estaba mirando extraño otra vez, como si estuviera molesta con ella. Se había lavado la cara y se había puesto un vestido blanco. Su cabello estaba libre y suelto, y algunos mechones oscuros resaltaban sobre el cuello del vestido.
—¿Cómo vas con las técnicas para la Danza de los Tres Rostros? —preguntó Manon—. ¿Ya sabes qué vas a presentar en cada área?
Ah. Tal vez eso era lo que le molestaba. Seguro creía que a Lena no le importaba el desafío y no podía decir que estaba equivocada ni en lo cierto. Había estado invirtiendo su magia mayormente en tratar de sacar a Caleb del espejo.
Caleb. El demonio de ojos verdes y cicatriz que al parecer todos estaban buscando, pero ¿para qué? Nadie le había podido responder eso. Pensar en él la llenaba de una sensación cálida y en un ridículo instante se preguntaba qué clase de té le gustaría tomar a él.
—Aún no me decido —murmuró—. Pero supongo que al fin le sacaré provecho a poder ver espectros.
—Predecible. —Los dientes de Manon brillaban con la luz que entraba por la ventana—. Creo que yo haré algo que te va a impresionar. —Se encogió de hombros, con una gran sonrisa.
—¿Predecible yo? —Se puso la mano en el pecho de forma dramática—. Cómo osas insultarme de tal manera.
Puso los ojos en blanco y llevó la taza nuevamente a su boca para tomar un poco más del té. Su nariz se arrugó, entre más se enfriaba, más fuerte sabía. Movió su mano para tomar más azúcar, pero Manon la detuvo.
—Espera, no uses más azúcar. Quiero leer las hojas cuando termines. —Chocó delicadamente su taza con la de Lena en un brindis.
Lena arqueó una ceja.
—¿Quieres ver qué haré para las pruebas?
—Quiero ver con quién estás hablando mientras te ves al espejo.
Lena se ahogó. La taza en sus manos casi se resbala sobre el tapete.
—¿Perdón?
—Desde hace días he estado teniendo visiones en las que mueres de formas distintas.
El corazón de Lena se hundió y de pronto sus manos se sentían frías.
—Pero todas tienen algo en común. —Entrecerró los ojos—. Siempre el culpable es el mismo dragón que vi la primera vez.
Le tomó un segundo continuar y Lena temió que no fuera a decirle nada más. La taza de té quedó olvidada sobre la mesa.
—Las visiones ahora son más claras, aunque no logro ver con quién estás hablando. —Un suspiro. Sus ojos estaban manchados con preocupación—. Pero me lo puedo imaginar.
Lena cerró los ojos.
—¿Le vas a decir a mi abuela?
—Debería hacerlo. —Exhaló—. En especial porque te estás poniendo en peligro.
Lena sintió el picor de una ducha helada en su espalda. Justo como temía, sin importar su amistad, Manon querría apegarse a las reglas. Cuando arriesgó una mirada hacia a ella, la vio con una expresión triste y notó una gran distancia entre ellas.
—Pero no le diré nada. No quiero hacerte pasar por más estrés. Solo quiero saber exactamente qué estás haciendo, qué ocurre, con quién te estás comunicado en ese cuarto tan oscuro. Quiero que hables conmigo de esto.
Lena no podía responder.
»Escucha, no soy tu enemiga. —Manon usó unas cuantas muletillas en francés antes de seguir—. No sé si el tema de ser suma sacerdotisa te hace cuestionar mi lealtad, pero no es así. Solo quiero intentarlo, ¿sabes?
Lena sintió que su garganta se cerraba, pero se forzó a hablar.
—No es eso.
—¿Entonces qué es?
