¿Qué había ocurrido?
Una pequeña araña de ansiedad pasaba por debajo de su piel mientras seguía intentando, en vano, moverse u obligar a su visión a enfocarse para ver lo que estaba ocurriendo. Nada. Sus extremidades parecían llenas de plomo, la piel le ardía al punto de sentir la ropa mojada de lo profuso que estaba sudando; cada nervio del cuerpo le punzaba con las llamas del fuego invisible que lo envolvía.
Su mente intentaba encontrar una explicación rápido. No recordaba nada que lo hubiera llevado a este punto y presionar su memoria solo aumentaba la jaqueca que comenzaba a morderle la cabeza. Entonces notó algo de lo que antes no se había percatado. Unos murmullos ininteligibles le cosquilleaban los oídos. Abrió los ojos y buscó la fuente. Las palabras llegaban rápidas, unas tras otras, muchas en una lengua con la que él no conocía.
—UNGH…
Concentró toda su energía en tratar de soltar un sonido, el que fuese, para que la persona que estaba con él lo ayudara. Su mensaje comenzó con una vibración en el pecho, luego en su garganta y, finalmente, salió en forma de gemido. Eso era todo lo que podía hacer.
—UNGH…
No podía ver bien, pero pudo escuchar el crujir de la madera del piso y los pasos de alguien que se acercaba. Los murmullos continuaban, más aprisa ahora. Había alguien junto a él, podía sentir los vellos de su cuerpo erizarse, sus ojos se movían de un lado a otro, tratando inútilmente de enfocar algo.
Una mano sobre su espalda. Un dolor agonizante en el hombro. Alguien lo había herido con algo filoso.
—Caleb.
Su vista siguió borrosa por tres latidos más. Tenía la sensación de que alguien lo inmovilizaba entre brazos gigantescos y luego lo dejaba ir al fin. Sus ojos recuperaron la visión y su lengua de nuevo lo obedecía. Se levantó tan rápido como pudo, de rodillas, jadeaba por el tremendo esfuerzo que le había costado moverse.
Alzó la mirada, se topó con la imagen de algunos pentagramas, velas y un venado eviscerado que manchaba la madera del piso con sangre oscura. La palabra brujería se escribió de inmediato en su mente, podía sentirse en cada elemento de la atmósfera. Colocó la mano en su hombro herido, echó un rápido vistazo al resto del lugar e intentó descifrar en dónde estaba o quién lo había llevado hasta ahí. Todo lo que pudo ver era que estaba en un cuarto sin ventanas, en donde solo había un enorme espejo.
—Caleb. —Volvió a escuchar su nombre, esta vez detrás de él, y su corazón comenzó a golpear su caja torácica. Se giró para toparse con un par de ojos índigo a centímetros de los suyos, enmarcados por mechones cobrizos que caían por su cara en un revoltijo de cabello. Traía parte de la cabeza del venado muerto como si fuera un sombrero.
Caleb intentó hacerse hacia atrás, pero le sujetaron la barbilla con fuerza.
—No tengas miedo —dijo la otra persona con una voz tranquila y pausada—. No voy a matarte hoy.
—Por favor —pidió Caleb, sintiéndose tonto y débil por tener que suplicar.
—Shhh. —Sintió uñas filosas enterrándose en su carne—. Necesito que estés quieto y en silencio o voy a tener que lastimarte.
—Tengo que regresar —desafió él.
Una fuerza invisible lo propulsó contra el enorme espejo y le sacó el aire.
—Dije que estuvieras quieto y en silencio —repitió la persona. Su voz comenzó a hacerse más grave, como si hubiera más individuos que hablaran al mismo tiempo.
La misma fuerza incorpórea lo presionó más hacia el cristal. Caleb cerró los ojos mientras esperaba morir al explotar por la presión. Podía escucharlo hablar en lenguas extrañas. Poco a poco, el espejo comenzó a cambiar de forma. Su textura ya no era sólida ni tampoco líquida, se había transformado en algo viscoso y frío. El espejo comenzó a absorberlo y Caleb trató de gritar y luchar contra la fuerza que lo tragaba hacia el abismo. La viscosidad invadió su boca y fosas nasales, y la voz se escuchaba cada vez más lejana.
La falta de aire hizo que sus pulmones comenzaran a dolerle y, sin poder hacer nada más, dejó que la oscuridad lo devorara.