41º 25' 27" N 65º 49' 23" O
Markle comprueba el micro, pero no oye nada. Kennedy ha cortado la comunicación. Se oye un chasquido, luego otro largo silencio y finalmente una voz distinta, más grave.
—Air France 006 mayday, mi nombre es Luther Davis, comandante de operaciones especiales de la Federal Aviation Administration. ¿Puede identificarse de nuevo, por favor? Marque el código transpondedor 1234.
Markle tuerce el gesto, Gid teclea el código indicado. No todos los días se habla con un comandante de operaciones especiales de la FAA... Se produce un nuevo corte. Vuelve la voz:
—Gracias, aquí Luther Davis, FAA. ¿Puede decirme su fecha y lugar de nacimiento, comandante Markle?
Markle suspira y obedece:
—12 de enero de 1973, Peoria, Illinois.
—¿Puede darme los nombres y apellidos de todos los miembros de la tripulación?
—Kennedy, no sé si son conscientes, pero estoy intentando tomar tierra con un 787 dañado.
Un nuevo silencio, una nueva desconexión y una nueva voz, esta vez femenina:
—¿Air France 006? Kathryn Bloomfield, del NORAD. ¿Me oye?
¿En serio, el NORAD, la defensa aérea? Markle frunce el ceño.
—Air France 006, estoy a la escucha, NORAD. ¿Qué desean?
—Por motivos de seguridad, desconecte el wifi del avión.
Markle no discute y hace lo que le piden. La voz continúa:
—Gracias. Ahora, por favor, pida a todos los pasajeros que apaguen sus teléfonos móviles y cualquier tipo de aparato electrónico.
—Hace rato que están apagados, NORAD, ha habido turbulencias y hemos...
—Perfecto. Primer oficial Favereaux, en los próximos minutos, usted y el personal de a bordo procederán a requisar todos, insisto, todos los aparatos que permitan comunicarse con el exterior: tabletas, teléfonos, buscas, consolas, ordenadores, etcétera. No olviden las gafas de realidad virtual y los relojes inteligentes. No puede haber excepciones. Comandante Markle, nos enfrentamos a un serio peligro de pirateo exterior que pretende acceder al sistema de navegación, y los aparatos electrónicos podrían servir de intermediarios... Es usted libre de dar esta información a los pasajeros, si lo considera necesario para que cooperen.
—Pero provocará inquietud...
—Qué le vamos a hacer. Dígales que los aparatos les serán devueltos dentro de una hora, una vez el avión haya tomado tierra en Nueva York. Oficial Favereaux, si encuentra resistencia, insista en la seguridad del avión, en los peligros de interferencia con los instrumentos de vuelo. Tiene autoridad para requisar todos los aparatos electrónicos. Estamos siguiendo un protocolo muy estricto.
—Pero... ¿cómo vamos a guardar los aparatos? —pregunta súbitamente inquieto Favereaux—. Todos los móviles se parecen, ¿cómo vamos a identificarlos?
—Utilicen las bolsas para vómitos, escriban los números de los asientos con un rotulador, apáñenselas como puedan. Y tranquilicen a los pasajeros, díganles que se los devolverán cuando aterricen.
El copiloto musita un «sí» apenas audible. Se levanta y se dirige a dar las instrucciones a la tripulación, mientras Markle coge el micro y transmite las consignas a los pasajeros sin omitir nada. El copiloto se prepara para una oleada de protestas, pero ya sea por el miedo retrospectivo a las turbulencias, por las amenazas de un pirateo que podría afectar a sus aparatos electrónicos o por la autoridad incontestable de la voz del comandante de a bordo, los pasajeros, en su inmensa mayoría, ceden a la petición. Los pocos que se atreven a levantar la voz se ven enseguida conminados a colaborar por sus vecinos. Una operación que se antojaba delicada se lleva a cabo, asombrosamente, en unos pocos minutos. Cuando recibe la confirmación de que los aparatos de comunicación de todos los pasajeros se encuentran en la cabina de mando, la oficial del NORAD continúa:
—La medida afecta igualmente al personal de a bordo. Y a usted también. Sus teléfonos móviles, sus ordenadores personales. Comandante Markle, posee usted plena autoridad sobre el avión. Tiene la orden de...
—¡Soy el comandante de a bordo, señora del NORAD! —se enoja Markle—. Es evidente que tengo plena autoridad sobre este avión, pero es que usted...
