—Ya sabes lo que dice la abuela —tomó el recogedor—: limpiar uno mismo hace que cuente como limpia energética.

—Sí, bueno. —Manon pasó la esponja por una de las ventanas de la entrada—. También podemos usar sahumerios para eso. No tiene por qué torturarnos.

—Estoy contigo.

Por más que barría y barría, la tierra y el polvo no parecían terminar. Llevaba cuarenta minutos solamente en el pórtico y todavía ni siquiera llegaba a las hojas secas del jardín.

—¿Sabes qué me recuerda esto? —comentó Manon. Lena hizo un sonido para dejarle saber que la estaba escuchando—. Una vez mi familia rentó una casa en Italia. Nos fuimos en las vacaciones de primavera. —La escoba hechizada pasó junto a ella, limpiando cerca de sus pies—. Y una noche mis primos rompieron una tubería, pero no le dijeron a nadie. Al día siguiente la casa estaba inundada y tardamos muchísimo en limpiar todo. El dueño nos cobró una fortuna por los daños. —Soltó una risita.

—¿No se molestaron tus papás? —preguntó mientras hacía otra montañita de tierra. Si eso hubiera pasado en esa casa, su abuela la habría colgado boca bajo de un árbol.

—Muchísimo. —Manon se rio con más fuerza y volvió a meter la esponja en la cubeta—. Mis primos están vetados de cualquier otro viaje familiar. Ya están en la universidad y todavía no les levantan el castigo.

Las comisuras de los labios de Lena se alzaron casi por cuenta propia. A Manon siempre se le iluminaba la mirada cuando hablaba de su familia y de sus viajes.

—Ojalá aquí tuviéramos viajes familiares. Pero no. Solo nos tienen limpiando tierra interminable —comentó Lena con humor.

—¿Nunca han salido de vacaciones? —preguntó Manon. No sabía por qué le causaba tanta sorpresa si, en los dos años que llevaba estudiando ahí, Lena nunca le había contado de viajes.

—No. —Un recuerdo le vino a la mente—. Bueno, hubo algo parecido una vez. Habían operado a la señora Berterry del corazón y no podía salir de la cama. Así que fuimos a visitarla en su casa cerca de Galway. — Imogen no había ido, por supuesto, pero su madre y el resto del aquelarre sí; era lo más parecido a unas vacaciones familiares que podía recordar. Incluso habían decidido irse en el viejo auto de su madre, un pedazo de chatarra afuera de la propiedad—. La abuela le preparó una poción para ayudarla a sanar más rápido y yo le llevé un pastel con un hechizo para subirle el ánimo. Ella vive en una casa muy linda en la playa y pareció animarse mucho cuando nos vio llegar. —Hizo una pausa y se sonrojó al recordar lo siguiente que pasó—. Pero terminé con una terrible insolación.

Barrió con más fuerza, sintiéndose avergonzada.

—Le pedí a la señora Berterry consejos para ver el futuro e intentar tener el don de la clarividencia como mi abuela. Y me dijo que girara hasta marearme. Según ella, cuando me tirara a la arena con los ojos cerrados, iba a poder ver algo. —Bufó al acordarse.

Manon se empezó a reír.

—¿Y funcionó?

—¡Claro que no! —Manon se rio con más fuerza—. Todos se rieron de mí. Hasta el nieto guapo de Berterry.

Lena terminó con la piel inflamada e irritada por más de una semana al quedarse tirada bajo el sol esperando una visión de cualquier tipo. No solo regresó sin poder ver el futuro, sino también sin dignidad.

—¿Berterry tiene un nieto guapo? —preguntó su amiga con interés.

—Sí, pero es mayor que nosotras.

—Mejor aún.

—Ya está casado. —Lena puso los ojos en blanco. Manon hizo un ruido de decepción y siguió quitando el lodo de la ventana.

—Siempre creí que solo tenía una nieta, a él nunca lo menciona. — Hizo un movimiento y la esponja siguió su trabajo sola. Manon tomó la cubeta y se movió a otra ventana.

—Creo que la nieta es su favorita, pero a ella nunca la he visto. Siempre habla de ella y nunca viene.

—¿También es bruja? —Tomó una esponja nueva y la pasó por el cristal—. ¿O es mortal?

Lena bajó los escalones del pórtico para seguir barriendo. Los brazos se le comenzaban a cansar.

—Es bruja, pero creo que no piensa unirse a un aquelarre. Escuché que Berterry le comentó algo parecido a mi madre. Tal vez por eso no viene. —Se encogió de hombros—. Aunque anoche dijo que me mandaría un amuleto de protección con ella, así que puede que la conozcamos pronto.

