Diez días después
–No está mal lo que has organizado…
Vincenzo Moretti, gobernante de Arista, un pequeño país europeo, lo comentó mientras Jag entraba en la habitación donde estaban las tres personas que más significaban para él.
Dejó a un lado la imagen de Rita, que le ocupaba la cabeza a pesar de lo antedicho, y abrió los brazos para abrazar a Vincenzo con una sonrisa por primera vez en todo el día.
–Mi padre será monstruoso y despiadado –replicó Jag–, pero tiene una desdichada afición a ganar dinero… y yo disfruto gastándomelo.
El padre de Vin, el exrey de Arista, no había tenido tanto talento. Él, como el padre de Jag, había vivido como si lo único que importase fuese su placer y, como el padre de Jag, había sido desalmado con su esposa.
–¿No podrías haber encontrado un proyecto más útil, Jag? Un hospital, por ejemplo. Algo más práctico que la construcción biofílica más grande del mundo –le preguntó Rafael, aunque sabía que la pregunta iba a ser inútil.
–He construido seis hospitales de tecnología punta durante los tres últimos años. Todo el mundo vive a menos de veinte minutos de un hospital recién inaugurado. Quería darme el gustazo, como dicen en Estados Unidos.
–¿Desde cuándo dices expresiones de Estados Unidos? –le preguntó Zeus con cierta sorna.
Tenía que ser Zeus, se dijo Jag para sus adentros con un suspiro, quien reconociera la declaración inconsciente en una frase. Si había que despedazar algo sin compasión, Zeus se ocupaba de ello. El príncipe del Egeo era como un sable viviente.
No tenía sentido intentar ocultarles algo a esos tres hombres que lo conocían tan bien.
–Desde que me casé con una mujer estadounidense.
Fue como si la habitación en las oficinas del centro de la ciudad se hubiese quedado sin aire. Los tres hombres se quedaron helados y en silencio antes de que empezaran a hablar a la vez.
–¿Te has casado? –preguntó Rafael con el rostro moreno contraído por un gesto de disgusto.
–¿Quien es ella? –intervino Vin.
–¿Cuándo vamos a conocerla? Supongo que será tan inaceptable como estaba previsto –murmuró Zeus–. Dime que es atroz.
–No lo es –replicó Jag poniéndose rígido.
–Basta con que sea estadounidense –aseguró Rafael sin sarcasmo.
–Discúlpate –le exigió Vin, quien también estaba casado con una estadounidense.
–Entonces, ¿por qué es inadecuada tu esposa? ¿O no lo es? ¿Acaso has caído en la misma trampa del amor que todos nosotros? –preguntó Zeus.
–No –Jag sacudió una mano para desdeñar las palabras de Zeus–. Mi esposa es completamente inaceptable y, desde luego, no estamos enamorados. Es una mecánica de Oakland.
Los otros tres hombres soltaron una carcajada.
–Parece que eres el único que lo ha conseguido –comentó Zeus con un brillo burlón en los ojos.
–Aunque no tiene nada de malo ser mecánica –intervino Rafael en un tono sarcástico–, tampoco es el ambiente que prepararía a alguien para ser princesa.
–Me habría gustado darte la bienvenida a nuestro lado –Vin sonrió con cierta tristeza–, pero tengo que reconocer que parece que eres el único que ha cumplido plenamente las condiciones de nuestro acuerdo.
–Eso parece –reconoció Jag con una sonrisa forzada.
–Sin embargo, me parece que hay un «pero» –replicó Zeus.
–¿Es… demasiado inadecuada? –preguntó Rafael con astucia.
–No –Jag sacudió la cabeza–. Es perfectamente inadecuada. En realidad, es como un manual de contrastes. Esa temeraria, osada y descarada, pero también es tímida y reservada. Su cuerpo no tiene nada de sutil, pero es misteriosa y discreta. Es brillante sin discusión posible. No he conocido muchas cabezas tan rápidas y juiciosas como la de ella. Además, para que conste, no tiene nada de atroz. Representa todo lo que detesta mi padre, pero ofrece todo lo que el pueblo de Hayat espera de una princesa. No habría encontrado una mujer tan perfectamente imperfecta ni aunque la hubiese buscado… y no estaba buscándola, solo había ido a recoger mi coche.
–Estoy empezando a entender tu problema –comento Zeus con ironía.
–Yo también –añadió Rafael.
–Está claro como el agua –concluyó Vin.
–¿Cuál es? –preguntó Jag arqueando una ceja.
–La deseas –contestó Zeus.
–Eso es absurdo. ¿No me has escuchado? Es completamente inaceptable.
