8

Pasé un buen rato dando vueltas a las palabras de Ginelle. ¿Estaba enamorada de Wes? Era obvio que sentía algo por él; algo fuerte, más fuerte de lo que nunca le admitiría, pero no me atrevía a llamarlo amor. Cuando estaba con Alec, Mason, Tony, Héctor o Tai, pronunciaba las palabras «te quiero» constantemente, sin problemas, pero con Wes era distinto. ¿Por qué? ¿Qué me lo impedía? Supuse que, en algún lugar de mi subconsciente, sabía que si pronunciaba esas palabras cada vez abrigaría más esperanza y me sentiría más atada a él. No sería tan libre para explorar nuevas relaciones y se me haría mucho más duro terminar el año, teniendo que estar cada mes con un tipo distinto hasta acabar de pagar la deuda de papá.

Aunque lo que había entre Wes y yo era muy real, no pensaba admitirlo ni borracha. Pronunciar las palabras sería la sentencia de muerte de nuestra relación. Al menos, tal como era en ese momento. Podía sobrevivir, pero para eso tendríamos que replanteárnoslo todo. Y, con seis meses de trabajo como escort por delante, no podía permitirme el lujo de atarme a un solo hombre. A menos que estuviera dispuesta a permitir que Wes abonara el resto de los pagos a Blaine.

Y no lo estaba. Por muy tentadora que fuera la idea, sabía que, si caía en la tentación, lo lamentaría el resto de mi vida. Me sentiría en deuda con él. ¿Y si lo nuestro no salía bien? Habría pagado un millón de dólares —bueno, a esas alturas ya era medio millón— para liberarnos de la deuda a mí y a mi familia. ¿Cómo iba a abandonarlo? Y, si dejaba el trabajo como escort, ¿cómo iba a conseguir tanto dinero para devolvérselo a Wes y no sentirme atada a él?

Imposible. Gracias a mi tía, tenía la oportunidad de reparar los errores de mi padre y de librarme de la culpabilidad que sentía por haberle presentado a Blaine. Tenía que aprovechar la ocasión que me daba la vida y cumplir los contratos hasta final de año.

Mia Saunders era una escort y lo seguiría siendo durante los siguientes seis meses. Acabaría de pagarle la deuda al idiota de mi ex, me aseguraría de que mi hermanita continuara estando feliz con Matthew y luego ya vería lo que hacía con el resto de mi vida.

Decidida, me dirigí al clóset y examiné la ropa. Me fijé en un vestido ceñido, en color dorado. Era perfecto para la gala benéfica que se celebraba esa noche. Warren y yo íbamos a viajar a Nueva York en avión. Nos quedaríamos varios días y él aprovecharía para reunirse con unos cuantos ricachones influyentes. Las empresas Shipley tenían una delegación en la Gran Manzana, lo que facilitaba las cosas. Yo ya había estado en Nueva York, con Mason, pero igualmente me hacía mucha ilusión volver. Ya sólo me quedaba una semana de estancia con los Shipley y luego me iría a mi siguiente destino. Lo que me recordó que aún no había hablado con mi tía.

En vez de esperar a que me llamara, la llamé yo. Mientras telefoneaba, fui sacando ropa del clóset y la fui colocando en la cama. Kathleen me había dicho que dejara allí todo lo que quisiera llevarme. Tal como lo había dicho, me había dado la sensación de que ella no nos acompañaría. No acababa de entenderlo. Tendría que preguntárselo a Warren. Desde que nos habíamos emborrachado juntos tras el éxito con los Benoit, nuestra relación era más fluida.

—Exquisite Escorts, oficina de la señora Milan, le habla Stephanie. ¿Puedo ayudarlo? —me respondió una voz animada.

Puse los ojos en blanco. Cada vez que oía el nombre falso de mi tía, recordaba lo falso que era todo en ese negocio. Que no me malinterprete nadie: estaba muy agradecida de formar parte de la plantilla de la empresa de mi tía, lo que me iba a permitir pagar la deuda de mi padre, pero no era algo que habría elegido hacer si no me hubiera encontrado en la situación de tener que ganar mucho dinero en poco tiempo.

—Hola, Stephanie. Soy Mia, la sobrina de Millie. ¿Está mi tía?

—¿Millie? ¿Quién es Millie?

Suspirando, me llevé la palma de la mano a la frente.

—Perdón, Millie es un apodo con el que llamo a mi tía. Me refería a la señora Milan —mentí.

—Ah, sí, claro. Qué gracioso. Un momento, le aviso. —Su tono, exageradamente dicharachero, me ponía nerviosa. Me hacía sentir ganas de sujetarla por la garganta, arrancarle el pájaro que tenía allí y dejarlo en libertad—. La señora Milan la atenderá enseguida.

