Qué…? –balbució Rita sin poder respirar–. ¿Por qué…?
Ella le había ofrecido un coche y él le había pedido la mano, pero no estaban en un mercado callejero y no eran un vendedor y un comprador regateando el precio de las cosas.
Era la vida real.
La sonrisa maliciosa de él se ensanchó y su tono no se alteró, como si estuviesen hablando del tiempo y no del matrimonio.
–Yo necesito una esposa muy especial y tú cumples los requisitos. A cambio, tú quieres ir a Hayat. Será un acuerdo comercial.
¿Un acuerdo comercial? Las palabras le retumbaron en la cabeza. ¿Quería ella que el matrimonio fuese un acuerdo comercial?
Entonces, se acordó de lo que le había dicho su madre hacía mucho tiempo.
«El matrimonio siempre es un acuerdo. Es un acuerdo en el que dos personas tienen que despertarse y trabajar todos los días juntos para vivir una vida aceptable. El acuerdo es el mismo independientemente de cómo empiece y, aunque sea doloroso, se desmorona tantas veces como no, haya amor o no».
Llevaba años sin pensar en esa conversación y hasta ese momento no había sabido que se acordaba de ella. Estaba planteándose el matrimonio otra vez, pero esa vez era un acuerdo comercial.
Además, después de todo, su padre se había equivocado. Un hombre le había pedido que se casara con él y no era un hombre cualquiera, era un príncipe de verdad.
Si no fuese también un cliente al que acababa de conocer y con el que no había pasado ni una hora en toda su vida, la situación parecería sacada de un cuento de hadas.
–¿De qué tipo de acuerdo estamos hablando? –le preguntó ella con cautela.
Él apretó los labios y se los humedeció tan seductoramente como si se hubiese pasado la lengua.
–Estrictamente comercial. No habrá nada físico, solo tendremos que dar la imagen de una pareja feliz en público.
El hombre que acababa de pedirle que se casara con él era, con mucha diferencia, el hombre más cautivador que había visto en su vida.
La nariz era completamente recta y tenía unas cejas tan negras y tupidas como la melena y la barba primorosamente recortada que le enmarcaba el rostro. En ese momento, sus ojos tenían un brillo color ámbar que le impedía apartar la mirada.
Solo sus ojos tenían un voltaje suficiente para darle energía a todo su organismo.
Eso, sin tener en cuenta el imponente cuerpo que resaltaba el corte de un traje impecable.
¿Había empleado alguna vez la palabra «impecable» para referirse a la ropa de un hombre? No.
Mientras ella intentaba recomponerse por dentro, él la miraba a los ojos como un cazador que se agazapaba en la noche.
Sus impresionantes ojos tenían un intenso color ámbar con algunas manchas de un marrón más oscuro. Su resplandor era como un recordatorio de que si bien tenía un cuerpo capaz albergar toda esa energía, también anhelaba liberarse al sentirse enjaulada.
Además, a todos los efectos, acababa de pedirle que se casara con él.
Sin embargo, ¿por qué se lo había pedido? Si solo iba a ser un acuerdo comercial, ¿qué tenía ella de singular para ser su esposa? ¿Acaso importaba la respuesta?
–¿Cuál es el truco? –preguntó Rita.
Él tragó saliva y ella se dio cuenta de que estaba tan cautivado por su mirada como lo estaba ella.
–Para algunas mujeres, casarse con un desconocido ya es bastante truco.
–Algunas mujeres se casarían con un príncipe guapo y misterioso sin pensárselo dos veces.
Sus ojos dejaron escapar un destello burlón, pero él se limitó a reírse en voz baja.
–Y no te olvides de que es inmensamente rico.
Esa vez, Rita fue la que tragó saliva y no solo porque esa consciencia de su propio poder tuviera algo magnético.
Le había ido bien como NECTAR y ya se había olvidado de los años de penurias, pero no vivía una vida sin límites, ni mucho menos, y tampoco estaba segura de haber sabido alguna vez lo que significaba eso.
–Tiene que tener truco –insistió ella.
Él inclinó la cabeza con respeto.
–Además de casarte con un desconocido, tendrás un suegro que es un tirano despiadado. Estarás a salvo por ser mi esposa, pero, desgraciadamente, él seguirá existiendo.
Rita sabía muy bien lo que era un padre tiránico y complicado.
–¿Y no buscas nada físico? –preguntó ella.
–En realidad, rechazo categóricamente cualquier relación física. Una relación física tiraría por tierra lo que hace que sea un acuerdo tan bueno.
–Creo que no sé bien qué hace que sea un acuerdo tan bueno.
