Berterry con pantalones, botas y guantes mientras estaba de rodillas en la tierra, cavando con una pala.
—¿Cuántos llevamos? —preguntó Lena, con la cara manchada de lodo y sus faldas llenas de pequeñas ramitas y hojas secas. Había un agujero en la punta del dedo meñique de su guante y podía sentir la mugre bajo su uña mientras escarbaba.
—Veintitrés —respondió Berterry—. Pero, aunque logremos quitarlos todos, el mensaje ya se envió. —Encontró otro saco de Lilith y lo desenterró.
—No hemos visto a ningún demonio cerca de la propiedad. Las protecciones no deben estar tan débiles como pensábamos. —Manon le acercó a Berterry la caja de madera en la que estaban colocando los sacos para después quemarlos. Estaban hechos con bastante cuidado, en bolsas color vino atadas con un listón negro y pequeñas flores secas como adorno. Lo más preocupante es que la mayoría estaba en el patio trasero, muy cerca de la entrada al bosque que llevaba al lago. Manon hizo contacto visual con Lena y le lanzó una mirada que no supo cómo interpretar. Parecía molesta, pero no tendría razón para estarlo. Fuera del tema de la Danza de los Tres Rostros, no había ocurrido nada entre ellas que pudiera haberla hecho enojar.
—No es así. —Berterry se limpió el sudor de la frente usando un pañuelo amarillento—. No ver al enemigo es más preocupante que tenerlo a la vista, harán bien en recordarlo.
—Lena —le habló Manon.
Levantó la cabeza para verla mientras esperaba a que le dijera algo más, pero no lo hizo. Arqueó una ceja y la miró a los ojos.
—¿Qué pasa?—preguntó Manon.
Lena apretó los labios.
—Me hablaste.
—No dije nada —contestó Manon con una mueca.
—¿Qué fue lo que escuchaste, niña? —Berterry se veía preocupada. Se quitó uno de los guantes y le tomó la barbilla para después examinarle los ojos.
—Mi nombre, solo eso.
—¿Un fleshgait? —preguntó Manon mientras miraba a Berterry.
—No, nosotras también lo hubiéramos escuchando. —Le soltó la barbilla—. ¿Te duele algo?
Lena negó con la cabeza.
—¿Has seguido teniendo pesadillas?
—No.
—Un espectro, entonces —declaró Berterry—. Tal vez está pidiéndote ayuda.
Lena.
Lena miró a los alrededores, pero no había señal alguna de fantasmas.
—Entraré a la casa un momento a beber agua. Creo que me está afectando el sol. —Se levantó y se sacudió la falda—. ¿Quieren algo de la cocina?
—Yo también quiero agua, por favor —dijo Manon.
Berterry solo hizo un movimiento con la mano y siguió trabajando. Lena dejó sus guantes sobre el pasto y entró a la casa. La cocina estaba vacía, su abuela había tenido una recaída y Nessa estaba acompañándola en su habitación junto con Anfisa, que le aplicaba aceites medicinales.
Abrió un gabinete para alcanzar un vaso de cristal y caminó hacia el fregadero para abrir la llave del agua.
Lena, por aquí.
Se quedó paralizada, el agua corría libremente y se desbordó del vaso, mojando su mano. La voz casi parecía acariciarle el rostro y la hizo girar su cuerpo hacia la dirección desde la que la llamaba.
Lena.
Su cuerpo se sentía ligero, sus pies podrían no estar tocando el piso con lo fácil que se estaba moviendo. La voz se había transformado en una cuerda que la tenía atada por la cintura y quien fuera que la estuviera llamando la arrastraba desde el otro extremo. Las paredes de la casa se veían grises, el aire era pesado, grueso, casi tangible, y le costaba respirar. Lo único que tenía color era el camino frente a ella que le indicaba hacia dónde avanzar. Paso a paso, llegó al frente de la casa. No sabía si la puerta se había abierto por su cuenta o si ella lo había hecho. Entre todo el lúgubre color asfalto, lograba distinguir una figura vibrante en el portón de la casa. Su capa de terciopelo era de un azul profundo y se dejaba mecer por el viento con suavidad.
