Lena agachó la cabeza. Hubo una pausa larga. El perfume talcoso de Imogen le llenaba la nariz.

—Lo siento mucho, abuela. —Fue todo lo que atinó a decir.

Escuchó a su abuela liberar un suspiro. La mano izquierda de Imogen empezó a tronar los nudillos de su mano derecha.

—Pareciera que no estás consciente de la responsabilidad que te corresponde. Padeces del síndrome de la juventud, creer que lo sabes todo.

Ella quería responderle que bien podría ser que eso fuera cierto, pero no le importaba, porque la madurez sufría del mismo padecimiento de todos modos.

—Sí soy consciente, abuela.

—Si lo fueras, no estarías allá afuera buscando vender tu alma al mejor postor. —Lo último lo dijo con tanto asco que Lena se ruborizó.

—Estás castigada.

—Soy una adulta.

—La tierra me obedece y el viento me va a oír. Por trece noches se establece que no te puedes ir. —Dio tres chasquidos—. Y así será.

Lena sintió el encantamiento recorrerle los huesos. Rechinó los dientes.

—Esto no va a hacer que cambie de opinión. —La retó.

—No, pero cuando menos va a obligarte a estar en casa para tu entrenamiento. El aquelarre es importante, Lena. Nuestras brujas nos necesitan para guiarlas y protegerlas. Tú debes ser la antorcha que no se doblega ante la ventisca.

Lena iba a responderle. Quería reclamarle que Imogen no había estado ahí para guiar y proteger a Quinn cuando ella la necesitó y ahora la estaba dejando morir. Pero no quería que el castigo empeorara. Cuando menos, la propiedad de la casa era espaciosa y no quería que le diera una sentencia peor y la limitara a su habitación o algo parecido.

—Ve a buscar a Nessa en el patio trasero. Hay algo con lo que le debes ayudar.

Lena bufó. Cuando menos era una excusa para no seguir con su abuela.

—Está bien —asintió y se encaminó hacia el interior de la casa para tomar el camino corto al patio trasero.

—Y te espero mañana al mediodía en mi estudio para tu entrenamiento. —Escuchó que le dijo Imogen, pero Lena no volteó ni dio respuesta alguna. Solo siguió caminando.

Cuando se encontró con Nessa, un grito quedó atorado en su garganta.

No era porque Nessa estuviera inspeccionando un animal muerto con guantes de hule. No. Había visto montones en los alrededores de su casa o arrollados por los autos en el camino al pueblo. Ni siquiera era el hecho de que el animal estuviera desollado porque, al estar rodeadas por el bosque, las brujas ya estaban acostumbradas a encontrar de vez en vez animales a medio comer por lobos y aprovechaban las partes que podían rescatar para sus hechizos.

Era el hecho de que se trataba de un gato. Lena de inmediato supo que no era un gato cualquiera. Era Mikael. Lo peor de todo es que el pobre gato olía a magia oscura. Apestaba a una advertencia. El hedor que estaba adherido a él era el de tortura, sufrimiento y un terrible porvenir.

—Padre, protégenos —murmuró Nessa antes de empezar a decir palabras en voz baja que Lena no lograba discernir. La visión que Manon había tenido vino a su memoria. Ella había comentado que un gato sin piel llegaría arrastrando un carruaje de muerte. Nunca esperó que el gato fuera un elemento literal, mucho menos que se tratara del gato de la misma Manon.

—Manon quedará devastada. —Lena se acercó a Nessa, quien inmediatamente alzó la nariz al verla.

—¿Qué estabas haciendo con demonios? —Escupió hacia el césped y la miró de pies a cabeza.

—Solo buscaba información. —Lena tomó la bolsa plástica para basura que estaba junto a Nessa y la abrió para dejarla meter a Mikael. Le hubiera gustado enterrarlo y darle una despedida más apropiada junto a Manon, pero, al tratarse de magia oscura, lo que debían hacer era quemarlo junto con la bolsa de basura.

—El aquelarre está vulnerable en este momento y tú estás abriendo más puertas a los enemigos. Quienquiera que hizo esto se está burlando. Quiere que sepan que puede entrar y salir de la casa.

Lena le hizo un nudo a la bolsa. Se sentía como si el gato pesara una tonelada.

—Las protecciones se están cayendo —continuó Nessa, pero parecía que no se lo decía a Lena, sino a sí misma.

Lena apretó los dedos dentro de sus botas. Tal vez si unía su magia con la de su madre podrían intentar reparar algunas de las protecciones, pero seguramente esa conversación sería un dolor de muelas. Era obvio que Anfisa podía percibir que las protecciones se esfumaban, pero hablar con ella en voz alta del tema con seguridad iba a detonar otro episodio en el que quizá su madre no solo explotaría, sino que se encerraría sin querer ver a nadie por el resto de la semana.