–Hemos oído lo más importante –replicó Vin con una sonrisa.
–Creo que has dicho que era perfecta –añadió Rafael.
–No habrías encontrado una mejor aunque la hubieses buscado.
Zeus repitió sus palabras y Jag cerró los ojos y dominó la violenta necesidad de negarlo otra vez. Sus amigos no lo creerían… y él tampoco.
Efectivamente, deseaba a Rita.
Era un deseo cada vez más presente en su cabeza, que iba creciendo de tamaño como un tumor monstruoso, que también amenazaba la existencia del acuerdo que había hecho con ella, por no decir nada de la suya propia. No podía permitirse desear algo así, algo que llevaba a los sentimientos y el apego. Era demasiado arriesgado.
Ninguna relación podía convertirse en una herramienta para manipularlo, pero tampoco podía negarlo, ni a esos hombres ni a sí mismo.
–La deseo –reconoció Jag levantando la cabeza desafiantemente.
Si bien ese deseo no devastaba completamente sus planes, sería un necio si negaba que los ponía en peligro. Ya era bastante que hubiese ido todos los días a cenar con ella y que anhelara tanto su compañía que todos los días se buscaba cualquier excusa para estar juntos.
–Pues tenla siempre que ella también te desee a ti –le recomendó tentadoramente Zeus–. ¿Acaso no es esa una de las pocas ventajas que tiene casarse? –preguntó como si él no estuviese encantado de estar casado y tener hijos.
–¿Te rechaza? –preguntó Rafael sin disimular la incredulidad.
A Jag le habría gustado tener sitio para enorgullecerse de la extrañeza que se traslucía en la pregunta de su amigo, pero le daba igual que no le hubiese rechazado ninguna mujer si no podía tener a la que compartía su vida con él.
–No –contestó Jag–, pero debo de mantener las distancias.
–Debes –Zeus se estremeció–. Qué palabra tan espantosa.
–Sí. La única manera de que esto salga bien es que Rita y yo seamos profesionales. Si no, se convertiría en un lastre. No hay lugar para la confianza y la franqueza cuando estoy tan cerca de saldar las cuentas con mi padre. No en Hayat. Fue distinto con vosotros tres. Mi padre juega en su terreno. Si captara el más mínimo sentimiento, lo utilizaría contra mí, y a ella también.
Rafael intervino con seriedad.
–Si crees que hay alguna posibilidad, debes mantenerla todo lo alejada de ti que puedas.
–No hace falta –replicó Jag–. Rita no tiene nada de posesiva. Solo quiere salvar al mundo con un coche detrás de otro.
Jag pareció desesperado por ejercer de abogado del diablo, pero era verdad. No podía dejar de dar un paso adelante y otro atrás cuando se trataba de Rita.
–Entonces, si estás tan seguro, no sé cuál es tu problema –insistió Zeus–. Si confías en ella, tenla.
–¡No puedo arriesgar el reino por un presentimiento, Zeus!
–No te envidio –reconoció Vin.
–Menudo lío –añadió Zeus.
–No, no lo es –replicó Rafael–. Está claro lo que tienes que hacer. Como has dicho, no puedes arriesgar el reino por un presentimiento o por un deseo reprimido. No te quedes a solas con ella en ninguna circunstancia. Solo tienes que recordar todo el tiempo que has tardado en llevar a cabo este plan y lo mucho que has sacrificado por el camino, la paz de tu pueblo y lo que todavía os jugáis mientras tu padre siga en el trono. Además, si eso no basta para disuadirte, piensa en tu madre.
Rafael era un hijo bastardo que había sido regente en su país en el lugar de su medio hermano menor y para él, los lazos familiares, como las madres, eran asuntos tensos y rígidos a la vez.
Vin se rio aunque pareció que había tosido.
–Que Dios nos bendiga con ese dominio de nosotros mismos, Rafael. Sé que ninguno de nosotros tres ha sido agraciado.
–El dominio de uno mismo está sobrevalorado –añadió Zeus–. Lo que uno necesita de verdad es el poder.
–Bueno, poder… –Jag se aferró a la idea como si fuera un chaleco salvavidas–. Tengo poder a espuertas. No os preocupéis por eso, amigos. Hoy no es el día para advertencias amenazantes. Hoy tengo tres placeres muy inusitados; me han visitado mis amigos, voy a enfurecer a mi padre por el bien de mi país y voy a comunicar que me he casado con una mujer hermosa y brillante. ¿Qué más puede desear un hombre?
–Yo, por ejemplo, estoy impaciente por conocer el objeto de tu deseo –contestó Zeus.