–Mi pueblo quiere verme casado, pero yo no quiero ni una pareja para toda la vida ni una confidente. Ser franco en ese sentido podría evitar que se produjeran falsas esperanzas. Además, sería hipócrita fingir que me interesa una esposa cuando, en realidad, solo la necesito. Sin embargo, me parece que una conocida con aficiones comunes y una vida propia podría ser una solución. Una solución que solo saldría bien si tenemos presente que todo es una farsa, y las relaciones sexuales podrían complicar que lo recordáramos. Por eso te reitero que no hay nada romántico en nuestro acuerdo ni lo habría nunca. Este acuerdo podría ser ventajoso para los dos por distintos motivos, pero una aventura amorosa no sería uno de ellos.
–Puedo entender que casarse con un desconocido facilite mantener las distancias –reflexionó ella en voz alta–. ¿Estás proponiendo que pasemos el resto de nuestras vidas casados y todo lo alejados que podamos?
Los ojos del príncipe volvieron a dejar escapar un brillo burlón.
–No –contestó él con naturalidad–. Solo espero unos años, después podemos divorciarnos como cualquier integrante de la realeza moderna.
Algo se estremeció en ella al oírlo, pero intentó convencerse de que podría sobrellevar el estigma de estar divorciada como había sobrellevado el de que hubiesen renegado de ella.
Sin embargo, no se aprovecharían de ella por el camino.
–¿Habrá un contrato prematrimonial?
El príncipe entrecerró los ojos y su mirada se enfrió ligeramente, pero contestó sin inmutarse.
–Te aseguro que protegeré mi patrimonio. Aunque no te había considerado alguien de quien tuviera que protegerme. ¿Tengo que replantearme esa opinión?
Rita se rio y negó con la cabeza. Solo le importaban sus coches y, según su familia, eran lo único que le habían importado en toda su vida.
Sin embargo, si el príncipe y ella iban a casarse con fecha de caducidad, constaría por escrito que sus hijos se quedarían con ella cuando llegara el momento.
–Mi flota privada es una colección de coches únicos y que no tienen precio. ¿Cómo puedo saber que todo esto no es una trama para quitármelos?
Que fuera inmensamente rico y de la realeza no quería decir que no fuera un maquinador.
Ella llevaba años trabajando con los ricos y famosos y había visto todo tipo de intentos de llevarse más de lo que les correspondía. Incluso, y lo que era peor todavía, habían intentado robárselo. Aunque no quería pensar mal de la gente que conocía, ella, una joven innovadora que trabajaba en un mundo dominado por los hombres, había comprobado que la inmensa mayoría de los hombres poderosos que se encontraría por el camino querrían, como mínimo, intimidarla y que la única manera de combatirlo era no hacer caso de sus fachadas, hablar con claridad y firmeza y no dar su brazo a torcer.
El recelo dejó de reflejarse en los ojos del príncipe y recobraron cierta calidez.
–Si quieres, haré que redacten uno inmediatamente para que todos y cada uno de tus vehículos, menos el Ferrari y el que tan generosamente me has ofrecido, sigan siendo tuyos.
Rita frunció el ceño, pero no le sorprendió que él no renunciara a la oferta de ella aunque él hubiese elevado la oferta hasta ese punto de osadía.
–Tengo que seguir trabajando –comentó ella.
El resultado de todo el acuerdo dependía de ese punto. No había permitido que su padre, su futuro esposo o su familia política le impidieran seguir su vocación y tampoco iba a permitir que se lo impidiera ese príncipe.
–Naturalmente –él asintió con la cabeza–. Tu trabajo es lo que da sentido a todo esto. Tendrás tu taller en Hayat y lo equiparas como quieras.
No tenía que conocerla mucho para saber que estaba ofreciéndole algo que muy pocos hombres en el mundo podían ofrecerle y que a ella le costaría resistirse.
Los talleres que ella quería no eran baratos.
Sin embargo, no lo conocía. Aun así, durante los dieciséis primeros años de su vida había sabido que era muy probable que su esposo no la conociera hasta el día de la boda, como había pasado con sus padres.
El príncipe sería un desconocido, pero, al contrario que el esposo que había esperado tener entonces, no le pedía que hiciera cambios significativos ni en su vida ni en su persona, aparte del lugar de residencia y el estado civil.
Además, si bien la aventura amorosa no estaba sobre la mesa, él tampoco esperaba que se sacrificara demasiado, y eso era más atractivo que la intimidad o el amor.
Según su experiencia, el amor exigía demasiado, cortaba las alas y agotaba las baterías, utilizaba al corazón para atrapar y chantajear. El amor no dejaba sitio a la creatividad, la innovación o la libertad.
En vez de la intimidad con un conocido despótico, podía casarse con un desconocido y seguir con su vida de castidad y de trabajo gratificante. Podía casarse con un hombre que estaba dispuesto a dejar que siguiera como era en ese momento.