—No sé cómo voy a decirle esto a Manon —le comentó a Nessa.

—Estoy segura de que ya lo sabe. Se aclaró la garganta—. Hoy despertó con una jaqueca terrible por una visión cargada de magia oscura. Estoy segura de que la visión era sobre esto.

Lena se arrancó la piel muerta del labio inferior. Sentía mucha comezón, como si su piel no fuera suya. Sus pulmones se sentían obstruidos y su lengua, seca y rasposa. Todo se estaba cayendo. Desde el día en que su abuela dio la noticia, todas las cuerdas estaban empezando a ser cortadas. Sabía por qué Imogen la había mandado con Nessa, quería que viera de primera mano a Mikael muerto. Quería mostrarle uno de los tantos eslabones en la cadena que en un futuro ella tendría que mantener unida.

—¿Tú cómo te sientes? —La voz de Nessa siempre era suave, pero lo preguntó en un susurro.

—Preocupada.

Las cejas de Nessa intentaron tocarse sobre su frente.

—Está bien apoyarse en otros de vez en cuando. Esta es una situación difícil para todos, pero no significa que todo debe recaer sobre tu espalda.

—Creo que sí. —Se encogió de hombros—. Es el trabajo que voy a heredar.

El cielo se veía de color gris acero y estaba lleno de nubes alborotadas. Se preguntaba si volverían a tener una tormenta como la última vez. Había dejado a Patricia en la sala junto con su mochila para no tardar en llegar con Nessa y esperaba que ya estuviera en su habitación, a salvo del ruido en caso de que una vez más hubiera truenos.

—La suma sacerdotisa no trabaja sola. Ningún líder lo hace. —Se peinó el cabello rubio con los dedos, empezó a recogerlo en una cola y lo ató con una liga elástica que llevaba en la muñeca—. Tu abuela cuida del aquelarre, pero el aquelarre la cuida a ella también.

No era la responsabilidad en sí, era el cuándo. Esperaba que su abuela estuviera viva por lo menos cien años más. Durante esos cien años, Lena lograría traer de vuelta a Quinn y toda la familia estaría reunida para celebrar su ascenso. Pero no había sido así, su familia estaba fracturada, su casa se estaba cayendo y ella estaba por perder la brisa fresca de la juventud sin ataduras.

—¿Quieres que te prepare un té de agua de luna? —Nadie lo preparaba como Nessa.

Lena podía recordar un día especialmente malo en el que, junto con Quinn, había acompañado a su madre a bendecir a un bebé de la familia que acababa de contratar sus servicios. La hermana del padre estaba en contra de la brujería y, en cuanto llegaron, las recibió con piedras y agua hirviendo para ahuyentarlas. Anfisa no se quedó de brazos cruzados. Después de una acalorada e incómoda discusión llena de gritos e insultos, le cortó la lengua a la mujer y la metió en uno de los baldes de agua hirviendo. Lena y Quinn regresaron sacudidas y tristes. La taza de té que Nessa les sirvió ese día fue lo único que las hizo sentirse abrazadas y seguras. Desde ese día, Lena tomaba té de agua de luna cuando en verdad lo necesitaba y para no perder esa chispa que lo hacía especial.

—Veré si Manon quiere también.

Nessa apretó los labios, algunos mechones rubios se habían escapado del agarre de la liga.

—Tal vez debas darle espacio el día de hoy. —Le quitó la bolsa de basura de la mano y se sacudió la falda que traía puesta. Tenía un estampado de tartán y la cubría hasta los tobillos. El material se veía demasiado grueso para el clima.

»Yo me encargaré de quemar esto —le aseguró—. No me has comentado nada más sobre el demonio del que hablamos. ¿No lo has vuelto a ver, cierto?

Lena negó con la cabeza.

—Muy bien.

La expresión en el rostro de Nessa no se veía completamente complacida y Lena se preguntaba si le causaba incomodidad saber que bien podría estar ocultándose en algún lugar cercano.

—He estado haciendo rondines nocturnos, pero no he encontrado indicios de que estuviera en la casa. —Su voz sonaba como si le contara un secreto—. Como sea que lo haya hecho, entró y salió sin siquiera dejar rastro de su aroma.

—¿Es un demonio feral?

Nessa pareció considerarlo. Se tomó unos momentos antes de responder.

—No lo sé. —Exhaló—. Han pasado muchos años y nadie lo ha visto. Puede que para este punto se haya perdido por completo.

