Capítulo 9

 

 

 

 

 

Cuando yo tenía seis años, mi padre recibió el encargo de llevar el Ferrari GTO de 1962 de un coleccionista desde la zona de la bahía a Los Ángeles. Ya era el coche de mis sueños. Lo era desde que lo vi en un programa de televisión cuando tenía cinco años. Cuando mi padre recibió el encargo, prometió llevarme y lo hizo. Lo pasamos muy bien comiendo en gasolineras y hablando de coches y del porvenir de los vehículos eléctricos. Fue tan divertido que prometí, a mi padre y a mí misma, que cambiaría la forma de moverse de todo el mundo y que reconvertiría un Ferrari GTO de 1962 con mis manos. Mi padre se rio y me dijo que tenía poquísimas probabilidades.

–Después de todo, no tan pocas –comentó Jag.

–Yo diría que tan pocas como casarme con un príncipe –replicó ella con una sonrisa.

–Entonces, no es solo un coche, también es un sueño compartido con tu padre.

Rita dejó de sonreír y sacudió la cabeza.

–No, no era un sueño compartido. Resultó que solo era mío y un sueño que, al final, deseé un poco demasiado.

–¿Por qué?

–¿Aparte de casarme con un desconocido para alcanzarlo? –preguntó ella con ironía.

–Sí, aparte –contestó él riéndose.

Rita, que no supo por dónde empezar, tomó aire lentamente para ganar un poco de tiempo. Hasta que abrió la boca y empezó a hablar.

–Entré en la universidad cuando tenía diecisiete años y mis padres se sintieron felices. Fui el orgullo de la familia durante un tiempo, pero no se daban cuenta de que había trabajado tanto y con tanta decisión porque quería alcanzar un sueño concreto. No estaba esforzándome para que mi familia estuviera orgullosa. Sinceramente, no estaba esforzándome por nada. Estaba sobresaliendo porque perseguía una pasión que había bullido dentro de mí desde antes que pudiera hablar. Luché porque quería impresionar a todo el mundo trabajando con los objetos que más adoraba, no porque quisiera impresionar a nadie concreto. Sorprendí a todo el mundo no solo porque me graduase enseguida, sino porque me habían aceptado en una de las mejores universidades gracias a esa pasión y convicción.

–¿Enérgica y decidida tú…? –preguntó Jag en tono burlón.

Rita cerró los ojos, se rio y sacudió la cabeza.

–Lo sé, no es nada sorprendente. Lo que sí fue sorprendente, o al menos sorprendió a mi padre cuando se enteró dos años después, fue que, sin él saberlo, no me había matriculado en el preparatorio de medicina para llegar a ser ginecóloga sino que me había matriculado en un doble grado de ingeniería mecánica e informática. También le sorprendió que cuando se enteró, estaba a mitad de la carrera y era una de las mejores alumnas en las dos especialidades.

Jag silbó, algo impropio de él, y ella sonrió, pero con una expresión muy poco alegre. Hasta ella misma se impresionaba por lo atrevida que era esa historia cuando se contaba en voz alta.

–Sabía que estaba tratando con un genio chiflado, pero no sabía que tuviera tantos títulos. Sin embargo, me temo que a tu padre no le hizo mucha gracia cuando se enteró.

–Ni la más mínima. En realidad, renegó de mí.

–¿De verdad? –preguntó Jag en un tono muy serio–. ¿Cuántos años tenías?

–Dieciocho –contestó ella–. Una adulta a todos los efectos en defensa de mi padre.

–No tanto. Además, no se puede defender a un hombre que reniega de su hija porque ha sobresalido en algo que no le gusta a él.

Aunque ella no había sabido que lo necesitara, que Jag la respaldara le aliviaba una herida muy vieja.

–Lo engañé intencionadamente y, al hacerlo, no solo traicioné la confianza de mi familia, también dañé su reputación y mi porvenir.

–Explícame por qué dañaste tu porvenir solo por perseguir tu pasión.

Rita hizo una mueca de fastidio porque habían llegado a una parte de la historia que le abochornaba y le creaba remordimiento.

–Todo se precipitó cuando se supo en mi comunidad que me habían aceptado en Berkeley siendo tan joven. Las familias empezaron a dirigirse a la mía con la intención de emparejarme con sus hijos y mi familia empezó a organizarlo todo para garantizarme un porvenir próspero.

