para el poeta y que esta, por el contrario, no se pierda sino que se agudice en los lectores, cada uno a su manera, siguiendo su experiencia personal. Lo mismo me pasó muchas veces con los versos de las canciones de Spinetta. «Qué calor hará sin vos en verano», de Cementerio Club o «Platos de café, platos de café», que se repite en la Cantata de Puentes amarillos. Parecen graffiti crípticos escritos en las cuevas de nuestra prehistoria emotiva. Pero que a veces, por su sencillez ilusoria, se vuelven polisémicos y vitales. Hay una canción de Spinetta que, desde que la escuché me maravilló. Se llama «La Montaña»: «Hablaré con el jardín,/ hablaré con el que se fue/ todos quieren mi montaña/ todos quieren mi montaña». Parece el lamento de un ambientalista. Pero de golpe dice: «Andaré por el corral/ donde no hay cautivos ya/ pagarán por mi montaña/ pagarán por mi montaña». La lírica y la música están sostenidas por un pentagrama electrónico, que le da a la canción cierto aire de fin del mundo. Spinetta compone con máquinas, pero las humaniza, las derrota. Los cautivos que se van del corral es una imagen intensa. ¿De qué estará hablando? ¿Por qué van a pagar por su montaña? Pensaba todas estas cosas hasta que me junté a cenar con Dylan Martí, un íntimo amigo de Spinetta. Le pregunté: Dylan, ¿qué es la montaña? Y él, como si fuera un koan zen, me dijo: «Era una montaña de ropa sucia que tenía Spinetta en su cuarto donde componía».