No había considerado el hecho de que tal vez se tratara de un demonio poderoso, pero enloquecido. La herida en la palma de su mano le dolió por lo mucho que estaba apretando los puños.

—No importa qué te diga o qué haga, no le creas. —La miró fijamente a los ojos, casi parecía tratar de hipnotizarla con la vista. Lena esquivó la mirada y se enfocó en una peca que Nessa tenía en la quijada—. No te metas con cosas que están fuera de tu liga.

Su estómago se sentía como si lo hubieran metido a una licuadora. Sacudió la cabeza casi en automático. ¿Nessa sabía que estaba buscando a Caleb? No era posible. La noche en que fue a buscarlo al invernadero ella no estaba ahí. Tampoco ese día, en su camino a la iglesia abandonada. Una pequeña araña de incomodidad le caminaba desde la nuca hasta la planta de los pies. ¿La había estado siguiendo?

No. No era posible, Nessa no haría algo así.

—Yo… —su voz salió débil y empolvada; se aclaró la garganta—, te avisaré si vuelve a aparecer.

Nessa asintió.

—Espero que así sea.

Y se fue caminando para deshacerse del cuerpo de Mikael. Lena podía escuchar sus propios dientes rechinar. Estaba cansada. Cansada de que todo el mundo tratara de decirle qué no hacer y qué sí estaba bien que hiciera. Cansada de tener que guardar secretos y mentir solo para seguir en un punto medio sin concretar sus objetivos. Especialmente ahora que sentía que el tiempo estaba junto a ella, burlándose de lo que quería hacer.

Entró a la casa y fue directo a darse un baño. Trató de destensar sus hombros con el agua caliente y se frotó con jabón todo el cuerpo, intentando quitarse la peste de demonio. Se puso su camisón para dormir y se sentó junto a su escritorio para cepillarse el cabello. Su cepillo estaba lleno de cabellos anaranjados que se le caían. Sus notas sobre magia lunar estaban abiertas frente a ella y había algunos clavos oxidados que había olvidado guardar en un frasco para usarlos después. Su libro de recetas para hacer macarons estaba relegado y con cristales encima. Sintió un toque de culpa porque había gastado dinero en él y no se había dado la oportunidad de ojearlo.

Toc, toc.

Lena hizo su silla hacia atrás y se frotó los ojos. No quería recibir a nadie, solo quería estar sola y pensar.

—¿Quién es? —preguntó, sin intención de abrir—. Estoy ocupada.

Nada.

Toc, toc.

—¿Pasa algo? —preguntó.

Ninguna respuesta.

Lena refunfuñó y dejó el cepillo en el escritorio antes de levantarse para abrir. Ni siquiera en eso podían darle la oportunidad de elegir. No podía decidir cuándo iba a dejar su puerta cerrada y no ser molestada.

Toc, toc.

—Ya voy, ya voy. —Abrió la puerta.

Su corazón dio un pequeño salto.

Esperaba ver a su madre o incluso a Nessa. En vez de eso, se topó con el pasillo completamente vacío.

—¿Alguien tocó? —Salió de la habitación y miró a ambos lados del pasillo. No había absolutamente nadie.

Confundida, arrugó la frente. Estaba segura de que había escuchado a alguien tocar la puerta. Los golpes no eran fuertes, pero habían sido claros. Tal vez se lo había imaginado.

Estaba por regresar a su habitación cuando vio a Manon en las escaleras con una taza humeante color naranja. Tenía la cara hinchada y estaba envuelta en una bata de baño color verde. Lena no sabía qué decir; sabía cuánto significaba Mikael para su amiga, pero no tenía palabras para reconfortarla. Manon la miró con sus ojos ámbar tristes e irritados. ¿Qué se dice en esos casos?

—¿Tocaste? —fue todo lo que atinó a preguntar. Se sintió hueca y con el cerebro gomoso. ¿Cómo se le ocurrió decirle eso en vez de empezar con que sentía mucho su pérdida?

Manon movió la cabeza y terminó de subir las escaleras con ambas manos en la taza. Su nariz estaba roja y sus labios apuntaban hacia abajo. Arrastró los pies hacia su habitación, pero, cuando pasó frente a Lena, su cerebro se reinició y la tomó por el hombro.

Ninguna de las dos dijo nada y Lena la abrazó, teniendo cuidado con la taza en sus manos. El té desprendía un olor azucarado y Manon olía a pera. Seguía sin saber qué decir, pero a veces no se necesita palabra alguna. «Estoy aquí, estoy contigo, me duele mucho que te duela». Era lo que trataba de transmitirle a su amiga y parecía que ella lo entendió perfectamente porque recargó su cabeza en su hombro y se deshizo en llanto.