E PUR SI MUOVE

Sábado, 26 de junio de 2021, 9.30 h,

sala de crisis, Casa Blanca, Washington

 

Jamy Pudlowski y su equipo han reunido en la sala de crisis subterránea de la Casa Blanca a una docena de individuos de sexo masculino, todos ellos convencidos de haber nacido gracias a Dios en el seno de la buena religión: dos cardenales, dos rabinos —uno tradicionalista y el otro liberal—, un pope ortodoxo, un pastor luterano, otro bautista, un predicador mormón, tres sabios musulmanes de las ramas sunita, salafista y chiita, un monje budista vajrayāna y otro mahāyāna. En la mesa hay mucho café, aunque Pudlowski haya podido dormir durante los cuarenta minutos de helicóptero.

La jefa de Operaciones Psicológicas está preocupada. El recto camino detesta los baches, y lo oscuro siente aversión por lo inexplicable. La inmovilidad de la Ley choca obstinadamente con la evolución del cosmos y los avances del saber. ¿Quién es capaz de encontrar en la Torá, en el Nuevo Testamento, en el Corán o en cualquier otro texto sagrado la más mínima referencia, ya sea sura ambigua o versículo tenebroso, que prediga o justifique la aparición en el firmamento de un avión idéntico a otro aterrizado tres meses antes?

Cuando los pueblos de América descubrieron muy a su pesar a Cristóbal Colón y a la retahíla de conquistadores que llegaron tras él, la Iglesia católica tuvo que encontrar en los textos una explicación a su existencia. Bien es cierto que, si hacemos caso de lo que dice san Pablo, el Evangelio «se oyó hasta en los confines de la Tierra», pero ¿cómo diantres se lo hicieron los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, para repoblarla entera?, ¿por dónde pasaron esos dichosos chiquillos para esparcir su semilla hasta en las Indias Occidentales? ¿Aquellos hombres nuevos no serían tal vez las tribus perdidas de Israel de las que habla el libro cuarto de Esdras, ese Apocalipsis apócrifo que menciona Tertuliano? Finalmente, lograron encontrar en el Evangelio de san Juan una fórmula que dejó a todos contentos: Jesús tenía «otras ovejas que no son de este redil».

Jamy Pudlowski es católica por parte de padre y judía por parte de madre. En enero de 1960, una doctora asquenazí de Boston se enamoró perdidamente de un policía goy de Baltimore y, a partir de entonces, nada fue fácil. La pequeña Jamy creció entre abuelos que no tenían nada amable que decirse, judíos y alemanes por parte de madre, católicos y polacos por parte de padre, y sus interminables discusiones acabaron de modelar a aquella niña inquieta. Jamy pasó de dubitativa a escéptica, antes de volverse reacia a cualquier forma de convicción religiosa. Habiendo sido bautizada —en secreto— por los abuelos Pudlowski, se negó a hacer la comunión, y al año siguiente el bat mitzvá. Tampoco tiene convicciones políticas demasiado firmes, aunque siempre vota al Partido Demócrata.

Cuando Jamy realizó la entrevista para entrar a trabajar en el departamento de las PSYOP y la responsable de contratación le preguntó qué religión profesaba, la psicóloga respondió: «Ninguna». La mujer insistió: «Atea, pues», jugando con el bolígrafo como si tuviese que marcar una casilla en un cuestionario imaginario. Jamy Pudlowski se encogió de hombros: «Es que me trae sin cuidado, para mí Dios es como el bridge: no pienso nunca en él. Así que no me defino por el hecho de que el bridge me traiga sin cuidado, ni me junto con gente que discute del hecho de que a ellos también les trae sin cuidado el bridge». La respuesta dio en el clavo. Seis años después, sin haber cumplido aún los cuarenta, Pudlowski dirigía ya uno de los departamentos de Operaciones Psicológicas de la CIA, antes de asumir las mismas funciones en el SOC.

Jamy Pudlowski se especializó en cuestiones religiosas y hoy sabe reconocer a todos los hombres que se encuentran en la sala. Siendo la única mujer, Pudlowski empieza con un «Damas y caballeros...», esperando que alguno capte la ironía, pero no, qué va, así que señala la gran pantalla, donde aparece el presidente acompañado por las mismas personas que ayer, pero también por sus consejeros espirituales.

—Señor presidente, puede usted intervenir cuando quiera, por descontado. Gracias a todos por haber venido. Mi nombre es Jamy Pudlowski, oficial superior del Special Operation Command del US Army. Están ustedes aquí porque representan a la aplastante mayoría de las confesiones practicadas en territorio nacional.