–¿A los dieciséis años? –preguntó él con un gruñido en voz baja.

–Con la condición de que no me casaría hasta que hubiese cumplido los veintidós años. La idea era bastante progresista y emocionante para las familias implicadas, la mía y la del chico. El porvenir de Rashad y el mío estarían garantizados, a pesar de lo jóvenes que éramos, y también tendríamos una oportunidad que no habían tenido ninguno de nuestros padres. Podríamos conocernos, y quizá enamorarnos a la manera americana, durante ese periodo.

–¿Y tú estabas conforme?

–Mi familia era lo más importante del mundo aparte de los coches –Rita se encogió de hombros–. Me pareció que representar el papel que se esperaba de mí no era un sacrificio excesivo. Sobre todo, porque al principio no sabía que tendría que renunciar a tantas cosas. Rashad era amable y gracioso, aunque un poco distante. A los diecisiete, una diferencia de dos años podía ser enorme, sobre todo, con lo protegida que había estado y la poca amplitud de miras que tenía. Él procedía de una familia de médicos, cosa que yo sabía, y me aceptaron, a pesar de que mi familia era de clase trabajadora, por mi inteligencia, sobre todo para las ciencias y las matemáticas, cosa que yo no sabía. La familia de Rashad había hecho la oferta y mi familia la había aceptado con la promesa de que yo estudiaría medicina. Mi padre no me dijo nada, se limitó a matricularme y esperó que yo obedeciera. A posteriori, entiendo por qué mi padre fue en persona a matricularme. Creí que era porque estaba orgulloso, pero era para cerciorarse de que me matriculaba en lo que tenía que matricularme. Sin embargo, infravaloró mi obstinación. Él no entendía que era brillante solo porque me apasionaban los coches y yo no entendí que al cambiar de especialidad a sus espaldas había roto, involuntariamente, el contrato matrimonial y había hecho que mi familia pareciera tonta y codiciosa. Sin embargo, mi padre no renegó de mí por lo que había hecho. Renegó de mí porque cuando se enteró, me dio a elegir entre dejar los coches y poner por delante a mi familia o seguir sola en pos de mi sueño, sin el amor y el respaldo de una familia, y yo elegí salir por la puerta.

Rita no lo miró por miedo a encontrar la censura reflejada en su rostro, pero, aun así, sintió que se había quitado un peso de encima al contarlo. Aunque Jag pudiera considerarla egoísta, le gustaba no tener secretos con él.

–Eso no es una elección –replicó Jag en un tono de reproche hacia su padre.

–Repítelo…

Rita podía haberse esperado muchas reacciones de Jag, pero no que la protegiera.

–¿Qué padre le pide a su hijo que elija entre sus sueños y su familia? Lo único malo que hiciste fue mentir para hacer lo que llevabas en la sangre. Aunque les engañaras, eras un testimonio de lealtad para tu familia. Diría que tu padre no tenía mucho aguante con los pecados de juventud.

–Creo que no entiendes la imagen que dio mi comportamiento de mi familia. Si yo podía ser tan obstinada, ¿qué decía eso de los principios y las enseñanzas de mi familia, de mis padres, mis tíos y mi hermana?

–Creo que no entiendes que el verdadero amor de padre no depende del comportamiento de su hijo, sino del milagro de que exista. El amor verdadero no pone condiciones, como el de tu familia o mi padre, es ilimitado, sin restricciones.

–Como el de tu madre –terminó ella en voz baja.

Una sombra le veló el resplandor de los ojos, pero él no lo negó.

–Como el de mi madre.

–¿Qué se sentirá al haber recibido un amor tan incondicional?

–Es increíble.

Él confirmó con dos palabras lo que Rita se había imaginado.

–Es lo que yo creía que mi familia sentía por mí hasta que mi padre se enteró. No me daba cuenta de que todos esos años consintiendo mis fantasías y mis sueños habían sido como un pago por adelantado para que cumpliera mi papel cuando llegara el momento.

Él le tomó una mano y la miró a los ojos.

