—Jamás le haría daño a Lena. —La voz de Manon era pausada. Sus manos estaban acomodadas sobre su regazo—. Quiero lo mejor para ella y para todo el aquelarre.
—¿No me permitiste a mí tomar el cargo y vas a dejar que esta niña lo haga? —Anfisa marchó hasta Imogen y se puso justo frente a su cara, gritando con todo lo que le permitían los pulmones. Al día siguiente, su garganta estaría irritada y tendría que tomar té de miel con limón.
—Respira, Anfisa. —Imogen se hizo hacia atrás y Lena notó cómo no usó su poder para obligar a su madre a tomar asiento. Su abuela empezó a toser y cubrió su boca con un pañuelo.
—Anfisa, por favor —intentó de nuevo la señora Luda.
Su madre estaba completamente fuera de sí. La abrumaba, pero no le sorprendía. Ese era el menor de los problemas en ese momento. Solo esperaba que todo terminara pronto para que pudiera comentar la información que acababa de recibir.
—¿Por qué tardaste tanto? —le preguntó, molesta, Manon.
Lena se encogió, sintiéndose culpable.
—Es una larga historia. —Manon iba a decir algo más, pero Anfisa regresó con la ira de Cerbero.
—Te abrimos la puerta de nuestra casa, tú no eras nada antes de nosotras. En vez de valorar la oportunidad de estudiar bajo la instrucción de la última suma sacerdotisa, nos haces esto.
Manon tenía un temple admirable. No se veía ofendida en absoluto por lo que Anfisa decía, por el contrario, asentía con respeto mientras la escuchaba. «Una verdadera cualidad de líder», vino a la mente de Lena.
La señora Ekaterina empezó a discutir con su madre y todo se empezó a volver ruido de fondo. Lena se sorprendió al verla ahí porque había enviado una carta días antes en la que informaba que iría a visitar a sus padres en Indonesia.
Berterry se movió de su asiento y tomó la silla libre junto a Lena. Esa noche, tenía las uñas pintadas de azul oscuro y su cabello estaba recogido.
—Te traje el amuleto que te había prometido. —Le entregó una pulsera gruesa hecha con hilo rojo.
Lena se animó al verla y la tomó con cuidado. Nadie hacía esas pulseras como Berterry, pero a Lena le daba algo de vergüenza pedirle otras cuando cumplían su función y se rompían.
—Tardé más de lo que pensaba en hacerla porque no tenía el hilo que me gusta usar y ya sabes que ese solo lo vende el elfo mercante con el que siempre voy. —Intentaba susurrar para no interrumpir la discusión, aunque no estaba haciendo el mejor trabajo bajando la voz—. Pero mudó la tienda hacia el norte y tardé en encontrarla.
—No se preocupe, se lo agradezco mucho. —Lena se puso la pulsera y sonrió—. Creí que había dicho que su nieta me la traería.
Berterry hizo una mueca.
—Esa niña anda de aquí para allá. No he podido encontrarla en semanas.
—Me gustaría conocerla algún día. Se ve que la quiere mucho.
Su nieta era todo un misterio. Sabía mucho de ella por todo lo que Berterry contaba, como que se había graduado de una universidad mortal a pesar de las protestas de su familia o que había estado saliendo con una mujer licántropa por varios años, pero habían terminado la primavera pasada. Sin embargo, jamás había visto siquiera una fotografía de ella.
—Se llevarían excelente, adora los postres. —La comisura de los ojos se le arrugó—. Seguro sería tu clienta número uno. —Berterry siempre tenía una expresión cálida cuando hablaba de su familia. A Lena le gustaba sentarse a escucharla simplemente para poder recibir algo de esa calidez que emanaba cuando contaba sus historias.
—Anfisa. —El sonido del bastón de la señora Frida golpeando el piso retumbó—. Si tu madre no te hace comportarte como se debe, lo haré yo.