Yo quería decirle: «Normal, es mi tía», pero en vez de eso me limité a responder:

—Gracias, Stephanie.

—De nada —añadió ella, con una risita molesta, antes de que la voz de mi tía la sustituyera.

—Mia, preciosa. ¿Cómo está mi sobrina y escort favorita?

Yo alcé mucho las cejas.

—¿Ahora soy tu escort favorita?

—Por supuesto que lo eres. Me estás haciendo ganar mucho dinero con tus excursiones mensuales. Ojalá te hubiera hecho contratos de quince días, cargando setenta y cinco mil dólares por cada uno.

Aunque no me vi, estoy segura de que los ojos estuvieron a punto de salírseme de las órbitas como si fuera un muñeco de goma de esos antiestrés.

—¿En serio?

—Sí. No sólo tienes clientes esperándote para el resto del año, sino que además ahora hay lista de espera. Hay seis caballeros que me han pedido que les avise si tienes alguna cancelación.

Pestañeé lentamente mientras mi mente procesaba la información.

—No doy crédito. No me puedo imaginar que nadie quiera pagar cien mil dólares por disfrutar de mi compañía. Pero que haya hombres en lista de espera... ¡es totalmente de locos!

—Hummm, eso demuestra que la buena compañía es difícil de encontrar. Sobre todo cuando esa persona en cuestión sabe estar en los sitios, ayuda en los negocios y siempre tiene una presencia espectacular. ¿Qué tal te trata la capital de la nación?

Me senté junto a la ropa y acaricié la tela de uno de los vestidos. La calidad era excepcional y estaban hechos a la medida, por lo que me quedaban a la perfección. Cada vestido era una pieza única. Cuando me los ponía, sentía una confianza en mí misma que no tenía cuando iba vestida con pants y camiseta. Eso de que uno debe vestirse para el trabajo que quiere conseguir y no para el trabajo que tiene era una verdad como un templo.

—Bien. Creo que Warren está contento.

—Oh, no tengas ninguna duda. Está muy contento. Recibí el pago de la cuota una semana antes de lo acordado más veinticinco mil dólares extras. ¿Hay algo que no me hayas contado, sobrina?

—Pero ¿qué demonios...? —Me quedé de piedra. No había ninguna razón que justificara ese dinero extra—. No me he acostado con él. No tengo ni idea de por qué te lo envía. Tal vez se haya equivocado...

Oí que mi tía tecleaba furiosamente en su ordenador. Yo tenía el celular apretado con tanta fuerza que me estaba clavando las uñas en la mano.

—No, ah..., ya lo veo. Es una bonificación.

—¿Una bonificación? Pues sigo sin entenderlo.

—La letra pequeña dice que si el cliente está muy satisfecho por algún servicio excepcional prestado, puede agradecerlo en forma de bonificación. —Mi tía se echó a reír—.Normalmente ésta es la vía que utilizamos para cobrar el dinero correspondiente a clientes con los que te has acostado, pero en este caso Warren especifica que el dinero te lo has ganado por haber conseguido una beneficiosa colaboración comercial.

—Ah, los Benoit —susurré.

—¿A qué te refieres, cariño?

—Oh, me hice amiga de una de las otras chicas y ella convenció a su esposo para que dejara que Warren usara sus puertos para algo que necesita para su proyecto. No sabía que fuera tan importante para él como para enviarme una bonificación.

Inmediatamente decidí a qué destinaría ese dinero: pagaría la boda de mi hermana con el hombre de sus sueños. Al menos, diez o quince mil dólares los guardaría para darle la boda del siglo, pagada por su propia familia, no por la de él. Los Rains eran fantásticos, y sabía que consideraban a Maddy como a una más, pero ella seguía siendo mi hermana. Y hasta que ese anillo estuviera en su dedo, se hallaba bajo mi responsabilidad. ¡Qué ganas tenía de explicárselo!

—Bueno, y ya verás cuando te cuente quién es tu próximo cliente. Te va a encantar.

Crucé los dedos.

—Por favor, dime que es joven, que está bueno y que me toca ir a un lugar cálido.

—Oh, cariño, mis palabras no le harían justicia. Voy a enviarte una foto por email. —Volví a oír el sonido de sus uñas aporreando el teclado—. Se llama Anton Santiago pero, no lo vas a creer, se hace llamar Latin Lov-ah.

Se echó a reír, y supongo que se tapó la boca con la mano, porque la risa me llegó como amortiguada.

