Capítulo 10

Aparte de lo que en el pueblo se conoció como el “gran robo” del hotel, que concluyó con una larga persecución en pos de los ladrones, lo normal es que nunca ocurriera nada en Cabañas Raras. Ése fue el principal motivo por el cual el inspector solicitó destino allí y no en otro lugar. Genaro aborrecía los bullicios, los líos y las tensiones. Su gesto irritado lo indicaba a las claras.

Una vez en la comisaría, el inspector ocupó su sillón, tamborileó durante unos minutos con los dedos sobre la superficie de su mesa y, por fin, miró crispado a los allí reunidos.

—Tú, Guillermo —dijo—, dime qué es todo ese lío de la furgoneta y de las fotografías robadas. Empiezo a hartarme del asunto de la exposición, te lo advierto.

Guillermo se apresuró a explicarse:

—Sólo entramos unos minutos al hotel, Genaro —gimió—. Tan sólo unos minutos para enseñarle dónde tenía que poner las fotografías. Y cuando salimos ya no estaba. Alguien la tomó, estoy seguro. Si fue un intento de robo o una diablura, no lo sé.

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—¿Quieres decir que la furgoneta fue cambiada de lugar?

—Sí.

—Bien… No tiene mucha lógica, no. ¿Y ha desaparecido algo?

—No lo sabemos. No nos has dado oportunidad de comprobarlo.

—Tú, chaval, vete a mirarlo. ¡Acompáñenlo! —añadió, dirigiéndose a los policías gemelos.

Apenas abandonaron el despacho, el inspector se volvió hacia el niño de la vaca.

—¿Y tú? ¿Eres el gracioso del pueblo o algo así? ¿Qué es eso de hacernos correr a todos detrás de una vaca?

El niño se encogió de hombros asustado. Guillermo Kasín intervino:

—Debía de referirse a la vaca descoyuntada que se pasea por nuestras calles últimamente.

—¿Una vaca descoyuntada? ¿De qué estás hablando?

—Fue Jonás el que me informó del tema: hay un animal un tanto extraño por ahí, Genaro. Reparatejados me lo confirmó hace unos días.

—Se le habrá escapado a alguien, ¿no?

—No lo sé.

—Esa vaca es muy rara —interrumpió el niño.

—¿Qué quieres decir con “muy rara”?

—No sé —contestó pensativo el niño—. Es como si estuviera partida y al mismo tiempo no lo estuviera. Yo sólo la he visto de lejos, siempre de noche. Debe de esconderse durante el día.

—Pero, según parece, se ha dejado ver hace un rato.

—Sí…

—Ya.

El silencio que sobrevino fue interrumpido por el regreso del chico de la furgoneta y los policías.

—Está todo —afirmó el chaval—, aunque muy descolocado. No parece que hayan roto nada.

Guillermo Kasín suspiró de alivio.

—¿Podemos ir a guardar las fotos?

Genaro asintió cansado. Señaló al niño de la vaca:

—Tú también puedes irte. De todas formas, quiero que sepas que te vigilaré muy de cerca. No me gustan los bromistas.

Apenas salieron, Genaro miró a sus ayudantes:

—¿Qué piensan ustedes de todo esto?

—Que es un lío —contestó uno.

—Un buen jaleo, sí, señor —apoyó el otro.

—¿Habían oído algo sobre esa vaca descoyuntada?

Los dos hermanos asintieron al unísono.

—No me resulta fácil establecer qué relación puede haber entre ambas cosas pero lo cierto es que la furgoneta fue cambiada de sitio y, al mismo tiempo, el niño descubrió la famosa vaca. Una vaca que, según tengo entendido, antes sólo había sido vista de noche.

—En efecto.

—Sí, señor.

—Sin embargo, es difícil creer que una vaca, por muy extravagante que sea, se dedique a conducir furgonetas, ¿no? —Genaro rio con ganas de su propio chiste.

—Pues en no sé qué país de África descubrieron hace poco un animal del estilo de un pollo que sabía cuatro idiomas —intervino Mecha—. Lo leí en una revista.

—Y en la televisión el miércoles pasado hablaban de un elefante que bailaba tango. No sacaron imágenes, eso es verdad. Quizás era un elefante vergonzoso o poco fotogénico —apuntó Chema.

Genaro pestañeó. Su sonrisa se transformó en una expresión muy seria.

—No creerás esas tonterías, ¿verdad?

—¿Por qué no? ¿Se imagina…? —comenzó Mecha.