La habitación guardó silencio.
—Las visiones de la suma sacerdotisa son sagradas y veneradas. —Movía los ojos como si pudiera verlas, a pesar de que Lena sabía bien que no era así—. Vienen directamente de la diosa y no podemos faltarle al respeto a lo que ella nos quiere mostrar.
Su madre cayó con pesadez en su silla, viéndose resignada. Lena se sorprendió de lo que acababa de escuchar. No esperaba que su abuela hubiera visto a Manon retarla en una visión. Por lo regular, si su amiga decía que haría algo, lo cumplía. Pero una parte de ella, la parte que aún sintió sal en la lengua cuando le recordaron el tema, esperaba que no ocurriera.
—Pero le falta experiencia para tomar el cargo —dijo Klaudine desde su silla, acomodándose los anteojos sobre sus ojos verdes. Había unas cuantas plumas de color marrón escondidas entre su despeinado cabello rubio oscuro. Probablemente había estado probando algún hechizo antes de acudir a la reunión—. Si no será la señorita Lena, debería tomar el cargo una bruja más sabia.
Las otras brujas asintieron y murmuraron su acuerdo.
—No somos quién para cuestionar los deseos de la diosa. —Imogen habló desde la silla frente a la media luna de brujas. Su cara estaba pálida y, cada vez que Lena la veía, su piel se llenaba de más pliegues y manchas—. Pero yo vi que esto ocurría y por ende hecho está.
Manon sonrió con sus dientes perfectos y Lena estaba tratando de quitarse esa sal de la boca solo para poder demostrar que se sentía orgullosa por ella. Porque lo estaba, sí, sin duda alguna. Requería mucho valor anunciar aquella intención ante el aquelarre, pero, aun así, ese pellizco de molestia estaba ahí.
—¿Aceptas este desafío, Lena? —le preguntó su abuela. Manon la miró y le extendió la mano. Ella la tomó y asintió.
—Acepto.
Anfisa hizo un sonido como si se estuviera ahogando y solo la vio torcer los labios y mirar al techo.
—Está decidido. La Danza de los Tres Rostros se llevará a cabo en trece noches.
Más murmullos, pero nadie se opuso. Ni siquiera su madre.
—Hay algo que quiero comentar. —Lena alzó la mano desde su lugar—. Es urgente.
Imogen le dio la palabra.
—La casa está rodeada de sacos de Lilith. —Se puso de pie. No había una manera correcta de dar la noticia o de hacer que la medicina bajara de forma más sencilla, así que decidió decir directamente lo que ocurría—. Cuando menos cien sacos están enterrados a lo largo de la propiedad.
Un respiro colectivo. La señora Mildred, con sus ojos azules y labial negro, se tocó el corazón. Acababa de convertirse en madre hacía tan solo unos meses y no tenía familia que la ayudara a cuidar de su bebé si algo llegaba a ocurrirle.
—Una bruja está usando unguentum pharelis para transformarse en cuervo y tomar mortales de los pueblos cercanos para alimentar demonios. —Se frotó las manos y entrelazó y separó los dedos mientras hablaba.
—No es posible, yo no lo sentí, yo… —Imogen se detuvo, se estaba acariciando la barbilla, con el rostro pesaroso.
Esperaba que no le preguntara cómo se había enterado de aquello, pero sabía que no tendrían por qué dudar de la información. Después de todas las cosas que habían ocurrido en la casa, eso solo confirmaba que algo maligno se avecinaba.
—Nos tomará días encontrarlos todos —comentó Anfisa—. Incluso con el olfato de Nessa.
—Sería un esfuerzo en vano —refunfuñó la señora Frida—. No sabemos cuánto tiempo llevan ahí y la peste va a durar semanas. Lo que queda es poner protecciones para contrarrestar.
—Y cerrar la puerta al infierno —dijo Imogen en un suspiro. A Lena se le erizó la piel.