—¿Latin Lov-ah? Y ¿por qué demonios se hace llamar de ese modo?

—¿No te ha llegado la foto?

Oprimí el botón de altavoz.

—Te dejé en altavoz. Voy a abrir el correo.

Abrí la cuenta de Gmail y eché un vistazo a su correo. Una foto llenó la pantalla. ¿Eso que dicen de que una imagen vale más que mil palabras? Pues me pareció más cierto que nunca.

—Oh, Dios mío, vaya pedazo de latino. Está buenísimo. ¿Es mi cliente? ¿No es...?

—Sí, es un cantante de hip-hop, muy famoso, por lo que parece —dijo mi tía, aunque no la escuché demasiado. Estaba ocupada lamiendo mentalmente la pantalla del teléfono.

El hombre de la foto llevaba jeans oscuros, anchos y caídos, que mostraban un buen trozo de los calzoncillos, en concreto, una franja roja con las letras M&S escritas en negro, que eran la marca de Mark & Spencer fuera del Reino Unido. Héctor, mi mejor amigo, me enseñó lo suficiente sobre marcas para desenvolverme sin problemas. La divina banda de algodón ceñía la atractiva cintura esbelta de Anton. Viajé con la mirada por su torso, ascendiendo por la escalera que formaban sus abdominales húmedos de sudor hasta llegar a los dos cuadrados que eran sus pectorales. Tenía los músculos del cuello en tensión, ya que estaba apoyado en lo que parecía ser una barra para hacer flexiones, y llevaba las muñecas vendadas con las cintas blancas que suelen usar los boxeadores.

Todo eso era absolutamente delicioso, pero nada comparado con la maravilla que era su cara. Los ángeles podrían llorar viendo un rostro tan hermoso. Tenía la piel de color canela, que contrastaba con el pelo negro y los ojos grisáceos, una mezcla entre verde y café, pero bastante claros. Eran casi tan increíbles como los míos, de color verde pálido. Y no estaba siendo engreída. Llevaba toda la vida oyendo decir que mis ojos eran increíbles. Prácticamente todos los días me lo decía alguien, aunque no me conociera de nada. Y el hombre de la foto, el señor Latin Lov-ah, tenía unos ojos deslumbrantes.

Miré la fotografía en su totalidad. Llevaba una aparatosa cadena de oro colgada del cuello con un pesado colgante en forma de corazón cubierto de diamantes que le quedaba a la altura del esternón. En cualquier otra persona habría quedado ordinario, chabacano, pero a él le otorgaba personalidad. Redondeaba la imagen de amante latino que afirmaba ser. Sus labios carnosos se fruncían en una sonrisa muy sexi. Sólo con ver la foto sentí ganas de probarlos.

—Ay, ¡qué riiiiiico! —exclamé, exagerando el acento latino.

Millie se echó a reír.

—Imaginaba que te gustaría. ¿Me perdonas por haberte mandado a casa del vejestorio? —Se refería a Warren, mi cliente de sesenta y cinco años.

—¡Oh, sí! ¡Estás perdonada! ¡Ya te digo si estás perdonada...!

—Bien, te enviaré los detalles y me ocuparé de todo. Esta vez vas a Miami, Florida. —«¿Miami?» Quise gritar de alegría, pero me contuve—. ¿Alguna cosa más? —me preguntó Millie.

—Sí, una cosa. ¿Para qué me contrata?

Mi tía guardó un silencio sospechoso. Me recliné contra la cabecera de la cama.

—¿Tía?

—Quiere que protagonices su nuevo video, un single que saldrá dentro de unos meses.

—¿Un video? ¿Te refieres a un video musical... de ésos en los que hay que bailar y actuar? —Lo de actuar no me preocupaba, al contrario, pero lo de bailar...

—Sí, cariño. Tú haz lo que te pidan. No sé. Ponte estupenda, finge estar enamorada del señor Lov-ah, baila, ya sabes..., esas cosas que a los jóvenes les gusta ver en los videos ahora.

Solté un gemido que parecía el de un gato agonizando.

—Tía, no sé bailar.

Ella chasqueó los labios.

—Bueno, pues que te enseñen, ¿no? Ese tipo te quiere a ti en su video. Vio los cuadros de la exposición «Amor en lienzo». Al parecer, fue uno de los compradores. También vio imágenes de la campaña de trajes de baño que filmaste en Hawái. Cuando te buscó en internet y encontró fotos tuyas con Weston Channing y con Mason Murphy, acabó de convencerse de que eras la chica que buscaba para el rodaje.

Sacudí la cabeza, hinché las mejillas y solté el aire ruidosamente.

