Eran las dos de la madrugada cuando Jag volvió al palacio y recorrió en silencio sus pasillos.
Durante los dos meses que habían pasado desde que hicieron el amor se había especializado tanto en mantenerse ocupado que había llegado al límite de no tener nada que hacer. No le inquietaba el embarazo porque ella se habría ocupado de tener un preservativo si hubiese existido esa posibilidad, pero, aun así, la experiencia lo agobiaba en cuanto tenía un minuto libre como si fuera un joven al que le preocupaba haber dejado a una chica en una situación apurada.
Si se tenía en cuenta el seguimiento que exigía un acontecimiento como la exposición y todo lo que se necesitaba para derrocar a un rey corrupto, debería haberse sentido victorioso.
Sin embargo, solo había complicado más las cosas.
Ya no tenía nada más en lo que pensar y acababa pensando a todas horas en Rita.
Esa noche, además, había vuelto en persona, pero solo para dormir bajo el mismo techo. No volvería a dormir con ella. Había probado una vez la fruta prohibida y seguía intentando digerirla. La segunda vez sería irreversible.
Sin embargo, sí podía estar cerca de ella, no le había quedado nada tan fuerte que se lo impidiera.
Su popularidad estaba por las nubes. El interés internacional y el turismo estaban disparándose y el nombre de Rita siempre estaba presente. Además, él era el monarca vivo más popular que había conocido Hayat, y todavía no estaba reinando.
Por eso se había programado una rueda de prensa donde denunciaría y condenaría a su padre.
Él había participado personalmente para organizar los detalles y todo saldría perfecto, pero ya solo podía quedarse esperando a que llegara el gran día.
Aunque esperaba que llegaran más, por fin había conseguido estudiar todas las ofertas internacionales y los magníficos contratos que se le habían acumulado encima de la mesa.
Ya no quedaba nada que lo mantuviera alejado de Rita… y por eso había ido a casa.
¿Era su casa porque era el único sitio donde había sido feliz durante unos años o porque ella estaba allí?
Se detestó por haberse hecho esa pregunta.
Desde que había llegado Rita, incluso cuando cenaba con ella, se había marchado a cualquier otra residencia que estuviese más cerca de su actividad. Daba igual porque, en cualquier caso, se había pasado las noches dando vueltas en la cama y soñando con Rita, y eso fue antes de que hubiese estado dentro de ella.
Sin embargo, esa noche, cuando se le había debilitado la fuerza de voluntad, no iba a haber nada que le impidiera dormir en el mismo edificio que ella.
Por eso se marchó, por eso condujo él mismo hasta el único sitio que había considerado su hogar. No había querido que lo llevara nadie ni que hubiera testigos de ese viaje, había recorrido solo toda la franja de desierto que lo separaba de Rita.
Entró en su cuarto, o en el cuarto que sería el suyo si pasaba la noche ahí.
Cerró los ojos y casi pudo olerla. Su olor le brotó de la memoria y lo envolvió como un jazmín trepador, que era el olor que siempre le evocaba.
Entonces, se dio cuenta de que aunque la habitación estaba a oscuras, él no estaba solo.
Ese olor no había sido fruto de su memoria y ella estaba en su cama.
La había instalado en un ala distinta del palacio cuando llegaron, pero, al parecer, las cosas habían cambiado durante su ausencia… y deseó que sus labios no quisieran esbozar una sonrisa.
–Sé que estás aquí, Jag –le saludó ella tumbada de costado y de espaldas a él.
–¿Por qué has sabido que soy yo? –le preguntó él sin inmutarse.
–Te he olido.
–Lo siento –él frunció el ceño–. No quería entrar en tu cuarto. Creía que estabas en el ala de invitados.
Ella se dio la vuelta para mirarlo aunque estaban a oscuras.
–Rafida me instaló aquí en cuanto se enteró de la noticia.
Jag inclinó la cabeza ante lo lógico y absurdo que era. Naturalmente, no lo había previsto, pero, en cualquier caso, tenía sentido y por eso no solo estaba bajo el mismo techo que la mujer que tenía que quitarse de la cabeza como fuera sino que estaba en el mismo dormitorio… y tenía que salir de allí.
Se aclaró la garganta.
–Entonces, siento haberte molestado y te dejaré que sigas descansando
Salió y cerró la puerta.
–¡Jag, espera!
Volvió a abrir la puerta y crujió, aunque no recordaba que ninguna puerta del palacio crujiese.
Se quedó con la silueta recortada en la puerta. La luz del pasillo era tenue, pero brillaba más que la oscuridad del dormitorio, la oscuridad desde donde le llegó la voz de Rita.
–Estoy embarazada.
Había estado preocupado por el motivo equivocado. Le había preocupado la calidez que sentía cuando estaba con ella, había creído que tenía que vigilar lo unido a ella que se sentía, y que había aumentado exponencialmente después de que hubiesen hecho el amor.
Sin embargo, se trataba de lo que debería haber sido más evidente desde el principio.
Era igual que Vin, Rafael y Zeus.
Había cometido la imprudencia más conocida en la historia del universo.
Rita estaba embarazada.
Evidentemente, se quedó embarazada la noche que hicieron el amor en el desierto.
Ella no había estado con nadie más y no utilizaron preservativo. Algo que no le sucedía nunca.
Él, un varón sano y moderno, mantenía una salud sexual excelente, se hacía pruebas y revisiones con frecuencia para no suponer un riesgo para sus parejas y, además, se cercioraba de que él tampoco corría ningún riesgo.