–En resumen –siguió el príncipe–. Si aceptas ser mi esposa, podrás seguir libremente con tu trabajo, tu cuerpo seguirá siendo tuyo y conservarás toda tu flota menos los vehículos acordados. Además, después de unos años espléndidos en el extranjero, tu vida volverá a ser tuya y, además, habrás establecido unos contactos inmejorables y podrás contar una historia increíble.
De joven, cuando le dieron la oportunidad de elegir entre el frío placer de intentar cambiar el mundo y la calidez y entrega de formar su propia familia, ella eligió lo primero.
En ese momento, se encontraba ante un trance parecido. Podía elegir entre un matrimonio frío que le ofrecía una verdadera oportunidad de cambiar el mundo o seguir siendo NECTAR, seguir sola con su sueño e ir haciendo los encargos de uno en uno.
Rita tomo aire y se pasó la lengua por los labios.
–De acuerdo.
Los ojos del príncipe resplandecieron con un brillo triunfal y su boca esbozó una sonrisa descontrolada que le mostró unos dientes perfectos.
Entonces, se rio.
Fue un sonido rotundo que resonó en todo el garaje, que la envolvió como la magia de un hada madrina, que la cambió como si eso fuese el principio de una aventura y no de un matrimonio con un desconocido.
–Por Rita, la princesa amante de los coches –Jag simuló un brindis sin dejar de sonreír–. Estoy seguro de que esto es el principio de un acuerdo maravilloso.
A ella le dio un vuelco el corazón. Sabía que era el principio de algo, aunque no estaba segura de que hubiese empleado la palabra «maravilloso».
Una vocecilla le dijo que quizá fuese impecable, pero la acalló al instante.
El príncipe había sido claro y ella había aceptado, su acuerdo no era un acuerdo de ese tipo.
Para ella, se trataba del sueño que había anhelado en las rodillas de su padre, un sueño que iba a hacer realidad estuviera él para presenciarlo o no.
El príncipe estaba de pie enfrente de ella, estaba quieto y vibrante a la vez y estimulaba todo en ella; su imaginación, su valoración de la belleza, su decisión, su humor, su conocimiento sobre el buen diseño, su curiosidad y hasta su cuerpo.
Aunque no se trataba de eso, se recordó a sí misma.
¿Había conocido alguna vez a un hombre que hiciera que las máquinas parecieran primitivas y defectuosas en comparación con él?
No. Los humanos solían ser desproporcionados e imperfectos, pero él era simétrico, fuerte y hermoso.
Hasta su padre le había parecido pequeño en comparación con la flota familiar de vehículos. Sin embargo, no podía imaginarse nada que hiciera parecer pequeño al hombre que iba a ser su esposo.
Con su coche y su exposición, y el papel fingido de esposa de un príncipe impresionante, él le había dado la oportunidad de cambiar la forma de moverse por el mundo, una oportunidad que no habría podido llegar a tener como NECTAR, la ingeniera a medida de los ricos y famosos.
Introdujo una mano en un bolsillo del mono, sacó un teléfono y marcó un número.
Cuando volvió a mirarlo, el príncipe tenía el ceño ligeramente fruncido, como si no le hubiese gustado que hubiese dejado de prestarle atención.
Sin embargo, tendría que empezar a acostumbrarse porque, según el acuerdo, había muchas cosas que podría seguir conservando para sí misma. Por ejemplo, sus pensamientos.
Quizá fuera su prometida, pero, en definitiva, seguían siendo unos desconocidos.
Puso el tono de voz distante y jovial que empleaba cuando hablaba por teléfono con un cliente.
–No sé cómo habías pensado transportar el Ferrari, pero estaría encantada de incluirlo en mi buque.
Ella podía alquilar el transporte de los elementos irremplazables que iba a necesitar de su taller y también preparar para una larga ausencia el pequeño complejo que había levantado con el dinero que había ganado como NECTAR. Mantendría a los jardineros para que conservaran ese oasis privado mientras ella estaba fuera.
No obstante, se ocuparía personalmente del cuidado y transporte de sus coches.
–¿Buque? –preguntó el príncipe sin disimular cierta sombra de disgusto en su impresionante rostro–. ¿Tantas cosas vas a llevar? No hay nada aquí que no se pueda reemplazar en Hayat como tú quieras.
Rita arqueó una ceja como si él hubiese dicho la mayor sandez del mundo, y la había dicho.
–Todo menos mis coches.
El rostro del príncipe se iluminó como si se hubiese olvidado de su flota privada y volviera a acordarse en ese momento.
Si él hubiese sido un niño, no el hombre que había tenido un efecto devastador en su plan a cinco años, podría haber dado saltos de alegría al recordarle su flota.
Su prometido sería un desconocido, pero sentía pasión por los coches y eso ya era algo.
Grandes historias de amor habían brotado por menos, aunque lo suyo no era una historia de amor.