Lena, ven aquí.
La persona frente al portón bajó la capucha de su capa y su cabello cayó libremente por sus hombros en una hermosa cascada como algodón de azúcar rosa. El cuerpo de Lena empezó a vibrar. Iba por el camino correcto y se estaba volviendo más fácil respirar. Los colores en esa persona eran tan bellos que la llenaban de una sensación cálida y de seguridad, como una frazada limpia y suave en una tarde de invierno. La cuerda volvió a jalar y Lena se deslizó hacia a ella sin resistirse. Poco a poco, el mundo fue recuperando su color, la persona abrió las puertas del portón con un movimiento de su mano. Ahora que la tenía frente a ella, podía notar que era una chica tal vez unos cuantos años mayor que ella. Era la persona más bella que había visto en toda su vida y se preguntaba si tal vez era un hada que había decidido visitarla para entretenerse. Su cabello estaba adornado con cristales que atrapaban la luz del sol y sus ojos eran del mismo color que la dumortierita, enmarcados por gruesas pestañas oscuras. Llevaba collares de distintos tamaños y, cuando estiró su mano hacia ella, pudo ver que sus dedos también estaban adornados con oro. Su vestido era del mismo color que su capa, con un escote pronunciado y ceñido a la cintura que hacía lucir su figura. Lena se sintió apenada al recordar que estaba llena de tierra, sudor y todo tipo de suciedad. Tal vez frente a ella estaba alguien de la realeza fae y ella se veía como una salvaje. La chica sonrió y Lena se limpió las manos con su falda, olvidando por completo cómo hablar.
—Lena. —Era la voz que la había estado llamando—. Mi nombre es Almedha. Es un placer poder conocerte formalmente. —Tomó su mano izquierda entre las suyas. La miró con los ojos llenos de una felicidad honesta y con las mejillas sonrosadas. De repente, dio un paso más y la envolvió en un abrazo. Olía delicioso, a clementina y camelia.
»Me encanta tu cabello. —Se apartó y tocó las trenzas de Lena—. Es un color muy bonito. ¿Has pensado en trenzarlo con lazos verdes? Creo que complementaría muy bien tu tono natural. —Otra sonrisa.
Lena no podía hablar. Su cabeza estaba llena de paja y la voz de Almedha le provocaba un cosquilleo relajante en el cráneo. Quería acurrucarse y seguirla escuchando con los ojos cerrados.
—Si me dejas, yo podría hacerlo para ti. Podemos encantar los lazos con runas para la buena fortuna.
Lena asintió con la cabeza y sonrió cuando vio a Almedha sonreír.
—Come esto, amiga. —Hurgó en su bolso y sacó una manzana de color rojo brillante—. El hechizo es fuerte, pero te va a ayudar. Probablemente hoy te sentirás extraña, pero mañana tu mente estará fresca y tu magia radiante. —Lena tomó la manzana entre sus manos y algo en la parte trasera de su cabeza le advirtió sobre aceptar comida de las hadas, pero no hizo caso y la mordió con fuerza. Su cara se frunció cuando el sabor tocó su lengua.
—El sabor es malo, pero te va a ayudar. —Antes de que Lena pudiera soltarla, Almedha volvió a empujar la manzana hacia sus labios y Lena le dio otro mordisco.
—He escuchado a tu amiga decírtelo y tiene razón. Debes cuidar tu energía y no lo has estado haciendo. Por eso fue tan fácil para mí maldecirte.
Lena soltó la manzana, que chocó con sus botas al caer. De pronto, Patricia estaba ahí, abalanzándose hacia la mano de Almedha. Ella soltó un chillido de dolor.
El hechizo se rompió y la claridad regresó a su mente justo cuando el mundo recuperó su color. Patricia se apartó de la mano de la hechicera para ponerse de pie en alerta junto a Lena.
—¿Quién eres? —demandó Lena.
Almedha acercó su mano herida a su boca y lamió la sangre que escurría.