Pudlowski presenta entonces a todos y cada uno de los prelados, sin dejar que se quejen por haber sido despertados de madrugada, conducidos sin demora a la Casa Blanca y soltados en la sala de crisis.

—Les expondré primero una situación y luego les haré algunas preguntas sencillas. No espero de ustedes respuestas de naturaleza ética, sino teológica. Allá voy. Ya saben que ciertos laboratorios son capaces de imprimir en 3D materia orgánica y fabricar objetos artificiales biológicos, músculos, corazones, a partir de células madre, sin riesgo de rechazo por parte del paciente. Y...

El rabino tradicionalista la interrumpe:

—Sí, ya hemos llegado a un acuerdo unánime. También con nuestros amigos católicos y musulmanes.

Los cardenales asienten, el imán salafista aprueba:

—El Consejo Islámico del Fiqh ha dictaminado que el islam autoriza la ingeniería genética, siempre y cuando sirva para salvar vidas.

—Gracias, caballeros. Ahora les pediré que imaginen la posibilidad de que se pueda duplicar completamente a alguien.

—¿Qué entiende usted por «completamente»? —pregunta el luterano.

—Reproducirlo con precisión infinitesimal. El nuevo individuo tiene el mismo código genético que el original, entre otras cosas.

—¿Como una copia de carbón perfecta? —pregunta el predicador mormón.

—Exacto —sonríe Pudlowski—. Como una copia de carbón.

—¿Es una especulación? —pregunta uno de los budistas, con una calma oriental que raya en la caricatura.

La responsable de Operaciones Psicológicas hace una pausa, tomándose todo su tiempo antes de responder.

—No, mi pregunta no es teórica. Hemos interrogado a un individuo que resulta indistinguible de otro y que, además, afirma ser ese otro. El careo ya ha tenido lugar. Es desconcertante.

—¿Como si fueran gemelos?

—No... Ambos poseen la misma personalidad y los mismos recuerdos, hasta el punto de que tanto el uno como el otro están convencidos de ser el original. Sus dos cerebros están codificados del mismo modo, a nivel químico y eléctrico, a nivel atómico.

La sala entra en efervescencia. Se oyen las palabras blasfemia y abyección, así como otras de índole más escatológica que teológica.

—¿Quién es el responsable de esta ignominia? —resume el bautista.

—No lo sabemos —dice Jamy Pudlowski—. No les estamos pidiendo un juicio ético. Pero esos seres existen.

—Ha sido Google, ¿verdad? —dice un cardenal, visiblemente alterado—. Han...

—No, su eminencia, no ha sido Google.

—Pero lo cierto, señora —insiste el prelado—, es que Google ha invertido en una sociedad israelí de impresión 3D y...

—No, su eminencia, no han sido ellos. Mi primera pregunta es la siguiente: según la Ley, ese... ser, ¿es una creación divina?

No es que a Pudlowski le falte vocabulario, lo que pretende con su duda retórica es provocar el debate: la confusión se apodera de la sala y el salafista es el primero en amorrarse al micrófono:

—Alá ha dado al hombre y a los animales el don de la procreación, y Alá ha dado al hombre la razón, que le permite inventar objetos. Pero el Profeta (que la paz y la bendición de Alá sean con él) también dice, en el Peregrinaje: «¡Oh, seres humanos! Se da una parábola, prestad atención: aquellos a quienes, aparte de Alá, deificáis e invocáis nunca podrán crear ni una mosca, aunque se unieran para hacerlo». Eso dice la parábola: el hombre no podrá crear la vida, aunque sea la de una mosca.

—Lo entiendo, querido amigo, pero nos enfrentamos a algo más que una mosca —matiza Pudlowski.

El sunita se incorpora y dice:

—En el hadiz Sahih al-Bujari, Abu Sa’id al-Judri (que Alá esté complacido con él) recoge que el Profeta (la paz y las bendiciones de Alá sean con él) dejó dicho: «No hay ser creado más que por Alá». Eso es lo importante.

—Entonces, en su opinión, esos seres son criaturas de Dios.

—No hace falta que le repita la parábola de la mosca —retoma la palabra el salafista—. Si Alá no hubiese querido que ese ser fuera creado, no lo habría autorizado a existir.

—Ya veo —dice Pudlowski—, ya veo...

