Mimo el mimo fue la única persona del pueblo que se desentendió por completo de todo lo relacionado con Camilo Lomica. Tras su conversación con Clara, se entretuvo un rato llorando, pero la indiferencia de los que lo rodeaban, que no le hicieron caso, lo obligaron a callar frunciendo el ceño. Por fin llegó a la conclusión de que él y sólo él tenía alguna posibilidad de encontrar a su conejo Conejo y decidió organizar un plan de búsqueda. Para ello, dibujó un plano del pueblo y comenzó a recorrer las calles pintando con un rotulador azul aquellas que iba dejando atrás. El registro que realizó fue muy intenso. Miró debajo de los coches, en el interior de papeleras y contenedores. Metió la nariz en todos los portales que encontró abiertos. Incluso se asomó por la boca de una alcantarilla a la que estuvo a punto de caerse de cabeza.
Alrededor de las tres de la tarde surgieron dificultades. La afluencia de gente atraída por la noticia de la llegada de Camilo Lomica era tal que a Mimo el mimo le resultaba casi imposible avanzar en sus investigaciones. Se dedicó entonces a abordar a aquellos con los que se cruzaba:
—¿Ha visto usted un conejo amarillo? —insistió una y otra vez. Las respuestas fueron siempre negativas:
—¿Un conejo? ¿Amarillo? Pues no —contestó uno.
—¿Un conejo con ictericia? ¿Para qué querría alguien un bicho así? —se preguntó otro.
—¿Un conejo? Yo iría a la carnicería. Aunque, si tiene que ser de ese color… —dijo un tercero.
—¿Un conejo amarillo? ¿Es una broma? —se mosqueó alguien.
Y así hasta que Mimo se cansó.
Muy cariacontecido, el muchacho se sentó a la sombra de un árbol. Durante un rato hizo grandes esfuerzos por ordenar sus pensamientos y no angustiarse más de lo debido. Los ojos comenzaron a cerrársele. Ya estaba quedándose medio dormido cuando se incorporó de un salto y chasqueó los dedos:
—¡Reparatejados! —gritó—. ¡Quizás él…!
De nuevo esperanzado, Mimo volvió a sumergirse en la oleada de gente. Se abrió paso a codazos, tropezando una y otra vez porque caminaba mirando hacia arriba. Finalmente, decidió subirse él mismo a los tejados.
La tarea fue más complicada y peligrosa de lo que había imaginado. Tardó buen rato en encontrar la forma de llegar y otro rato más en acostumbrarse a aquellas alturas. Allí arriba corría el aire con más fuerza que en el suelo, y Mimo se sentía perdido e inseguro. Para colmo, comenzaba a marearse.
—¿Se puede saber qué haces tú aquí? —preguntó de pronto alguien muy furioso.
Mimo tembló. Si una mano no lo hubiera agarrado con fuerza del brazo, obligándolo a sentarse sobre las tejas, habría caído.
—Estoy buscando a mi conejo Conejo —afirmó al cabo de unos minutos, sin atreverse a abrir los ojos, muy arrepentido de haber subido allí.
—¿A tu conejo? ¿El amarillo?
—Sí.
—¿Aquí?
—Sí, aquí —Mimo empezó a llorar. El mareo no se le pasaba y cada vez estaba más preocupado por su mascota.
Reparatejados suavizó su tono de voz. Al principio se había enfadado mucho al ver a un intruso paseándose por sus dominios. Tampoco le había gustado tener que abandonar su privilegiada posición, desde donde hubiera podido contemplar la llegada de Camilo Lomica con total comodidad.
—No lo he visto —comentó, haciendo que el llanto de Mimo arreciase—. Hace dos o tres días que no lo veo. Siempre estaba contigo, ¿no?
Mimo asintió con la cabeza.
—¿Se te pasa el vértigo? —preguntó de nuevo Reparatejados.
Mimo hizo un gesto de difícil interpretación.
—Lo primero que tenemos que hacer es bajar de aquí.
—¡No! —protestó el mimo—. ¡Yo no me bajo mientras no encuentre a mi conejo Conejo!
—¿Te has vuelto loco? ¡Lo único que vas a conseguir es caer rodando y romperte la crisma!
—¡He dicho que no me muevo!
Reparatejados suspiró. Por el rabillo del ojo, Mimo lo vio paseándose de un lado para el otro del tejado con una tranquilidad pasmosa.
—¡La vaca! —dijo de pronto, deteniéndose.
—¿La vaca? —Mimo no entendía nada—. Lo que yo he perdido es un conejo, no una vaca —aclaró.
—Quiero decir que a lo mejor la vaca descoyuntada tiene algo que ver con esto.
Incluso Mimo, que sólo prestaba atención a los animales pequeños, más apropiados para colaborar con él en su espectáculo, había oído hablar de la famosa vaca. Renacieron sus esperanzas:
—¿En serio?
—¿Por qué no? —insistió Reparatejados—. Es una probabilidad como otra cualquiera. Desde que esa vaca apareció por aquí, han ocurrido cosas muy poco habituales en Cabañas Raras.
—¿Y dónde está la vaca?
—En Rarotel —exclamó triunfal el otro—. La vi un rato asomada por una de las ventanas. Fue un momento antes de que te descubriera trastabillando por aquí como un tonto.
Mimo frunció la nariz, ofendido.
—Ven —dijo Reparatejados, agarrándolo de la mano—. Conozco una forma de meternos en el hotel sin arriesgarnos demasiado. Sobre tierra más firme, al menos para ti, iniciaremos nuestro plan de ataque.
No encontró resistencia esta vez. Mimo se dejó conducir, encantado de que su “aventura aérea” llegara a su fin.