—No voy a pensar positivamente de alguien que me maldijo con esto. —Señaló a su alrededor con las manos y la miró con la barbilla ligeramente alzada—. Tú no estás de acuerdo con su decisión tampoco.
Lena se desplomó de nuevo en el suelo.
—Cierto. —Cerró los ojos porque no había realmente diferencia entre eso y ver el vacío del techo—. Aun así, a mi abuela lo que más le importa es el bien del aquelarre, no lo hace por dar una buena impresión, si es lo que piensas.
—Tal vez por legado —repuso Caleb.
Con los ojos cerrados, podía enfocarse en la voz de Caleb. Era pausada, ligeramente rasposa pero clara. Enunciaba bien cada palabra.
—Algunos de mis compañeros valoran mucho eso, pero aún es en parte vanidad.
Eso le llamó la atención a Lena.
—No sabía que a los demonios les importaba su legado.
—Por supuesto que sí, las leyendas e historias que cuentan sobre ti es lo que verdaderamente te otorga la inmortalidad.
Lena se incorporó.
—Pero si ustedes ya son inmortales.
—Ustedes también.
Ella negó con la cabeza y avanzó con movimientos perezosos hasta quedar sentada justo frente al espejo, con sus piernas debajo de ella.
—Vivimos más tiempo que los mortales, pero tenemos un límite en este plano.
—Pero tienen un alma que después de estar en este reino trasciende. Si su cuerpo terrenal se desgasta, su alma persevera. Ahí está la verdadera vida eterna. —Una media sonrisa—. Por eso nos encanta devorarlas.
Lena sintió su pulso acelerarse y presionó sus dedos sobre su pecho. Su alma. Hace meses, años incluso, se decía a sí misma que estaba dispuesta a cualquier cosa para lograr sacar a Quinn del infierno. El plan siempre fue entregar su alma, pero sus conversaciones recientes con Manon y su abuela la estaban haciendo dudar. No sabía qué venía después de entregar su alma, no sabía si Caleb le permitiría quedarse para ser la suma sacerdotisa o si decidiría llevársela una vez que cumpliera con su parte del trato. Empezó a dudar. Era cierto que no tenía que entregar su alma; cuando hablaron al momento de conocerse, no habían dado ninguna especificación de lo que intercambiarían por la ayuda del otro. Ella podría dar lo que fuera, incluso alguna de sus habilidades. Sin embargo, sabía que, entre más estuviera dispuesta a dar, Caleb sería más efectivo a la hora de servirle. Las palabras de Manon le pesaban como un saco lleno de monedas: no le gustaba pensar que estaba dejando de lado y desprotegido al aquelarre, que no le interesaba su responsabilidad. No le gustaba pensar que tal vez su amiga tenía razón y debía ceder su patrimonio. No le gustaba descubrir que no se sentía capaz de cumplir con la tarea y que debajo de su piel sentía alivio de que alguien más la tomara de sus manos.
—De nuevo escucho tu corazón. —Caleb le dirigió una mirada—. ¿Qué te preocupa?
—Todo —respondió Lena honestamente y se rascó la frente, sintiéndose tonta, incapaz y frustrada. Bajó la mirada, casi sin darse cuenta, al pecho de Caleb.
—¿Qué significan los tatuajes?
Caleb alzó el antebrazo y delineó la silueta de una serpiente con el dedo pulgar.
—Son mis contratos. Cada vez que inicio una transacción con un mortal, ambos recibimos uno. Es una forma de recordarnos que tenemos un adeudo pendiente.
La boca de Lena se sintió seca.
—¿Todos han dado su alma a cambio?
—Todos han sido pactos faustianos, sí.
Caleb abrió su camisa y permitió que se resbalara por sus hombros, dejando más piel al descubierto. Lena tomó aire. Eso significaba que había comido montones de almas. Sus brazos eran los que tenían más tinta, diferentes tatuajes pequeños aquí y allá, desde sus antebrazos hasta sus hombros. Su abdomen tenía menos. Una inicial cerca del hombro, una rosa en los abdominales, un cráneo en las costillas. Se torció por momentos y le permitió a Lena notar que tenía incluso más en la espalda, antes de volverse a poner la camisa, perezosamente, sin abotonar. Si no estuviera sentada, era muy probable que sintiera sus piernas flaquear. Aquello era real, no era solo un plan en su mente con el que fantaseaba. Ese era un verdadero demonio y tenía las marcas de aquellas personas de las que había devorado su alma.