—Comandante Markle, se trata de un asunto que afecta a la seguridad nacional. Vamos a seguir juntos el protocolo 42.
Markle se queda estupefacto. Nunca ha oído hablar de ningún protocolo 42.
—Air France 006, su nuevo destino es McGuire Air Force Base, Nueva Jersey. Repito: McGuire Air Force Base, Nueva Jersey.
Fort McGuire... Fue allí donde en 1937 el dirigible alemán Hindenburg, sujeto a la torre de amarre, se incendió y quedó completamente destruido. Markle realiza un lento viraje hacia el suroeste y no le queda más remedio que anunciar a los pasajeros que, sorry, folks, por causas de fuerza mayor, el vuelo está siendo redirigido hacia Nueva Jersey. Esta vez muchos protestan, algunos incluso abuchean, sobre todo teniendo en cuenta que, para mayor escarnio, a poniente emergen, desafiantes, los resplandecientes rascacielos de Nueva York. Markle podría entretener a los pasajeros contándoles la historia de la catástrofe del Hindenburg, pero algo le dice que no es el mejor momento.
Nueva York vuelve a hablar por el intercomunicador:
—Kennedy Approach de nuevo. Comandante Markle, lo pongo con el Centro de Comando Militar Nacional del Pentágono.
Markle no ha tenido ni tiempo de contestar cuando oye otra voz, masculina. El acento es nasal, cansino, muy yanqui, muy de New Hampshire.
—Comandante Markle, general Patrick Silveria, National Military Command Center. Le hablo en nombre del secretario de Defensa. En tres minutos verá aparecer dos cazas de la Navy. Acaban de despegar del USS Harry S. Truman y los escoltarán hasta aguas nacionales. En caso de tentativa de fuga, o si desobedece sus consignas, tienen la orden de derribar la aeronave.
Esta vez se han pasado. Markle suelta una risotada. Ahora lo entiende todo.
—¿Comandante Markle? Aquí el general Silveria, del NMCC. ¿Sigue ahí?
Markle no puede parar de reír, se le saltan las lágrimas. Menuda pedazo de broma. La madre que parió a los controladores del JFK, qué pandilla de chiflados, qué amasijo de mamones, titiriteros de hojalata, ha estado a punto de tragárselo todo, que si el NORAD, que si el protocolo 42, y ahora le vienen con el Pentágono... Vuelve a hablar por el intercomunicador:
—¡Buenas tardes tenga usted, general Silveria de los Cataplines! ¿Eso es todo lo que se os ha ocurrido? La verdad es que al principio me lo había creído, pero con lo de cargaros el avión os habéis pasado tres pueblos, macho. ¿De verdad creéis que era el mejor momento, después del tormentón por el que hemos pasado? Además, la habéis cagado, mi último vuelo es pasado mañana, no hoy. Pero tengo que reconocer que como regalo de despedida es mejor que un pastel de chichinabo.
—¿Air France 006? Aquí el general Silveria, del Pentágono. Lo pongo con el portaviones USS Harry S. Truman.
—¡Y yo soy el captain Speaking, no te jode! ¿Eres tú, Frankie? ¿Se puede saber de dónde has sacado ese puto acento yanqui de mierda? Hay que ver cómo sois... Por culpa de vuestra dichosa broma hemos requisado los móviles de todos los pasajeros. ¿Queríais que nos lincharan o qué?
Una nueva voz sale del intercomunicador, esta vez más aguda y con acento texano:
—¿Air France 006? Soy el almirante John Butler, del USS Harry S. Truman.
—Buenas tardes tenga usted también, almirante John Butler de pacotilla. Está bien, Frankie, puedes ahorrarte tu repertorio de acentos. Ya no tiene gracia.
—¿Comandante Markle? Sigue al habla el almirante Butler. En estos momentos su avión está siendo custodiado por dos de nuestros F/A-18 Hornet. Uno lo tiene justo detrás del Boeing, en posición de intercepción, y el otro... Mire a estribor, si es tan amable.
Markle chasquea la lengua, pero vuelve la cabeza. A escasos metros de la punta del ala derecha vuela un Hornet, armado con sus diez misiles aire-aire. Desde la cabina, el piloto lo saluda con la mano.
—Y ahora haga el favor de obedecer todas las órdenes.