La venganza de Palito
¿Quién es la persona que está ocupando el lugar de Charly García? Esta es la pregunta que nos hicimos con un grupo de amigos mientras pasábamos un domingo frío y lluvioso. Se expusieron muchas conjeturas: unos pensaron que el hombre que está ocupando el lugar del ex Sui Generis es el padre de Diego Maradona. La idea prendió por un rato pero después —mientras lavábamos los platos post-fideos con tuco— la descartamos. Yo desarrollé una teoría con cierto tono paranoico a lo Phillip K. Dick. Esta teoría dice que Palito Ortega (hombre repudiado por los rockers argentos y acusado de facho, cantorcito que va a contramano, mediocre cantante, botón y demás) había armado una venganza letal contra estos muchachos al abducir a Carlos García Moreno, meterlo en formol y reenviarlo a los escenarios como su pupilo. Algo totalmente impensado en los años en que reinaba el bigote bicolor destruyendo hoteles. ¿No encarnaba Palito Ortega todo lo contrario al concepto Say No More? ¿Pero qué carajo es el concepto Say No More? Lo cierto es que Palito Ortega tomó al pie de la letra un patrón estético popularizado por Leónidas Lamborghini: «Hay que tomar la distorsión y devolverla multiplicada». Y tomó a Charly y lo devolvió multiplicado: está en todos los medios, en los afiches de los aeropuertos, en las bocas de sus felices músicos, en los ring tones de los celulares, en las radios donde pasan un tema malísimo que parece que compuso antes de la captura Orteguiana. Y en Lima, Perú, dicen los que fueron que dio un concierto genial. Pero cuando uno observa las imágenes y el audio de ese bendito concierto, tiene la sensación de que las personas que fueron a verlo y escucharlo cayeron bajo la ilusión de algún tipo de droga —como ese guiso que les sirvió Jim Jones a sus feligreses— que afecta la conciencia y hace que veas lo que el señor Lopérfido quiere que veas. Porque esta es otra de las grandes vueltas. La Gran Llanura de los Chistes es el lugar donde todos pueden volver. Hasta hay un canal de televisión que se llama así: «Volver». No es un ejercicio melancólico, es simplemente, «volver». Vuelve Matías Almeyda a River y se pone en el centro del campo como si no pasara nada. Vuelve Soda, Los fabulosos vuelven. Y hasta en un relato de Quique Fogwill vuelven los muertos de la guerra en el último tren de la noche. Pero lo de García supera todos los límites. Casi no puede cantar y apenas puede moverse. Como le pasaría a cualquiera después de soportar una gran paliza de alcohol y drogas en el cuerpo. Su cara está inflamada y su mirada ida, pero igual hace cortes de manga —en cámara lenta— como si alguien lo activara desde una consola. Todos deberíamos tener derecho a bajar del escenario, a salir del cono de las luces del ring, a saber que no es necesario que estemos corriendo en la cinta día y noche, porque, la verdad, el mundo puede prescindir de nosotros. Millones y millones de años de la gran historia humana en verdad caben en la cabeza de un alfiler.