—No vengo a hacerte daño. —La vio sacar de su bolso una varita envuelta en un hilo rojo con un cristal en la punta. No sabía si siempre había estado ahí, pero unos pasos detrás de Almedha había una cabra negra de ojos amarillos que las miraba fijamente.
—Te hice una pregunta. —Lena alzó la barbilla—. ¿Quién eres?
—Soy la bruja que te ha estado dejando todas las advertencias.
Un suspiro ahogado. A su mente vino Mikael en el patio trasero y los rostros de los espectros mirando hacia el cielo nocturno.
—No has escuchado ninguno de mis mensajes. —La comisura de sus labios se hizo hacia abajo—. Te he pedido que te vayas de aquí de todas las formas posibles, pero no lo haces.
—¿De qué estás hablando? —Lena sintió que la ira se le enroscaba por el tobillo hasta subir por todo su cuerpo. Quitarle el maleficio le había costado mucho a su abuela y casi destruye su casa—. Yo soy parte de mi aquelarre, no abandonaría a mis hermanas.
Almedha se cubrió la boca con su mano, sorprendida. Lena no sabía si estaba actuando o si era una reacción natural. ¿Por qué se sorprendería de que no quisiera abandonar a su familia?
—Te juzgué mal —dijo Almedha—. Te he estado observando desde hace tiempo y pensé que compartíamos la misma ideología. Creí que considerarías ir a vivir con mi abuela y podríamos caminar juntas en esto.
—Nada de lo que dices tiene sentido. —Patricia caminó hacia Almedha de forma cautelosa. Parecía tener el mismo plan que Lena.
—No es necesario que intentes acorralarme, amiga. —Suspiró—. Vine a hablar contigo con buenas intenciones. Incluso traje sorpresas.
Su rostro se iluminó y dio un pequeño salto hacia la cabra. Junto a ella había una canasta, que Almedha tomó con cuidado.
—No fue fácil de conseguir. Incluso con todos los corazones mortales y extremidades que utilicé, no pude conseguir más. Pero creo que te gustará. —Le entregó la canasta y Lena levantó la toalla que la cubría. No sabía si su corazón se había paralizado o si, por el contrario, saltó a su boca. Un par de zapatos rojos, pequeños, con lazos del mismo color. Los zapatos que una pequeña bruja usaba todos los días sin importar el atuendo que llevara puesto o cuánto la regañara su madre. Los zapatos de una niña que antes de los diez años fue arrastrada al infierno por culpa de su hermana.
—Dioses. —Fue todo lo que salió de su boca. Eran los zapatos de Quinn. No quería tocarlos por miedo a que desaparecieran—. Pero ¿cómo? —le preguntó a la bruja frente a ella. ¿Cómo era posible que esa mujer hubiera logrado conseguirlos?
—Es magia del caos. —Se lo dijo y se inclinó hacia a ella como si le estuviera contando un secreto que nadie más podía escuchar.
—Yo he… —Pasó saliva—. Yo he estado buscando por todas partes.
—Lo sé. —Almedha sonrió —. Has estado buscando comprador para tu alma y yo tengo al demonio indicado.
La mirada de Caleb vino a su mente y cerró los ojos tratando de sacudirla de sus neuronas. Un comprador, un demonio que podía llevarla a su hermana y salvarla de una vez por todas. Enmendar su error y regresarle la vida que perdió. Pero también estaba su abuela, el aquelarre, su labor, Manon, todo seguía ahí esperándola y no podía dejarlos a la deriva. La voz de Caleb le pedía que no olvidara volver; la voz de su abuela, que le hablaba sobre su responsabilidad, daba vueltas y vueltas en sus oídos.
—¿Qué tiene de malo pensar en ti, corazón? —preguntó con voz azucarada—. Todos quieren decirnos qué hacer y qué no hacer. Cómo vivir, cómo disfrutar, qué decir y qué callar. Pero ¿tú les haces eso a los otros? ¿Tú les dices cómo vivir?