—Me pregunto si es bonita como su hermano. —Movió las cejas de arriba abajo un par de veces.

Manon era muy popular y tenía varios admiradores. Siempre había regalos en el correo esperando impresionarla de alguna u otra forma. En temporadas como San Valentín llevaba tantos chocolates a casa que incluso Lena lograba quedarse con dos o tres cajas.

—Deberíamos salir más tarde a tomar un café y ver si conocemos a alguien —comentó Manon mientras alzaba las manos y se estiraba—. Hace falta romance en nuestras vidas. —Lena sonrió.

—Podemos ponernos algo de canela tras las orejas y ver si nos funciona —sugirió antes de bajar al último escalón con la escoba.

—Suena a que tenemos un plan.

Por más que se apresuraron para terminar, cuando se encaminaron al pueblo, el cielo ya estaba en los tonos rosados y naranjas característicos del atardecer. Manon le había prestado su perfume y ambas iban acompañadas de una nube con aroma a peras, rosas e iris. Caminaban con los brazos entrelazados mientras conversaban. Manon sacó su teléfono del bolso y le enseñó a Lena fotografías que sus amigos le mandaban desde Toulouse. Su abuela estaba en contra de ese tipo de tecnología. Manon tenía estrictamente prohibido tenerlo encendido cuando estaba en la casa, pero a Lena le gustaban los momentos en que aprovechaban sus visitas al pueblo y su amiga le mostraba un poco más del mundo de los mortales.

Las casitas de colores ya estaban a la vista y el arco de piedra que marcaba la entrada quedaba justo frente a ellas. Todavía no oscurecía por completo, pero ya se encontraban encendidas las luces de la calle. Aún había turistas, aunque los puestos del mercado ya no estaban.

Un par de hombres ebrios discutían afuera de la taberna. La puerta estaba abierta y podían escuchar el bajo de la música que retumbaba.

—Creo que ya es un poco tarde para un café —comentó Lena y Manon asintió.

—Igual deberíamos sentarnos a comer algo por aquí. —Se decidieron por un restaurante al aire libre que quedaba cerca del centro. Se detuvieron un par de veces: en la única tienda de ropa y en la tienda de regalos. Aunque estaban cerradas, se conformaron con ver las cosas a través del cristal.

—Hace mucho que no cenamos fuera de casa —dijo Lena emocionada una vez que llegaron al restaurante. Las mesas y sillas eran de metal y todo estaba adornado con flores y plantas.

—Veo que agregaron cosas al menú.

El corazón de Lena revoloteó al escuchar eso. La comida en casa era buena, pero no había tanta variedad.

El mesero se acercó con una pluma y una libreta. Tenía ojos pequeños y piel clara.

—¿Qué podemos ofrecerles esta noche, señoritas? —preguntó sonriéndoles. Tenía el cabello perfectamente peinado con lo que parecía ser cera.

—Agua mineral para mí —dijo Manon.

—Dos, por favor —asintió Lena.

Pasó los ojos por los diferentes platillos, tratando de decidirse por alguno. Pensaba en comer algo ligero para poder pedir uno o dos postres.

—Olvidé preguntarte —dijo Lena, mordiéndose los labios—, ¿lograste encontrar a Mikael?

Manon negó con la cabeza.

—Aún no. Estoy tratando de no pensar en eso.

—Lo siento. —Pellizcó su nariz—. No quise…

—¿Tú cómo estás? Anoche te golpeaste la cabeza muy fuerte.

—No duele nada. —Pasó su mano a la parte trasera de su cráneo y presionó en distintos puntos. Los brazos sí le dolían, pero eso era algo que no quería mencionarle a Manon.

Se quedaron calladas y se miraron por unos momentos. Ambas parecían estar pensando en qué decirse y qué no. Una cuchara se le cayó a uno de los comensales junto a ellas y a lo lejos se seguía escuchando la música de la taberna.

—Hay algo que no sé cómo decirte, así que solo lo diré. — Manon tomó aire—. Volví a tener la misma visión de ayer y creo que estás en peligro. Nunca había tenido la misma visión dos veces.

Lena se quedó callada, esperando a que Manon continuara. El mesero regresó con sus bebidas y le pidieron la comida rápido para que se fuera.

—En mi visión había un gato sin piel que arrastraba un carruaje repleto de huesos humanos y, en la cima, un dragón de humo comiendo. —Golpeó sus uñas contra el cristal del vaso—. La primera vez no logré ver qué comía, pero hoy fue claro. —Una pausa—. Te estaba devorando.

