Una semana después, Rita y Jag se encontraron en el patio central del palacio, al lado de una enorme fuente hecha con mosaicos.
No había pretendido estar allí cuando él llegara.
Había terminado el proyecto en el que estaba trabajando, pero ya era demasiado tarde para empezar otro y había ido a asearse a los baños del palacio. Estaba cruzando otra vez el patio cuando Jag salió del pasillo que llevaba al garaje antiguo.
Ella ya llevaba allí toda una semana y los garajes nuevos estaban casi terminados.
Sonrió con el pelo mojado envuelto en una toalla y con los preciosos pantalones de lino y la camiseta de algodón que le había proporcionado Jameel.
–Hola.
Él esbozó una sonrisa cálida y sexy y ligeramente sorprendida, y ella tuvo que sofocar todo lo que se le despertaba por dentro.
Estarían casados, pero los dos habían acordado que la intimidad, fuera sentimental o del cualquier otro tipo, solo complicaría las cosas. Sin embargo, no había tenido que recordárselo durante un tiempo, desde que el príncipe la dejó allí y se marchó a su residencia, fuera cual fuese, la primera noche que llegaron.
No lo había visto desde entonces.
Habían hablado por teléfono y se habían mandado mensajes sobre la construcción de los nuevos garajes y sobre cómo incluirla en la exposición cuando ya estaba tan avanzada, pero no se habían visto.
Aun así, habían bastado unos minutos para que empezara a pensar de todo. Tenía que esforzarse mucho más para mantenerlo todo en un terreno profesional.
–Hola –le saludó él con la respiración un poco entrecortada–. Observo que has estado utilizando los baños…
Rita asintió con la cabeza y agradeció esa conversación trivial para intentar recomponerse.
–Son maravillosos. No entiendo que no se me ocurriera algo así para mi casa.
–Eran el orgullo y el placer de mi madre. Los diseñó ella misma. Aunque hace años que no los uso.
–¡Pues deberías! Es una pena pensar que han estado inutilizados. Es lo primero que haré cuando vuelva a casa. La compré porque había sitio para los garajes y estaba cerca de la ciudad, pero estaba bastante abandonada. No la quería nadie porque es un edificio protegido y no se podía tirar, solo se podía reformar. Me costó resolverlo porque el garaje era lo prioritario, pero cuando lo conseguí, le devolví todo su esplendor de mediados de siglo. Sin embargo, no he tocado la vieja piscina. Ni siquiera tiene agua… –Rita se calló cuando se dio cuenta de que estaba hablando como una cotorra–. ¿Tu madre era diseñadora?
Lo había preguntado antes de que hubiese podido evitarlo. Hacer preguntas personales cuando estaban intentando mantener una relación meramente cordial era una idea tan mala como tener esos pensamientos inadecuados.
Sin embargo, la pregunta, en vez de alejarlo más, le bajó un poco la guardia.
–Sí –contestó él con una ligera sonrisa–. Era arquitecta y diseñaba interiores. Era brillante, como tú –añadió él señalándola con la cabeza–. Este palacio lo hizo ella.
Ella notó que le abrasaban las mejillas. No estaba acostumbrada, después de tantos años, a que la alabara alguien cuya opinión le importaba.
En realidad, no lo recordaba desde que su padre anunció que aceptaba su compromiso cuando ella tenía diecisiete años. ¿De verdad habían pasado diez años?
–Es impresionante –comentó ella con sinceridad.
Durante esa semana, había llegado a sentir que el palacio de la madre de Jag era como su casa lejos de casa, tenía calidez, comodidad, elegancia…
–Tengo muy buenos recuerdos con ella aquí –añadió él.
Le brotó otra pregunta, como si esa confesión le hubiese dado permiso.
–¿Qué le paso?
Rita no pudo contener la curiosidad, pero esa vez no tuvo recompensa.
