Al final de la funesta historia el niño se acomoda creyéndose ya muerto, y es entonces cuando la muerte realmente va por él y toma su último aliento. Pensar que moriría fue lo que finalmente lo mató, lo cual fue una verdadera desgracia.

—¿Escuchas eso? —le preguntó a Patricia, quien caminaba junto a ella gruñéndoles a las criaturas que se asomaban. Patricia no le respondió y Lena se tensó al ver varios fantasmas de pie observándola entre los árboles. No los notó las otras veces que caminó por aquel sendero, ¿serían almas que murieron recientemente?

Llegó a las escaleras y abrió la puerta con cuidado. Estaba por empujar la caja encima de la trampilla, pero en cuanto la punta de sus dedos la tocó, fue lanzada con fuerza contra una de las paredes. Lena bajó las escaleras con cuidado temiendo destruirlas, como todo lo que estaba tocando ese día. Cuando sus pies llegaron al suelo del sótano, las flamas verduzcas y azuladas de las antorchas crecieron hasta casi parecer una gigantesca hoguera que adornaba el espejo. Lena se sorprendió, pero una parte de ella pensó que era la visión perfecta para un hijo del infierno.

Su reflejo se distorsionó y frente a ella apareció Caleb con una mano contra el cristal y una sonrisa de lado.

—Lena. —Sus ojos se veían como aceite de oliva caliente y Lena quería dejar de mirarlo, pero también quería verlo para siempre.

Se acercó con cuidado, temiendo que el espejo fuera a estallar con solo mirarlo y él quedara atrapado en un punto entre dimensiones para siempre.

—Te estaba esperando —dijo él y el corazón de la bruja retumbó tanto contra sus adentros que no sabía si las nauseas eran por el hechizo de la manzana o por Caleb—. ¿Qué sucedió? —La sonrisa de Caleb se difuminó y puso cara de preocupación.

Su reacción automática era responder que todo estaba bien, como hizo con Manon, pero se recordó que estaban tratando de hacer las cosas de forma diferente entre ellos, y si quería que él confiara en ella, tendría que confiar en él.

—Me hechizaron —confesó.

Caleb palideció.

—¿Qué clase de hechizo es?

—Fue culpa mía, me descuidé. Voy a trabajar en un nuevo amuleto de protección. —Suspiró—. Supuestamente mañana estaré bien, pero por ahora todo está… amplificado.

Caleb puso cara de enojo y su mirada se incendió.

—¿Quién se atrevió?

Lena sintió un hormigueo en la espalda por el tono en que le habló. No podía evitar comparar a Caleb con un lobo y no quería admitir que se sentía aliviada de que, de momento, estuviera contenido en el cristal. Sin poder detener sus labios comenzó a explicarle lo que sucedió, incluyendo el detalle de los zapatos de Quinn, los cuales tenía guardados en los bolsillos delanteros de su falda.

—Quinn los usaba todo el tiempo, eran sus favoritos. —Sintió que sus ojos se humedecían y deseos de sacar uno de los zapatos para mostrárselo, pero no se atrevía a tocarlos en ese momento. No con sus manos destructoras que podrían transformarlos en diamantina carmesí.

Caleb recargó su frente contra el cristal.

—Si estuviera ahí… —Golpeó el espejo con tal fuerza que Lena creyó que lograría quebrarlo—. Si no estuviera encerrado en esta maldita prisión, esa mujer no tendría absolutamente nada para negociar.

—Ella dijo que la persona para la que trabaja te está buscando. —Caminó hacia él—. No solo él. Cada demonio con el que me he cruzado dice lo mismo.

Caleb hizo una mueca.

—¿Tienes idea de por qué? —preguntó Lena, pero él solo esquivó su mirada y gruñó hacia la oscuridad.

»Caleb —presionó cuando no recibió respuesta. La flama de las antorchas se avivó aún más y Lena se sentía como si estuviera frente a una reconfortante chimenea en medio del helado sótano.

—Quieren tomar mi poder. —Su expresión se contrajo como si acabaran de herirlo—. El poder de mi padre, en realidad. El del incendiario.