—Algunos querían fama —Caleb miró hacia sus marcas—, otros querían fortuna, otros más deseaban juventud eterna. Lo típico. —Se encogió de hombros.
—¿Es lo único que estás dispuesto a aceptar? —Se mordió el labio.
Caleb pareció dudar. Sus cejas se alzaron con sorpresa. Hubo unos segundos en los que solo la miró sin decir nada.
—Imaginé que con eso querías hacer el trueque. —Pasó su mano por la piel de su antebrazo—. Un pacto de sangre entre tú y yo nos daría un poder inimaginable.
Lena se abrazó a sí misma. Era cierto, el trato de una bruja con un demonio era algo distinto al trato con un mortal. Ambos alimentarían el poder del otro, lo que les permitiría lograr cosas que jamás lograrían por sí solos. Sin embargo, la magia de Lena se mancharía con tintes de magia oscura, de caos incluso, y le estaría otorgando a Caleb el poder de una suma sacerdotisa. Algo que ningún demonio había conseguido en siglos.
—Tranquila. —Caleb puso su mano contra el espejo—. Podemos decidirlo juntos. —Una sonrisa.
Sintió un revoloteo dentro de ella y puso su mano contra la de Caleb en el cristal. La de él era mucho más grande, podía ver la punta de sus dedos extenderse frente a los suyos. Lena estuvo de acuerdo.
—Primero debo salir de aquí. —Exhaló.
—¿Tienes idea de cuánto tiempo llevas encerrado?
Él negó saberlo, su cabello castaño se posaba sobre sus ojos antes de que lo hiciera hacia atrás.
—Casi empezaba un nuevo siglo para los mortales. —Miró hacia un lado y sus cejas intentaron juntarse—. Era poco después del año 1890, pero no recuerdo el tiempo exacto.
Lena asintió: justamente como se lo habían mencionado.
—Cien años y varias décadas aquí.
—Se siente como si fuera más tiempo. —Giró los hombros hacia atrás, tratando de relajarlos, los músculos de su cuerpo se flexionaban.
Lena no se había dado cuenta de qué estaba mirando hasta que notó una expresión entretenida en el rostro de Caleb y una sonrisa en sus labios. La piel de su cara se acaloró y sintió un ligero cosquilleo bajando por su espalda.
—¿No sientes hambre? —Buscó hacer cualquier pregunta para intentar romper el momento. Aquella era una relación de trabajo, debía mantenerse enfocada. Se pellizcó la piel de la mejilla.
—Todo el tiempo —bufó—. Llevo años con hambre, sed, frío, pero no podía morir, sin importar cuánto lo deseara. Prefería dejar de existir a estar en este repugnante limbo. Por un largo tiempo estuve dormido, deseando nunca recobrar la conciencia. —Una pausa—. Hasta que me despertaste.
Lena pensó en la primera vez que lo vio en el invernadero, su mente intentó conectar los puntos.
—Yo no hice nada.
—El día que te vi por primera vez fue el día que desperté.
Vino a su mente aquella noche, que fue también la primera vez que ocurría una tormenta. Algo se iluminó en su cabeza.
—Creo que tengo una teoría de cómo podemos romper el hechizo.
—Estoy intrigado. —Arqueó una ceja.
Lena se humedeció los labios.
—Puede que esté completamente equivocada, pero creo que debemos esperar otra tormenta.
Caleb se veía confundido.
—Últimamente hemos tenido movimientos fuertes de magia porque todo en esta tierra está conectado a mi abuela. —Torció una de sus trenzas con los dedos—. Cuando esto pasa, sus hechizos se debilitan. Los cambios energéticos más intensos suceden durante las tormentas.
Caleb asentía mientras la escuchaba. El caldero se escuchaba burbujeando detrás de ella y la flama de una de las antorchas creció un poco más que las otras antes de regresar a la normalidad.
—No puedo asegurar nada, pero creo que, si encuentro un buen hechizo, podemos aprovechar uno de estos movimientos de energía para sacarte. La noche que te encontré ocurrieron cosas horribles en casa, había espíritus que mi abuela había aprisionado desde hacía muchos años rondando libres. —Recordar al hombre sin un ojo tan cerca de su habitación la hizo estremecerse. Sin embargo, justamente ahí estaba la clave de lo que necesitaban hacer.
—¿Hay forma de predecir cuándo ocurrirán? —Se acercó un poco más hacia el cristal y la hizo volver a sentir un revoloteo cerca de la garganta. Lena negó con la cabeza.
