Mientras el avión descendía hacia Hayat, después de haber hecho una escala para repostar, Jag observó su país. Sin embargo, sintió un temor desconocido por lo que pudiera pensar otra persona. ¿Su esposa veía la inmensidad de un mar negro como la tinta con manchas pardas, como le había oído describirlo a un occidental, o veía el mar color turquesa que bañaba la arena blanca como el marfil que veía él? Mientras se acercaban a la capital, ¿veía la increíble arquitectura tradicional que se mezclaba con la más moderna y las historias más ancestrales de la humanidad que se dirigían hacia el futuro científico y tecnológico?
¿Acaso le importaba?
No se había casado con ella para que apreciara le belleza del país del que iba a ser falsa princesa. Estaba ahí con otro propósito. Daba exactamente igual lo que pensara de Hayat y de su capital.
Sin embargo, eso no impidió que sintiera una punzada de orgullo cuando aterrizaron y ella se quedó boquiabierta mientras miraba alrededor.
–No sabía… Qué tamaño… ¿Es eso una mezquita?
Cada frase era una exclamación que dejaba incompleta para decir la siguiente.
El torrente de palabras no cesó mientras recorrían el aeropuerto para llegar al coche que los esperaba. Si se había preguntado lo que le parecería Hayat, su entusiasmo era un indicio muy claro de la respuesta.
–¿Estás diciéndome que tres de los diez edificios más altos del mundo están en Hayat?
Él asintió con la cabeza y ella anotó algo más en el teléfono.
–Tenemos que ver los tres.
Ella había empezado a tomar notas en cuanto el conductor se mezcló con el tráfico y pasaron al lado de dos coches de policía.
–¡Eran un Aston Martin One-77 y un Lykan Hypersport! –exclamó ella con incredulidad–. ¡Y para la policía!
Rita había dejado de anotar cosas desde ese momento, y él mandó un mensaje a su jefe de seguridad para que le proporcionara un dispositivo encriptado. Sería demasiado fácil que en Hayat pudieran entrar en su modelo y su servidor estadounidenses. Además, también tenía que ocuparse de su ropa.
Los ciudadanos de Hayat, como los de Dubái, se preciaban de estar a la última moda y era normal ver por la calle los modelos más exclusivos de la alta costura.
Los vaqueros anchos, la camiseta amplia y las deportivas de lona no servirían. Además, era una ropa inapropiada para el calor que hacía, aunque fuera para ir de un coche con aire acondicionado al interior de un edificio con aire acondicionado.
Sacó el teléfono del bolsillo y llamó a su secretaria, lo que captó la atención de Rita.
–Avisa a mi sastre de que vamos hacia allá y usaremos la entrada privada.
Rita había dejado de hacer turismo por la ventanilla y lo miraba con cierta perplejidad.
–Tenemos que vestirte como a una princesa –le explicó él.
Ella se miró la ropa y volvió a mirarle a él.
–Creía que íbamos a esperar a la carrera para anunciarlo. Esperaba ver el circuito primero.
Él notó lo reticente que era a la idea de que la presentara.
–Inevitablemente, nos harán algunas fotos antes de ese momento –se limitó a decir él–. Todo empezará a rodar en cuanto nos bajemos del coche. No podemos dar ni un paso en falso. Tienes que estar a la altura incluso cuando hagas el papel de la mujer misteriosa a mi lado.
Ella entrecerró los ojos y apretó los labios, pero acabó encogiéndose de hombros y volvió a mirar la ciudad mientras la atravesaban, y él sintió curiosidad por saber lo que estaría pensando.
El conductor tomó una curva para entrar debajo de un edificio y Jag sonrió. El problema del guardarropa pronto sería cosa del pasado.
El conductor los llevó a un ascensor de coches, no a un ascensor convencional.
Los visitantes a la torre entraban en el ascensor con un código y subían al piso de la persona que iban a visitar. La mayoría habían elegido escenarios que parecían calles, de tal forma que los visitantes salían del ascensor ante la fachada de una casa en una calle residencial. El conductor aparcó junto al falso bordillo y rodeó el coche para abrirles las puertas.
–Seguimos dentro de un edificio, ¿verdad? –preguntó ella sin poder creerse lo auténtica que parecía la calle.
El «cielo» era programable para adaptarse a los gustos del propietario. En ese momento, estaba despejado y soplaba una brisa artificial con olor a flores.
Jag asintió con la cabeza y sonrió ante el tono de estupefacción de ella.
–Sí –contestó.
Los ojos de Rita resplandecían mientras se iba parando para intentar encontrar las junturas ocultas que conseguían el espejismo. Observó los ventanales traslúcidos solo por un lado que permitían que entrara luz del exterior sin alterar el efecto general.