Vin sonrió y los ojos de Rafael dejaron escapar un destello burlón.
Jag se preguntó, muy fugazmente, si necesitaba amigos tanto como había creído.
Después de semanas reuniendo una muestra de su trabajo para la exposición, Rita no podía creerse que todo estuviera preparado para el momento culminante.
Sus criaturas se habían portado de maravilla en el escenario mundial y su flota privada de vehículos había debutado como si estuviera creada para la ocasión. Le llovían los encargos y había hecho algunos contactos que podrían significar que su sueño estuviera más cerca de hacerse realidad.
Además, la niña de sus ojos, el coche increíble con el que había estado soñando toda su vida hasta que el príncipe lo mandó a su taller y fue el desencadenante de todo, había arrasado en la carrera de vehículos solo eléctricos.
Todo había salido mejor de lo que se había imaginado, pero había llegado el momento de prepararse para su presentación.
Se enfundó con nerviosismo el mono negro de manga larga que le había mandado Jameel. Era de un material elástico que parecía cuero, era tan transpirable como una malla y se ceñía tanto a su cuerpo que dejaba muy poco a la imaginación. Tenía unas rayas diagonales en los muslos como las de los monos de los motoristas y daba la impresión general de ser una mujer nacida para la carretera y dispuesta a no aguantar tonterías.
–No… No puedo… ponerme esto… –balbució ella.
Jamás se había visto tan sexy y eso no era lo que se ponía alguien en su presentación al mundo.
Entonces, vio los accesorios.
Un cinturón hecho con perlas del tamaño del puño de un bebé, como ella no se había imaginado que pudieran existir de grandes, resplandecía en la sala como solo podían resplandecer las perlas.
El collar de cuentas de cristal estaba pensado para que le tapara el cuello alto del mono y cayera libremente por el pecho.
Unos pendientes increíbles, con un diamante en el centro rodeado por tres perlas, hacían juego con el cinturón.
A la izquierda de un estuche había tres pulseras con diamantes formando filigranas y a la derecha una preciosa pulsera para el tobillo con diminutas campanas de platino.
Sin embargo, nada de todo ello podía compararse con el inmenso anillo que se veía en el centro.
Se tapó la boca con una mano por la mezcla, a partes iguales, de asombro y espanto.
Era un anillo propio de una princesa, para que todo el mundo supiera que estaba casada y, aunque solo fuera por la ostentación, con quién.
Cerró los ojos cuando empezó a ponerse los accesorios y dejó que todos los sentidos se deleitaran con la leve presión de las joyas sobre su cuerpo. No podía verlas todavía, pero notaba que las joyas serían impresionantes, aunque solo fuera por el resplandor del pecho.
Sin embargo, estaba empezando a preguntarse cuándo dejaría de ser una deslumbrante mujer fatal para convertirse en una recatada nuera que se presentaba al mundo cuando vio la capa superior.
Era una masa de tela que resplandecía con la luz, que era gruesa y transparente, que, más sorprendentemente todavía, era de un color azul iridiscente idéntico al que había empleado en el Ferrari.
Eran una chaqueta larga y estrecha que se abotonaba en la espalda y tenía unas mangas acampanadas que le llegaban hasta justo por debajo de las pulseras. Puesta encima del mono y las joyas, lo que había sido una prenda vanguardista se transformaba en algo sobrio y elegante.
Si bien la chaqueta velaba lo que había debajo, era transparente y llamativa y las joyas, que brillaban con claridad, también hacían que quisieran mirarse más de cerca.
En cierto sentido, parecía tan preparada para salir al circuito de carreras como para dar una vuelta por el salón de baile. Algo de agradecer porque había llegado el momento de marcharse.
El coche estaba esperándola para llevarla hasta su presentación por todo lo alto.
Tenía que encontrarse con el príncipe en la entrada privada del famoso jardín botánico de la ciudad, donde iba a celebrarse la ceremonia de clausura y se haría el comunicado de la boda.
En un abrir y cerrar de ojos, el conductor había parado y estaba rodeando el coche para abrirle la puerta.
Tomó su mano y se bajó. Los zapatos eran sorprendentemente cómodos, más que ningún zapato de tacón que se hubiese puesto antes.
Se dio la vuelta para darle las gracias al conductor cuando vio algo por el rabillo del ojo.
Era Jag.
También se había cambiado de ropa.
Ya no llevaba la vestimenta tradicional de Hayat que le había visto en las distintas fotos que le habían sacado a lo largo del día, aunque seguía llevando el tocado blanco con el cordón negro, que creaba un contraste impresionante con su traje hecho a medida.