—¿Qué significa ser el incendiario?

La mirada de Caleb se movió hacia ella con furia. Sus ojos se transformaron en turmalina verde y ella se sintió temblar dentro de sus botas.

—Es mejor que vayas a descansar, hechicera —respondió—. No tengo nada que decirte hoy.

—Tienes que estar bromeando. —Sintió su mandíbula endurecerse al punto que le dolía hablar.

—Buenas noches, hechicera.

Y desapareció.

El espejo le mostró a Lena su propio reflejo y corrió hacia él golpeándolo con la palma de la mano hasta que sus huesos le dolieron.

—Sé que me escuchas —le gritó sonando más como su madre de lo que le gustaría—. Este no era el trato.

El fuego en el contorno del espejo hizo erupción, transformándose en un verdadero incendio. Le dolían los ojos, pero ver el fuego lamer las paredes y el suelo frente a ella, sin llegar a consumir nada, era una visión casi hipnótica. Tal vez era un fuego encantado. Pensó en intentar tocarlo, pero prefirió no arriesgarse.

—Debí decirle en dónde estás —escupió con veneno—. Debí entregarte a los que te buscan.

En parte tal vez esto era cierto. Tal vez pudo haber convencido a Almedha y a su misterioso jefe de dejarlas en paz entregando la ubicación de Caleb. Pero, si era honesta consigo misma, no hubiera podido hacerlo. No se hubiera atrevido a intentarlo siquiera.

El cristal se distorsionó y Caleb apareció de nuevo frente a ella. Soltó una carcajada burlona que casi sonó siniestra y dejó ver sus colmillos grandes y afilados.

—Por supuesto, no esperaba menos de una de tu clan —dijo, levantando las cejas.

Un sonido de indignación salió de la boca de Lena.

—Que un demonio diga esto. —Torció la boca con repulsión—. Ustedes ahogan a los mortales cuando piden agua y los transforman en el rey Midas si piden riquezas.

—Lo dices como si ustedes ya hubieran superado torturar. Tan solo mira en dónde me encerró Imogen.

—Mi abuela hace todo con razones válidas. Seguramente tuvo sus motivos para dejarte aquí. —Se cruzó de brazos.

—¿Ah sí? —Esbozó una media sonrisa—. Entonces deberías estar ayudándola a cerrar la puerta al infierno en vez de estar aquí conmigo.

Lena cerró la boca tan fuerte que escuchó sus dientes chocar. Caleb se humedeció los labios aún con ese brillo socarrón en la mirada y arqueó ambas cejas, retándola. Lena estaba casi vibrando de furia y lo vio cruzarse de brazos mientras esperaba que ella contestara algo.

—Cuando menos yo no abandoné mi puesto y hui al mundo humano. —Su labio inferior tembló—. Incluso dijiste que dejaste morir a un amigo.

Caleb puso una cara como si acabara de abofetearlo. Lena pasó saliva para tragarse la piedra de culpa que se le atoró en la garganta.

—Lo siento —dijo agachando la mirada. Empezó a jugar con sus dedos—. No quise decir eso.

Caleb chasqueó la lengua.

—No tienes por qué disculparte, hechicera. Después de todo, estoy a tu merced, ¿no? —Se rio con amargura—. ¿Cómo es que dicen ustedes en este plano? Los mendigos no pueden elegir, o algo así. Estar jugando a ser amigos es simplemente pueril e ingenuo.

—No, eso no es verdad.

—Fui descuidado y hablé de más. —Se cruzó de brazos—. Así que no te preocupes, hechicera.

—Para.

La espalda de Caleb se enderezó y sus brazos cayeron para acomodarse a sus costados. Su boca se cerró con fuerza. Lo único que se movía eran sus ojos, los cuales estaban teñidos de angustia.

Un grito se atoró en la garganta de Lena. Solo estaba empeorando todo. Sintió sus ojos humedecerse y rápidamente se contuvo al tiempo que movió la mano para deshacer el encantamiento.

