Capítulo 19

 

 

 

 

 

Jag había ido directamente desde su palacio al de su padre, donde sabía que estaría Rita.

Una vez allí, subió las escaleras de dos en dos hasta los aposentos privados de su padre y llegó justo cuando ella declaraba, con orgullo y firmeza, que los amaba, a él y a sus hijos, y que no iba a tolerar que los ofendieran.

Fue hasta allí como llevado por sus palabras y se encontró con su peor pesadilla hecha realidad.

Haberse enamorado de Rita y haberla dejado embarazada no era una pesadilla, pero su padre sí lo era.

Ver a su padre delante de Rita, que estaba atada a una silla y llorando, era una pesadilla.

Estaba seguro de que su padre había pensado tirarla desde la terraza.

El hombre que había relegado a su madre para que muriera sola no vacilaría en tirar desde la terraza a la mujer que él amaba y que estaba embarazada de sus hijos.

No pudo pensar ninguna estrategia, corrió y se abalanzó para agarrar a Rita de la muñeca antes de girarse y de apartar a su padre con una patada en el pecho.

Su padre salió volando hacia atrás, pero Jag no lo miró siquiera, los representantes de la justicia lo habían seguido de cerca y se ocuparían de él.

Jag solo podía mirar a su esposa.

–¿Te ha hecho daño? –le preguntó él comprobando los brazos y las piernas atadas.

–No –contestó ella sacudiendo la cabeza–. Ni siquiera tengo miedo ahora que estás aquí.

–No sé si tu confianza no es infundada, pero la agradezco.

–Ahorradme la reunión romántica –murmuró su padre desde detrás de ellos–. Tu esposa y yo estábamos hablando de la feliz noticia.

–No tienes nada que hablar con mi esposa –replicó Jag con frialdad–, ni ahora ni nunca.

Su padre chasqueó la lengua.

–¿Te parece una manera de hablar a un padre que te quiere?

Jag no le hizo caso, le dio la espalda otra vez y se dirigió a su esposa.

–Vamos a desatarte…

–Mírame cuando te hablo. Soy tu padre y tienes que quererme y respetarme –le avisó su padre en tono amenazante–. Maldita sea, Jahangir, mírame. ¡Tu rey está hablándote!

Jag no se dio la vuelta y desató a Rita. Entonces, una vez desatada, se giró y lo miró con compasión en los ojos.

–Ni te quiero ni te respeto, padre, y ya se han acabado tus días como rey.

–La típica arrogancia desafiante de la juventud.

–Me temo que no, padre. Acabo de comunicar al pueblo de Hayat toda la información y las pruebas que he reunido y que servirían para destronarte mil veces. No eres ni mi rey ni el rey del pueblo, y dejaste de ser mi padre hace mucho tiempo. Se te juzgará y sancionará por tus delitos y el pueblo tardará en recuperar la fe y la confianza en la familia real, pero terminará haciéndolo gracias a mis esfuerzos y a los de mi esposa, pero tú no volverás a reinar.

–Y tú no volverás a dormir –replicó su padre con una rabia infinita–. Sabrás que estaré conspirando…

Rita contuvo la respiración, pero Jag la abrazó con fuerza.

–Sé que lo intentarás, pero no me quitará el sueño. Todo ha terminado y debería haber terminado hace mucho tiempo. Irás a la cárcel, padre.

Entonces, como si fuera una representación teatral, los agentes de la autoridad entraron en ese momento para arrestar al rey.

Jag, sin embargo, no le prestó más atención, abrazó a Rita todo lo que le permitió su abultado abdomen y la besó en lo alto de la cabeza.

–Jag, no puedo respirar…

Él la soltó un poco, pero solo lo justo para que pudiera apartarse ligeramente.

–¿Cómo te atrapó? –le preguntó él.

Ella sonrió, pero los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez.

–Fue como me advertiste. Fue como si un comando de ninjas se descolgase del tejado.

–Lo siento, Rita –él sacudió la cabeza–. Incumplí mi promesa, no te mantuve a salvo.

Ella le rodeó el cuello con los brazos.

–Jag… Lo intentaste y no te hice caso. Tenías razón sobre Jana, pero fui demasiado cabezota.

Él se apartó y sacudió la cabeza.

–Tenías razón, Rita. No podía pedirte que te encerraras solo porque me aterra lo mucho que te amo a ti y a mis hijos. Siento que hayas tenido que pasar por esto, pero no hay mal que por bien no venga…

–¿El qué?

–Quién sabe lo que habrías tardado en serenarte lo bastante como para reconocer que me amas si nos hubiéramos quedado en casa –bromeó él.

Esa vez, ella no le siguió y, en cambio, derramó las lágrimas, aunque se las secó enseguida sin dejar de sonreír.

–Sé que no debería, pero te amo, Jag. Más incluso que a los aviones, los trenes y los coches.

Él tomó aire, apoyó la frente en la de ella y dejó que sus palabras lo empaparan por dentro.

–Gracias por amarme, Rita. Siento haberme alejado de ti y haber intentado controlarte. A mi vida le ha faltado el amor durante tanto tiempo que me daba miedo recuperarlo y perderlo otra vez. Te amo, Rita. Más que a la vida misma.

–Vas a ser un rey increíble –comentó ella con una sonrisa radiante.

–Y tú serás mi reina –replicó él con media sonrisa.