Hacer el amor con Rita había sido lo más trascendente de su vida y, si se tenían en cuenta las posibles consecuencias, había sido indiscutiblemente temerario.
¿Qué hacía con sus planes? ¿Tenía que cambiarlos para que sus desvelos no fueran por la tranquilidad de su pueblo sino por la seguridad de su hijo?
Era exactamente lo que había querido evitar por todos los medios.
Era muy primitivo que todo acabara resolviéndose así, por ese motivo. Era muy… anticuado que todo se redujera a un preservativo.
–¿No tomas la píldora? Dijiste que te daba igual el preservativo. ¿Qué significa eso sino que estás tomando medidas anticonceptivas?
Jag lo preguntó en un tono demasiado cortante, sin pensar en que eran las primeras palabras que decía después de haberse enterado de que iba a ser padre.
Sin embargo, ya podría pensar en eso más tarde.
En ese momento, quería saber por qué la mujer que había creado los vehículos eléctricos más punteros del mundo y que era una apasionada del futuro y de la tecnología no tomaba la píldora.
Era moderna y estaba al margen de los ciclos naturales, ¿no debería tomar la píldora?
–¿Cómo dices? –preguntó ella sin disimular la indignación.
Entonces, Jag se dio cuenta de que, seguramente, ella habría ensayado distintas situaciones para darle la noticia. Seguramente, habría previsto su reacción y que se enfadaría con ella, y el tono de su voz y la pregunta lo confirmaban.
Sin embargo, no podía encontrar ese famoso dominio de sí mismo.
Estaba enfadado, pero no con ella.
Estaba enfadado consigo mismo. ¿Cómo había permitido que sucediera eso? Independientemente de lo que hubiera insinuado lo que había dicho, sabía que la culpa era suya. Debería haberse dominado mucho más, debería haber resistido.
Aun así, nada le impidió insistir.
–La píldora –repitió él–. ¿No la tomas? ¿No la toman todas las mujeres hoy en día?
Ella se apoyó en un codo y ladeó la cabeza con una ceja arqueada.
–¿Has terminado?
Él suspiró, cerró los ojos y contestó su propia pregunta.
–Evidentemente, la respuesta es no. Si hubiese tomado la píldora, no estarías embarazada.
Estaba siendo un majadero porque si alguien tenía alguna culpa, él era el primero. Había dejado que el deseo nublara toda lógica y había dado por supuesto lo que ella no había insinuado siquiera. Un hombre como él tenía que saber lo que hacía.
–Lo siento, Rita –se disculpó Jag abriendo los ojos otra vez.
Entonces, se dio cuenta de que ella llevaba un camisón de seda azul claro que se le ceñía a las caderas y que le resaltaba el escote. Cuando los ojos ya se habían adaptado a la oscuridad, se dio cuenta de que sus pechos habían aumentado de tamaño.
Entró en la habitación, tomó aire por la nariz para captar su olor y por lo menos consiguió mantener el control de su voz.
–No debería haberlo dado por supuesto.
Había sido imprudente y Rita estaba embarazada.
La mujer más hermosa, destacable, inteligente e inventiva del mundo iba a tener un hijo suyo.
Se acercó a la cama, se arrodilló y le tomó la mano, que se mantuvo rígida.
–Lo siento, Rita. No quería haber dicho nada de todo eso. Fui un necio. Quería saber qué tal estás…
Entonces, ella se derritió entre sus brazos.
–Tengo náuseas, pero Rafida dice que eso indica que el bebé está sano.
Él cerró los ojos aspirando el olor de su pelo y se dio cuenta de algo como si fuera una revelación. Tenía un hijo y tenía que protegerlo.
–Rafida lo sabrá.
Rita lo partió por la mitad por tercera vez desde que la había conocido. Había un Jag previo a ese momento y otro posterior.
La primera vez fue cuando se convirtió en su esposa.
La segunda, cuando hizo el amor con él a la luz de la luna.
La tercera había sido en ese momento, al haberlo hecho padre.
El acuerdo era papel mojado.
Ese contrato ya no tenía fecha de vencimiento, tendrían un hijo en común durante el resto de sus vidas.
Era rico y poderoso, pero no podía hacer nada para detener ese tren una vez en marcha, solo podía intentar minimizar las consecuencias.
Tendrían que renegociar. Tendría que aumentar el servicio de seguridad de ella y tendría que adelantar la rueda de prensa.
Después de la noticia de Rita, su peor pesadilla estaba haciéndose realidad y un hombre como su padre no podía ejercer el poder en un mundo así.
Entretanto, su servicio de seguridad adicional y él se ocuparían de vigilar a Rita en el palacio.
Pronto estaría dispuesto a morir por esa responsabilidad nueva y no permitiría que le hicieran nada.
Sin embargo, ella no tenía que preocuparse por nada de eso en ese momento. Él se ocuparía de que fuese feliz y estuviese sana, sería la mujer embarazada más cuidada del mundo. Se lo debía por la participación que había tenido él y porque era la futura madre de su hijo.
Se incorporó, se soltó la camisa y se metió en la cama con ella.
Todavía estaba rígida por la tensión y era culpa de él. Afortunadamente, sabía cómo corregirlo, aunque todo lo demás se hubiese desmoronado a su alrededor.
Ella, como si hubiese percibido su cambio, lo miró con los carnosos y rosados labios separados.
La besó con un gruñido, ella se derritió y él empezó a aliviarle la tensión de la mejor manera que sabía.
Ella tendría preguntas al día siguiente y él no solo tendría respuestas, también habría encontrado maneras nuevas de mantenerla alejada de su corazón… por el bien de los dos.