Su piel se erizó. Sintió un cosquilleo a lo largo de todo el cuerpo. Una visión tan importante, tan certera que incluso se le presentó dos veces a su amiga.

—Creo que debemos decirle a la suma sacerdotisa. —Se rascó el brazo—. Tal vez ella sepa lo que significa. No es una visión clara.

Lena asintió.

—Tal vez es una visión más parecida a un sueño —sugirió Lena—. Como que el dragón representa la responsabilidad que me impusieron o algo así.

—Puede ser. —Su amiga sonrió, aunque la sonrisa lucía apretada—. Pero es mejor que estemos alerta, no sabemos quién quiera hacerte daño ahora que estás por convertirte en la líder del clan.

—Manon. —Lena suspiró—. Sé que viniste para estudiar con mi abuela y ella pronto ya no va a estar. No creo que en estas tres lunas pueda darte un buen entrenamiento. —Pasó saliva—. Tal vez es más seguro que regreses a casa. Si algo en verdad va a venir tras la familia, no me gustaría ponerte en peligro.

Manon se veía como si Lena le hubiera dado una bofetada. Sus ojos se humedecieron y parpadeó unas cuantas veces para recobrar la compostura.

—¿Quieres que me vaya? —acusó.

—No —dijo con sinceridad—, pero no te culparía si lo hicieras.

—Somos parte del mismo aquelarre. —Su frente se arrugó y sus cejas casi se tocaban—. Somos amigas. ¿Por qué clase de persona me tomas? —dijo unas cuantas palabras en francés que Lena no entendió antes de darle un trago grande a su agua mineral.

—No quise ofenderte. —Lena alzó las manos y trató de apaciguarla—. Me importas mucho y no quiero que te pase nada malo.

Los ojos de Manon se suavizaron. El mesero regresó con sus platillos y les advirtió que no tocaran los platos porque estaban calientes.

—Y tú me importas a mí. —Atravesó una aceituna con el tenedor—. De eso se trata la amistad. De cuidarse mutuamente.

Lena se sintió aliviada. Había algo en el hecho de contar con la ayuda de Manon que la hacía sentirse más tranquila. Se quedaron un rato en un cómodo silencio mientras cenaban. Había pedido una hamburguesa con queso extra; pensó que, si la ambrosía de los dioses fuera real, sería justamente esa hamburguesa.

—Disculpen —las llamó una mujer—. Perdón por interrumpirlas. —Se veía nerviosa y pasaba su peso de un pie a otro—. Ustedes son brujas, ¿verdad? —preguntó. Era una chica joven con la cara redonda y mirada amable.

—Depende de quién lo pregunta —respondió Manon sin mirarla.

—¿En qué podemos ayudarte? —corrigió Lena.

La chica miró a Manon, que siguió comiendo, y después se dirigió a Lena.

—Verán, mi padre desapareció ayer. Trabaja como recolector de basura junto con un par de compañeros. Los tres salieron al amanecer, pero no regresaron a casa.

—¿Ya informaste a la policía? —interrumpió Manon.

—Sí —dijo con voz queda. Su confianza parecía estarse evaporando—. Encontraron el camión de basura estacionado con las puertas abiertas y las llaves puestas. —Su labio inferior temblaba—. Ya lo están investigando, pero —un sorbido— solo quiero saber. —Les acercó un monedero de cuero—. Puedo pagarles. No tengo mucho ahora, pero puedo juntar la cantidad que me pidan.

Lena negó con la cabeza.

—No te preocupes. —Le regresó el pequeño bolso a la mujer—. ¿Tienes alguna fotografía de él?

—Sí, por supuesto —La chica sacó de su cartera una polaroid de algunos años atrás, a juzgar por lo distinta que se veía. Junto a ella, sosteniendo una caña de pescar, estaba un hombre rubio de bigote y anteojos.

—Muy bien. —Le devolvió la fotografía y la chica la guardó con cuidado—. Si llegamos a enterarnos de algo o si lo vemos, te lo diremos. Si está en nuestras manos, te ayudaremos. Pero no puedo prometerte nada, ¿de acuerdo?

—Sí. —Se limpió la nariz con el dorso de la mano—. Se los agradezco mucho. —Bajó la cabeza—. En verdad gracias. Perdón otra vez por molestarlas.

—Lena —Manon exhaló cuando la chica se fue—, deja de regalar tu trabajo —dijo, acentuando cada palabra—. Vas a empezar a debilitarte. —Torció los labios—. Además, no podemos meternos en estos temas de mortales. Tenemos suficientes problemas en nuestra propia casa.