Guarda entonces unos segundos de silencio, esperando en vano que católicos o protestantes intervengan. El rabino tradicionalista duda un momento antes de decir:

—No obstante, existen mitos de creación en el Talmud. En el tratado del Sanedrín se dice que el rabí Rava, bendito sea, crea a un hombre con sus poderes mágicos. El tratado no dice cuáles son...

—Disculpe, pero ¿quién es el rabí Rava? —pregunta Pudlowski.

—Es un rabino de la cuarta generación... En fin, lo importante es que el rabí Rava envía al hombre que ha creado al rabí Zera, que le hace una pregunta, pero como el hombre no responde, el rabí Zera entiende que no ha sido creado por Dios, que es un gólem, y le ordena que vuelva a convertirse en polvo.

—En otras versiones —completa el rabino liberal—, el hombre creado por el rabí Rava puede hablar, pero no reproducirse. Más adelante, en el Sanedrín se dice que el rabí Hanina y el rabí Oshaya crean un carnero y se lo comen... Todo es bastante confuso... Hay que leerlo como una parábola. Una parábola que muestra la vanidad del hombre y la omnipotencia de Dios.

El chiita suspira.

—En todo caso, volvamos al Corán. En árabe, la palabra crear, khalaqa, tal como se está utilizando aquí, significa «fabricar a partir de nada», algo que solo (en esto estamos todos de acuerdo) puede hacer Alá. Incluso su rabí Rava crea a partir de la tierra. Pero en el caso del que usted habla, señora, ese... ser..., ¿no ha sido creado a partir de nada?

—De nada en absoluto —responde la mujer del FBI—. Sin embargo, ignoramos todo de... del proceso de... fabricación.

El rabino liberal aprovecha un pequeño momento de silencio.

—No nos olvidemos de las enseñanzas de Maimónides: Dios dio al hombre su alma, néfesh, pero si le dio también leyes y preceptos es porque el hombre goza de libre albedrío, con sus virtudes y sus debilidades.

—No veo la relación entre la cuestión del libre albedrío y lo que estamos hablando —protesta el rabino tradicionalista—. Se nos está pidiendo un juicio teológico y, sin que venga al caso, como siempre, ¡va usted y saca a colación a su dichoso Maimónides!

—¡Acabáramos! ¡Yo no saco a colación a mi Maimónides!

—Por favor —intenta calmar los ánimos Pudlowski—. Compréndanme: si les pregunto sobre la creación es porque no quiero que nadie pueda decir que ese hombre es una creación satánica.

—¡Satanás no puede crear! —se indigna el sabio salafista.

—¡Eso sí que no! —corrobora el rabino tradicionalista, y los dos protestantes asienten con la cabeza.

—Dios creó a Satanás —dice uno de los cardenales persignándose—. Lo creó para tentar a los hombres y, en el jardín del Edén, Satanás se encarnó en serpiente, la más astuta de todas las criaturas de Dios. Pero Satanás sería incapaz de crear.

—Vaya —se extraña Pudlowski, haciéndose la ingenua—. Pues yo juraría haber oído hablar de «criatura de Satanás».

—Es un abuso del lenguaje, un dicho popular —sonríe el salafista, mientras el chiita, al otro extremo de la mesa, suelta una carcajada y exclama, indignado:

—¿Un dicho popular? Pues parece que su teólogo Muhammad al-Munajjid ha tachado a Mickey Mouse de «criatura de Satanás».

—¡¿Mickey Mouse?! —da un respingo el presidente de Estados Unidos, que aún no había abierto la boca.

—Al-Munajjid no es «nuestro» teólogo, como usted dice —suspira el salafista—, es un sabio muy respetado, nada más. Lo que dijo exactamente fue «soldado de Satanás», y sus palabras fueron tergiversadas por los descreídos y los apóstatas que pretenden burlarse del islam.

—No me negará que lanzó una fatwa contra Mickey Mouse —continúa el chiita con ironía—. Y al-Munajjid no está en contra de la esclavitud, ni de las relaciones sexuales con esclavas.

—Así lo acordó la ijma y, por tanto, se trata de la opinión de los sabios musulmanes —se enfada el salafista—. Muhammad al-Munajjid se limita a repetirlo, y yo...

—¡Ja! Y también lo de que hay que quemar en la hoguera a los homosexuales, ¿verdad? —pregunta el luterano.

El rabino liberal levanta los ojos al cielo.

—Ejem..., ¿tengo que recordarle lo que dijo Lutero sobre los homosexuales?

