Guillermo Kasín tenía la sensación de que se había quedado dormido y de que todo aquello era tan sólo una pesadilla. Se sentía cansado, sucio y sudoroso. Durante unos minutos contempló el sombrero rojo de su mujer agitándose de un lado para otro mientras ella se alejaba rumbo a casa. Cuando perdió de vista las últimas plumas, se volvió hacia Clara, cuyo aspecto era muy similar al suyo.
—Estoy algo despistado —comentó, por decir algo.
Clara asintió comprendiéndolo muy bien.
—Mientras esperábamos a que llegase Lomica —añadió—, vi a Uno, ese ladronzuelo diminuto que, estoy seguro, tiene mucho que ver con todas las cosas extrañas que vienen ocurriendo de un tiempo a esta parte en el pueblo. Genaro debió haberme tomado más en serio cuando le pedí que lo detuviera.
—Alguien cambió las fotografías —lo interrumpió Clara, sintiendo escalofríos al recordar el apuro que había pasado.
—También vi a la vaca descoyuntada —siguió Guillermo concentrado en sus propios pensamientos—. Digo yo que sería la vaca descoyuntada, vamos, aunque lo único que asomó fue la cabeza. Sí, sí que era, seguro. ¿Qué otra vaca haría algo así? Sólo nos faltaba tener dos vacas raras en el pueblo… ¡Estaba encima de mis narices! ¡En mi hotel, ni más ni menos! ¡Será descarada! Bien pensado, me reiría si no estuviese convencido de que todo esto puede perjudicar muy seriamente mi negocio.
—Creo que el asunto se está complicando, jefe —intervino Clara de nuevo, harta de escuchar sus divagaciones—. ¿Dónde están las fotografías auténticas, las que alguien sustituyó por esas mamarrachadas que acabamos de ver? ¡Qué vergüenza pasé! ¡No sé si seré capaz de superarlo alguna vez! ¡Menos mal que Camilo Lomica no pareció darse cuenta de nada! En cualquier caso, desde mi punto de vista estamos ante un robo a gran escala. Eso es lo que yo creo. ¡Menos mal que tuve la suficiente presencia de ánimo para explicar esas fotos absurdas con toda naturalidad! ¡Menos mal que…!
—Tenemos que movernos —resolvió Guillermo Kasín—; actuar de alguna manera. No vamos a conseguir nada lamentándonos de nuestras desgracias aquí plantados. Busquemos al inspector para contarle lo que está pasando.
Genaro frunció el ceño cuando vio a Clara y a Kasín dirigiéndose muy decididos hacia él. Los consideraba responsables de todos sus problemas, así que les dio la espalda.
—Están ocurriendo cosas muy extrañas, Genaro —empezó Guillermo.
—Y tanto —respondió el otro—. Ni siquiera en época de fiestas había visto a tanta gente en Cabañas Raras. Todavía no entiendo cómo he podido mantener el orden.
—Lo has hecho fenomenal —reconoció Kasín—. Pero en este momento…
Clara los interrumpió impaciente:
—Alguien ha robado las fotografías de la exposición. Eso es lo que ha pasado.
—¿Robadas? —Genaro mostró algo más de interés a su pesar—. ¿Estáis seguros?
—Claro que sí.
—¿Y qué le habéis enseñado a vuestra ilustre visita? ¿Por eso se marchó tan de prisa?
—No. Una cosa no tiene que ver con la otra —respondió Clara—. Camilo Lomica se fue porque recibió una llamada urgente. La verdad es que me ha decepcionado un montón —continuó pensativa la joven—. Creo que se comportó de una forma muy grosera y poco considerada. Y no es tan guapo como aparece en sus películas. Ya me habían comentado que el maquillaje y las luces hacen milagros en…
—Preferiría que te centraras en el tema de las fotografías —replicó Genaro cortando aquella avalancha de comentarios.
Clara enrojeció furiosa.
—Respecto a eso —dijo—, alguien sustituyó las originales por otras que muestran un gusto deplorable. Así de sencillo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza pasé! ¡Menos mal que…!
—¿Estás diciéndome que las cambiaron? —interrumpió el inspector.
—Pues sí.
—Bueno —replicó Genaro tras una breve pausa—. Primero quiero comprobar que los nervios no os han jugado una mala pasada. Vayamos al hotel.
—Y no te he contado lo peor —exclamó pesaroso Guillermo Kasín—. Vi a Uno escurriéndose entre la multitud.
El inspector se sobresaltó:
—¿Por qué no me avisaste?
—Te hice señas desde lo alto de la escalera, pero me ignoraste.
—¿Ignorarte yo? —Genaro enrojeció—. No me acuerdo. Quizás es que estaba ocupado —añadió con cierto sarcasmo.
—Quizás —Kasín no tenía ganas de discutir. Cada vez estaba más triste y cansado—. También vi a la vaca.
—¿A la vaca? ¿Dónde? —El inspector se detuvo en seco.
—En mi hotel. Sobre mis mismísimas narices. La descubrí asomándose por una de las ventanas del primer piso.
—¿Crees que seguirá allí? —preguntó Genaro reanudando el paso.
—No lo sé. Yo no la he visto salir —contestó Guillermo—. Pero lo cierto es que tampoco la vi entrar.
—¿Y si hubiera estado ahí todo el tiempo? —interrumpió Clara—. Las habitaciones 102 y 103 están cerradas desde el invierno pasado. Nadie las ha ocupado desde entonces.
—Podría ser —admitió Kasín—. Nunca se me ocurrió que tuviese que vigilar unas habitaciones vacías.
Llegaron a la sala de exposiciones. Entraron. Genaro inspeccionó el lugar parándose ante cada fotografía y tomando notas en su libreta. Aunque no recordaba demasiado bien las originales, era evidente que aquéllas eran otras. Una vez terminado el recorrido, gruñó varias veces.
—Me pregunto dónde habrán puesto las auténticas —murmuró al fin.
—¿Habrán puesto? ¿Crees que los ladrones son varios? Pensé que el responsable sería Uno.
—En este momento no soy capaz de ver cuál es la relación que ese tipo tiene con todo esto —reconoció el inspector—. En cualquier caso, los ladrones, por llamarlos de alguna manera, son unos cuantos. Muchos, diría yo. Haré unas cuantas llamadas —Genaro buscó un teléfono con la mirada. Guillermo le señaló el de la recepción—. Necesito un sitio tranquilo para organizar una pequeña reunión dentro de un rato —continuó—. También daré la orden de que registren tu hotel de arriba abajo.
—Que lo hagan con cuidado —suplicó Guillermo Kasín, siempre atento a su negocio.
—Tranquilo, tranquilo. —El inspector sonrió de pronto—. No tienes buena cara, Kasín. Quizá deberías tomarte unas vacaciones. Eso es lo que deberías hacer. De una temporada a esta parte te noto un poco estresado.
El aludido se encogió de hombros, pasando por alto el tono claramente irónico del inspector Genaro.