—Lo siento mucho, te lo puedo explicar. —Vio a Caleb caer de rodillas y empezar a toser. Este tipo de hechizos, conjurados de forma descuidada, podían hacer que la persona se tragara su propia lengua y se asfixiara. La piedra de culpa en el estómago de Lena se hacía cada vez más pesada—. Por la manzana que me dio Almedha mis poderes están fuera de control.

—¿Cómo lo hiciste? —La voz de Caleb sonaba rasposa y se frotó la garganta un par de veces poniéndose de pie—. ¿Cómo lograste hechizarme desde el otro lado del espejo?

No se veía molesto. De hecho, toda la ira que manchaba su expresión momentos antes se había derretido para dar paso a un brillo de curiosidad. Incluso una pizca de emoción.

—No lo sé. —Parpadeó—. No tenía intención de hacerlo.

—Imogen jamás pudo tocarme con sus hechizos una vez que me encerró aquí. —Caminaba de un lado a otro mientras pensaba—. Tu magia logró cruzar.

—¿Mi abuela vino después de encerrarte? —Le preguntó con las cejas levantadas por la duda.

—Unas cuantas veces, pero cuando se dio cuenta de que no le daría lo que quería me abandonó. —Se encogió de hombros como si lo que acababa de decir no fuera nada y siguió murmurando cosas apenas inteligibles.

—¿Qué es lo que quería Imogen?

Caleb tardó en responderle. Lena pensó que tal vez la puerta se cerró y no lo haría.

—Lo mismo que tú me pides en este momento.

Lena exhaló. Información, entonces. Y su abuela no logró arrancársela a Caleb de ninguna forma. Lena se acomodó en el suelo con la espalda recargada contra el cristal y abrazó sus piernas a su pecho.

—No tienes que decirme nada que no quieras, entiendo —le dijo sin mirarlo a la cara—. Yo también tengo cosas que no comparto. Es solo que… —Se frotó los ojos—. Estoy asustada. Muchas cosas se nos vienen encima y quería saber a qué nos enfrentamos.

Silencio.

—A veces duele decir las cosas en voz alta porque las hace reales —dijo Lena. Su voz sonaba como si poco a poco se fuera apagando—. Si no las compartes y se quedan contigo parece que no las entregaste al universo y te queda la esperanza de que todo esté en tu mente. Cuando menos eso es lo que ocurre conmigo. Me cuesta trabajo compartir lo que pienso o hago.

Nada.

Lena se preguntaba si era mejor irse y dejar las cosas por el momento. Pero le costaba trabajo simplemente soltar.

—Incluso estoy consciente de que miento mucho. No por gusto, pero a mi familia le costaría entender mi verdad, y decirles lo que quieren escuchar hace que la medicina baje más fácil.

—¿Me mientes a mí también? —No esperaba que respondiera, así que su corazón dio un pequeño salto cuando lo escuchó hablar. Miró sobre su hombro y se topó con la espalda de Caleb, al parecer había decidido imitar su postura y ambos estaban espalda contra espalda en el espejo. Le gustaría poder sentir su respiración, el roce de su ropa, le gustaría poder sentir ese contacto que la haría sentir acompañada en ese momento, pero solo podía sentir el frío del cristal.

—No. —Recargó su barbilla sobre sus rodillas—. No me ayudaría de ninguna forma, solo perjudicaría nuestro trabajo juntos.

—Yo odio mentir.

Lena sintió que su pecho se apretaba, la saliva dentro de su boca le sabía a jugo de lima puro.

—Mentir solo enloda las cosas. La realidad no cambia si mientes, solo tarde en alcanzarte aquello a lo que le temes.

—Me compra tiempo.

—No lo estás comprando, lo estás pidiendo prestado aceptando pagar altos intereses.

Lena hizo un gesto de enojo.

—Estás viendo las cosas en blanco y negro. A veces también es cuestión de estrategia y encontrar el gris.

Una pausa. Lena golpeaba sus rodillas con dedos nerviosos. El fuego alrededor del espejo comenzaba a tranquilizarse y volvía a la normalidad.

