El camino estaba lleno de ramas que hacían que Lena perdiera el balance de vez en vez. Contó ciento dos árboles en el camino, tres viajeros con miradas cansadas avanzando lentamente y tan solo dos camionetas. Poco a poco, el camino se acabó, dejando solo terracería y piedras. Lena sabía que hasta ahí podría llegar con su bicicleta, así que la dejó recargada contra un árbol. Puso su mano sobre el asiento y concentró su energía antes de pronunciar:

—Aquel que intente llevarte sin mi permiso perderá todos los dedos de las manos y los pies. —Tres toquecitos rápidos—. Y así será.

Abrió la mochila y Patricia saltó de mala gana.

—Lo siento, pero necesito que prestes atención al camino.

Ahí los árboles estaban sin vida, torcidos y molestos. Un grupo de perros flacos estaban sentados mostrándoles los dientes y gruñendo como advertencia. Lena apretó el pentagrama en su collar y caminó con cuidado. Diez pasos, quince pasos, cincuenta pasos. Había una estructura rota, pero con los ladrillos de la base aún en pie. Un chico de cabello rubio despeinado y rasgos atractivos estaba sentado sobre lo que quedaba de la estructura. Usaba ropa deportiva y fumaba una pipa, la cual contrastaba con su apariencia tan joven. El chico la miró de pies a cabeza con una expresión traviesa en sus ojos rasgados.

—¿Otra vez por aquí, bruja?

Las cejas de Lena se acercaron hasta su coronilla. Reconoció la voz, pero la última vez que lo había visto se veía como un hombre anciano, con la espalda encorvada y las manos engarrotadas.

—Ulf —saludó Lena. Por supuesto, ese no era su verdadero nombre, si Lena supiera cómo se llamaba, tendría poder y control sobre él.

—Qué honor saber que la suma sacerdotisa me reconoció —Hizo una reverencia sin quitar esa expresión entre sonrisa y burla.

Lena se mordió la lengua. ¿Cuántas personas se habían enterado ya? Aquello podría ser muy peligroso para el aquelarre.

—La suma sacerdotisa es Imogen Hanavan. —Se encogió de hombros y trató de mantener su rostro neutral.

—Por ahora. —Volvió a pegarse la pipa a la boca. Sus labios eran gruesos y se veían suaves. Lena inmediatamente se avergonzó de haber notado algo como eso.

—¿Y de quién es este cuerpo que estás usando? —preguntó, cruzándose de brazos.

Ulf caminó hacia ella. Sus ojos le recordaban vagamente a los de un zorro evaluando su cena. Tenía una perforación en la ceja izquierda y Lena se quedó observando el arete dorado.

—Yo lo comí, entonces soy el dueño —se carcajeó.

Lena se había topado con Ulf muchas veces y sabía que no tenía un cuerpo humano, por lo que debía tomarlos prestados, pero el cuerpo se veía tan joven, a inicios de sus veinte cuando mucho, que le daba cierta pesadez en el pecho saber que alguien tan joven murió solo para que un demonio cambiara de apariencia.

—¿Por qué? —Se relamió los labios—. ¿Te gusta? —Patricia se abalanzó a su tobillo y lo mordió. Ulf hizo una mueca y exclamó del dolor.

—No vine de visita, vine a hacer negocios.

—Por supuesto. —Se enderezó una vez que Patricia lo soltó y regresó al lado de su bruja—. Pero ya sabes que eso tiene un precio.

Lena buscó dentro de la mochila y sacó un frasco lleno de dientes, algunos todavía con trozos de encía. Los ojos de Ulf se iluminaron y aceptó la ofrenda.

—Vamos entonces, bruja.

Comenzaron a subir una colina. La temperatura estaba empezando a bajar. Otro perro negro caminaba cerca de ellos. Sus ojos eran rojos y en su hocico llevaba un quinqué.

—No mires mucho a ese —dijo Ulf—. Casi parte a la mitad a un visitante que tuvimos hace poco.

—No lo había visto antes —notó Lena. Patricia caminaba tras ellos, asegurándose de que nadie los atacara por sorpresa.

—Han llegado más últimamente.