Lena cerró la boca. Manon estaba esperando una respuesta mientras un silencio incómodo se acomodaba entre ellas. Afuera podía escuchar a Berterry pedirle a Nessa una nueva pala porque la suya se acababa de romper. Por un breve segundo, Lena consideró decirle y liberarse de la carga. Contarle todo su plan, decirle que tal vez no podría siquiera participar en la Danza de los Tres Rostros porque probablemente perdería su alma en unos días para salvar a su hermana, antes de que Imogen cerrara la puerta al infierno.
Simplemente no pudo.
A juzgar por lo que Manon estaba diciendo, no sabía con exactitud qué pasaba con Lena. Seguro sus visiones le mostraban a Lena frente al espejo haciendo hechizos y conversando con alguien más, pero, prestando atención a las palabras que usó, pensaba que el espejo era un portal de comunicación. No parecía saber que, ahí encerrado, estaba el demonio con el que planeaba trabajar. Aunque el tema de venderle su alma o no todavía no estaba completamente cimentado, trabajar con él y manchar su magia con oscuridad y caos no estaba a discusión.
—Lo siento. —Fue lo que pudo responder.
—Si estuviste trabajando con Almedha, por favor dímelo.
Lena retrocedió. Su cerebro se sacudió tanto que sintió un latigazo.
—¿Cómo se te ocurre pensar algo así?
Las mejillas de Manon estaban rojas, pero su expresión se veía desesperada.
—¿Qué quieres que piense? Llevas días escondiéndote en cada oportunidad que tienes. Casi no hablas conmigo ya. ¡No tengo idea de lo que estás haciendo! Un demonio te visitó la otra noche y luego la nieta de Berterry te trae los zapatos de tu hermana que está… —Se detuvo. Sus ojos se movieron mientras parecía buscar las palabras correctas—. Solo digo que sé que rescatar a Quinn es importante para ti. Si tú plantaste los sacos de Lilith a cambio de ayuda del caos, lo entendería. Podemos salir de esto juntas. Estoy segura de que la suma sacerdotisa puede ayudar si le hablamos con honestidad.
Un sabor agrio se apoderó de su boca. Tenía problemas para responderle a Manon.
—Jamás haría algo así.
Manon parecía aliviada, pero aún se veía molesta.
—De todas formas, no me dices qué es lo que sí estás haciendo.
Lena miró hacia la ventana, con la quijada tensa.
—Yo te cuento todo, Lena, eres mi mejor amiga. ¿Por qué no puedes confiar en mí también?
Lena hubiera querido que las cosas fueran más sencillas. Pero, a pesar de todo, sentía su lengua atada y los labios sellados. Llevaba años guardándolo como un secreto para el aquelarre y simplemente abrirse y contarlo a sus compañeras brujas no era fácil.
—No puedo decirte lo que estoy haciendo. —Bajó su tono de voz—. Pero te puedo asegurar que no estoy trabajando con la persona que nos está haciendo daño. Eso puedo jurártelo.
Manon solo la miró. Lena alcanzó su taza de té y la terminó tan rápido como pudo.
—Toma —le dijo y le entregó la taza—. Dime qué es lo que ves.
Manon puso el platito de café sobre la taza y la volteó para verter lo último de agua que quedaba dentro, dejándola descansar sobre la mesa. Lena colocó el asa hacia ella y giró la taza sobre el plato tres veces, en el orden opuesto al de las manecillas del reloj, regresándola hacia su corazón cada vez. Se encogió con el horrible sonido de la porcelana al chocar. Su amiga le pidió que diera tres toquecitos a la parte de arriba de la taza y así lo hizo.
—Ugg —se quejó Manon—. Debí pedirte que no usaras nada de azúcar—. Examinó el contenido sosteniendo la taza entre ambas manos. Sus cejas estaban buscándose en su frente.
Lena se quedó observando sus manos mientras dejaba que su amiga se enfocara en las figuras y los patrones de las hojas. Ella sabía que gran parte de ese tipo de métodos de adivinación dependía del uso de la intuición y tal vez ahí estaba el problema. Tal vez ella simplemente era una persona con grandes ambiciones, pero pésima intuición.