–Es fabuloso –murmuró Rita pareciéndose más a un científico en el momento de un descubrimiento que una mecánica de un taller.
También era posible que, al ser NECTAR, la etiqueta de científica chiflada fuese la más apropiada. Esa mujer, vestida como una adolescente estadounidense, no debería parecerlo, pero lo parecía. Tenía una genialidad que era muy difícil disimular.
Aunque habían entrado en ese edificio tan exclusivo por la ropa de ella, Jag no pudo evitar darse cuenta de que en el caso de Rita, más que en cualquier otro que hubiese conocido, el hábito no hacía al monje.
Parecía como si nada de lo que se pusiera pudiera ocultar ni su inteligencia ni su belleza ni como observaba y analizaba todo lo que la rodeaba, ni un mono color verde lima ni una camiseta ni unas deportivas viejas.
Esa mujer era impresionante se pusiera lo que se pusiese y estuviera donde estuviese.
Sin embargo, que el exterior no pudiera ocultar el interior no quería decir que no pudiera mejorarse ese exterior.
El sastre de Jag eligió ese momento para abrir la puerta como si esa conclusión lo hubiese emplazado.
–Príncipe Jahangir, su visita es tan placentera como inesperada.
La voz del hombre era cálida y vibrante, perfectamente modulada para transmitir confianza.
Jag estaba dispuesto a tolerar ciertas actitudes teatrales para conseguir el traje perfecto.
–Jameel, eres la elegancia personificada, como siempre.
Jameel hizo un gesto con la mano para desdeñar el halago.
–Todos los días me pongo lo mismo.
–No hace falta que te cambies cuando estás muy por encima de los demás.
–Muchos halagos, príncipe. Debe de estar en un apuro.
Jag se rio antes de señalar a Rita con un movimiento de la cabeza.
–No soy yo. Te traigo un reto desde Estados Unidos.
Jameel desvió la mirada hacia Rita, que había vuelto junto a Jag después de haber examinado los ventanales que parecían un espejismo.
–Vaya, vaya… –murmuró Jameel con los hombros hundidos mientras miraba a Rita de arriba abajo–. ¿Cuánto tiempo tengo?
–Una semana para un guardarropa completo. Nada para algo más apropiado durante el día. No puede salir de aquí así.
Jameel tomó aire, pero asintió con la cabeza y un gesto de decisión.
–No tengo muchas cosas por aquí en este momento, pero, como siempre, ha llegado en el momento perfecto. La esposa más joven de su padre acaba de encargar un vestuario entero. Ya he terminado algunas prendas y podría retocarlas –Jameel miró a Rita rascándose la barbilla–. Soltar un poco el busto, meter la cintura, alargar el pantalón… y asunto resuelto.
Rita, estupefacta, se rio.
–¿Todo eso?
Su voz resultó tan melódica y encantadora por la curiosidad que hasta el sastre, muy curtido, pareció hipnotizado por un momento.
Jag no podía haber encontrado mejor pareja para esa misión.
Aun así, no la había llevado para comprobar la capacidad que tenía de que todo el mundo se enamorara de ella, la había llevado para conseguirle algo de ropa.
–Como en todo diseño –contestó Jag–, la prenda perfecta depende de los detalles, querida.
Jameel miró más detenidamente a Rita antes de intervenir.
–Es muy hermosa…–comentó el sastre como si le sorprendiera no haberse dado cuenta hasta ese momento.
Jag tuvo que sofocar la inusitada oleada de agresividad posesiva que lo había invadido al ver la mirada del otro hombre.
–Sí, es un diamante en bruto –reconoció Jag.
Una expresión rara se reflejó en el rostro de Rita por las palabras de su esposo, pero sonrió a Jameel.
–Gracias.
–¿Quién es usted?
La pregunta se le escapó a Jameel sin darse cuenta de que era un quebrantamiento absoluto de su famosa discreción.
Jag, sin embargo, lo entendió.
Su flamante esposa tenía algo poderosamente magnético, tenía un atractivo que podía con la compostura más inflexible.
Por eso, y porque era el mejor momento para practicar su elusiva historia, Jag contestó con una verdad muy medida.
–Es NECTAR.
Jameel se quedó boquiabierto y, otra vez, a Jag le impresionó que le pasara algo así a su sastre.
Jameel vestía a reyes y reinas del todo el mundo y era muy elocuente que le emocionara tanto conocer a esa mujer en concreto.
–Pero… No tenía ni idea de que NECTAR fuese una mujer… –balbució Jameel.
–Supongo que no tendrás inconveniente en vestir a una mujer…
–Claro que no –contestó Jameel distraídamente.
Hizo un gesto por encima del hombro para que se sirvieran lo que quisieran y se llevó a Rita.