—Lo mejor que podemos hacer es tener todo listo para cuando suceda. Es nuestra mejor opción.
—Muy bien —asintió Caleb. La comisura de sus labios se alzó. Sus caninos terminaban en una afilada punta—. Creo que esa es nuestra mejor opción.
Solo debía encontrar el hechizo correcto, los ingredientes adecuados, las palabras exactas, y en una de las noches de tormenta podría lograr sacarlo de ahí para pedirle su ayuda. Lo que usaría para negociar en su contrato con él vendría más adelante.
—No puedo esperar para salir de aquí y jamás volver. —Caleb se abotonó de nuevo la camisa.
—¿Qué es lo primero que quieres hacer cuando salgas? —Se sorprendió a sí misma con la pregunta. Estaba en la punta de su lengua y pensó que no se atrevería a hacerla. No era una pregunta personal, pero no entendía por qué ese día se sentía más tímida con Caleb.
Él se tardó un poco en responder mientras pensaba en su respuesta. Lena se reacomodó en el suelo y cruzó las piernas. Debía recordar traer una manta al sótano para no sentirse como si estuviera adentro de un congelador. Hubo una ocasión, cuando era pequeña, en que estaba jugando con Manon y Lena decidió esconderse dentro de la hielera que usaban para guardar el helado que había quedado del día de campo anterior. Manon jamás la encontró; cuando Anfisa finalmente la sacó de ahí, Lena tenía los dedos entumecidos y de color rojo. Requirió mucha agua caliente y la ayuda de varias hierbas encantadas para recuperar la sensación en sus manos, aunque ningún tipo de magia logró salvarla del resfriado que la dejó en cama tres días. A veces, el sótano se sentía justo como el interior de esa hielera.
—Hay tantas, tantas cosas. —Caleb pasó la mano por su cabello—. Pero lo primero que quiero hacer es simplemente sentir. —Una mirada—. Quiero que el viento toque mi rostro, quiero que el agua baje por mi espalda, quiero enterrar mis manos en la tierra, quiero simplemente sentir. Todo el tiempo solía preguntarme cuánto tiempo pasaría antes de que me secara por completo y dejara de ser. —Exhaló—. Después de tanto tiempo en soledad, estos momentos contigo son lo más cercano a ver el sol.
Lena se pellizcó la piel entre su dedo índice y el pulgar de su mano izquierda. No necesitaba verse reflejada en el espejo para saber que la piel de su cara y cuello se había pintado de rojo. Seguramente incluso hasta la punta de sus orejas. Movió su vista hacia las botas de Caleb cuando ya no se sintió capaz de sostenerle la mirada. Estaba actuando de forma ridícula. Hubo personas en el pasado que le habían llamado la atención aquí y allá, naturalmente. Incluso había aceptado unas cuantas citas con un brujo dos veranos atrás. Pero Caleb era diferente, no solo porque se tratara de un demonio y su familia prefiriera caminar sobre cristal roto con los pies desnudos antes de que aquello ocurriera, sino porque esa era una relación de trabajo. Había mucho en qué enfocarse con más peso que ese tipo de cosas y, aunque verlo le provocaba un hormigueo por el torrente sanguíneo, debía mantenerse enfocada. Además, él no estaba pensando lo mismo, con seguridad no decía las cosas de esa manera.
Escuchó a Caleb aclararse la garganta y Lena volvió a mirarlo.
—Y, por supuesto, lo siguiente que quiero hacer es beber y comer por días y noches enteras. —Sonrió y puso su mano sobre el abdomen—. Tengo tanta hambre que estaría dispuesto a comerme las mismas montañas.
—¿Qué te gustaría comer? —Presionó los labios—. ¿Carne de mortales? —Creyó escuchar un temblor en su voz, pero esperaba que no se notara. No quería pensar que iba a liberar a un demonio que después saquearía el pueblo y terminaría alimentándose de todos los habitantes en él. El solo pensarlo la hacía sentir como si el jugo de cien limones bajara por su esófago a la boca de su estómago.
Caleb alzó las cejas.
—No es lo primero que viene a mi mente, pero si es lo que me quieres ofrecer, lo acepto. —Los lados de su boca se inclinaron ligeramente hacia abajo.
—¿No te gusta la carne humana? —Parpadeó un par de veces.