Era cierto. Lena ya tenía una larga lista de pendientes de momento, como para agregar ese tipo de cosas.

—Le dije que no le podemos prometer nada. —Se encogió de hombros—. No nos quita tiempo estar al pendiente. Si veo su espíritu por aquí, le diré que falleció. Si tienes una visión en algún momento, le decimos lo que viste. No haremos nada que nos saque de las cosas que ya hacemos.

Manon revolvió la comida en su plato.

—Está bien. Solo protege tu energía.

—No más ayuda gratis, anotado.

Y no es que tuviera especial afecto por los mortales, vivos o muertos, era la vulnerabilidad lo que la hacía actuar de manera instintiva. Era el hecho de que alguien necesitaba ayuda y ella estaba justo ahí. Para Manon, Lena lo hacía sin cobrar por sus servicios y eso podría crear un desbalance. Para ella era todo lo contrario, estaba tratando de enderezar las cosas porque, cuando la persona que más quería la necesitó y le pidió ayuda, ella no hizo nada. No sentía que estuviera trabajando sin recibir compensación, al contrario, sentía que estaba pagando por algo que pasó. Y como se trataba de la persona más importante de todas, no sabía cuánto tiempo tardaría en pagar su deuda por completo. Tal vez nunca lo lograría sino hasta salvarla.

Se pusieron mutuamente un hechizo de protección antes de caminar de regreso a casa. Lena miraba de un lado a otro, tratando de encontrar un espíritu que encajara con la fotografía. Durante la noche era más común ver espectros. Pocos caminaban de día, la mayoría esperaba que cayera la noche.

—¿Lo ves? —preguntó Manon.

—Creo que no.

—Tal vez cruzó al siguiente plano y ya no está aquí.

Lena entrecerró los ojos.

—No lo creo. Si su hija lo está buscando, esa tristeza lo va a anclar. Va a sentir que tiene asuntos pendientes aquí.

—Tal vez no está muerto —sugirió su amiga. Lena seguía prestando atención a los alrededores mientras caminaba.

—Tal vez.

Había muchos espíritus de pie junto a la carretera que llevaba a casa. Estaban tiesos, con las cabezas hacia la luna y las bocas abiertas como si hubieran sido congelados en un alarido. Eran decenas acomodados en fila, todos en esa misma posición. Era aterrador, nunca había visto algo como eso.

—Manon —dijo—. Los espíritus están actuando extraño.

A mitad de camino, uno de ellos bajó la cabeza y las miró. Luego el siguiente, y el que seguía, y poco a poco todos fueron bajando la cabeza mientras ellas iban acercándose a la casa.

—Bruja —dijo uno con voz grave.

—Bruja —repitió otro.

Lena los empezó a mirar con desconfianza, tomó la mano de su amiga y comenzó a caminar más rápido.

Bruja.

Bruja.

Bruja.

—¿Qué pasa?

Uno se movió hacia ellas y los demás hicieron lo mismo. Algo dentro de ella se encendió.

—Manon, corre. —Sin soltarle la mano, movió las piernas tan rápido como pudo. Manon trataba de seguirle el paso.

Los espíritus corrían tras ellas y, al no estar limitados por cuerpos humanos, se acercaban cada vez más. Podía ver el portón de la casa, ya casi estaban ahí. Su corazón saltó a su garganta.

—¿Por qué corremos? —preguntó Manon.

La garganta de Lena se sentía como si se incendiara. La sensación fría de los fantasmas estaba ya en su nuca, podía verlos con el rabillo de los ojos, pero el portón también estaba a unos metros. Sintió unas manos frías en su cuello y Lena gritó con fuerza antes de lanzar a Manon dentro de la casa y cerrar el portón tras ellas. Los espíritus se quedaron quietos, viéndolas con sus ojos brillantes.

Las dos se quedaron ahí, jadeando. Manon tenía una mano sobre su pecho mientras trataba de recuperarse.

—Hay… —unos cuantos respiros—, hay cientos de espíritus ahí afuera. Nos están mirando.

—¿¡Qué!?

—Alguien los envió. —Se alejó del portón y caminó hacia atrás sin querer darles la espalda—. Nos perseguían.

—¿Estamos seguras de que no pueden entrar?

No.

Sí. —Se mordió la lengua—. La casa tiene protecciones para esto. Nada puede tocarnos aquí.

Sin embargo, no podía evitar recordar los ojos verdes que había visto en la puerta del invernadero.