—Esto no es lo que esperaba.
—¿Qué es lo que ves?
Manon la miró con la duda brillando en los ojos antes de volver a observar la taza.
—¿Todo este tiempo has estado escapándote con un enamorado?
¿Qué? Lena se ahogó con su propia saliva.
—¿De qué estás hablando? —dijo y se cubrió la boca con las manos mientras tosía.
—Extrañamente es lo único que me deja ver tu fortuna. No puedo ver si estás en peligro o si has estado haciendo algo peligroso.
Lena se enderezó y miraba a Manon con una expresión entre aterrada y sorprendida.
—Veo que es un hombre y me da energía del signo Escorpio. Es alguien con mucha influencia. —Sus cejas se alzaron—. ¿Te buscaste un novio importante y no me contaste nada?
Lena no sabía qué responder. No tenía idea de lo que hablaba Manon porque no había nadie en su vida con quien estuviera entablando una relación amorosa. El rostro de Caleb le vino a la mente y solo pudo aclararse la garganta y cerró los ojos con fuerza. Estaba actuando como una niña pequeña otra vez; no tenía tiempo para esos temas.
—Veo que tendrás que trabajar en tus límites personales porque estarán atados por algo muy fuerte. —Un suspiro ahogado—. ¿Será que te casarás con esta persona? —Manon se escuchaba emocionada y la comisura de sus labios se alzó en una sonrisa amplia.
El tema de estar trabajando con Almedha parecía enterrado y, a pesar de que Lena no se sentía conforme con esa lectura, cuando menos para Manon aquella explicación parecía tener sentido. Tal vez era su puerta de escape para que dejara de preocuparse por ella sin tener que contarle lo que en realidad estaba ocurriendo.
—Creo que puedo ver la inicial de su nombre. —Entrecerró los ojos—. Veo una «U».
Sintió la sangre bajarle hasta los pies.
—Ah, no. Espera. —Inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado—. En definitiva es una «C».
Su cara se acaloró y estaba teniendo problemas para sostenerle la mirada a su amiga. Parte de ella tenía una idea de quién podría ser, parte de ella quería fingir que no sabía de quién hablaba y parte de ella solo quería esconderse y ya.
—¿Y bien? —Manon presionó, su cara seguía resplandeciendo con satisfacción y curiosidad.
Con una sonrisa tiesa, Lena apretó su falda y se dispuso a tomar la salida que esa lectura le estaba proporcionando.
—Por favor no le digas a mi abuela.
Manon soltó un gritito de emoción.
—Cuéntamelo todo.
—No puedo, por el momento es privado. Tengo que hablar con él primero.
La sonrisa de Manon se cayó.
—Bueno, pero al menos dime cómo se ve.
—Es, um… —Agachó la cabeza—. Castaño.
—Ajá.
—El cabello le llega hasta aquí. —Señaló la mitad de su cuello—. Más o menos. Lo usa siempre despeinado.
—Ajá.
—Tiene ojos verdes. —Hizo una pausa y Manon se cruzó de brazos.
—¿Voy a tener que exprimirte detalle por detalle?
Maldita sea. Lena suspiró y se resignó a contarle más sobre el demonio con el que en definitiva no estaba teniendo ningún tipo de relación y quien probablemente rechazaría seguir trabajando con ella al escuchar lo que estaba diciendo de él en ese momento.
—No sé qué más decirte. Tiene la piel bronceada, es alto, tiene tatuajes y los hombros anchos. —Pasó un mechón de cabello detrás de su oreja—. Y me gusta mucho su voz.
—Suena atractivo.
—Lo es —dijo con honestidad.
—¿Y a qué se dedica? ¿Qué tipo de persona es? —Se acercó más a Lena—. ¿Es mortal?