—Nunca —respondió Lena de forma automática. Podía escuchar a Patricia quejarse, pero la ignoró.
—¿Por qué acomodar tanto a los otros? Tu vida depende solo de ti. —Ese cosquilleo en su cráneo estaba de regreso—. Los demás no deberían dar consejo ni opinión si no se los pides, es simple cortesía. ¿Qué más les da si tú quieres ofrecer tu alma al caos? Es tuya.
—¿Cómo conseguiste esto?
—Bajé por ellos —dijo ella, encogiéndose de hombros, como si fuera lo más simple del mundo.
—Pasaste a través de los sigilos de mi abuela. —Las cejas de Lena se alzaron.
—Tú también puedes hacerlo, hermosa —le dijo sonriendo—. Podemos ayudarte a conseguir absolutamente todo lo que tu corazón desee. Incluso podemos quitar esa estúpida Danza de los Tres Rostros del camino.
Lena se sentía sofocada, había algo atascado en su tráquea.
—¿Qué hay para ti? —le preguntó—. ¿Qué ganas tú con esto?
Almedha se rio.
—Absolutamente todo. —Dio un pequeño giro—. Mírame, tengo la belleza que no logré conseguir con ningún tipo de hechizo antes de esto. Tengo poder, riqueza y todos los placeres terrenales que mi carne puede desear.
—¿Y entonces qué ganas con ayudarme? ¿Qué puedo ofrecerte que no tengas ya?
Exhaló y acercó su mano hacia el cabello de Lena, tocando la punta de una de sus trenzas.
—En verdad te verías preciosa con los listones. —Su tono tenía un toque de melancolía y Lena apartó la cabeza.
—Dicen que el color de la magia no significa nada en cuanto a temas de moral. No importa si la magia es verde o blanca o de cualquier tipo, la intención de la bruja es lo que verdaderamente pesa. —Se abrazó a sí misma—. Pero la magia oscura siempre cobra con sangre.
Era cierto. Las brujas que se dedicaban a las artes oscuras por lo regular eran inmensamente poderosas, pero hasta entonces Lena no había conocido una que no tuviera que pagar un precio alto a cambio de su poder. La señora Frida tal vez no viviría mucho más que un mero mortal y, si lo hacía, Lena no sabía en qué condiciones sería.
—Para mantenerme en este plano, debo seguir entregando almas a mi contratista y así mantenerlo fuerte para su misión. —Un suspiro—. Si no, mi piel se marchitará y al poco tiempo moriré. Pero es un precio que estoy dispuesta a pagar por vida y juventud eterna. —Su voz era ligera al hablar de ello, como si estuviera quejándose de algo trivial, como cuando escuchaba a los niños de las escuelas quejarse de la tarea extra que les enviaban sus profesores.
—Yo no pienso hacer nada de eso, lo siento si pensaste que sí. No me interesa.
—Oh, no, no. Espera. —La tomó por la muñeca—. Tú tienes la mirada de la estrella. Puedes trabajar con los hijos del caos y no perderte a ti misma. —Su nariz se arrugó de forma adorable al sonreír—. Es por eso que vine hoy.
Lena se mordió el interior de las mejillas y trató de mantener una expresión neutral.
—Mi jefe dijo que no te involucrara más, pero yo creo que podemos hacer un buen equipo. Quiero que te unas a nosotros, así todo esto puede terminar más rápido y tú y yo podemos viajar por el mundo probando todo tipo de platillos deliciosos. ¿Eso te gustaría, cierto? Sé que te gusta la gastronomía. —Sus ojos brillaban al hablar y hacía muchos ademanes al expresarse. En alguna ocasión vio varias campanas pequeñas colgando de las ramas de un árbol durante la primavera. Se mecían suavemente con la brisa y sonaban igual de dulce, incluso cuando el viento se volvía más fuerte. Algo en su ligereza la hacía querer compararla con esas campanas meciéndose despreocupadamente con la brisa.
»Yo no creo en los aquelarres y sé que tú tampoco.
—Eso no es cierto. —Lena respondió con filo.
Almedha parpadeó.
