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“Aquel verano… Oh, aquel verano sí que fue especial y diferente en Cabañas Raras.” Éstas solían ser más o menos, coma arriba, coma abajo, las palabras con las que comenzaba su historia cualquiera que se animase a recordar los acontecimientos que alborotaron durante una larga temporada al pueblo. No es de extrañar, porque ocurrieron muchas, muchas cosas.

El sordo Jonás, que había asumido sin que nadie se lo pidiera el papel de cronista oficial de los hechos, trataba de resumirlo así:

“Todo empezó cuando alguien se llevó unos diamantes valiosísimos del museo Tosen Tos, situado a pocos kilómetros hacia el norte. Durante varios días, miembros de la policía rastrearon la zona de arriba abajo, dando lugar a más de un desbarajuste, pero sin ningún resultado, al menos al principio. Luego Guillermo Kasín tuvo la idea de organizar una exposición de fotografía. ¡Ésa sí que fue buena! A raíz de ello, recibimos la visita de gente de lo más extravagante. Vino un actor muy famoso… y la mismísima Caperucita Roja… y una vaca descoyuntada… y una banda de ladrones llorones a los que ya teníamos el honor de conocer y no porque hubieran estado haciendo turismo por aquí, precisamente. Para complicar las cosas, alguien robó una furgoneta… y desapareció el conejo amarillo de Mimo el mimo… y más de uno descubrió cuál era su vocación auténtica… y se puso de manifiesto que incluso los más honrados pueden llegar a cometer actos muy poco convenientes… y Clara Toalla se tiñó y se retiñó el pelo varias veces… y el inspector Genaro perdió los nervios y muchas horas de sueño… y hubo una invasión de periodistas y de cámaras… Y Reparatejados…”

El relato del sordo se hacía interminable, sobre todo cuando el que lo escuchaba era tan incauto para dejar que, entre anécdota y anécdota, Jonás incluyera algunas de las historias sobre el holandés que conoció en la legión.

Y es que aquel verano…