Cuando él volvió a hablar lo hizo en cierto tono distante, como si hubiese vuelto a la realidad por la pregunta y se hubiese cerrado en sí mismo, lo cual, seguramente, era lo mejor. Uno de ellos, al menos, podía recordar las condiciones de su acuerdo.
–Es una historia triste para otro momento, pero me alegro de que me hayas recordado los baños. Estoy seguro de que sumergirme en el enorme baño de agua caliente hará maravillas a mis hombros.
Rita no pudo evitar imaginarse el musculoso cuerpo de Jag en ese inmenso baño celestial. Asintió con la cabeza y con una opresión en el pecho que no le dejaba respirar casi, pero se concentró en recuperar el dominio de sí misma en vez de seguir por ese camino.
No tenía que ir por ese camino, tenía que sonreír y mantener una distancia profesional.
–Has llegado justo a tiempo para cenar –comentó ella para cambiar de conversación–. ¿Vas a quedarte?
Ella lo dijo en un tono despreocupado e intentó, sin conseguirlo del todo, parecer superficial.
Era complicado porque era la primera vez que lo veía desde hacía una semana, desde que la dejó allí.
Él esbozó una sonrisa levísima, tragó saliva y asintió con la cabeza.
–He cancelado mi llamada con el jeque Ahmed. Si quiere venir a la exposición, que venga, y si no, que no venga. He comprendido que prefería la comida de Rafida que intentar convencerlo.
–¿De verdad? –preguntó Rita casi sin poder respirar.
No era posible que hubiese vuelto al palacio solo por la comida de Rafida. Rafida le había contado que, antes de que ella llegara a Hayat, el príncipe no había pisado casi el palacio de su infancia.
–Tenía unas ganas que no podía contener.
Si él no hubiese sido el que se aferraba con más firmeza a las condiciones del acuerdo, ella habría jurado que no se refería a la comida.
–Doy por supuesto que comeremos en el cuarto azul…
Jag la sacó de sus pensamientos y retrocedió un paso como si, de repente, se hubiese dado cuenta de que estaba demasiado cerca de ella.
Se había quitado la chaqueta mientras hablaban. Había elegido la vestimenta occidental para lo que hubiese tenido que hacer durante el día, y Rita tuvo que tragar saliva, pero se limitó a asentir con la cabeza para no tener que aclararse la garganta.
El cuarto azul era uno de sus preferidos. Era un pequeño comedor, pero no era solo azul, eso era una forma muy abreviada de decirlo. Era una habitación maravillosamente decorada con zócalo de madera a media altura ribeteado de verde azulado y paneles acristalados desde el suelo hasta el techo. En las paredes, por encima del zócalo, habían pintado una escena lacustre con grullas y follaje de un precioso tono acuoso.
Ese cuarto, como todo el palacio, era un remanso de paz en comparación con la tecnificada ciudad, aunque ella tampoco conocía tanto la ciudad como para necesitar un remanso de paz.
Durante el viaje de vuelta desde al circuito de carreras, Jag y ella habían acordado que lo mejor sería que se quedara el mayor tiempo posible en el palacio hasta después de la exposición.
De esa manera, la gente seguiría concentrada en el acontecimiento mientras ella completaba el guardarropa. Además, le permitía no pensar en la idea de tener que presentarse a todo el mundo.
Hasta ese momento, ese acuerdo disparatado no le había afectado en su manera de trabajar, pero decirle al mundo que NECTAR era una mujer sí lo haría.
Si Jag tenía razón, ser princesa compensaría la falta de respeto de todo el mundo cuando supieran que era una mujer, pero si se equivocaba, iba a costarle recuperarse.
Además, las princesas no infundían mucho respeto en la industria del automóvil, por no decir nada de la ingeniería o la informática. Eran sectores en los que, desgraciadamente, todavía no se tomaba en serio a las mujeres.
Sin embargo, ella podría capear el temporal porque era una princesa.
Al menos, durante un tiempo.
Luego, cuando ya no fuera una princesa, habría pasado tanto tiempo trabajando como NECTAR, la mujer, que sus logros hablarían por sí solos… o eso esperaba.