—Señores, por favor —interviene Pudlowski con autoridad—. Nos estamos alejando del tema. Doy por resuelta esta primera cuestión: nuestro hombre no es una criatura del diablo. ¿De acuerdo?

—Solo hay criaturas de Dios, y en eso estamos todos de acuerdo —dice el rabino tradicionalista en tono conciliador.

Uno de los monjes budistas, que hasta ahora han guardado silencio, toma la palabra, visiblemente molesto:

—A propósito de sus «criaturas de Dios»... Los hemos dejado discutir, pero el mundo no tiene más que un origen relativo. Es un ciclo ininterrumpido donde el universo fluctúa entre estados de creación, privilegio de Brahma, momentos de estabilidad, donde impera Vishnu, y fases en las que Shiva lo destruye todo, de manera lenta o rápida. Y todo puede entonces volver a empezar. Para nosotros, su pregunta no tiene el más mínimo sentido. Todos los seres sensibles llevan en sí la presencia de Buda y pueden alcanzar el Despertar. No esperen ver a un budista gritando a las «criaturas de Satanás». Demos la bienvenida a ese nuevo ser. Y, como siempre, enviemos un mensaje de paz.

—Un mensaje de paz muy bonito, ciertamente —replica el sunita—, mientras sus correligionarios masacran a nuestros hermanos rohingyas en Birmania, capitaneados por ese fanático de Wirathu...

—Pero... ese no es mi budismo... Además, ¿quién destruyó los Budas de Bāmiyān, si se puede saber? Y en Sri Lanka, ¿quién...?

Pudlowski interviene para apaciguar los ánimos:

—Por favor. Sé que todos ustedes están llenos de buenas intenciones, pero, sintiéndolo mucho, no vamos a poder solucionar desde esta sala los problemas del mundo. Se trata, pues, de una criatura de Dios o de un ser que siente la presencia de Buda. Partamos de este punto en común. Y ahora déjenme hacerles otra pregunta, relativa a un concepto: el alma.

—¿El alma? —repite el sunita.

—Sí. No sabría cómo definirla, pero se trata de un principio esencial, ¿no es cierto?

—Esencial pero complejo —dice el sunita—. ¿Me deja desarrollarlo?

—Soy toda oídos... —suspira Pudlowski.

 

 

La reunión dura dos horas, dos horas tras las cuales nada está resuelto, y Jamy Pudlowski, agotada, decide ponerle punto final. Aunque estuvieran una semana discutiendo, o incluso un mes, no resolverían nada.

—Por favor, caballeros. ¿Podríamos llegar a una posición común y redactar una declaración, lo más unánime posible y, obviamente, provisional, que proteja a esa persona de cualquier acto criminal fruto de una lectura incorrecta de los textos sagrados?

—Es la mejor solución —dice uno de los budistas.

—Totalmente de acuerdo —admite el rabino liberal—, podríamos recordar aquellas hermosas palabras del Levítico (19, 18) en las que Dios nos pide amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

—O las del Evangelio (Juan 13, 34) —dice el pastor luterano—, donde Jesús pide a sus discípulos amarse los unos a los otros.

El salafista se inclina y concluye:

—«Haced el bien», dijo el Profeta (que la paz y la bendición de Alá sean con él). «Alá ama a los bienhechores.» Y al acoger a esos seres sin atormentarlos, no estamos haciendo el mal.

—Perfecto —dice Jamy Pudlowski—. Se lo agradezco. Pero debo añadir un elemento en absoluto insignificante. No nos enfrentamos a un ser «duplicado», sino a unos cuantos. A doscientos cuarenta y tres, exactamente.

—¿Doscientos cuarenta y tres?

Pero Pudlowski no da tiempo a las reacciones:

—Queridos amigos, los emplazo a volver a vernos mañana por la mañana para darles toda la información. En cualquier caso, entiendo que esto no cambia en nada el fondo del asunto. Redactaré una síntesis de la reunión y les presentaré una resolución ecuménica que trascienda las diferencias religiosas.

Pudlowski da las gracias atentamente a cada uno de los participantes y se despide. Una vez a bordo del helicóptero que debe llevarla a la base, llama a Adrian Miller.

—¿Ha salido todo bien? —pregunta el matemático.

—Más que bien —suspira Pudlowski—. Más que bien.

Justo entonces, le vibra el móvil. Es un mensaje del POTUS.

«Great job!», ha escrito el presidente.