Dos horas más tarde, el diamante de Jag estaba pulido y deslumbrante.
–Príncipe Jahangir, le presento a la última reconversión de NECTAR que impresionará al mundo. ¿El genio chiflado en sí mismo?
Jameel lo dijo en un tono burlón que indicaba que era una broma entre los dos y Jag se quedó atónito al sentir otra oleada de afán posesivo.
No la había llevado con Jameel para que hicieran buenas migas, la había llevado para que la vistiera desenfadadamente, pero como a una princesa.
Sin embargo, al verla, los celos se habían adueñado de él.
Un cambio de ropa no debería haberla transformado de esa manera. Aunque, para ser sincero, no estaba distinta en esencia.
Le sonreía el mismo rostro moreno con los mismos ojos enormes y los mismos labios carnosos.
Su rostro almendrado era idéntico, tenía la misma barbilla con una levísima hendidura, los dientes eran igual de perfectos y las cejas igual de rectas y oscuras, todos sus rasgos transmitían la misma vitalidad que antes de haberse marchado con el sastre.
Solo había cambiado la ropa, pero la diferencia era como la noche y el día.
Jameel la había vestido con unos pantalones negros que le llegaban hasta los tobillos y que conservaban cierta rigidez por el grueso satén, pero que también se ondulaban delicadamente cuando ella movía las piernas.
Por encima llevaba una túnica que le llegaba hasta medio muslo también negra, de manga larga, con cuello Mao y con unos broches de adorno.
Sin embargo, lo más impresionante era la chaqueta bordada. En realidad, era un chaleco negro sin mangas que le llegaba hasta las rodillas y que estaba hecho para llevarlo abierto. Jag sabía que los bordados que formaban los ribetes inferiores y delanteros estaban hechos con hilos de oro y formaban complicadas figuras geométricas.
El efecto era natural y centelleante, atrevido, futurista y también respetuoso con la tradición. Parecía una de las reconversiones que hacía ella.
Una vez más, el sastre había demostrado su categoría. No se limitaba a vestir cuerpos con ropa que estaba de moda. Utilizaba la moda para reflejar las almas y los cuerpos que recubría.
Los accesorios eran dorados y resplandecientes, tenía abundantes diamantes y perlas negras por el cuello, los dedos, las muñecas y las orejas. Cada una de las piezas captaba la luz como lo hacía el tono de su piel y la reflejaba más vibrantemente.
Tragó saliva para intentar volver al mundo real, pero no lo consiguió.
–Afortunadamente –Jag se dio cuenta en ese momento de que Jameel había estado explicándole la vestimenta–, su madrastra no ha visto todavía lo que he hecho y no sabrá lo que se ha perdido.
–Estaba hecho para Rita –comentó Jag.
–Sin ninguna duda –confirmó Jameel con los ojos resplandecientes por su creación.
Jag miró a Rita a los ojos y sintió esa extraña descarga que sentía cada vez que lo hacía. Tenía las pupilas dilatadas, hacían que se olvidara de la ropa y lo arrastraban a lo más profundo.
Su sonrisa era amplia, franca y dulce. Se quedó fascinado hasta que frunció el ceño para reponerse.
Aunque, a juzgar por el resultado, pudiera parecer que estaba malcriando a su esposa, no era verdad y él tenía que tenerlo muy presente.
–¡No voy a quitármelo nunca! –exclamó Rita.
Su placer era natural y estimulante, como sumergirse en el néctar que, tan acertadamente, se había puesto de sobrenombre y hacía que se diera cuenta de lo mucho que había echado de menos esa dulzura sencilla y sincera.
Sin embargo, no de ella. Podía encontrar esa dulzura en alguien que no fuera ella.
Para recordarles a los dos la distancia que habían acordado mantener, Jag asintió con la cabeza para dejar de mirarla a los ojos, se aclaró la garganta y esbozó una sonrisa forzada.
–Excelente.
Jameel se rio mirándolos alternativamente.
–Ha sido un honor vestirte, Rita. Tienes mi número de teléfono y no dudes en llamarme si necesitas algo.
A Jag no le gustó y levantó un brazo hacia su esposa, que acudió sin pensárselo dos veces, desdeñando la oferta de Jameel como si les diera su teléfono directo a todos sus clientes.
Jag la llevó a la calle artificial y se alegró de volver al ascensor para vehículos y de captar toda su atención otra vez. Ella tenía la desconcertante costumbre de encontrar infinitamente más fascinante a cualquiera antes que a él, y eso no le gustaba.
–¿Qué te ha parecido Jameel? –le preguntó él una vez en el coche.
–Se preocupa por la ropa tanto como yo lo hago por los coches y me ha dado muchos consejos sobre Hayat.
–¿Como cuál?
–Que siempre hay alguien observando.
