Habían pasado varios días desde la tarde en que fueron detenidos Uno, Dos y Tres. Genaro y Guillermo Kasín estaban a la puerta de Rarotel y asistían en silencio al desmantelamiento de la exposición de fotografía. No tardó en unírseles el sordo Jonás.
—Buenas tardes, inspector. Guillermo… ¿Se llevan las fotografías?
Kasín asintió.
—Es una pena. Algunas de ellas me recordaban las que el holandés que conocí en la legión…
Guillermo y Genaro le dieron la espalda. Por una vez, Jonás se dio por aludido y cambió de tema:
—Debe de ser porque estoy algo sordo, pero creo que me he despistado un poco con los acontecimientos. ¿Qué es lo que pasó exactamente?
—Uno, Dos y Tres robaron los diamantes del museo Tosen Tos —explicó el inspector por milésima vez—. Pero estaban en libertad condicional y sabían que no podrían llegar muy lejos con su botín. Pronto se les consideraría sospechosos.
—Entonces fue cuando tomaron la decisión de ocultar los diamantes hasta que todo el jaleo hubiera pasado —continuó Guillermo Kasín—. Está claro que encima no los podían llevar.
—Mientras buscaban un lugar donde esconderlos —interrumpió Genaro—, pensaron que debían pasar desapercibidos. Ése fue el motivo por el que compraron los disfraces: el de vaca y el de Caperucita Roja.
—¿Los compraron? —el sordo Jonás no daba crédito.
—Sí. Los ladrones a veces se comportan de una manera muy curiosa —sonrió Guillermo.
—¿Y luego?
—Luego vieron la furgoneta con las fotografías —prosiguió el inspector—. Sabían que a nadie se le ocurriría mirar en la parte de atrás de éstas, así que se llevaron el vehículo unos minutos, los suficientes para esconder los diamantes.
—Por eso las fotografías estaban tan revueltas cuando apareció de nuevo la furgoneta —adivinó Jonás.
—Por eso —confirmó Guillermo Kasín.
—Durante unos días —dijo el inspector— la afluencia de gente a la exposición fue tal que les resultó imposible recuperar lo robado. Uno comenzó a ponerse nervioso. Para rematar el asunto, apareció Camilo Lomica y se produjo el “cambiazo”.
El sordo Jonás rio.
—Hay que reconocer que la historia se embrolló un tanto. ¿Y por qué robaron el conejo Conejo? —preguntó.
—Eso fue un capricho de Tres, la ladrona más jovencita de la banda —explicó Guillermo—. Dice que pertenece a la sociedad protectora de animales y que no podía soportar ver cómo Mimo el mimo explotaba al pobre bicho.
—¿Explotarlo? Mimo adora a su mascota —protestó el sordo Jonás ofendido.
—Ya. Pero Tres consideraba que un conejo debe dedicarse a retozar por el campo y a comer hierbajos. Su idea era quitarle de encima el color amarillo y soltarlo por ahí.
—Y mientras lo hacía y no, lo escondió dentro del disfraz de vaca que ella y Dos compartían —intervino Guillermo Kasín—. El conejo no hacía más que saltar y saltar, tratando de huir. Sus brincos fueron los que provocaron la impresión de que la vaca tenía retortijones de estómago.
—Exacto.
Los tres hombres permanecieron en silencio unos minutos.
—Cabañas Raras será un lugar muy aburrido ahora que se han terminado todas las emociones —suspiró por fin el sordo Jonás.
—Debería plantearme organizar alguna otra exposición, un congreso, quizá —comentó de pronto Guillermo.
Genaro lo miró con cara de pocos amigos.
—En cambio yo pienso que la tranquilidad y el aburrimiento tienen poco que ver. De momento, amigo, te vas a quedar quietecito. Pasarán muchos días antes de que yo recupere las horas de sueño que me has hecho perder.
—Está bien —aceptó el dueño del hotel mirando su reloj—. Bueno, tengo que irme. Tengo una cita con unos periodistas que quieren escribir un reportaje sobre la vaca conductora y el conejo bailón de Cabañas Raras.
—¿Estás hablando en serio? —se sorprendió el inspector—. Aseguraría que ha quedado claro que en esta historia ha habido de todo menos animales superdotados auténticos.
Guillermo rio a carcajadas:
—Tranquilízate. No les puedo hablar de eso, pero sí puedo contarles un montón de cosas sobre diamantes robados, disfraces y una banda de ladrones poco afortunados. Podrían titular su crónica algo así como… ¿“El muuu…sterio de la vaca descoyuntada”?
—El muuu…sterio de la vaca descoyuntada —murmuró el inspector—. Puede ser.
Y, sin añadir una palabra más, se alejó hacia la comisaría completamente decidido a que nada ni nadie le fastidiaran su merecidísima siesta.
—Esta historia me hace recordar la que el holandés… —empezó Jonás, contento de que todas sus dudas hubieran quedado por fin despejadas.
Guillermo Kasín suspiró.
—Me largo —dijo.
El sordo Jonás lo siguió:
—Pues como le iba diciendo…