—¿Estás segura?
—Por supuesto que sí. —Apretó la canasta con fuerza y la escuchó crujir bajo sus dedos—. Mi aquelarre es de las cosas más importantes para mí.
—No me lo parece. —Otra risita—. Yo te he visto mentirles, omitir cosas, guardar rencores. —Puso la mano en su pecho—. Cuando estaba contigo durante el maleficio, pude sentir todo lo que guardabas y no me parecía que el aquelarre te importara. Eso no es malo, al contrario, admiré que te pusieras primero a ti misma en todo momento. Sentí que encontré a alguien que me entendía. —Pareció acercarse de nuevo, pero Lena se hizo hacia atrás.
»Solo quiero que abraces esa oscuridad. No tienes por qué avergonzarte de ella, todos en este plano tenemos orden y caos en nosotros.
—No entiendo tu propuesta —respondió Lena honestamente.
—Lo siento, estoy tan emocionada de poder conversar contigo al fin que tengo todas mis ideas enredadas. —Se hizo el cabello hacia atrás—. Mi propuesta es que te unas a nosotros y a cambio encontraremos la forma de rescatar a Quinn de los dominios de Menes.
—Sabes en dónde está. —La voz de Lena era un mero susurro.
—Te dije que podemos hacer un buen equipo. —Un guiño.
—¿Lo que quieren son almas mortales? —Pensó en los certificados de defunción que había conseguido Ulf y en las personas del pueblo con las cuales convivía cuando salía de compras o a vender en el mercado.
—No es necesario. De eso me encargo yo. —Se acercó al oído de Lena y en voz queda le dijo—: Lo que yo quiero es que nos des la vida de tu abuela. —Lena se estremeció.
Se separó de ella y de nuevo empezó a buscar algo dentro de su bolso.
—Puntos extra si te deshaces del aquelarre entero, hermosa. —Sacó un pequeño cofre de plata y lo puso dentro de la canasta—. Extrae su corazón con una athame infundido con el poder de la luna llena y entrégamelo dentro de este alhajero. Nosotros nos encargaremos del resto.
Una canasta, una toalla, un cofre de plata, un nido vacío en un árbol cercano, tres margaritas creciendo cerca del portón…
—Esa es mi propuesta y es la más compasiva que puedo darte para tu familia. —Algo en su mirada se veía honesto, como si en verdad le doliera no poder darle una mejor opción a Lena sobre asesinar a su propia abuela—. Mi contratista tiene otro plan e involucra una muerte lenta y dolorosa para la suma sacerdotisa y todo su clan, así que yo tomaría esta opción si fuera tú.
—¿No hay nada más que deseen? ¿No puedo ofrecer algo más para salvar a mi aquelarre? —Su voz sonaba desesperada y patética, pero, con la cantidad de sacos de Lilith que habían sido enterrados en la propiedad, sabía bien que las superarían en número.
—Shhh. —Almedha puso su mano en el hombro de Lena y le sacudió la tela de la bruja —. Nadie te tocará ni un solo pelo, recuerda que el jefe no quiere que se te involucre. Si te quitas del camino, estás a salvo.
—No me importa. —Y alzó la cabeza—. Quiero hablar con tu contratista, estoy segura de que puedo negociar algo con él.
Almedha cruzó sus manos detrás de ella.
—Qué actitud tan valiente, me encanta. —Unos pequeños aplausos—. Pero la muerte de la suma sacerdotisa es inminente. Lo único que tal vez podría interesarle es información del Incendiario. Es de lo único que habla últimamente. —Puso los ojos en blanco—. Se ha vuelto de lo más fastidioso.
Su boca quedó seca.
—¿Información sobre Caleb?
Almedha asintió varias veces.
—Está buscándolo por todas partes como un completo loco. —La miró y se lamió los labios—. Pero tú no sabes dónde está, ¿o sí? No te he visto hablar con él.
El hechizo que ocultaba a Caleb debía ser sumamente poderoso si estaba resistiendo más que las mismas protecciones de la casa.