–¿Qué está pensando esa cabeza genial que tienes? –le preguntó Jag.
Ella dio un respingo y tuvo que pararse un momento. Era una novedad tener que adaptarse a un acompañante. Había pasado tanto tiempo sola que no estaba acostumbrada a que alguien la sacara de sus pensamientos.
En realidad, la cena de esa noche, además de inesperada, era algo que no le había pasado desde que salió de la universidad.
Después de que su familia renegara de ella, hacía casi diez años, no la habían invitado a las reuniones familiares y había celebrado el día de Acción de Gracias con los amigos de la universidad. Luego, cuando sus escasos amigos volvieron con sus familias o empezaron a formar familias propias, le pareció una imposición asistir también.
En realidad, cenar juntos le parecía más peligroso, íntimo y personal que la relación física que habían decidido evitar.
Sin embargo, seguramente, eso era porque estaba acostumbrada a la vida de una eremita.
Estaba segura de que el príncipe sabía lo que estaba haciendo.
Cuando llegaron al comedor, vieron que Rafida había puesto la mesa, pero que no había servido la comida.
Jag se sentó a un extremo de la mesa y ella, a su izquierda. Le pareció lo más cómodo para poder hablar sin tener que gritar desde el otro extremo de la mesa.
–¿Qué tal te ha ido el trabajo hoy? –le preguntó Jag mientras se sentaban.
–Bien –contestó ella con una sonrisa–. Las herramientas que ya han llegado están haciendo que me dé cuenta de lo anticuado que se había quedado mi taller. Estoy deseando que todo esté terminado. Es mucho más divertido trabajar con material de última generación –añadió ella sin disimular el placer–. ¿Y tú? Quiero decir, aparte de la llamada que te has saltado.
Jag se rio por su descaro.
–Bueno, resolví algunas cosas. Por ejemplo, se ha aprobado el programa de la clausura y la presentación de NECTAR y mi esposa. Será en la fiesta posterior a la carrera. Asistirá una lista de invitados muy selecta y muchos medios de comunicación. Anunciaré la victoria del Ferrari de NECTAR y la victoria de haber conquistado el corazón de la misteriosa ingeniera.
Rita se quedó en silencio. De todos los sacrificios que le habían pedido para tener la posibilidad de cambiar el mundo el que más le costaba era tener que perder el anonimato y la capa protectora de que todo el mundo creyera que era un hombre.
No había sido fácil protegerse y todavía no estaba convencida de que fuese la mejor idea.
Jag frunció el ceño cuando ella tardó demasiado en expresar su entusiasmo.
–Sigues nerviosa.
A Rita le pareció que no había motivo para negarlo y no lo negó.
–Sí. El anonimato ha sido una capa protectora y me cuesta desprenderme de ella.
–Ya no eres una niña pequeña y no tienes las ambiciones de una niña pequeña. Creo que ya es hora de que te desprendas de esa capa.
–Si vas a ponerte así…
Ella intentó mantener un tono desenfadado, pero él no le dejó.
–Pues sí, porque es verdad. Como te dije en el avión, es posible que hayas tenido motivos y convicciones para ser un secreto relativo durante todo este tiempo, pero tendrás que tener agallas para olvidarte de eso si quieres hacer lo que dijiste que querías hacer, y que yo creo que quieres hacer. No estarías aquí si no quisieras. No dejes que las dudas te saboteen ya que estás aquí… a no ser que te avergüences de ser mujer.
Añadió lo último como si se le hubiese ocurrido de repente en ese momento.
–Claro que no –replicó Rita en tono tajante–. Estoy muy orgullosa de ser mujer, y sobre todo en mi terreno.
–¿Tu terreno? Entonces, ¿se trata de ser mecánica?
–No he querido nunca ser otra cosa, nada más, pero en ese terreno piensan otra cosa sobre las mujeres que mandan.
Él sacudió una mano como si quisiera borrar esas palabras.