—Te dije que no puedo contarte mucho antes de hablarlo con él — respondió de forma impasible—. Pero puedo decirte que es alguien muy reservado y a veces habla de manera muy formal. Pero es bueno escuchando y me hace sentir como si no me juzgara por absolutamente nada.
—Parece que te gusta mucho. —Una media sonrisa.
Sí.
No.
Tal vez un poco.
Lena se rascó la frente mientras sentía muchas cosas a la vez.
En lugar de responderle a Manon, solo sonrió y se encogió de hombros, dejando que ella lo interpretara como quisiera.
—Espero poder conocerlo pronto.
—Seguro que así será. —Acercó su mano y tomó la de Manon dándole un breve apretón—. Prométeme que no se lo contarás a nadie.
—Lo prometo.
—Ni un alma se puede enterar. Prométemelo.
—Con la cantidad de fantasmas en esta casa, esa parte de «ni un alma» no puedo asegurarla.
—Manon.
—Estoy bromeando, tranquila. —Sonrió—. Te lo prometo. No le contaré a nadie sobre tu enamorado secreto con el que te comunicas a través del espejo.
—Shhh.
Manon echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—No hay nadie cerca, todas están en el jardín.
—De todas formas, no digas nada. —Susurró y giró hacia la ventana para corroborar que incluso su abuela estaba charlando con Berterry mientras Nessa les acercaba una charola con una jarra y vasos de cristal.
Sintió una repentina punzada en la boca del estómago y se llevó la mano hacia el abdomen.
—¿Estás bien? —preguntó Manon.
—Me duele el estómago. —Otro golpe de dolor y su cuerpo se dobló hacia adelante.
—No quise ponerte tan nerviosa, discúlpame. Prometo no decir nada más. —Sintió la mano de su amiga en su hombro mientras su cuerpo se cubría de pequeños alfileres de dolor.
—No, no es eso. —Cerró los ojos con fuerza—. Creo que comí algo que no debía. —Recordó la manzana de Almedha y se puso de pie con dificultad.
—Voy a recostarme en mi habitación. —Almedha había dicho que se sentiría extraña ese día, pero que después se sentiría mejor. No sabía si debía creerle o no, pero prefería no contribuir al estrés de la casa.
Subió a su habitación con la nuca empapada por el sudor y lo primero que hizo fue abrir la ventana, tratando de recibir aire fresco. Patricia se le acercó preocupada.
—Me duele el estómago —le explicó antes de tumbarse sobre la cama. Patricia se acomodó en la almohada junto a ella y Lena le acarició su pequeña frente con el dedo índice. Patricia lanzó un pequeño chillido.
»Yo sé, prometo reforzar mis protecciones —le respondió—. He estado enfocando tanto de mi magia en los hechizos que me estoy debilitando.
Patricia la siguió regañando, Lena exhaló y se sentó sobre el cobertor. Vio el vaso de agua que había dejado en su escritorio la noche anterior y movió la mano para atraerlo hacia ella.
El vaso estalló en miles de fragmentos. Lena saltó sorprendida. No entendía qué acababa de pasar, simplemente había intentado atraer el vaso hacia ella. Parpadeando con confusión, alzó la palma de su mano izquierda y trató de llamar hacia ella uno de sus libros de cocina.
Patricia soltó un pequeño grito cuando el libro se transformó en confeti que llovió sobre sus cabezas libremente. Lena se puso de pie y caminó hacia su escritorio mientras sentía sus adentros trenzarse. Del vaso de cristal no había quedado más que polvo muy fino y pasó sus dedos por la mesa, tratando de tocarlo. Había dejado una vela negra encendida y, cuando sus ojos se posaron sobre ella, dio un paso hacia atrás. La llama se elevó hasta el techo y Lena se quedó tiesa mientras veía la cera derretirse en segundos.