—Es momento de intentarlo con todas nuestras fuerzas, hermanas mías. —Tosió de nuevo, con la boca contra su pañuelo—. En la siguiente luna llena, hermanas, daremos nuestra respuesta a este atrevimiento.
La siguiente luna llena era muy pronto, demasiado. Lena no tendría siquiera un mes para lograr sacar a Quinn del inframundo antes de perderla.
La señora Frida se puso de pie y caminó hacia Imogen con un cuenco lleno de líquido pastoso en una mano; usaba su bastón para guiarse y no chocar con nadie. Mildred iba tras ella y la ayudaba a cargar su bolso de tela en el que llevaba más de sus herramientas.
—Para sanar el espíritu —le dijo y con uno de sus dedos puso la crema magenta en la frente de Imogen. Su abuela cerró los ojos y un círculo de fuego se encendió alrededor de ella. De su bolso produjo una pequeña muñeca con forma humana hecha de tela anaranjada. La jalaba del cuello con el cordón que tenía amarrado. La sacudió e hizo que sonara como un cascabel. Seguramente la había rellenado de huesos, como era común en su magia de muerte. Alzó una daga y la puso contra el cuello de su abuela. Energía de color gris comenzó a acumularse en el filo y la señora Frida sacudió la daga, lo que hizo que la energía gris cayera al suelo y se acumulara como si fuera jarabe.
—Evigilate —dijo con fuerza y la muñeca en su mano comenzó a vibrar. La señora Frida la lanzó con fuerza dentro del círculo de fuego y, tal cual le ordenaron, se puso de pie con pasos temblorosos. Primero miró a Frida con sus ojos de botón y después hacia el resto de la habitación. Sus ojos encontraron la puerta de salida y se lanzó hacia ella sin pensarlo. El fuego creció y la muñeca cayó hacia atrás. Dio varias vueltas dentro del círculo, gritando como si de una banshee se tratara. Se sentó sin moverse más y siguió mirando a su alrededor. Cuando finalmente notó el jarabe gris, abrió la boca y empezó a tragarlo mientras crecía en automático, como si estuvieran inflando un globo. Tragó y tragó hasta que quedó del tamaño de una sandía. La señora Frida la tomó de nuevo con el cordón y la jaló fuera del círculo. La muñeca pataleó y chilló hasta que fue lanzada dentro del bolso y todos sus sonidos cesaron.
El fuego se apagó y Lena pudo notar cómo la punta de algunos dedos de la señora Frida se habían puesto de un tono entre negro y morado, como si se hubieran podrido y marchitado. La magia de muerte había cobrado nuevamente por su ayuda.
—Te lo agradezco mucho, Frida.
Para cuando la sesión terminó, estaba casi amaneciendo. Lena observó a Nessa por uno de los ventanales escarbar en la tierra del jardín con las manos desnudas, seguramente intentaba encontrar los sacos de Lilith para quemarlos. Llevaba sirviendo a la abuela cuando menos un siglo. Se había alimentado de una joven con un alma tan fuerte, tan creyente, que inesperadamente no pudo consumirla por completo y sus esencias se fusionaron, dando vida a quien ahora era Nessa. Por lo menos eso es lo que le habían contado desde pequeña. Un día llegó a la puerta de Imogen con un chal en los hombros y un crucifijo en la mano, diciendo que en un pueblo cercano le habían comentado que ahí vivía una bruja de bien, y le ofreció sus servicios.
Imogen no le había contado nada más y las veces que Nessa hablaba de esa historia también terminaba su relato ahí. Pero Anfisa les había contado a Quinn y a Lena, cuando eran pequeñas, que Imogen no le permitió entrar por un largo tiempo mientras le decía que los demonios no eran bienvenidos en su hogar. Nessa dormía afuera todos los días, tratando de ayudar con mandados pequeños, hasta que al final se ganó su oportunidad cuando Imogen estaba lidiando con una quimera bastante necia y de garras largas. Nessa salvó la vida de Imogen esa noche y, según lo poco que le contó Anfisa, desde ese día trabajaba para la abuela.