—¿Y qué haría con él si lo encuentra?
Almedha se encogió de hombros.
—Yo qué sé. No le pregunto tanto de sus asuntos personales, solo sé que encontrarlo es su prioridad y por eso estamos tardando tanto en… —una sonrisa pícara— visitarlas —dijo finalmente.
Lena evaluó sus opciones. No parecía haber salida alguna. Sin importar qué intentara hacer, aquel ataque por parte de los hijos del caos iba a ocurrir y no sabía si tenían el poder necesario para cuando menos retrasarlos lo suficiente y darse tiempo de huir. Sabían que la energía estaba cambiando por la muerte de su abuela y, hasta que esa energía se asentara de nuevo, las brujas de su hogar estaban expuestas.
—Entonces, ¿qué dices, amiga? —Volvió a colocarse la capucha—. ¿Vienes conmigo?
La energía de Patricia aumentó de golpe y, antes de que Almedha pudiera moverse, Lena tomó rápidamente su mano derecha. Llevó el dorso de su mano a sus labios y le dio un corto beso.
—Sangre roja que ahora es negra y azul tu frágil piel. Que tu carne se desintegre y traiga moscas a la miel. —La bruja intentó apartarse, pero el agarre de Lena era feroz. Su cuerpo vibraba con pequeñas corrientes de electricidad que buscaban salir—. Te maldigo tres veces por tres. Hoy ardes más pronto de lo que crees. —La soltó y la mano de Almedha empezó a perder color antes de empezar a tornarse de un preocupante color a carne putrefacta. Puso su otra mano sobre ella, pero solo consiguió remover la piel de más e hizo que un trozo de ella cayera al pasto. Poco a poco, su mano se lleno de ámpulas que se reventaron en instantes y su carne fue cayendo en trozos gigantescos hasta que finalmente solo quedaron sus huesos ensangrentados.
Almedha empezó a reír. Comenzó como una risita contenida, pero evolucionó a una carcajada, hasta el punto en que se limpió pequeñas lágrimas de los ojos con su mano sana.
—Me encanta —le dijo—. Amaría que aceptaras acompañarme. Nos divertiríamos tanto. —Suspiró—. En verdad tu oscuridad me ha dejado cautivada.
Lena hizo una mueca.
»Es una pena —dijo Almedha.
Escuchó pasos tras ella y Lena giró para ver a Nessa y a Berterry caminando hacia el portón, se veían perdidas.
—Pero ¿qué estás haciendo aquí, niña? No me dijiste que vendrías. —Berterry puso las manos en las caderas. Su cara se veía asoleada y su nariz comenzaba a descarapelarse.
Almedha escondió su mano herida dentro de su capa y sonrió.
—Solo venía a desearle suerte a Lena en la Danza de los Tres Rostros.
Lena se quedó tiesa.
—Pudiste avisarme de todos modos. —Berterry no parecía estar enterada de nada de lo que estaba pasando, le hablaba a la bruja con familiaridad.
—Quédate a cenar, quiero que conozcas al aquelarre. Les he contado mucho de ti.
Nessa se lanzó hacia ella con la mano engarrotada y las uñas como garras. Almedha logró esquivarla haciéndose hacia atrás.
—Nessa, ¿qué crees que estás haciéndole a mi nieta? —Berterry se puso entre la demonio y Almedha.
Su nieta. De quien Lena siempre escuchaba, la que debía llevarle la pulsera de protección, la que no quería unirse al aquelarre y nunca iba de visita. La nieta que Berterry tanto quería y que le había dicho a Lena que tendría puntos extra si acababa con su vida también.
Sintió su lengua empaparse de bilis.
—Creo que es mejor que me vaya.
Berterry seguía fungiendo de escudo humano, intentando soportar la fuerza de Nessa, quien seguramente ya había olido en Almedha la magia oscura.
—Nos vemos pronto, Lena. —Le lanzó un beso con su mano sana—. Mi oferta sigue en pie en caso de que cambies de opinión.
Y sin más salió de la casa, cerrando el portón tras ella.