Unos cuantos pasos más y llegaron por fin a la iglesia abandonada que buscaban. Era pequeñita y se veía casi como una casa, excepto por la campana colocada encima de ella. Plantas cubrían lo que en algún tiempo fueron paredes blancas. Una de las ventanas estaba rota, pero el par de puertas que protegían la entrada se veía firme. No había nada que diferenciara esa iglesia de otras. No pareció haber sido importante en su tiempo, sin embargo, por razones desconocidas, se había convertido en un espacio especialmente rondado por demonios. No podían entrar a la iglesia, claro, incluso si lo intentaban, los perros los atacarían, pero eso no los detenía de infestar los alrededores.

—Henos aquí. —Ulf le hizo otra reverencia exagerada—. Ya sabes qué hacer.

Los demonios, por lo regular, no confesaban dónde encontrarlos, pero Ulf no parecía tener alianza alguna y hacía negocio al vender a sus compatriotas. El terreno estaba hecho para que los ojos humanos se confundieran y nunca lograran encontrar la iglesia, incluso si creían recordar el camino. La primera vez que Lena intentó llegar, creyó que podía disponer del demonio, pero se quedó atrapada dos horas caminando en círculos, antes de regresar a donde empezó para ver al entonces anciano reírse de ella.

Su corazón empezó a latir al saber lo que estaba por ocurrir. Dejó la mochila en el suelo y comenzó a sacar sus herramientas. Colocó seis velas en un círculo amplio, el cual delineó con sal. Utilizó tiza en polvo para hacer un pentagrama en el centro. Patricia estaba junto a ella, completamente quieta. Podía sentir los ojos de Ulf viéndola con atención. Se mordió el interior de las mejillas y pensó que le gustaría que él no estuviera ahí. No quería que nadie se enterara de la información que le había dado Nessa. No había nada que hacer: si Ulf la dejaba sola, no podría encontrar la salida por su cuenta. Para ese momento, el sol ya debería estar despierto, pero en aquel lugar todo seguía en ese punto entre la noche y el día.

Tomó su athame y pasó el filo a lo largo de la palma de su mano hasta hacerse sangrar. Acercó su mano hacia el centro del pentagrama, dejando que algo de su sangre se mezclara con la tiza. El olor metálico hacía que su cabeza se revolviera un poco. No le gustaba verse a sí misma sangrar. Lanzó seis barras de chocolate como ofrenda antes de encender las velas una por una con un fósforo.

—¿Chocolate comprado? —bufó Ulf —. ¿Qué pasó con las ofrendas hechas en casa?

Lena le lanzó una mirada, pero no le respondió. No había tenido tiempo de preparar algo especial, pero no importaba. Ese día no estaba buscando hacer un trato con un demonio poderoso, así que las barras de chocolate serían suficientes.

Inspeccionó cuidadosamente su trabajo y Patricia le confirmó que todo parecía estar en orden. El ambiente ya comenzaba a vibrar con la magia que empezaba a concentrarse en ella y su ritual. Una brisa ligera estaba meciendo la falda de su vestido.

Extendió ambas manos con las palmas abiertas. La herida le ardía, pero no podía curarla en ese momento; entre más olor a sangre, mucho mejor.

Nitimur in vetitum —empezó. La flama de las velas creció—. Nitimur in vetitum —repitió.

Una silueta comenzaba a materializarse frente a ella. Alguien estaba escuchando su llamado.

Veni huc. —Cerró los ojos y sintió como su energía salía de su cuerpo hacia el viento, buscando traerle lo que estaba pidiendo. Repitió tres veces esas palabras. Todo se quedó en silencio por varios latidos.

—¿En qué puedo servirle, señorita?

Abrió los ojos y frente a ella vio una figura humanoide con la piel gris y los brazos largos. Su abdomen estaba cubierto de ojos y sobre su cabeza descansaban tres cuernos.

—Mi nombre es Lena Hanavan. —Trató de hacer su voz un poco más grave—. ¿Cómo debo llamarte, demonio?

Los ojos sobre su estómago parpadearon.

—Bak —respondió. Lena estaba tentada a cubrirse la nariz con las manos, el demonio apestaba. Era un olor pútrido y asqueroso. Como una mezcla de queso maloliente y azufre.

Bak se agachó para tomar el chocolate, comenzó a comerlo con todo y envoltura, dejando escurrir saliva libremente por su barbilla.

—Estoy buscando información, Bak.

—¿Qué tipo de información?