Lena se preguntaba si Nessa decidiría quedarse aun después de que Imogen partiera.
Ya había intentado varios hechizos y todos habían fallado abismalmente. De nuevo tenía su caldero encendido frente a ella y estaba consultando uno de los grimorios.
Un hechizo requería la fantasía embotellada de un artista y otro tres pelos ofrecidos de forma voluntaria por un gato negro. Constantemente se estaba topando con cosas que sabía dónde conseguir, pero que en definitiva no tenía en casa. Cerró el libro con un gruñido.
—Disculpa que me entrometa, pero creo que deberías descansar. —La voz de Caleb la hizo mirar hacia el espejo—. No sé mucho de brujería, pero sé que esto debe estar tomando mucho de tu fuerza vital.
Lena se limpió algo de sudor con el dorso de su mano. Se puso de pie para estirarse. Movió las piernas y sintió el cosquilleo de pequeñas hormigas recorrerlas mientras su sangre empezaba a fluir. Ese día se había puesto un overol viejo de color rosa que hacía mucho que no usaba y no le molestaba ensuciar.
—El problema es que no tenemos tiempo. —Puso su mano en su hombro y presionó, tratando de darse un masaje—. Mi abuela va a cerrar la puerta al infierno en menos de un mes. Esto es antes de lo que esperaba.
—¿Por qué cambió la fecha? —Se pasó la mano por el cabello castaño—. Si puedo saberlo, claro.
Lena se sorprendió al escucharlo preguntar. Esa noche, Caleb había hablado más que de costumbre. Sintió un nuevo hormigueo, pero esa vez en el estómago, al darse cuenta de que estaba tratando, aunque dudoso, de llevar una conversación con ella.
—Puedes preguntarme las cosas abiertamente. —Se acercó al espejo y sonrió—. Si vamos a trabajar juntos, deberíamos tenernos confianza.
Caleb inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, su cabello se movió de forma que la cicatriz sobre su ceja quedó más descubierta. Lena sentía ganas de preguntarle cómo ocurrió, pero no se atrevió a hacerlo.
—Si quieres, claro, no es necesario. —Empezó a balbucear al darse cuenta de que no le respondió y también empezó a torcer una de sus trenzas entre sus dedos—. Podemos seguir así, no hay problema. Solo era una sugerencia.
—Sí me gustaría. —Sus labios se movieron en una pequeña sonrisa.
—Estamos de acuerdo entonces.
Caleb asintió.
—Bien —dijo ella.
—Bien —repitió él.
Se quedaron mirándose por unos momentos. ¿Cómo se supone que empezara a tenerle confianza? ¿Solo le debería contar sobre su vida y ya? Se sentía como si algo estuviera burbujeando, pero ninguno de los dos tenía idea de cómo permitirle salir, y se estaba volviendo incómodo.
Siguieron mirándose. El sonido del caldero era lo único que escuchaban; el sótano olía a polvo y tierra.
Repentinamente, Caleb empezó a reír. Era una pequeña carcajada, la cual trató de apagar cubriendo su boca con su mano, pero sin lograrlo con éxito. Lena se sintió contagiada y también empezó a reír. Las burbujas por fin encontraron su salida.
—Lo siento, en verdad estoy oxidado en esto.
—Creo que estamos sobrepensando las cosas. —Lena se rascó la nuca.
Dio un pequeño aplauso y regresó a sentarse frente a su caldero.
—Tal vez podemos empezar si respondo tu pregunta.
Caleb se sentó también y se acomodó un poco su camisa blanca. Tenía los primeros botones desabrochados, por lo que se veía su piel bronceada.
Lena tomó aire y se dispuso a explicarle tan bien como pudiera.