El negro del traje resaltaba el resplandor constante de sus ojos.
Estaba cautivador, como siempre, y reclamaba su atención como si fuera una maquina hecha para eso.
Los ojos le brillaron más todavía cuando la miró y se fijó en su mano antes de mirarle otra vez a la cara.
–Arrebatadora.
El tono de admiración le atenazó el corazón.
–Tú tampoco estás mal…
Ella deseó haber tenido más léxico para un momento como ese que el que había aprendido en las comedias románticas.
Desgraciadamente, no encontraba vocabulario en otro género para la situación en la que se encontraba.
¿Qué halago podía hacerle a un hombre que era su marido pero no su amante? ¿Qué grado de valoración física podía tener con alguien que no podía atraerle y la atraía?
¿Cómo no iba a atraerle si tenía ese aspecto? ¿Cómo iba a resistirse cuando era un ejemplo para su pueblo, que exigía la excelencia en todos los que lo rodeaban y devolvía diez veces más? Jag era entusiasta, listo, trabajador, entregado y leal a más no poder.
Era todo lo que, según su madre, tenía que ser un marido, el tipo de persona de la que era imposible no enamorarse.
Rita no supo el tiempo que se quedaron así, mirándose, pero fue tanto que casi se sobresaltaron cuando les recordaron por qué estaban allí.
–¿Preparada? –le preguntó él ofreciéndole al brazo.
¿Estaba preparada? No estaba muy segura de que fuese posible estar preparada.
Iban entrar allí para decirle a todo el mundo que era su esposa y que, además, también era NECTAR… y solo la mitad era verdad.
Estarían casados, pero no era su esposa.
Rita, con las manos temblorosas, negó con la cabeza. Era una idea espantosa.
–¿Qué pasa?
Jag se lo preguntó con preocupación mientras entrelazaba los dedos gélidos de ella con los cálidos de él.
–No es una buena idea. No podemos hacerlo. Nadie se creerá nunca que estamos casados de verdad.
Jag levantó la barbilla y la miró con una expresión muy seria.
–Eres tan hermosa y brillante que se creerán cualquier cosa que les digas con tal de poder estar en la misma habitación que tú. No vas a que te abochornen, vas a resplandecer ante una multitud que te adora. Tu flota fue la sorpresa de la exposición, tu coche demostró indiscutiblemente a todo el mundo la potencia y velocidad que puede tener un vehículo eléctrico y tu aparición será el primer paso para que todo el mundo se replantee cómo se mueve. Eres la estrella de esta exposición lo sepan los demás o no. No tenemos por qué hacerlo así, Rita. El resultado de la exposición ha sido mejor del esperado. Puedo clausurarla yo solo y buscar una presentación de nuestro matrimonio más formal y con una historia del origen alterada, pero no volverás a tener una ocasión como la de esta noche para salir a escena y cambiar el mundo. Tu lo decides, Rita.
Rita lo miró fijamente sin poder expresar algo con la cara, y mucho menos hacer algo. Él estaba dispuesto a permitir que mantuviera su identidad en secreto, pero no estaba dispuesto a soltarla.
Su padre había hecho lo mismo antes de todo el asunto del compromiso. Le dejaba que se ocultara, pero no sin que antes supiera las consecuencias.
Sabía que Jag tenía razón y no porque él lo dijera. Ella misma había comprobado que sus contactos aumentaban a medida que avanzaba la exposición y que su obra había captado la atención de la comunidad internacional.
De lo que hiciera en ese momento dependería que se olvidaran de ella en cuanto hubiese pasado ese momento o que se quedaran para escuchar lo que tenía que decir. Se había ocultado detrás de NECTAR porque la gente no le había escuchado cuando creían que era una mujer. Lo había hecho porque, en teoría, a las mujeres no debería gustarles lo que ella estudiaba.
En ese momento, su estrategia podría acabar convirtiéndose en una mordaza distinta.
Tenía que confiar en que estaba preparada para aguantar delante de todo el mundo, tenía que confiar en Jag.
Sin embargo, ¿qué pasaría si la rechazaban? ¿Podría soportar que el público en general le dijera lo mismo que le habían dicho sus padres sobre sus sueños y sus esperanzas?
–Te has quedado callada –comentó Jag en voz baja y apretándole las manos.
Rita se aclaró la garganta y habló con firmeza, no como cuando hacía mucho tiempo les dijo lo mismo a sus padres entre sollozos.
–Elijo cambiar el mundo.
La sonrisa de Jag fue deslumbrante y ella comprendió que si bien había estado dispuesto a que decidiera ella, él también se había jugado sus planes y sus sueños.