–Tiene razón. Afortunadamente, ahora vas impecablemente vestida.
Ella resopló y él sonrió. Se alegró de que ella hubiese captado la broma y que estaba orgulloso de ella.
La visita a Jameel había sido un ensayo perfecto. Rita lo había encandilado como sabía que encandilaría a todo Hayat. Ya solo tenía que decidir qué le parecía a él.
–¿Adónde vamos ahora? –le preguntó ella.
–Al circuito –contestó él.
Rita lo recompensó con una sonrisa deslumbrante.
Una vez en el circuito, Rita se bajó del coche antes de que el conductor le abriera la puerta y salió casi corriendo hacia el solar de la obra. Solo le faltaba llevar una bandera de Estados Unidos para que quedara más claro de dónde era, pero le encantaba su entusiasmo y él estaba muy orgulloso de su circuito.
Estaba casi terminado y era la construcción de ese tipo más grande del mundo.
Se unió a Rita, que estaba a la sombra de un andamio con una mano sobre la pared.
–¿Qué sientes? –le preguntó él.
–¡Está vivo! –exclamó ella entre risas y en tono de película de ciencia ficción.
Asombrosamente, él sonrió, aunque no le gustaban especialmente esas bromas tontas. Su sentido del humor era más evidente en situaciones que Rita y él no conocerían, que habían acordado evitar.
Jag dejó a un lado lo que estaba pensando y se ciñó a lo indiscutible.
–Es verdad, está vivo. Cuando se termine, será el edificio biofílico más grande el mundo.
–Fabuloso –comentó Rita–. Una vez, di un curso de un trimestre sobre diseño biofílico. Me inspiró en muchas reformas que hice en mi casa y en mis talleres. Así es como el futuro…
Rita no terminó la frase y examinó con más detalle la pared, se fijó sobre todo en la unión de los elementos vivos con los artificiales.
Jag la observó, asombrosamente absorto, mientras ella palpaba y sentía la superficie y se dio cuenta de que tenía unas manos bastante pequeñas.
No se había fijado ni en su garaje ni en el avión, se fijó en ese momento, como si cada minuto que pasaba con ella conllevara un descubrimiento.
Era paradójico que unas manos tan pequeñas hubiesen creado algunos de los mecanismos eléctricos más avanzados del mundo.
–¿También haces reformas? –le preguntó Jag con una ceja arqueada–. No sabía que me hubiese quedado con una mujer que hacía de todo.
Rita se dio la vuelta con una sonrisa que lo desequilibró un poco, como si ella no acabara de darse cuenta.
–Haces de todo cuando estás empezando y ampliando una empresa a la vez.
–Creía que solo te dedicabas a los coches.
Ella volvió a examinar el edificio sin dejar de sonreír.
–Es verdad, pero aunque le cueste imaginárselo a un hombre como tú, hay muchos obstáculos en el camino y casi todos son económicos. Cuando me quedaba sin dinero para pagar las mejoras de mi casa o del taller, y pasaba muchas veces al principio, solo me quedaba la alternativa de buscar materiales y hacerlo yo misma o cruzarme de brazos y esperar.
Jag sonrió porque, a esas alturas, ya sabía que era una mujer que no se quedaría esperando a que pasara algo.
–Impresionante.
Rita, se giró, sus miradas se encontraron y se estremecieron un instante otra vez, antes de que ella se acordara de sonreír y de encogerse de hombros.
–Es lo que ha hecho siempre mi familia.
–Pues eres una especialista gracias a eso. Deberías hacer algo para mi padre.
Jag esperaba que ella ya hubiese entendido cómo eran las cosas y se diese cuenta de que era una idea absurda.
Rita no le defraudó y se rio.
–Según lo que me has contado, le encantará. «Toma, suegro, una demostración más de que tu flamante princesa es… pum, pum, pum… muy apañada».
Los ojos de Jag dejaron escapar un brillo burlón, pero la mención de su padre le recordó que, hasta que lo comunicaran, era preferible que no se viera mucho a Rita.
–Imagínate su espanto. Aun así, por mucho que te emocione, querida, será mejor que te enseñe tu nueva casa.
No había querido llamarla «querida» como tampoco había querido ser tan cercano y seductor como lo había sido infinidad de veces desde que decidieron que lo suyo era una relación profesional, pero había sucedido inevitablemente.
Sin embargo, después de haber descansado bien por la noche y de haber pasado algún tiempo alejado de su esposa, podría mantener sin problemas la apariencia de un marido principesco y sin sentimientos.
Además, la llevaría al antiguo palacio de su madre. Lo hicieron a su medida y con unos jardines intrincados y era el único que le parecía mínimamente adecuado para la vibrante mujer que tenía al lado, aunque hacía años que no lo pisaba.