—¡Dioses! —Estaba por correr hacia el baño por agua, pero en un instante todo se apagó, dejando tan solo un pequeño charco oscuro. Se sentía como si hubiera tomado miles de tazas de café o veinte toneladas de azúcar. La ventana se cerró con fuerza al mismo tiempo que las puertas de su armario se azotaron contra la pared al abrirse y toda su ropa saltó por el aire. Patricia corrió a su lado y Lena la tomó entre sus manos. La puerta de su habitación se abrió y rápidamente volvió a cerrarse, con tanta fuerza que Lena pensó que se rompería. Volvió a abrirse y en automático se volvió a cerrar.
—¡Lena!
Todo se detuvo. La puerta de su habitación se abrió una última vez con un rechinido, pero se quedó abierta.
—¿Estás despierta? Ya está la cena.
Salió de su habitación y desde las escaleras vio a Manon recargada en la pared, con la vista en su teléfono. Lena solo se quedó quieta observándola y Manon levantó la mirada antes de guardar el teléfono con una sonrisa avergonzada.
—Emergencia familiar —explicó. Seguro era algo muy importante porque Manon usualmente obedecía la regla de su abuela sobre no tener ese tipo de aparatos funcionando en casa.
—¿Todo bien?
—Cosas triviales de mortales. —Puso los ojos en blanco—. Mis padres están pensando en invertir en una propiedad, pero no se ponen de acuerdo y ahora están peleando. —Suspiró—. Mamá cree que se van a divorciar y lleva todo el día queriendo que le reitere que van a estar casados el resto de su vida.
Lena no sabía qué decir. Sentía todavía corrientes de electricidad recorriéndola y lo único que quería era salir a correr por horas.
—¿Vendrás a cenar? —preguntó Manon—. ¿Quieres que le pida a Nessa que suba algo a tu cuarto para tu estómago?
—No, um… —Se mordió el labio—. No tengo hambre. Creo que saldré a tomar aire.
—Está bien —asintió Manon—. Guardaré un plato para ti en caso de que cambies de opinión.
—Gracias.
El alivio que sintió cuando Manon finalmente se fue casi la hizo caer de rodillas. Bajó las escaleras atenta a cualquier ruido y movimiento, esperando no toparse con nadie del aquelarre. Caminó por uno de los pasillos y entre las sombras escuchó un llanto. Se detuvo cuando un familiar escalofrío le recorrió la piel. En una esquina, con una muñeca en las manos, estaba el espectro de una niña pelirroja con un vestido amarillo. Sus ojos eran agujeros negros y su boca estaba cosida con un hilo grueso de color marrón. Sollozaba y sollozaba, apretando la muñeca contra su pecho. A Lena se le olvidó cómo respirar.
La niña ladeó la cabeza y su cuello se torció de forma antinatural. Miró a Lena y de la muñeca salió una risa. La niña la soltó y con sus manos ahora libres enterró sus uñas en su cara y empezó a separar sus labios. La muñeca empezó a gritar mientras sangre oscura resbalaba por la barbilla de la niña. Eran gritos crudos, dolorosos y primitivos, y Lena se cubrió los oídos tratando de ahogar el sonido. La carne de sus labios se estaba deshaciendo y uno a uno los hilos comenzaron a romperse. El espectro encajó sus uñas aún más profundo y terminó arrancándose un trozo completo de labio mientras la muñeca seguía gritando descontroladamente. Un paso hacia atrás, luego otro y otro más hasta que Lena estaba corriendo en la dirección opuesta.
Salió de su casa y fue recibida por los tonos rosas y anaranjados del crepúsculo. Desde donde estaba podía ver la ventana de su habitación y su estómago dio un salto cuando se dio cuenta de que una figura la estaba observando a través del cristal.
Dioses. Trató de respirar para tranquilizarse, pero era inútil porque se percató de que las protecciones que había colocado en su habitación se habían caído con todo lo que ocurrió momentos antes.
Dentro de su habitación, y mirándola fijamente, estaba el señor sin un ojo.