–Vas a arrasar, Rita. No sabrán qué les ha pasado por encima, pero, aun así, querrán más; la prensa, el pueblo de Hayat, los directivos de las empresas que vas a transformar… –volvió a apretarle las manos–. ¿Estás preparada para convertirte en un orgullo nacional?
Ella se rio para sus adentros, también le apretó las manos y asintió con la cabeza.
–Sí –contestó Rita.
Sin embargo, sabía que no todos iban a quererla.
Su suegro también estaba entre la multitud, pero era parte de lo acordado y estaba preparada.
Esa noche lo conocería en persona, pero llevaba cuatro semanas en Hayat y había visto su imagen tantas veces que sabía cómo era.
Jag le advirtió que sería desagradable y le recordó que era un tirano sin escrúpulos.
Ella ya tenía un historial muy largo de encuentros desagradables con sus padres y podría soportarlo.
Sería todo lo que Jag quería que fuera en lo relativo a su padre y el público. Era lo mínimo que podía hacer por el hombre que no solo la había respaldado sino que había creído en su capacidad para alcanzar sus sueños.
Dar ese paso significaba entrar en un porvenir distinto y Jag no le había pedido que cambiara. Era un porvenir peligroso en el que la gente sabría quién era. Era un porvenir como esposa de ese hombre…
No podría echarse atrás cuando todo el mundo lo supiera.
Lo miró y se encontró, una vez más, cautivada por el resplandor ámbar de su mirada.
Sin embargo, también captó cierta angustia en la inusual mueca de sus labios.
–Tienes la última ocasión de arrepentirte.
–No –ella sacudió la cabeza–. Los dos estamos metidos en esto. Adelante.
El alivio se reflejó en el rostro de Jag y le devolvió esa expresión de seguridad en sí mismo que ella ya conocía tan bien. Entonces, abrió la puerta y Rita se quedó boquiabierta.
Unas paredes imponentes de cristal verde la rodeaban por arriba y por los lados. El ambiente era húmedo y perfumado a pesar de todas las ventanas que estaban abiertas. Entrar allí era como entrar en una selva prehistórica. También había tres estanques con nenúfares, flores de loto y otras plantas acuáticas que ella no había visto en sus clases de jardinería.
Los invitados se movían por pequeños puentes o por los senderos con copas de un líquido efervescente mientras camareros vestidos con esmoquin les rellenaban las copas o les ofrecían canapés.
Jag, mientras ella intentaba reponerse, miró alrededor hasta que encontró un grupo de hombres vestidos de blanco en un rincón. Aunque estaban lejos, Rita pudo reconocer a su suegro.
Tragó saliva y Jag le apretó la mano una vez más.
–Yo te defenderé.
Ella lo creyó porque ya había defendido a la mujer que era, con sus propios intereses y las metas que quería alcanzar.
Sin embargo, se equivocaba si creía que lo que más temía era su padre. Decidida o no, le daba más miedo presentarse al mundo, pero ya no tuvo tiempo para preocuparse.
Jag hizo un gesto a un empleado para indicarle que había llegado el momento. El hombre levantó una copa y la golpeó con un tenedor. Le pareció un misterio que ese sonido pudiera captar la atención de tanta gente en medio de ese barullo de ruido y charlas.
Rita vio que los asistentes iban callándose y dándose la vuelta hacia el sonido de la copa para acabar fijándose en el príncipe de Hayat y ella.
–Buenas noches, señoras y señores –empezó Jag–. Después de dos semanas de sonidos y visiones increíbles, y de la estratosférica carrera de esta noche. parecía imposible que la exposición pudiera dar lugar a más emociones.
Se oyeron unos vítores y se levantaron unas copas.
–Sin embargo, no sería el príncipe de Hayat… –Jag hizo una pausa para recibir unos aplausos– si permitiera que semejante acontecimiento se clausurara sin un colofón por todo lo alto.
Se oyeron más aplausos y a Rita se le encogió el estómago. Cada palabra los acercaba más al punto irreversible.
–Os aseguro que lo que voy a contaros ha merecido la espera –se hizo un silencio sepulcral–. ¿Estabais deseando saber por qué el sinvergüenza príncipe ha conseguido traer tantos vehículos reconvertidos de NECTAR? Esta es la respuesta –Jag levantó la mano izquierda de Rita para que la luz se reflejara en el inmenso anillo–. Os presento, y desvelo por primera vez al mundo, a la genial e incomparable NECTAR. Es la mujer que me ha honrado casándose conmigo, la princesa Rita de Hayat.