—Bueno, está bien, sobre la marcha. Al menos, Miami suena divertido.

—Me alegro de que te lo parezca, preciosa. Debo dejarte; tengo un cliente en espera.

—Bueno, pero ¡un momento! Tengo que decirte una cosa: Maddy está comprometida.

—¿Perdonaaa? Hace poco le envié un regalo por su cumpleaños. Una tarjeta Starbucks con la que podrá tomar café al menos durante un año. Acaba de cumplir veinte años. ¿Qué quieres decir con eso de que está comprometida? —Su tono de voz era un tanto hostil, lo que no me extrañó. Millie no creía en la santidad del matrimonio. Carajo, ni siquiera yo creía en él después de ver lo mal que la habían pasado mis padres y mi tía.

—Dice que está enamorada. Acaba de mudarse con su novio. Me lo presentó, y a su familia también. Son muy... agradables. Gente normal. Como esas familias que salen por la tele.

—Ésas son siempre las que están más jodidas —replicó mi tía, que no solía usar ese tipo de vocabulario.

—Lo sé, pero me causaron buena impresión. Además, piensan acabar los estudios antes de casarse.

Millie resopló; se notaba que las noticias no le habían hecho ninguna gracia.

—A menos que se quede embarazada antes. Si no anda con cuidado, su sueño de ser científica se irá al garete. Y, con él, todo el esfuerzo que estás haciendo para pagar sus estudios. ¡Puf! Todo desaparece por el desagüe y su lugar lo ocupa una bola de carne que sólo sabe llorar, cagar y moquear, y que te ata para el resto de tus días.

—Vaya, no te detengas, tía. Puedes decir lo que piensas en realidad —repliqué con ironía, tratando de recuperar el tono ligero de la conversación.

—Es que creo que es demasiado joven para comprometerse con un idiota universitario con la pistola cargada de amor.

Contuve la risa y busqué la mejor manera de enfocar la situación.

—Me aseguraré de que controle bien el tema de los anticonceptivos. Pero estoy convencida de que acabarán los estudios, tía. Además, me alegro de que Maddy ya no viva sola. Era un tema que me preocupaba bastante.

—Si es por el dinero, yo ahora mismo le envío lo que necesite...

—No, no es por el dinero. Estamos hablando de que ahora Maddy está enamorada y acompañada. Nuestro barrio no es muy seguro, y estaba viviendo allí sola. Ginelle pasaba con frecuencia para asegurarse de que todo iba bien, pero, como dijiste, es muy joven. Y además es bonita y muy ingenua. No quiero que nadie le haga daño. Si jugar a las casitas con su prometido la mantiene a salvo, apoyo la moción.

La tía Millie suspiró con más fuerza que antes.

—Lo entiendo; es que me preocupo por ella.

—Yo también, pero todo va bien; te lo prometo. Te iré informando.

—Sí, por favor.

—Te quiero, tía Millie.

—Yo también te quiero, querida niña —replicó antes de colgar.

Carajo, carajo. La llamada había sido mucho más incómoda de lo que me había imaginado. Pero, en fin, tenía que centrarme en lo bueno. Y ese sexi Latin Lov-ah estaba un rato bueno. Tomé nota mental de bajar canciones suyas al iPod para ir escuchándolas en el avión y familiarizarme con su música antes de llegar. Al fin y al cabo, iba a ser el rostro de su nuevo videoclip. Lo malo era que yo no tenía ni una gota de sangre latina en las venas, y lo de bailar se me daba fatal. Ni siquiera entendía la jerga que usaban en ese tipo de canciones. ¿Qué demonios quería decir «levanta el techo» o «deja caer el culo como si te quemara»? Una vez había bailado una canción que decía: «Ella se dejó caer al suelo y, como quien no quiere la cosa..., la chica empezó a bajar, bajar, bajar, bajar, bajar». ¿Qué tenía de sexi dejarse caer al suelo y empezar a bajar? ¿La mujer estaba sentada o de rodillas? Si me la imaginaba de rodillas haciendo una mamada, bueno, eso podía ser sexi, pero no creía que ése fuera el movimiento de moda en las pistas de baile.

Bueno, lo mejor iba a ser que buscara los videos en YouTube para dejarme caer al suelo y bajar, bajar, bajar sin hacer mucho el ridículo.

Cuando tuve todo cuanto necesitaba encima de la cama, me di una vuelta por la enorme mansión buscando a Kathleen o a Warren. Lo encontré a él en su despacho y llamé a la puerta suavemente. No quería asustarlo.

—Adelante —refunfuñó. Al verme entrar, dejó lo que estaba haciendo y me preguntó—: ¿Lista para volar esta noche?