–Elegiste bien, Rita. Según mi experiencia, el amor con condiciones no se satisface nunca de verdad aunque se cumplan esas condiciones. Siempre pedirán algo más hasta que no se pueda cumplir porque el amor con condiciones no busca amor, busca poder. Si hubieses renunciado a lo que hacía que tú fueses tú, te habrían pedido más. Sin embargo, aquí estás, donde no habrías llegado nunca si hubiese dejado que te cortaran las alas.

Rita tardó un momento en asimilarlo, como si esas palabras hubiesen tenido que atravesar las capas callosas que le habían dejado todos esos años de resentimiento entre su padre y ella.

Sin embargo, al hacerlo, algo se destapó dentro de ella, como si fuera una caja llena de tristeza, remordimiento y vergüenza, los sentimientos que había guardado en el fondo de su ser para resistir el dolor de la separación y la soledad al haberla expulsado de su familia.

El caparazón de dudas que se había formado para protegerse empezó a quebrarse y derrumbarse como las ruinas sobre las que estaban el príncipe y ella.

Los ojos se le empañaron de lágrimas por tercera vez esa noche, pero, al contrario que las que derramó por el coche, eran unas lágrimas silenciosas que la desgarraban por dentro.

Jag, como la vez anterior, la rodeó con un brazo y la abrazó con unos sonidos tranquilizadores, como si fuera una madre.

Fue algo tan inesperado que ella tardó en darse cuenta, entre sollozos, de que esos sonidos no los hacía el viento.

–Shhh… Shhh… Shhh… Ya…–murmuró él.

Ella no supo ni cuándo ni cómo, pero se sentó en su regazo y apoyó la cabeza entre su hombro y su cuello. Cerró los ojos y dejó que su calidez se filtrara a través del mono y le aliviara el dolor de haber estado sola todos esos años.

Él la abrazó y la arrulló durante un rato, hasta que se serenó y se le secaron las lágrimas, hasta que empezó a percibir otros estímulos: su piel desnuda, su olor, la sensación de estar envuelta por la seguridad de su fuerza…

Respiró con más calma para saborear cada bocanada de aire impregnado de él. Jag también se quedó quieto y se le entrecortó la respiración a medida que la de ella era cada vez más profunda.

Ni toda una vida de lecciones e inhibiciones le sirvieron para sofocar la oleada que se adueñaba de ella. Le había mostrado cómo era y él le había confirmado el derecho que tenía a ser y pensar como quisiera.

Él, como el amor, le exigía, pero, al contrario que el amor, la animaba a ser valiente y plenamente ella misma. No intentaba moldearla. Al contrario, le repetía una y otra vez que la quería por ser como era.

Entonces, si le había constatado que lo que le habían dicho sobre el amor podía estar equivocado, ¿no podía hacer lo mismo con el sexo?

Si el amor no era siempre coactivo y exigente, quizá tampoco lo fuera el sexo, quizá fuese posible que dos personas disfrutaran de sus cuerpos sin más.

Le rodeó la cintura con los brazos y lo estrechó con fuerza.

Él gruñó como si algo hubiese cedido por dentro y la abrazó como si fuera algo muy valioso.

Rita cambió de postura para satisfacer la necesidad de estar más cerca todavía de él. Se sentó a horcajadas e introdujo los dedos entre su pelo tupido y sedoso.

Él no desaprovechó la ocasión que le brindaba la nueva postura y la abrazó con más fuerza para sentir sus pechos en su pecho y el rincón más íntimo de su ser sobre la granítica rigidez que tenía él entre las piernas, y que le derritió las entrañas.

Levantó una mano por su espalda, la agarró de la nuca y le levantó la cara para verle el cuello.

Cuando la besó ahí con delicadeza, ella sintió una explosión de fuegos artificiales por dentro.

Los labios de otra persona no le habían tocado nunca así y las caricias de su lengua la dejaban sin respiración.

La besó en los hombros y las clavículas por encima del mono, le enseñó zonas sensibles que ella no había sabido que tenía. Fue subiendo por el cuello y cuando llegó al mentón, le tomó la cara con las manos mientras la besaba en las sienes y los lóbulos de las orejas antes de besarla entre las cejas con la misma delicadeza intencionada.

La apartó un poco, lo justo para mirarla con sus abrasadores ojos hipnóticos.

–¿Me deseas, Rita?

–Como no he deseado a nadie.