Todo ese tiempo había supuesto que era lo mejor que podía ofrecerle a un demonio. Cada vez que negociaba con Ulf, le daba carne, dientes, ojos o cualquier cosa que pudiera comprarle al encargado de la morgue. A veces aceptaba tarros de sangre cuando no tenía más que ofrecer. Tal vez tenía preferencia por el chocolate, todos saben lo mucho que los hijos del caos disfrutan comerlo.
—Sí disfruto el sabor, pero no necesariamente es lo que más me gusta. —Vio su lengua rozar uno de sus colmillos.
Aquello despertó su curiosidad.
—Entonces, ¿qué es lo que más te gusta comer?
Caleb se cruzó de brazos y Lena pensó que tal vez no se lo diría. Estaban tratando de confiar más en el otro, pero era difícil saber cuándo la puerta estaría abierta en sus conversaciones y cuándo no. Incluso con cosas pequeñas, había momentos en los que Caleb daba respuestas crípticas o simplemente cambiaba el tema de conversación. No era como si Lena pudiera culparlo, ella tampoco le decía todo y Caleb lo sabía, podía leerla sin problema alguno. Tal vez ahí estaba la clave de todo, tal vez si Lena compartía más, Caleb sentiría la confianza de hacerlo también.
«No es necesario porque es una relación de trabajo», la rasguñó la voz dentro de su cabeza. Pero no tenía nada de malo conocerse mejor, incluso podría beneficiarlos para estar en mejor sincronía con su magia. Espantó esos pensamientos como si se trataran de un fastidioso mosquito.
—Gelatina. —Sus ojos tenían cierta chispa y se mordió el labio inferior.
—¿Gelatina? —repitió Lena, tomada por sorpresa. De todos los platillos y comidas jamás se imaginó que Caleb iba a elegir una gelatina. No pudo evitar mostrar una expresión de confusión y apretó los labios para no reírse.
—Es deliciosa. Siempre preferí hacer pactos con nobles por eso. Podían darme toda la gelatina que quisiera mientras trabajábamos en sus peticiones. —Sus ojos se entrecerraron al tiempo que recordaba algo que parecía hacerlo feliz—. En una ocasión llevé un poco conmigo a casa y el rostro de mi padre cuando le dije que estaba hecha de patas de res fue invaluable.
En ese momento, la burbuja se rompió y Caleb se detuvo por un instante antes de mirar un punto detrás de ella. Lena pensó que había alguien ahí y giró también, pero no había más que la base de las escaleras y la oscuridad.
—Disculpa, creo que estoy hablando mucho. —La puerta se estaba cerrando otra vez y Lena quiso saltar antes de que pasara.
—No, por favor. —Alzó las manos—. Quiero saber más. Es la primera vez que alguien me dice que su comida favorita es la gelatina.
Caleb inclinó la cabeza ligeramente.
—¿No la has probado?
—Claro. Pero es blanda y me recuerda lo que sirven en el asilo que visita el aquelarre durante la temporada de Yule. Solo no diría que me gusta.
—Tal vez los cocineros que la prepararon no tenían tanta experiencia.
—Ahora es muy fácil de conseguir. No se necesitan cocineros con experiencia —le aseguró—. Las puedes comprar ya hechas en tiendas y hacerlas en casa toma solo un par de horas.
Caleb puso las manos sobre sus rodillas y relajó la espalda. Lena sintió algo cálido dentro de su esternón. Sentía que estaba logrando un progreso.
—Me gustaría probar una.
—Yo la preparo para ti —dijo Lena antes de poder detener su lengua y la mordió en castigo hasta casi herirse. Otro pellizco a la piel de sus mejillas—. Lo digo porque soy una bruja de cocina, eso hago.
—¿Haces… comida para demonio? —Una media sonrisa.
—Sí. —Sacudió la cabeza—. Quiero decir, no. Sí podría, pero no es lo que hago. —Su lengua se hacía mil nudos y era vergonzoso el hecho de saber que Caleb podía escuchar su corazón desde el otro lado del espejo.
—Solo estoy bromeando. —Soltó una carcajada—. Me encantaría probar lo que sea que prepares, bruja de cocina.
—Lena. —Soltó su nombre—. No sé por qué ustedes los demonios rara vez me llaman por mi nombre, pero me gustaría que tú lo hicieras.
—Mil perdones. —Cerró los ojos y agachó un poco la cabeza, aún con una sonrisa en su cara—. Lena —dijo finalmente, y la forma suave y con intención como pronunció su nombre hizo que su piel fuera besada por escalofríos. Dioses, por qué la afectaba tanto. Era ridículo.
—Gracias —respondió complacida.