–Has superado de tal manera la destreza y los logros de todos los hombres que eso, por muy injusto que sea, ya no puede ser una excusa. Si no tienes miedo y no estás avergonzada, no veo ningún motivo para que no seas tú misma en la palestra mundial. La evolución es el proceso de librarte de lo que ya no te sirve. El anonimato solo era una herramienta para abrirte paso hasta el verdadero poder. Ahora, cuando ya puedes tocarlo con los dedos, no puedes permitir que el miedo y las costumbres del pasado te impidan agarrarlo con todas tus fuerzas.
Rita sonrió porque no supo qué decir, pero sabía que tendría un rostro inexpresivo porque no tenía ganas de sonreír. Jag frunció el ceño justo cuando Rafida entraba con la cena y le evitaba a Rita tener que hablar más de ese asunto.
La mesa se llenó con fuentes llenas de carnes y verduras adobadas y hechas a la parrilla, con cuencos de cremas sazonadas con especias y hierbas recién picadas, con un plato de tortas recién sacadas del horno, con más platos rebosantes de dátiles, de yogur casero con miel y semillas de sésamo y de fruta cortada, además de unas bolas de masa frita bañadas en sirope.
También había una jarra con una infusión de menta y miel.
Rita no podía entender qué hacía la familia de Rafida para poder ocuparse del palacio además de hacer comida tres veces al día.
Naturalmente, y para desesperación de su madre, no había entendido nunca la mayoría de las tareas domésticas. Ese había sido uno de los inconvenientes para negociar su matrimonio.
Ella era inteligente, claro, pero las madres querían estar seguras de que sus hijos y sus nietos no iban a morirse de hambre. Ese había sido otro de los motivos para que la familia de Rita recibiera con tanto entusiasmo la oferta de la familia de Rashad. No querían una chica que supiera cocinar sino una que pudiera llegar a ser médica.
Ella, sin embargo, no había podido poner la misma pasión en cocinar o en curar una herida que en fabricar un motor, y se notaba, aunque, en aquel momento, ella no había sabido nada del asunto de ser médica.
«El amor es lo que hace que sea gratificante, querida», le había asegurado su madre. «Yo era como tú cuando era joven, no me interesaban las tareas del hogar ni la cocina, pero llegasteis tu hermana y tú y todo cambió. Lo verás cuando tengas hijos, querrás darles de comer».
Sin embargo, los hijos no habían ocupado un lugar destacado entre sus prioridades y lo hacían menos todavía en ese momento.
Aunque su matrimonio, acordado por intereses profesionales era algo distinto, los matrimonios concertados seguían siendo normales entre su comunidad, incluso entre los bengalís estadounidenses.
Sus padres, como Jag y ella, no se conocieron hasta el día de su boda, pero los métodos ya habían cambiado.
Cuando quedó claro que Rita llegaría lejos en el sentido académico, sus padres recibieron ofertas y empezaron a negociarlas con la advertencia de que no se casaría hasta que se hubiese graduado en la universidad.
Rita acabó prometida a un bengalí estadounidense de una familia de médicos.
Como ella era muy joven, solo tenía diecisiete años entonces, Rashad y ella se concedieron seis años para terminar los estudios y conocerse antes de casarse. Él era inteligente, no la intimidaba y era buen conversador.
Sin embargo, ella se marchó, rompió involuntariamente las condiciones del acuerdo y deshonró a su familia, que renegó de ella. Aun así, allí estaba, cenando una comida deliciosa que no había preparado ella, casada por intereses profesionales con un príncipe impresionante y sin perspectivas de cambiar… y eso era exactamente lo que quería.
En realidad, solo lamentaba no haberse dado cuenta antes de que el amor y la aceptación de sus padres había dependido tanto de los de sus futuros padres políticos. Le habría gustado haberlo sabido desde el principio.
Afortunadamente, todo había quedado muy claro con Jag desde el principio.
–Te has quedado callada otra vez –comentó Jag devolviéndola a la realidad una vez más.