Unos vítores ensordecedores y unos destellos deslumbrantes recibieron la noticia y Rita solo pudo agarrarse con fuerza a su mano y sonreír a las cámaras.
Unas horas más tarde, que a Jag le parecieron siglos, pudo volver a tener a Rita como un tesoro exclusivo. Se había acostumbrado durante las últimas semanas a gozar solo de su compañía.
Si bien la presentación y la exposición habían salido según lo previsto, o mejor todavía, se daba cuenta de que ya tenía ganas de que todo volviera a la normalidad que estaban conformando.
Haberla presentado como su esposa después de haber desvelado que era la misteriosa NECTAR, haber introducido ese toque de aventura amorosa e intriga mientras los invitados seguían embriagados por el cóctel de entusiasmo por la energía eléctrica, la innovación y los coches veloces, había conseguido la sensación instantánea que había buscado.
Tendría los datos definitivos después de la clausura espectacular de esa noche, pero su equipo ya estaba mandándole información que indicaba que la exposición y el anuncio de su matrimonio habían tenido el efecto que había querido.
Rita lo había sobrellevado como si lo hubiese hecho toda la vida, incluso a la prensa.
–¿Cómo se conocieron? –le había preguntado un periodista mientras los demás también gritaban sus preguntas–. Háblenos de usted, princesa Rita.
–¿Desde cuándo se conocen? –había preguntado otro.
Las preguntas duraron toda la noche y ella fue sorteándolas con tanta elegancia como belleza.
Jag estaba acostumbrado a ser el centro de atención, a que lo bombardearan a preguntas y a sonreír cuando le pedían que se hiciera una foto detrás de otra.
Sin embargo, era una novedad para Rita y, aun así, lo había capeado con una simpatía que aumentaba su encanto.
–Soy de California –había contestado ella–, en Estados Unidos.
Sin embargo, cuando le hicieron la siguiente pregunta de rigor, a Jag le sorprendió lo diplomática que fue.
–Pero ¿de dónde es realmente su familia?
–Si se refiere a mis ancestros, mis abuelos emigraron a Estados Unidos desde Bangladesh. Mi padre nació en Estados Unidos, como yo, pero mi madre es bengalí.
–Ahora que es princesa, ¿cree que se hará más caso a la población del sur de Asia que hay en Hayat? –había seguido la periodista.
Entonces, Jag se había dado cuenta del poco tiempo que habían dedicado Rita y él a hablar de la historia, la política y la situación de Hayat.
Sin embargo, Rita no había necesitado su ayuda.
–Claro. Para mí es un honor ser una mujer con orígenes en el sur de Asia e intentaré que los que viven en Hayat mejoren su nivel de vida. Como estadounidense, todavía tengo que aprender mucho sobre la compleja historia y población de Hayat, pero, por el momento, me alegro de que mi presencia saque más a la luz a una parte tan considerable de la población.
Él se había quedado sin aliento. ¿Cómo era posible que solo la conociera desde hacía un par de semanas, mientras permanecía a su lado como si estuviera ensayando su papel? Era mucho más que la esposa perfectamente imperfecta que había creído encontrar en un garaje del norte de California. Le había demostrado una y otra vez que no era una farsa y había ido descubriendo que era, en realidad, perfecta.
Si el comunicado hubiese sido auténtico, si ella hubiese sido el amor que se lo había llevado por delante, habría sido el hombre más orgulloso del mundo.
Era una lástima porque su relación con Rita era pasajera por muy perfecta que fuese.
No era su esposa y tampoco era su reina.
Sus caminos tendrían que separarse pronto y, entonces, nadie tendría la más mínima posibilidad de sustituirla.
Se acercó un poco más como un gesto de cariño y para deleitarse con estar todo lo cerca que podía estar de ella, y dejó escapar un brillo malicioso de los ojos.
–Tenéis que perdonarme. Mi querida esposa me ha sumergido en tal torbellino que me ha costado llegar hasta ahora. Nuestro inesperado idilio, además de la exposición, no me han dejado tiempo para enseñarle la historia de Hayat, pero estoy seguro de que, con lo inteligente que es, muy pronto podrá representar al país incluso mejor que yo.
Todos se rieron y él se llevó a Rita con un pequeño grupo de hombres que eran los únicos de todo el mundo en los que confiaba.
Si bien no sería suya para siempre, sí lo era en ese momento y ese habría sido un momento muy esperado si todo hubiese sido real.
Observó a sus amigos mientras miraban a Rita y sintió un orgullo por presentarles a su esposa que no debería haber sentido. En cierto sentido, ellos los habían unido…
Zeus fue el primero en sonreír con un brillo de complacencia masculina en los ojos.