Una pausa. El reloj que llevaba le indicó que debía regresar a casa y descansar. Estaba por ponerse de pie y recoger sus cosas cuando Caleb volvió a hablar.
—¿Conoces a muchos demonios?
—He intentado trabajar con algunos, sí. Pero podría decirse que solo conozco a dos. —Se rascó la nariz. Pensar en Nessa la hacía recordar la conversación de la otra noche y eso la hizo torcer los labios—. Una de ellos trabaja con mi abuela y me ha cuidado toda la vida.
—¿Imogen aceptando hijos del caos en su territorio? —Arqueó una ceja—. No puedo decir que lo esperaba.
—Nessa no es una demonio cualquiera. Ella incluso es devota del orden. Siempre carga con todo tipo de crucifijos y va a la iglesia cada semana. Su brújula moral es bastante estricta —dijo con orgullo.
Vio el rostro de Caleb fruncirse como si acabara de probar leche pasada.
—¿Es una demonio fanática del orden? —Su espalda se tensó y no sabía si lo que dijo lo intrigó o lo ofendió.
—Devota, sí.
—¿Puede siquiera entrar a la iglesia?
—En realidad no, pero sé que trata de escuchar desde afuera. — Lena nunca había asistido a un templo del orden, así que no sabía qué era lo que discutieran ahí cada semana, pero Nessa nunca faltaba.
—Qué curioso. —El rostro de Caleb se relajó, pero sus ojos verdes se mantuvieron entrecerrados—. Solo he conocido a otro demonio con un gusto por el reino del orden. Tal vez hubieran congeniado. —Una sonrisa amarga. Lena quería preguntar, pero no sabía si debía hacerlo, así que solo se quedó callada.
»Era mi mejor amigo. —Exhaló con pesadez—. Pero ya no está.
Lena pasó saliva y le dio tiempo de continuar. Tenía miedo incluso de respirar demasiado fuerte porque sentía que ese momento se esfumaría.
—Fue hace mucho tiempo, no es importante. —Se encogió de hombros y sonrió, pero la sonrisa lucía acartonada.
—Sí importa. —Estiró la mano como si quisiera tocarlo para reconfortarlo y sus dedos chocaron con el cristal.
Caleb la miró por debajo de sus mechones castaños. Sus ojos buscaban los de ella como si le preguntaran algo.
—Fue hace mucho tiempo.
—Eso no hace que deje de importar. —Lena se mordió los labios.
Caleb respiró profundo por la nariz, guardó el aire en su pecho por unos latidos y exhaló por la boca.
Inhaló.
Exhaló.
Inhaló.
Exhaló.
—Su nombre era Habari. —Su voz era queda, como si estuviera murmurando—. Era mi mejor amigo, pero lo dejé morir.
Lena sentía su corazón martillar con fuerza contra su pecho, amenazando con estrellarse contra el cristal del espejo. Caleb había compartido algo personal con ella. Directamente y sin dejar las cosas a la mitad. No sabía cómo responderle.
—¿Podemos continuar esto después? —Caleb suplicó y se frotó la cara con fuerza. Lena despertó y saltó como si fuera un resorte que llevaba rato enroscado. Quería presionar por más información, pero no quería empujarlo demasiado. No sabía si después la puerta se cerraría por completo y no quería faltarle al respeto curioseando demasiado. A juzgar por su expresión, necesitaba un poco de tiempo para procesar sus emociones, tal vez era la primera vez que le mencionaba esto a alguien más.
—Claro. —Se movió hacia su caldero y empezó a apilar sus libros e ingredientes para mantenerlos ordenados. Un frasco de tomillo se le resbaló de las manos, pero logró atraparlo antes de que cayera al suelo—. Ya tengo que irme de igual manera, mi madre se despierta muy temprano y no quisiera que descubriera que no estoy en casa.
—¿Cuándo volveré a verte?
Lena se detuvo en la base de las escaleras.
—Mañana por la noche. —Apretó contra su pecho uno de los libros que debía regresar a la biblioteca de la casa—. A menos que necesites más tiempo. Puedo regresar después con un hechizo ya concreto.
—No. —Sacudió la cabeza—. Por favor. —Su tono se volvió más azucarado. Pudo ver su manzana de Adán moverse mientras la miraba—. Por favor no dejes de venir.
—Mañana estaré aquí, cuenta con ello.
—Te estaré esperando. —Caleb sonrió sin mostrar los dientes.
Lena subió las escaleras con cuidado mientras sentía algo burbujear por debajo de su carne.