Chema y Mecha, los dos policías gemelos, encabezaban la patrulla encargada de registrar el hotel. Sus pesquisas no habían tenido demasiado éxito hasta el momento. De hecho, sus únicos hallazgos habían sido una pulsera de plata debajo de una cama y unos pantalones vaqueros muy arrugados en el fondo de un armario vacío.
También se dieron casi de bruces con Reparatejados y Mimo el mimo, que se habían metido en el hotel por una de las ventanas de la azotea.
—¿Se puede saber qué hacéis aquí? —preguntó muy severo Mecha.
—Estamos buscando a mi conejo Conejo.
—¿A un conejo? ¿Aquí? ¿Qué os hace pensar que podría haber un bicho de ésos en el hotel?
Reparatejados intervino antes de que Mimo protestara por la denominación de “bicho” dedicada a su mascota.
—Pensamos que su desaparición podría estar relacionada con la famosa vaca descoyuntada. Y sé que esa vaca está en Rarotel. La vi hace un rato.
—Todo eso está muy bien —dijo Chema—, pero estáis interfiriendo en nuestro trabajo. Debéis marcharos y dejarlo todo en nuestras manos.
—Yo no me muevo de aquí mientras no aparezca mi conejo Conejo —afirmó Mimo, cruzándose de brazos con firmeza.
—Escucha, amigo… —empezó Mecha. Pero el repentino codazo que le dio su hermano lo hizo enmudecer.
—¿Qué…?
—¡Calla! —Chema se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio.
Pasó medio minuto sin que nadie oyera nada.
—¿Por qué…? —volvió a preguntar Mecha.
—¡Shiiiiffff…!
Chema se acercó de puntillas hasta una puerta y la entreabrió con mucho cuidado. Los otros lo siguieron tratando de hacer el menor ruido posible.
—Creo que ahí fuera hay alguien —susurró Chema—. Voy a asomarme.
Apenas lo hizo soltó tal alarido que los demás, contagiados por su sobresalto, chillaron también aunque sin saber muy bien por qué. Chema cerró la puerta de un portazo y se apoyó contra ella pálido como la cera.
—¿Qué pasa? —Mecha apartó de un empujón a su hermano y salió fuera. La vaca descoyuntada se alejaba trotando por un extremo del pasillo.
—¡Vamos! ¡Tenemos que pillarla!
Mecha, Reparatejados y Mimo salieron corriendo detrás del animal. Chema el policía, mientras tanto, trataba de recuperarse del susto. La imagen de los ojos grandes y redondos de la vaca a escasos milímetros de su cara no se le iba de la cabeza.
—Casi me clava un cuerno en el ojo —musitó tembloroso, sentándose y abanicándose con la gorra—. Faltó un pelo, un pelo…
La vaca huyó moviéndose de una forma peculiar y extravagante, mientras la distancia entre ella y sus perseguidores se acortaba. De pronto, se detuvo. Genaro y Guillermo Kasín acababan de aparecer por el otro extremo del pasillo. Iban charlando y tardaron unos segundos en hacerse cargo de la situación.
—¡Alto ahí! —chilló el inspector buscando su pistola. No la encontró porque lo normal era que no la llevase encima. Sin embargo, se plantó en medio para evitar que la vaca pudiera escapar por ese lado.
Sobrevino un silencio. Nadie se atrevió a moverse. La vaca permaneció donde se había detenido. Todos la miraron con curiosidad. Era sin duda un animal muy poco normal. No sólo parecía deforme sino que, además, aparentaba sufrir de unos aparatosos retortijones de estómago. La piel de esa zona se estiraba y se encogía con violencia.
—Manos arriba —ordenó de pronto el inspector.
—¿Manos arriba? —Guillermo Kasín se volvió hacia él, atónito— ¿Cómo se te ocurre decirle algo así a una vaca?
Genaro no le prestó atención:
—Ya me han oído —insistió—. Salgan de ahí con las manos en alto.
La vaca comenzó entonces a hacer unos movimientos incomprensibles. Los cuartos traseros se fueron hacia la derecha y los delanteros hacia la izquierda. Luego se tumbó. Los retortijones aumentaron. Las patas se movieron desordenadamente, cada una en un sentido.
—¡Estoy harta! —protestó alguien de pronto. La voz parecía proceder de muy lejos.
—¡No sólo conduce sino que, además, habla! —profirió Mecha estupefacto—. ¡Es increíble!
El inspector resopló enfadado:
—¿Sería posible que dejases de decir tonterías? —preguntó, mirando a su ayudante con aspecto de querer fulminarlo.
—¡Ayúdenos! —gimió de nuevo la voz—. ¡Nos estamos ahogando! ¡Esta tonta ha metido su pie en mi boca! ¡Aparta el codo, caray!
Genaro se acercó a la vaca.
—¿Dónde está la cremallera? —preguntó.
—Por la zona de la barriga —indicó la voz—. ¡Dése prisa, por favor! ¡Debe de haberse atascado! ¡Desde aquí no puedo encontrarla!
Genaro no tuvo problemas para localizarla. Los demás, estupefactos ante todo lo que estaba ocurriendo, pudieron oír el ruido que hacía al descorrerla. Una cabeza muy roja y sudorosa asomó por la abertura.
—Pero… ¿qué clase extraordinaria de vaca es ésta? —exclamó Mimo, desbordado por el ritmo de los acontecimientos.
—¡Calla la boca, ignorante! ¿No ves que es un disfraz?
—¡Aquí no hay vaca que valga! —le recriminó Mecha, avergonzado de no haberse dado cuenta antes.
—¡Aire! —suplicó la jovencita desgreñada que surgía del interior del disfraz—. ¡Necesito aire!
—¡Sal de una vez! —protestó otra voz que no habían escuchado hasta el momento—. ¿Piensas quedarte ahí resoplando para siempre?
Antes de que la joven pudiera moverse, de entre la tela del disfraz salió dando saltos algo de color amarillo.
—¡Mi conejo! —chilló triunfal Mimo—. ¡Es mi conejo Conejo! ¡Esta vaca horrible se lo había comido! ¡Oh! —Y salió corriendo en persecución de su mascota, que ya se alejaba pasillo arriba.
Por último, apareció otra cabeza casi tan colorada como la primera. Guillermo recuperó el habla:
—Son Dos y Tres —murmuró asombrado reconociendo a las compinches de Uno.
—Exacto —confirmó el inspector—. Aquí tenemos a dos de los miembros de esa banda de ladrones. Si no me equivoco, han permanecido ocultas dentro de ese disfraz de vaca todo el tiempo.
Mecha ya se había acercado a las dos delincuentes y les colocaba las esposas.
—No les leo sus derechos porque creo que los conocen mejor que yo —dijo mientras las inmovilizaba—. ¿Se puede saber qué es lo que pretendían hacer esta vez?
—¿De qué nos acusan? —preguntó de pronto Dos, la mujer que aparentaba más edad—. ¿Acaso es un delito disfrazarse de vaca? Mucha gente se pone todo tipo de indumentaria en carnaval y que yo sepa eso no es motivo de detención.
—Tengo que llevarlas a la comisaría —intervino Genaro—. Quiero saber si se han fugado de la cárcel en la que deberían estar o si les han dado libertad condicional como a su jefe. También me encantaría conocer los motivos por los que han estado alterando el orden del pueblo durante tantos días, ataviadas de esa manera. ¡Ah! Y las acuso del secuestro… del robo del conejo de Mimo el mimo. Dudo mucho que el pobre animal se metiera con ustedes dentro de ese ridículo disfraz por su propia voluntad. ¡Vámonos!