–Tú serás la esposa de la que hemos oído hablar tanto. Empiezo a entender por qué nuestro amigo ha tomado esta dirección tan vehementemente.
Rita sonrió y le tendió la mano.
–Te aseguro que es algo recíproco. La verdad es que jamás había esperado acabar aquí.
Vin se atragantó y dio un sorbo de la copa de champán que tenía en la mano. Zeus lo miró por encima de la cabeza de Rita y replicó.
–Seguramente no sea tan recíproco como le gustaría a Jag.
Vin intervino inmediatamente.
–Zeus quiere decir que ningún hombre está preparado para que una mujer innovadora entre en su vida y le cambie todo el concepto que tenía de sí mismo.
Rita entrecerró los ojos, pero Jag agradeció la elegante coartada de su amigo.
Ella ladeó la cabeza sin dejar de mirarlos detenidamente.
–Vosotros tenéis que ser esos «pocos hombres a los que llamo mis amigos» de los que he oído hablar tantas veces.
Rita había imitado la voz de Jag y él contuvo la respiración. No porque alguien pudiera oír su conversación, sería fácil explicar las palabras de ella, sino por lo directa que había sido. Naturalmente, Rita no iba a andarse por las ramas con los hombres que, según Jag, no tenía por qué andarse por las ramas.
Rafael se rio en voz baja antes de hablar.
–Efectivamente, somos nosotros.
Ella arqueó una ceja y los miró uno a uno antes de quedarse mirando a Zeus.
–Muy bien, me alegro de estar entre personas con las que puedo hablar libremente.
Jag sintió una punzada de orgullo cuando ella no se sintió intimidada por esos hombres que gobernaban países. No había muchas personas que se atrevieran a tratarlos de tú a tú.
–Es verdad, princesa –Zeus se rio abiertamente–. Hablando libremente, puedo decir que es un auténtico placer conocerte. Estoy seguro de que conseguirás que nuestro amigo Jag piense en otra cosa.
–Esperemos que pensar en otra cosa no sea sinónimo de ruina –replicó Jag en tono jovial mientras un grupo de periodistas se acercaba a ellos.
Sus amigos captaron la advertencia y adoptaron una actitud regia antes de que llegara la prensa.
Jag oyó un murmullo entre los periodistas y comprendió que se habían acabado las preguntas frívolas, que su padre había reaccionado por fin.
Rodeó protectoramente los hombros de Rita con un brazo y le dio la vuelta para que encarara a su padre. Él inclinó la cabeza lo justo para que pareciera respetuoso.
–Padre… –lo saludó Jag mirándolo con detenimiento.
Él no había visto nunca una furia así en los ojos de su padre y casi se emocionó.
Enterarse en un acto público de que su hijo ya se había casado sin su visto bueno y de que su nuera, la futura reina de su país, representaba todo lo que más despreciaba de una mujer moderna no podía compararse que el dolor que sintió Jag cuando se enteró de lo que le había pasado a su madre, pero se conformaba por el momento, era un primer paso.
Mirar a su padre y ver su furia mientras sabía que había empezado bien su plan para arrebatarle lo único que le importaba en la vida, como le había hecho él hacía tanto tiempo, era lo más parecido a la justicia que había sentido en su vida.
Además, solo era el principio una trama mayor que había empezado con una exposición de vehículos eléctricos y una nuera inesperada y que acabaría en la cárcel.
Los ojos de Jag brillaban de satisfacción porque todo estaba saliendo según lo previsto.
Su padre no miró a Rita, pero mantuvo los ojos bajos para que pareciera que la miraba con cariño paternal.
Rita era todo lo que su padre detestaba en una mujer; ambiciosa, inteligente, trabajadora y osada.
Además, aunque se hubiese enterado esa misma noche del estado civil de su hijo, como todos los asistentes, el rey tendría que fingir que lo había aprobado cuando ni siquiera les había dado sus bendiciones y eso era una falta de respeto inmenso.
Sin embargo, lo peor serían las concesiones que tendría que hacer su padre a quienes hubiese prometido su mano. Él estaba seguro de que su padre siempre había pretendido buscarle una esposa que le conviniera a él, no a su hijo o al pueblo de Hayat.
Al comunicarlo tan dolorosamente en público, a su padre no le quedaba más alternativa que seguir el juego o quedar en evidencia… y no se merecía menos.
Además, su padre sabía que él iba en serio.
–¡Hijo mío!
Su padre lo exclamó en un tono jovial, como si quisiera que todo el mundo lo considerara inofensivo.