–Estaba disfrutando de esta maravillosa comida –mintió ella con una sonrisa.
–Rafida no te decepciona –replicó él.
–Desde luego que no. Esta mañana hizo un balaleet delicioso.
Jag dejó escapar un sonido de fastidio y a Rita le impresionó lo cotidiano que parecía ese momento. Podría parecer fácilmente que eran un matrimonio normal cuando, en realidad, solo tenían una relación profesional.
–El balaleet de Rafida es el mejor del mundo. Era el favorito de mi madre –añadió él con una sonrisa franca y delicada.
Había sacado a relucir a su madre por segunda vez esa noche, pero esa vez no quiso insistir.
–¿De verdad? –preguntó Rita con despreocupación–. No sabía que Rafida hubiese estado con vosotros desde hace tanto tiempo.
–Rafida era la empleada doméstica de mi madre.
–¿De verdad? –repitió Rita.
Esa vez estaba sinceramente sorprendida. Rafida no era una jovenzuela, pero tampoco parecía tan mayor como para haber trabajado con la familia desde hacía generaciones.
–Era muy joven cuando la contrató mi madre –le explicó Jag entre risas–. Solo tenía catorce años.
–Eso es trabajo infantil…
Jag la miró con cierto recelo y sacudió una mano.
–Es mejor incumplir algunas leyes hasta que llegue alguien con más poder que las cambie. Violaron a Rafida y su familia la repudió. Eso era más corriente entonces. Las cosas han cambiado desde que ejerzo de príncipe heredero.
–Pero tuvo que ser espantoso para Rafida.
–Sí. Mi madre se enfrentó a todo el mundo, incluso a mi padre, y le dio un buen empleo. También le ofreció estudios, pero los rechazó porque sabía que no sería bien recibida en el colegio.
Él, con una anécdota, le había transmitido cómo había sido su madre y lo fuerte y resistente que era la mujer con la que había estado viviendo en esa casa.
–Tu madre parece una mujer valiente y generosa y no había podido imaginarme que Rafida fuese tan fuerte –comentó Rita con seriedad–. Es una pena que salieras como saliste con dos ejemplos de mujeres tan poderosas –añadió ella al darse cuenta de que él, una vez más, había hablado más de lo que le habría gustado.
Lo que no había tenido su pulla de sutileza, que era mucho, lo compensó con eficacia. Él, en vez de mirarla con un destello cobrizo en los ojos y de encerrarse en sí mismo otra vez, se movió. Alargó un dedo con la velocidad de un rayo y le dio un golpecito en la nariz.
Ella abrió los ojos como platos y contuvo la respiración. La piel se despertó a la vida donde le había tocado, pero él no sabía el efecto que tenía su contacto en ella.
–¿Y tú, Rita? –le preguntó él en un tono triunfal y algo burlón.
–¿Qué…?
–¿Y tu familia? Tus padres, tu hermanos, todo eso. Háblame de mi familia política.
No estaba pidiéndoselo, estaba ordenándoselo como si hubiese caído en la cuenta de repente que ella también tendría una familia… y seguramente era así.
La familia era un asunto del que no tenía mucho que contar, aparte de la necesidad de incordiarlo por principio.
–Mi familia… –repitió ella para ganar tiempo.
¿Por dónde debía empezar? ¿Qué podía contarle a alguien que buscaría indicios de su entorno sin revelarle secretos y heridas profundos y sombríos?
Ella era curiosa, pero sabía que era complicado satisfacer esa curiosidad y mantener la privacidad a la vez. Por eso no tenía que preocuparse cuando era NECTAR.
–Mi familia es propietaria de una empresa de transporte por carretera de larga distancia –siguió ella–. La creó mi abuelo cuando llegó de joven a Estados Unidos con mi abuela y, en estos momentos, la dirigen mi padre y mis tíos.
Rita hizo una pausa para pensar cómo podía seguir. Tenía que ser algo lo bastante personal para desvelar alguna verdad sobre sí misma sin dar pistas de cómo acababa todo. Todavía, años después de que hubiese sucedido, sentía remordimiento y vergüenza y miedo de que lo que hizo le pareciera egoísta a alguien ajeno a la situación.