—Nuestro pueblo se haría famoso —continuó Chema—. Vendrían los medios de comunicación de todo el mundo a informarse sobre el tema. Tendré que cortarme el pelo, por si me hacen una entrevista.

—“La vaca conductora de Cabañas Raras”, dirían los titulares —siguió Mecha—. Sí. Yo también me lo cortaré.

—¡Copión! —acusó Chema.

—¿Copión yo? Pero si…

El inspector ignoró la discusión de los hermanos. Estaba aterido del susto.

—Esto se nos llenará de gente que dará al traste con el ambiente pacífico que tanto nos ha costado conseguir. ¡Imposible! —gritó de pronto golpeando con fuerza la mesa—. Hay que aclarar este asunto antes de que a algún listo se le ocurra propagar ese rumor. Hagamos un croquis.

Genaro arrancó una hoja de su cuaderno y empezó a apuntar, comentando en voz alta:

—Vaca, dos puntos. —Y subrayó la palabra—. Vayan diciéndome lo que sepan de ella.

—Sólo se la ve de noche.

—Nocturna —anotó el inspector.

—El pelaje de su lomo no es muy normal.

—¿A qué se refiere? —Genaro levantó la vista del papel.

—Pues a que las manchas de su piel son demasiado parecidas, muy redondas. Demasiado uniformes, vamos.

—Sigan —ordenó el inspector, tomando nota.

—No mueve el rabo —apuntó Chema.

—Si no fuera una barbaridad, yo juraría que está partida por la mitad. Eso parece por la forma que tiene de andar —añadió Mecha.

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—Bien pensado… —dijo Chema—. Una vaca que sabe conducir necesita poder doblarse con cierta facilidad. Aunque sólo sea para sentarse ante el volante y apretar los pedales…

—¡Deje de decir sandeces! —le recriminó Genaro—. ¿Algo más?

—Los cuernos. Son demasiado grandes para una vaca. Parecen los de un toro.

—A lo mejor es un toro —insinuó el inspector.

—No, ni hablar. Es una vaca. No olvide que somos de pueblo y distinguimos esas cosas, jefe.

—¿Ustedes la han visto o hablan de oídas?

—La vimos el otro día al salir del cine.

—¿Y por qué no me comentaron nada?

—No me pareció importante. Recuerdo que se montó una escandalera tremenda cuando un grupo de chavales trató de darle alcance. Cosas de críos, ya sabe. El bicho corría de una forma de lo más rara, eso sí.

—¿Rara?

—Sí. Balanceándose, estirándose y encogiéndose. Sin ritmo, en una palabra.

—¡Ah! —añadió Chema—. No muge. Eso es lo más llamativo de todo.

—Bien… —Genaro hizo los últimos apuntes y luego se mordisqueó las uñas, pensativo—. ¿Algo más?

Los dos policías negaron con la cabeza.

—Comuníquenme cualquier cosa que recuerden. Pasemos a otro tema. La furgoneta, dos puntos —dijo, escribiéndolo al mismo tiempo en el papel y subrayando de nuevo.

Tanto Chema como Mecha se encogieron de hombros:

—Sabemos lo mismo que usted, jefe.

—Aparcada en la plaza… —anotó el inspector—. Cambiada de sitio durante los pocos minutos que permaneció sin vigilancia… Recuperada en una de las bocacalles cercanas… El que lo hizo aparca fatal… No desapareció nada… Todo descolocado… Sin daños aparentes. ¿Se les ocurre algo más que añadir?

Los dos policías negaron de nuevo con la cabeza.

El inspector caviló un rato. Sobresaltó a sus ayudantes cuando se dio un palmetazo en la frente:

—¡Uno!

—¿Uno? —preguntaron sorprendidos los gemelos.

—¡Sí! ¡Uno! —repitió muy excitado Genaro—. ¿No les parece sospechoso que justo unos días después de que ese tipo regresara por aquí, comiencen a pasar cosas raras?

—Bien pensado…

—… a lo mejor tiene razón.

—¿Alguien ha vuelto a ver a ese hombre?

Hubo un tercer movimiento negativo de cabeza por parte de los dos policías.

—Salgan a buscarlo —ordenó el inspector—. Mientras, yo me quedaré aquí pasando en limpio mis anotaciones.

Los dos policías obedecieron con cierta lentitud. Se miraron, asintieron y preguntaron a un tiempo:

—¿Ahora? Es la hora de comer, jefe.

—¡Ahora mismo!

Chema y Mecha salieron refunfuñando por lo bajo.