A él se le dilataron las pupilas y captó lo que había detrás de sus palabras. Fue lo que quiso decirle cuando le contó que era de una familia muy anticuada. No había estado íntimamente con nadie.

Entonces, la besó y sus labios iniciaron un baile más ancestral que las ruinas que tenían debajo. Ella no sabía a qué había esperado que supiera él, pero no había sido a miel y cardamomo, una dulzura espesa que podría dominarla fácilmente.

Ella le mordió ligeramente el labio inferior sin timidez. Bajó los dedos por su cuello, le arañó la piel de los hombros y siguió por su espalda. Él gruñó y se contoneó para frotarse con la erección. A ella se le endurecieron los pezones y solo les separaba la liviana tela del mono, que no era casi una separación… pero que resultaba insoportable.

Su cuerpo le pedía a gritos sentir su piel y las manos que la acariciaban, que la agarraban del trasero y le separaban las piernas para estrechar la entrepierna derretida contra los abdominales.

De repente, se arrepintió de que su ropa fuese de tanta calidad. Si no fuese tan hermética, estaría tan desnuda como su marido, ya habría logrado esa intimidad que su cuerpo anhelaba.

Jag se rio con cierta ironía y le susurró al oído.

–Despacio, mi dulce esposa, no es una carrera. He soñado muchas veces que te saboreaba como el néctar que te da nombre y no quiero precipitarme.

Sus palabras le retumbaron por dentro como ríos de lava ardiente. Ya había esperado demasiado.

Había esperado veintisiete años a que la aceptaran y adoraran sin querer moldearla.

Rita, cada vez más osada, lo acarició, lo arañó y le hundió los dedos mientras se deleitaba con los embriagadores sonidos de placer que dejaba escapar Jag.

Él introdujo más la lengua y le pasó los pulgares por los pezones. Se le estremecieron los pechos con una sensación que amenazó con arrastrarla, aunque ella no sabía adónde.

Gritó, lo agarró con fuerza y se torturó a través de la delgada barrera de la ropa. No habría podido contener los gemidos de placer aunque hubiese querido… y no quería. En ese momento, solo estaban ellos dos en la inmensidad del desierto y podía gritar lo que quisiera.

–Ha llegado el momento de quitarte esa ropa –comentó él en un tono casi tajante.

Ella estuvo de acuerdo.

Jag, con una paciencia que ella no habría podido tener, le soltó el cierre del enorme collar, lo dejó a un lado con delicadeza y siguió con el cinturón. Le acarició los muslos por fuera y le tomó el trasero entre las manos antes de quitarle el impresionante cinturón de perlas.

Luego, le puso las manos en los hombros y fue bajándolas por los brazos para quitarle las pulseras, le levantó la mano izquierda, le puso la palma hacia arriba, le dio la vuelta al anillo para que la piedra quedara en el centro y le cerró los dedos. Entonces, volvió a subir las manos hasta el cuello y encontró la cremallera que se camuflaba casi inapreciablemente con el mono.

La miró fijamente a los ojos y empezó a bajar la cremallera. Le descubrió los hombros y no se detuvo hasta que liberó los abundantes y redondeados pechos.

El brillo abrasador de su mirada le dijo a Rita todo lo que necesitaba saber.

–Más hermosa todavía que lo que me imaginaba.

Ella se sonrojó y oscureció el tono ya oscuro de toda la piel que podía verse.

Jag se pasó la lengua por los labios y siguió. Aunque era la primera vez que una persona adulta la veía desnuda, se sintió cómoda. Más que cómoda, poderosa.

El hombre que tenía delante era un líder que podía hacerse respetar por la comunidad internacional, pero, en ese momento, la deseaba sin poder evitarlo, estaba indefenso.

Ella tenía la llave, ella era la respuesta para lo único que él deseaba. Solo ella podía dárselo a él y solo él podía dárselo a ella.

Entonces, se quedo tan desnuda como lo estaba él, solo con el enorme anillo que resplandecía a la luz de la luna.

Desnuda con su marido por primera vez, sin barreras entre ellos, le dominaba la sensación de que estaba haciendo lo que tenía que hacer. No habían entrado así en el matrimonio, pero, por fin, habían llegado por los motivos acertados.

La devoró con la mirada, tragó saliva y se aclaró la garganta.

–Eres perfecta….

Ella lo vio reflejado en sus ojos y lo creyó.