–El matrimonio de mis padres fue concertado. Mi padre voló a Bangladesh y conoció a mi madre el día de la boda. Se quedaron allí una semana y luego fueron a Estados Unidos para empezar su vida juntos. Mi madre no había estado nunca en Estados Unidos.
Rita se centró en partes de la historia que siempre le habían fascinado y esperó que Jag se conformara con eso y no le hiciera preguntas más penetrantes.
–Yo nací a los dos años de que se casaran y mi hermana Nadia llegó tres años después que yo. Esos somos todos; mi madre, mi padre, mi hermana, mis tíos, mis primos y yo.
Acabó en un tono desenfadado como si no se le hubiese revuelto el estómago.
–¿Transporte por carretera a larga distancia? –murmuró él–. No podía venirme mejor…
–¿Por qué? –preguntó, aunque sabía que no debería.
–No solo eres una mecánica, tu familia son unos inmigrantes no cualificados. Ya sé que los inmigrantes dan vigor a la economía, pero las princesas no suelen buscarse en ese sector de la población. Mi padre es clasista entre otras muchas cosas. Desprecia a la población inmigrante de Hayat, que suelen ser del sur de Asia, como tú, y le espantará más todavía que tu familia sean inmigrantes en Estados Unidos, eso además de todas tus características convenientemente imperfectas. En cambio, la gente normal de Hayat te adorará aunque a mi padre le hierva la sangre. Supongo que tu interés por la mecánica y la ingeniería te llegó por la empresa de transporte…
–Sí –Rita asintió con la cabeza–. Los coches, los camiones, todo lo que se mueve. Estuve entre ellos desde muy pequeña. La verdad es que era lo único que me interesaba. Todos los veranos, desde que dejé de necesitar una silla para el asiento, mi padre me llevaba a hacer algunas rutas. Me encantaba.
–Puedo imaginarte de pequeña en un camión enorme.
–Cuando era pequeña de verdad, antes de que mi padre me llevara de viaje, tenía que sentarme en una pila de guías telefónicas para poder ver algo por el parabrisas.
–¿Guías telefónicas? –preguntó él.
Ella tuvo que contener la risa.
–Sí. Las guías telefónicas eran esas cosas tan antiguas que tenía los números de teléfono de personas y empresas de una zona.
–¿Daban esa información gratis? –preguntó Jag–. Parece una violación de la privacidad…
Esa vez, Rita sí se rio.
–Las cosas eran distintas entonces en el oeste de Estados Unidos, sobre todo, si no pertenecías a la realeza. Tenías que vadear ríos y utilizar teléfonos con cable.
Él le consintió la broma y sonrió.
–Las cosas que has tenido que soportar –Jag sacudió la cabeza y siguió hablando aunque casi para sí mismo–. Transporte por carretera a larga distancia…
Rita puso los ojos en blanco, pero le aliviaba estar hablando de la historia de camioneros de su familia y no de otros asuntos más peliagudos.
La verdad era que siempre solía tener presente a su familia, pero, a medida que fue creciendo como NECTAR, había conseguido tenerla presente en un segundo plano y no como una queja constante y omnipresente.
Sin embargo, la cena con el príncipe los había sacado otra vez a la superficie, le había recordado otra vez lo que era formar parte de una unidad.
Era posible que su unidad fuera solo de dos, pero, a pesar de las limitaciones que se habían impuesto, habían conseguido formar un equipo inusitado.
Para bien o para mal, cada vez estaban más unidos y se dirigían, si no a ser un matrimonio de verdad, a ser poco más que un par de colegas metidos en una operación comercial.
Sin embargo, lo más peligroso de todo, incluida la conversación espinosa, era que esa cena le había obligado a reconocer lo que no había estado dispuesta a reconocer durante toda la semana anterior, que quería algo más y que lo quería con Jag.