Capítulo 18

 

 

 

 

 

Por segunda vez en su vida, estaba cara a cara con su suegro. Para ser tan malvado, su suegro parecía frágil.

Sin embargo, había conseguido secuestrarla en su propia casa a pesar de las medidas de seguridad y quizá tuviera replantearse esa opinión y, en realidad, debería haberlo hecho hacía mucho tiempo.

También se reconocía que quizá hubiese dado poca importancia a la amenaza que representaba.

No se había creído que pudiera ser tan desalmado como para hacerles algo a sus propios nietos. Podía reconocérselo a sí misma en ese momento, cuando estaba atada a una silla en el centro de la terraza privada de él.

Reconocerlo también significaba reconocer que era posible que Jag hubiese sabido lo que hacía cuando quiso dejarla en Jana y que también era posible que fuese el único sitio que se le había ocurrido para que sus hijos y ella estuviesen a salvo.

Naturalmente, aunque era importante darse cuenta de todo eso, escaparse era mucho más importante. Sus bebés dependían de ella.

–Así que este es el motivo para que mi hijo desapareciera con esta furcia… –comentó su suegro acariciándose la barba y mirándole el bombo.

Sin embargo, su prioridad no era disimular el embarazo, lo era mantener vivos a sus hijos y lejos de su suegro.

Aunque todavía no tenía un plan de fuga, sí tenía los recursos para llevar a cabo una de las estrategias más antiguas: ganar tiempo.

Si conseguía que él no dejara de hablar, quizá pudiera ganar tiempo para idear alguna manera de escaparse.

–No soy una furcia.

El rey hizo una mueca y se rio de su confesión.

–Todo el mundo sabe que las chicas americanas son… fáciles. Es posible que hayas engañado a mi hijo, pero no me engañas a mí y ya has abochornado bastante a mi casa. Mi hijo me ha hecho un favor al ocultar tu embarazo. Solo se sabrá que has muerto por un trágico accidente. Mi hijo, una vez viudo, podrá elegir mejor su siguiente esposa.

La idea de que Jag pudiera estar con otra mujer era como un puñal en el pecho, pero no iba a permitir que ese hombre despiadado lo notara.

–¿Sabe una cosa? Estoy empezando a cansarme de que todo el mundo hable de mis defectos.

Su suegro se quedó sorprendido y perplejo, como si quizá creyera que ella podría no haber oído lo que él había dicho.

Ella aprovechó su silencio para seguir hablando.

–Parece como si mis intereses no fueran nunca los acertados, ni mis elecciones ni mis pasiones. Primero fue mi padre y ahora es usted, los dos me consideran inadecuada, como si tuviera que cambiar para encajar mejor en sus imágenes del mundo… y estoy cansada. Además, me he dado cuenta gracias a su hijo. Él no me ha pedido nunca que cambie para que encaje en sus requisitos. Le gusto como soy y he sido una necia al no darme cuenta de lo valioso que es ese amor. Es incondicional. Es algo que usted no entenderá nunca y no voy a perder el tiempo intentando explicárselo, pero tampoco voy a permitir que me llame furcia. Soy la esposa de su hijo, la madre de sus hijos y de sus nietos, pero, sobre todo, los amo, a él ya sus hijos, con toda mi alma.

No voy a tolerar que ofenda lo que hemos creado. Me aceptaron en la universidad de Berkeley, en California, cuando tenía diecisiete años. Mi padre dejó de respaldarme económicamente cuando yo tenía dieciocho años y vivía en una de las ciudades más caras del mundo, pero conseguí mantenerme con mi trabajo y me pagué los cursos que me quedaban. A los veinte años, tenía un grado doble en informática y en ingeniería mecánica y había creado una empresa valorada en dos millones de dólares. Si bien no espero que esa cantidad de dinero le impresione, sí espero que lo haga el saber que siete años más tarde había inventado distintos avances tecnológicos que podrían cambiar el mundo. El interés por Hayat se ha disparado desde que todo el mundo se ha enterado de quién es su princesa musulmana, bengalí de Estados Unidos y de clase trabajadora. Además, su hijo es el príncipe más popular que ha tenido su linaje desde hace muchas generaciones. Según mis cálculos, su reinado está llegando al final.… y se me dan muy bien las matemáticas, además de ser perfectamente adecuada para ser la princesa tal y como soy.

No creía que el discurso fuese a conseguir que su suegro la liberara, pero le había permitido ganar un poco de tiempo y desahogarse.

Por eso le sorprendió que, nada más terminar de hablar, se oyera un tumulto en la entrada de la habitación y Jag irrumpiera como un guerrero antiguo.

También le sorprendió que se echara a llorar al verlo, al saber que él sabía dónde estaba y al confiar plenamente en que iba a sacarla de allí sana y salva.

Sus hijos y ella se habían salvado por los pelos del desastre.

Estaba dispuesta a decirle lo enamorada que estaba de él. Ya había tenido el valor de decirlo una vez en voz alta y estaba dispuesta a repetírselo a él.

Había aprendido por fin a decir lo que pensaba y a luchar por lo que amaba, fueran personas, lugares o cosas.

Tenía suficiente valor para ser dueña de sus sentimientos, sus esperanzas, sus sueños y sus actos, y por eso podía exigir lo mismo a los demás, entre otros, a sus padres.

Jag había sido como el laboratorio para poner en práctica la teoría y después de que él se hubiese ocupado de todo, de que hubiesen estado en un sitio más seguro y de que ella hubiese tenido la oportunidad de declararle todo su amor, prometió reunir todo lo que había aprendido para hacer que su familia también la escuchara.