Escuchó los pasos de Ulf mientras se acercaba un poco. Seguramente eso despertó su curiosidad. Era la primera vez que Lena invocaba a un demonio con el propósito para pedirle ese tipo de favor.

—Quiero que me cuentes todo lo que sepas acerca del demonio llamado Caleb.

Algo se rompió. Podía sentirlo. El ambiente se tensó en tan solo un instante. Los adentros de Lena se anudaron. Tal vez aquello no había sido tan buena idea. Los ojos en el rostro de Bak rápidamente se movieron hacia un lado, buscando un breve contacto visual con Ulf antes de mirarla de nuevo.

Lena frunció el entrecejo.

—No podría decir que esa información es una que tenga conmigo en este momento y existe la posibilidad de que yo no conozca a un demonio con ese nombre.

Entrecerró los ojos. En el círculo de invocación no podía mentirle, así que eso explicaba su manera tan extraña y calculada de acomodar las palabras. Si el demonio le mentía en medio de aquel intercambio, la magia que lo ataba lo lastimaría.

—Yo creo que sí. —Se agachó y alzó del suelo un frasco lleno de agua con sal. Movió la muñeca y el agua cayó sobre un par de ojos en el pecho de Bak. Inmediatamente los ojos se cerraron y empezó a salir humo de ellos. El demonio soltó un quejido.

»Te lo voy a preguntar de forma más directa. —Lena apretó la mandíbula—. ¿Conoces al demonio llamado Caleb?

No dijo nada.

—Lena. —Ulf intentó decirle algo, pero ella alzó la mano para hacerlo callar.

—Bak, te ordeno que me respondas. —Tomó aire—. ¿Quién es el demonio llamado Caleb?

—No lo sé.

Cerró los ojos de su cara, claramente estaba adolorido.

—Ya veo —respondió Lena.

El sentimiento de culpa empezaba a darle mordidas a su pecho, pero eso era algo que debía hacer. No iba a ser una buena suma sacerdotisa si no estaba dispuesta a hacer lo que se tenía que hacer. No podía seguir como espectadora de lo que pasaba a su alrededor. Ella no era débil. Ella era fuerza, poder, huracán y terremoto.

—Sé que estás mintiendo. —Sonrió—. Y tú sabes que mientras estés sobre el pentagrama serás lastimado por cada mentira que digas. Pero déjame decirte algo más. —Alzó su palma herida por el athame y la cerró en un puño. Dos de los ojos en el abdomen de Bak explotaron. Sangre oscura y un líquido amarillento saltaron directo hacia la cara y el delantal de Lena.

»No importa lo que pienses, yo soy quien puede herirte más. —Tomó el frasco de nuevo y lo lanzó directo a la cara del demonio.

—El Incendiario, Caleb es el Incendiario —dijo Bak, temblando. Alzó ambas manos en sumisión.

—¿Eso qué significa?

—Caleb debía ser el futuro rey de los pilares del infierno. —Otra mirada rápida a Ulf. Lena giró también, pero él solo los veía con los brazos cruzados.

—No puedo decir más, por favor, tenga piedad.

Otra mordida de culpa. Atrapó su labio inferior entre sus dientes.

—¿Dónde está Caleb ahora?

Bak movió la cabeza.

—No lo sé.

—Respuesta equivocada. —Volvió a cerrar su mano herida en un puño y otro par de ojos explotaron cual globos llenos de agua a los que pincharon con una aguja. El hedor que las heridas estaban despidiendo hacía que sus ojos se humedecieran por el asco.

Ese tipo de magia no era natural para ella. Requería mucho poder y temía que después de ello no le restaran energías para regresar a casa.

—Nadie lo sabe, señorita. —Se arrodilló—. Por favor, piedad.

Lena alzó el frasco con agua salada y Bak empezó a escupir cuanto podía.

—Le digo la verdad. Caleb desapareció hace casi dos siglos. Huyó al mundo humano y jamás volvió. Nadie sabe dónde se encuentra, solo sabemos que está vivo porque…

—Suficiente. —Ulf juntó las manos en un aplauso y Bak fue cubierto por llamas azules. Sus gritos de dolor hicieron que Patricia se escondiera en la mochila de nuevo para proteger sus oídos sensibles.

—¡No! —Lena tomó su antebrazo—. Todavía no termino con él. —Ulf era fuerte y no logró moverlo. Bak se consumió en el fuego hasta que solo quedaron sus cenizas.