—Sí. Quería hacerte una pregunta, si no te molesta.

Él alzó las pobladas cejas y me invitó a sentarme al otro lado del escritorio.

—¿Va a acompañarnos Kathleen a Nueva York?

Él negó con la cabeza.

—No, ¿por qué?

Esta vez fui yo la que alcé las cejas.

—Supongo que me extraña que no te lleves a tu novia contigo.

Warren dejó la pluma sobre la mesa, unió las manos formando una pirámide y apoyó la barbilla en la punta de los dedos.

—La verdad, no se me ocurrió pensar que pudiera tener ningún interés en venir.

—¿Cuándo fue la última vez que salió de vacaciones?

Él desvió la vista hacia la ventana mientras pensaba.

—No lo recuerdo.

—Y ¿cuándo la invitaste a cenar fuera por última vez?

Se volvió hacia mí bruscamente.

—¿A cenar fuera? Ella me prepara la cena; forma parte de su trabajo. ¿Para qué iba a llevarla a cenar fuera?

Cerré los ojos y solté el aire muy despacio mientras contaba hasta diez.

—Warren, tal vez esto te suene un poco duro, pero lo digo por tu bien, y creo que lo entenderás. —Él frunció las cejas, haciendo que le apareciera una arruga sobre la nariz—. No la tratas bien.

Su expresión de sorpresa me sorprendió a mí. No entendía que eso le viniera de nuevo.

—No estoy de acuerdo. Kathleen puede hacer lo que quiera en la casa; duerme a mi lado todas las noches, compra las mejores flores, la mejor comida...

—¡Todo eso lo hace por ti! —exclamé sin poder contenerme más. Él abrió la boca y volvió a cerrarla en silencio—. Lo siento. —Me eché hacia adelante y apoyé la mano sobre la suya—. Warren, la tienes encerrada en esta casa. La tratas como a tu criada, no como a tu novia. No la invitas a citas; no le compras flores. —Él volvió a abrir la boca, pero lo interrumpí—: Dejas que ella compre flores, pero son para la casa. No es lo mismo que si un hombre te regala un ramo para demostrarte que le importas.

Warren se echó hacia atrás en la silla.

—Continúa. Es evidente que tienes más cosas que decir. Dilas.

Me pasé la lengua por los labios.

—Kathleen te ama; haría cualquier cosa por ti. Sin embargo, tú la mantienes encerrada en tu mansión, como si fuera un secreto del que te avergüenzas.

Se ruborizó vivamente.

—¿Kathleen te dijo eso?

Negué con la cabeza.

—No me lo ha dicho, pero no hace falta; se nota. Sales de casa cada día y la encuentras aquí siempre, esperándote. Dejas que te sirva la comida; no comes con ella; das por hecho que se acostará contigo todas las noches... ¿y encima esperas que le parezca bien?

—Yo, eh..., la verdad es que no sé cómo responder a eso, querida —admitió pasándose la mano por el pelo salpicado de canas.

—Veo cómo la miras. Estás enamorado de ella, ¿no?

Él respondió sin dudar.

—Claro que lo estoy. Hace años; nunca le sería infiel.

—Pues entonces, ¿por qué prefieres llevarme a mí haciéndome pasar por tu amiguita en vez de llevar a una mujer preciosa y elegante a la que le encantaría lucir vestidos bonitos y estar siempre a tu lado, apoyándote en todo? —Suspiré—. Llévala a cenar. Cómprale algo. Y regálale flores, aunque sean cortadas del jardín. —Señalé por la ventana—. Cuéntale lo suyo a tu hijo. Deja de mantenerla escondida. La única cosa que quiere es estar contigo; pero estar contigo de verdad, en todas las facetas de la vida.

Warren asintió y se quedó mirando por la ventana, perdido en sus pensamientos. Esperaba que pensara en todo lo que le había dicho y que tomara alguna decisión al respecto. Tenía fe en él y confiaba en que tomara la decisión correcta.

Me levanté y me dirigí hacia la puerta.

—¿Mia?

El vello de la nuca se me erizó. Esperaba que no estuviera a punto de despedirme por ser una entrometida. Me volví hacia él y vi que me estaba dirigiendo una sonrisa cariñosa.

—Gracias por atreverte a poner a un viejo en su sitio.

Eso le valió una sonrisa radiante por mi parte.

—Ha sido un placer.

—Si ves a Kathleen, dile que venga a verme.

—Estoy segura de que vendrá encantada. —Le guiñé el ojo y salí de su despacho para ir en busca de su chica.

Las cosas estaban a punto de cambiar en casa de los Shipley, sin duda, para mejor.