Capítulo 15

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El descapotable de Camilo Lomica brillaba tanto que algunos lo confundieron con una nave espacial. Lo conducía el propio actor acompañado de dos hombres inmensos que permanecían muy tiesos en el asiento de atrás: sus guardaespaldas, sin duda.

Camilo Lomica detuvo el coche frente a las escaleras de entrada a Rarotel. Sin molestarse en abrir la puerta, se deslizó fuera de un salto. Su “proeza” fue recibida con grandes muestras de admiración y numerosos aplausos. Lomica se colocó junto a Kasín y las dos mujeres que lo estaban esperando. Saludó a diestra y siniestra con los brazos muy en alto y una sonrisa espectacular, permitiendo que las cámaras disparasen sus flashes hacia él una y otra vez y contestando muy rápido a las preguntas de los periodistas. Luego se volvió hacia sus anfitriones, a quienes estrechó la mano como si los conociese de toda la vida.

—Soy Camilo Lomica —manifestó algo rimbombante—. Me siento feliz de estar aquí, en este ambiente tan real, tan bucólico, tan idílico, tan… tan…

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Nuevos aplausos, más entusiastas que los anteriores si cabe, recibieron sus palabras.

Guillermo Kasín, a su vez, trató de hacer las presentaciones.

De hecho había preparado un breve discurso de bienvenida. Estaba desdoblando la hoja de papel en la que lo había escrito cuando sonó el teléfono móvil que el actor llevaba colgado del cinturón.

—¡Vaya! —dijo. Y, con sus dos guardaespaldas pegados a los talones, se introdujo en la recepción del hotel para contestar con tranquilidad la llamada. Kasín se quedó con la palabra en la boca y el papel entre las manos sin saber muy bien cómo reaccionar.

Clara Toalla le dio un empellón:

—Vamos adentro —propuso—. No pintamos nada aquí.

Guillermo frunció el ceño. Le había costado mucho esfuerzo escribir su discurso y quería pronunciarlo. Sin embargo, entendiendo que éste no tenía demasiado sentido sin la presencia del actor, siguió el consejo de la joven. Camilo Lomica estaba sentado en uno de los sillones de la recepción, escuchando divertido por el auricular, haciendo gestos y lanzando breves “ajás” de cuando en cuando. Aún tardó un rato en colgar su teléfono. Los anfitriones aprovecharon su silencio para acerarse a él:

—Soy Guillermo Kasín —balbuceó muy nervioso éste—. Mi mujer… y la señorita Toalla, guía de la exposición.

—Encantado, encantado —respondió sonriente el actor con aspecto de no haberse enterado de nada. La dentadura le brillaba tanto como su impresionante descapotable—. ¿Podemos ir a ver las fotografías? Me temo que no tengo demasiado tiempo. Ya saben…, las obligaciones… los compromisos… Luego me gustaría dar una rueda de prensa y…

—Por supuesto —se apresuró a decir Guillermo—. Es por ahí.

En cuanto entraron en la sala de exposiciones Clara notó algo extraño que en un primer momento no supo concretar. Un escalofrío le recorrió de la cabeza a los pies cuando se situaron ante la primera fotografía.

—Esto… —vaciló— esto…

El móvil de Camilo Lomica volvió a sonar. Haciendo un gesto de disculpa, el actor se alejó hacia una esquina. Clara se volvió hacia su jefe, pálida.

—¡Alguien ha cambiado las fotografías! Éstas no son las… —se interrumpió y esbozó una radiante sonrisa. Camilo Lomica estaba de nuevo junto a ellos.

—¿Seguimos, por favor? —El actor clavó sus ojos en Clara, en su pelo más concretamente. Ella asintió, tomó aire y comenzó a explicar:

—En esta instantánea —dijo—, podemos ver que el autor ha querido recoger una muestra del ruralismo que… —El paisaje que debería aparecer allí había sido sustituido por una fotografía bastante más pequeña, algo borrosa, que mostraba una casa de campo. Un rebaño de ovejas y un hombre con sombrero de paja en primer plano completaban la imagen—… que caracteriza la zona.

Clara caminó hacia la segunda foto, tratando de no mirar a Guillermo Kasín. Éste llevaba ya un buen rato sudando. Para colmo, se le estaba revolviendo el estómago a causa del intenso olor de la colonia que se había echado encima. No le pasó por alto que Camilo Lomica evitaba su proximidad y arrugaba la nariz de cuando en cuando con aspecto reprobador.

—Naturalidad —comentó Clara Toalla entonces, mientras su rostro pasaba del blanco al amarillo—, naturalidad, pudor y sencillez es lo que expresa el autor en este retrato.

Camilo Lomica asintió con aire de entendido. Sus dos guardaespaldas profirieron un gruñido que nadie supo cómo interpretar.

—Pero si es la hija de… —profirió estupefacta la señora Kasín, que todavía no se había enterado de nada. Su marido la hizo callar utilizando el método del codazo en el vientre.

La joven desnuda de la fotografía original había dado paso a una chica apoyada contra una pared con una actitud que pretendía ser lánguida. Vestía un largo vestido de noche negro, bastante anticuado, y unos zapatos de tacón que sin duda le quedaban grandes. El rojo de sus labios destacaba por encima del resto de los colores.

Cuando se colocaron ante la siguiente instantánea se esfumaron las últimas esperanzas de Clara. Allí no quedaba ni una sola de las fotografías con las que se había inaugurado la exposición. Todas ellas habían sido cambiadas por otras que eran normales y corrientes, aunque de gran tamaño.

El teléfono de Camilo Lomica sonó por tercera vez.

—¿Quééé…? —le oyeron decir—. ¡Vale! ¡Vale! ¡Vale! ¡Voy para allá!

El actor se volvió hacia sus sudorosos anfitriones:

—Me temo que no puedo seguir admirando esta muestra tan magnífica —anunció—. Un principiante rastrero y mugriento pretende hacerse con un papel que sólo es posible para alguien como yo. —Su tono de voz se había elevado. A Clara le recordó su interpretación de Nerón en la película La Roma de los romanos—. Debo irme ahora mismo a arreglar este lamentable asunto.

Antes de que a alguien se le ocurriese una respuesta, se precipitó afuera, seguido por sus inseparables guardaespaldas. Guillermo, su mujer y Clara vacilaron sólo un momento, el tiempo suficiente para que su última imagen del actor fuera la nube de humo que escupió el tubo de escape del descapotable alejándose a toda velocidad.

Lo despidió un “¡Ooooohhhhh!” tan intenso como el que había celebrado su llegada, aunque esta vez el matiz era de desilusión. Los periodistas, más acostumbrados a ese tipo de situaciones, reaccionaron con rapidez y lo siguieron, desapareciendo tras él. La visita del famosísimo Camilo Lomica había concluido pasados apenas catorce minutos desde su entrada triunfal.

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