Se hizo el silencio.
–Te has superado una vez más con tu asombrosa exposición, con el liderazgo mundial al comprometerte para que Hayat sea una sociedad cien por cien eléctrica dentro de cincuenta años. Tú has demostrado una vez más, como en todo, que el liderazgo innovador y vanguardista de Hayat no tiene límites.
Se oyeron unos aplausos apagados y sus ojos, igual de marrones y ardientes que los de Jag, se clavaron en su hijo amenazadoramente y con rabia aunque su rostro parecía afable.
Jag se giró un poco para colocarse entre Rita y su padre, que por fin se dirigió a ella.
–Hija mía… Tus logros increíbles son la prueba de que cualquiera puede llegar a lo más alto si recibe un buen ejemplo. Gracias a tu esfuerzo te has ganado la atención y el afecto de mi hijo, tus logros son un testimonio para nuestra casa.
Todos los presentes aplaudieron, menos Jag.
Había previsto un encuentro así y casi lo había buscado, pero no había contado con su propia reacción, no había previsto la necesidad imperiosa de despedazar a su padre.
Rita, a su lado, le apretó levísimamente la mano para recordarle que tenía que dominarse.
Sin embargo, Jag era incapaz de permitir que la ofensa quedara completamente impune.
–Vamos, padre, los dos sabemos que es Rita quien desvía nuestros ojos hastiados y capitalistas hacia lo que importa de verdad. Su corazón es el que da nuevos bríos a la casa de Hayat.
Jag recibió la mirada airada de su padre y eso le indicó que la pulla había dado en el blanco.
Su padre, congestionado, volvió a abrir la boca para contraatacar, pero Rita sorprendió a los dos cuando intervino con una sonrisa de oreja a oreja y un acento americano muy cerrado, como si fuera una turista perdida.
–Tenemos que dar el mérito a quien se lo merece de verdad. La familia es la que nos enseña… –Rita miró a Jag con un brillo en los ojos y representó perfectamente el papel de flamante esposa sonrojada– que solo descubrimos algo verdaderamente cuando lo aprendemos juntos.
La ovación fue ensordecedora.
Jag tragó saliva y se equilibró otra vez, o, mejor dicho, se equilibró con ella.
Entre las luces y la humedad, tenía unos ojos enormes y cargados de esperanza, una princesa que todo el mundo podría adorar, y les había robado el protagonismo a su padre y a él.
No se le ocurría ninguna mujer en el mundo que hubiese podido hacerlo mejor.
Afortunadamente, uno de los privilegios de ser príncipe era que podía marcharse cuando quisiera.
Tomó el brazo de Rita mientras cesaban los aplausos.
–Lamentamos despedirnos, amigos, pero me temo que tengo que robaros a mi esposa después dos semanas de locura eléctrica, de una carrera apasionante y de esta fiesta.
Todos dejaron escapar un suspiro de decepción y Jag tuvo que contener una sonrisa. Su padre no podía hacer nada contra Rita.
Les costó salir entre todo tipo de despedidas, pero consiguieron abrirse paso por la alfombra roja del jardín botánico y llegaron al exterior, donde el aparcacoches los esperaba con la puerta del Ferrari abierta.
Rita contuvo la respiración con una sonrisa de oreja a oreja.
–Le has puesto neumáticos nuevos –comentó ella sonrojándose.
Él se rio. Solo Rita hablaría de neumáticos, pero lo había hecho con emoción sincera y él supo que había acertado.
–Después de usted, princesa…
Él no había querido decirlo como una caricia sensual mientras la miraba a los ojos.
Ella entreabrió la boca y volvió a cerrarla mientras tragaba saliva fascinada. Entonces, parpadeó como si quisiera salir de un hechizo y se pasó la lengua por los labios frunciendo ligera y fugazmente el ceño. Tomó aire, volvió a mirar al coche y se sentó en el asiento del acompañante.
Él tomó las llaves del aparcacoches, rodeó el coche y se sentó al lado de ella.
–¿Vas a conducir tú? –preguntó ella con sorpresa.
Él suspiró. Ella podía preguntarle lo evidente todas las veces que quisiera siempre que siguiera siendo franca y sincera con él.
–¿Habías creído que iba a sentarme atrás?
–No te he visto conducir nunca…
–Bueno, entonces te lo pasarás bien. Espero que te guste la velocidad.
–Me encanta –contestó ella, aunque no hacía falta.
Jag se rio, sacudió la cabeza y encendió el motor. Se pusieron en marcha y ella estuvo gritando de placer todo el camino.