Capítulo 13

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El inspector Genaro estaba tan preocupado por el tema de la vaca descoyuntada que, desde hacía varios días, era incapaz de dormir. Eso era algo que no le había ocurrido jamás y, de hecho, comenzaba a plantearse la posibilidad de ir al médico. En cuanto conseguía quedarse adormilado, le asaltaba la imagen de una vaca que corría con cada pata hacia un lado. Tras ella aparecía una marabunta de gente cargada de cámaras tratando de entrevistarla. El tumulto que se organizaba en su sueño era tal que despertaba tembloroso, con la frente perlada de sudor.

Clara se lo encontró paseando nervioso de un lado para otro de su oficina. El gesto con que la recibió no fue demasiado cordial y ella estuvo a punto de volverse a marchar, murmurando una excusa torpe. El recuerdo de la imagen de Mimo gimiendo se lo impidió.

—Buenos días —dijo.

—Buenos días —contestó el inspector, frunciendo el ceño—. ¿Ocurre algo?

Clara titubeó.

—Vengo a presentar una denuncia —afirmó, tratando de que no se le quebrara la voz.

—¿Una denuncia? ¿Qué es lo que pasa ahora? ¿Acaso tenemos un oso pardo que canta ópera y sabe coser? —preguntó el inspector rabioso e irónico.

—¡Ejem! —Carraspeó Clara—. Pues no. No se trata de un oso. En realidad vengo por un conejo.

—¿Un conejo? —El inspector Genaro abrió tanto los ojos que Clara pensó que se iban a caer al suelo.

—Es el conejo de Mimo el mimo —comenzó la chica, hablando a toda velocidad—. Conejo Conejo se llama. Colaboraba en su espectáculo y ahora ha desaparecido. Mimo está convencido de que se lo han robado. Está pintado de amarillo, por si le sirve de algo a la hora de iniciar las investigaciones.

El inspector se sentó temblando en una silla.

—¡Será posible…! —exclamó—. Pero ¿qué es esto? ¿Acaso Cabañas Raras se ha convertido en una reserva de animales superdotados y yo no me he enterado? ¿Acaso…?

Se interrumpió ante la entrada apresurada de Guillermo Kasín, que parecía muy emocionado:

—¡Traigo una noticia fantástica! —profirió éste, rojo por la excitación—. El interés por la muestra que hemos organizado es tal que vamos a recibir la visita de Camilo Lomica. ¡Acabo de hablar por teléfono con él!

—¿Camilo Lomica? ¿Quién es ése? —preguntó Genaro, todavía tembloroso—. ¿Un ciervo pintor? ¿O quizás un puerco espín que traduce versos del japonés?

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—¿Camilo Lomica? ¡Oooohhh! —intervino Clara tan encantada o más que su jefe.

Todo el mundo conocía a Camilo Lomica, incluido el inspector, a pesar de su escaso interés por el mundo del cine. Estaba claro que sus preocupaciones lo habían despistado.

—¡Camilo Lomica! —repitió Guillermo Kasín, mirando sorprendido a Genaro—. ¡El actor que…!

—¿Has hablado personalmente con él? —interrumpió Clara muy alterada—. ¿En serio que era él?

Kasín tomó asiento sonriente.

—Pues sí. Coincide que está haciendo una gira muy cerca de aquí para promocionar su última película. Garras desgarradas, creo que se titula, y alguien le habló de nuestra exposición. Llegará esta misma tarde, a las cuatro.

—¿A las cuatro? —se horrorizó Clara mirando su reloj—. ¡Pero si ya son las doce! ¡Tengo que ir a la peluquería! ¡Tengo que comprarme un vestido nuevo! ¡Tengo que…! —Clara se marchó corriendo.

—¡Te espero a las tres y media en mi casa! —voceó Guillermo, asomándose por la ventana.

Clara hizo gestos de asentimiento sin dejar de correr.

Guillermo Kasín se volvió hacia Genaro. Observó que éste había palidecido y se secaba el sudor que le inundaba el rostro con la manga del uniforme.

—¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?

Genaro lo miró. Sus ojos habían enrojecido:

—¿A qué viene ese tipo? —chilló de pronto—. ¿Es que no tengo suficiente con la vaca y con el conejo? ¡Esto es una conjura! ¡Pretenden convertir Cabañas Raras en una jaula de grillos! ¡Con lo tranquilos que estábamos…! ¡Tenía que haberte prohibido organizar la exposición! ¡Todos los problemas comenzaron a raíz de tu maldita idea! ¿Por qué no te dedicas a atender a tus clientes y nos dejas en paz a los demás?

A pesar de lo sorprendente de aquella exposición, Guillermo Kasín no abandonó su actitud tranquila.

—Deberías tomarte unas vacaciones, Genaro. Eso es lo que deberías hacer. De una temporada a esta parte te noto un poco estresado.

—¿Es que no te das cuenta? ¡Aparecerán miles de periodistas! ¡No tengo suficientes hombres para mantener el orden!

—Si te consuela —comentó Guillermo levantándose para marchar—, Camilo Lomica viene de riguroso incógnito. Eso fue lo que me dijo.

El dueño de Rarotel no mentía, aunque lo cierto era que, apenas conoció la noticia de aquella visita, él mismo se apresuró a hacer varias llamadas a la televisión, a la radio y a los periódicos, fingiendo ser el representante del actor.

—¿De incógnito? No creo que un tipo tan conocido como él pueda ir de incógnito a ninguna parte.

—Estás nervioso, Genaro. Hazme caso y tómate un calmante. En serio te lo digo. —Y, sin añadir una palabra más, Guillermo se fue corriendo a casa, a prepararse para la gran ocasión.