»Pagué por esto, vine hasta acá para conseguir esta información. — Sintió su rostro lleno de enojo y pateó una de las velas en el círculo.

—¿Cómo sabes sobre Caleb?

Lena se pellizcó el tabique de la nariz y apretó los ojos con fuerza. Justamente por eso no quería que nadie estuviera presente: no solo habían interrumpido su sesión, sino que ahora iba a tener que darle explicaciones a Ulf, porque hacerlo enojar significaba no volver a entrar a ese terreno e invocar demonios desde casa era mucho más difícil.

—Lo vi hace unos días. —Inhaló profundo y exhaló por la boca. Había cinco velas encendidas todavía, una mochila en el suelo, cuatro perros rondando, diez árboles sin ramas.

—¿Qué?

—No importa ya —dijo Lena y empezó a recoger sus materiales y meter lo que podía reusar en la mochila, teniendo cuidado de no aplastar a Patricia.

—Lena. —Ella alzó la mirada para hacer contacto visual con él. Ulf siempre se veía relajado y divertido. Constantemente parecía estarse riendo de ella. Esa era la primera vez que lo veía con esa expresión de miedo, o tal vez era sorpresa. No lo sabía con exactitud, pero era la misma expresión que había visto en la cara de Nessa aquella noche.

—¿Estás segura de que era Caleb?

—Sí, estoy segura. —Los vellos en su nuca se erizaron. ¿Qué estaba ocurriendo?—. Tenía una cicatriz aquí. —Alzó una de sus manos para deslizar su dedo índice desde arriba de su ceja hacia la comisura de su ojo derecho.

El color en la cara de Ulf se esfumó.

—¿Alguien más sabe de esto?

Nessa.

—Solo yo.

Ulf asintió. Esa respuesta le había gustado.

—Tal vez podamos ayudarnos mutuamente.

—¿Qué propones? —Se colgó la mochila lentamente, parecía que cualquier movimiento brusco podría alterar las cosas. No sabía bien cómo interpretar aquella actitud del demonio.

—Dime dónde lo viste y yo puedo ayudarte para volver a encontrarlo.

Lena cambió su peso de un pie a otro. Él era un demonio bien conectado, no había duda. No acostumbraba ayudarla, pero, las veces que lo hacía, su ayuda era bastante valiosa y acertada. Pero, por otro lado, no sabía si su intento de hacer un pacto con Caleb iba a terminar como lo que acababa de ocurrir con Bak. Ahora que sabía el rango tan alto que tenía Caleb, definitivamente esperaba lograr persuadirlo para que le compartiera su poder. No había duda alguna en su interior de que con ese poder podría rescatar a su hermana.

—¿Y en qué te beneficia a ti saber dónde está?

Ulf se encogió de hombros y trató de verse despreocupado. Pero la intención quedó falsa y vacía. Se notaba que aquel tema lo había dejado bastante sacudido.

—Digamos que está en mis intereses encontrarlo antes de que otros lo hagan.

Lena arqueó una ceja.

—¿Para qué?

—¿Para qué quieres encontrarlo tú?

Lena hizo una mueca.

—Exactamente. Todos tenemos nuestros secretos. —Pasó un brazo por su hombro, abrazándola. Olía a madera y tabaco. Era un olor agradable y Lena se dio cuenta de que, si ella podía olerlo, él podía olerla también, y seguramente apestaba.

—Lo pensaré.

Ulf sonrió.

—Excelente. Es todo lo que pido.

El regreso se sintió corto. Lena esperaba que Ulf se despidiera al inicio del camino, como siempre, pero la acompañó hasta su bicicleta.

—¿Cómo puedo contactarte en caso de que acepte tu propuesta? — preguntó con un pie sobre el pedal y ambas manos en el manubrio—. ¿Tengo que volver hasta este lugar?

Él negó.

—No te preocupes, bruja, todos sabemos dónde está tu aquelarre. Estaré en contacto.

Una idea repentina le invadió la cabeza.

—Tal vez puedas convencerme ayudándome con algo.

Una reverencia.

—Solo pídemelo.

—Ha habido unas desapariciones extrañas en el pueblo que queda cerca de la casa de mi abuela. Tal vez podrías ayudarme a conseguir información sobre esto.

—Déjamelo a mí.

Lena regresó a casa esperando no toparse con nadie antes de que pudiera darse un baño.