Escuchó a Caleb reír.

—Creo que ahí está el inconveniente. Nunca he sido buen estratega, mi padre solía reprenderme por eso.

—¿Él sí lo es? —La pregunta sonaba sosa incluso a sus propios oídos, pero quería mantener la conversación de cualquier forma.

Lo escuchó respirar con fuerza, aclararse la garganta y reacomodarse varias veces.

—Mi padre falleció.

Oh. Eso podía explicar por qué le resultaba difícil hablar del tema.

—Lo lamento —lo dijo con suavidad esperando que eso fuera lo correcto para responderle a un demonio.

—Te lo agradezco.

Al piso le faltaban tablones aquí y allá, y cerca de ella había un círculo incompleto en un tono oscuro. Desde donde estaba, las escaleras apenas y se notaban, eran abrazadas por las penumbras en las que las paredes estaban envueltas. En ocasiones había considerado bajar más velas para iluminar, pero siempre se regañaba a sí misma por ese tema. Entre más cómodo se volviera el sótano, más se tardaría en poder liberar a Caleb y no podían desperdiciar ni un segundo.

—Sí, era un gran estratega. —La voz de Caleb era tan solo un murmullo—. Mi padre era un gran líder, verdaderamente digno de reinar. Siempre sabía qué hacer.

Lena se dio la vuelta y Caleb lo hizo momentos después, lo más seguro es que al escuchar el movimiento. Su rostro se veía triste y hablaba con tanta melancolía que los músculos de Lena pulsaban queriendo abrazarlo para reconfortarlo.

—¿Cómo se llamaba?

—Talnarr. —Pronunció el nombre de forma pausada y con respeto.

Estaba segura de que la admiración que Caleb sentía por su padre estaba muy enraizada en él.

—No soy un gran orador. —Se rascó la cabeza con frustración—. Tampoco podría decirte que soy particularmente bueno para contar; sin embargo, puedo intentarlo. —Dio un respiro.

—No tienes que hacerlo —respondió Lena.

—¿Prefieres que no lo haga? —Sus ojos verdes la observaban debajo de mechones castaños. Una sonrisa alzaba la comisura de sus labios—. Qué rápido cambias de opinión.

Lena rio y se humedeció los labios.

—Dicen que es de mala suerte dejar a una bruja con la curiosidad. Tu lengua se puede llenar de agujeros.

Caleb la miró con los ojos entrecerrados.

—No puedo negarme en esas condiciones. —Se frotó la barbilla y su mirada se fue lejos de donde se encontraban mientras se tomaba unos momentos para pensar.

—¿Qué tanto sabes del infierno?

—No mucho. En nuestra práctica tenemos estrictamente prohibido manchar nuestra magia con el caos—. Lena empujó la cutícula de su pulgar izquierdo con sus uñas.

—Bajo la mirada del orden y los miedos humanos estamos nosotros, los del reino del caos. Recibimos a las almas que van a penar, pero también a aquellas que están esperando su juicio o se han perdido. Hay varias entradas a nuestro reino en tu mundo. Están escondidas en cavernas, en sótanos, hasta en lagos cerca del hogar de una bruja. —Inclinó la cabeza hacia un lado y la forma en que la miró hizo que Lena sintiera que la punta de sus orejas se acaloraraba.

En algún momento consideró salir en busca de las otras puertas al infierno, pero nadie sabía su ubicación y podría tardar mil vidas antes de encontrar alguna. Además, tal vez Lena no sabía mucho del caos, pero sí sabía que su interior era el laberinto más complejo. La forma más fácil de llegar a Quinn era seguirla a través del mismo portal. De lo contrario podría vagar por las entrañas del inframundo por toda la eternidad.

—El caos agrega ese toque de impredecibilidad al gran todo, es nuestro aporte y especialidad. Qué valor tendría imaginar algo si sabes con certeza que será una realidad. O incluso, ¿qué valor tiene soñar si sabes justamente cuándo y cómo lo obtendrás?

Lena bufó.

—Lo haces sonar muy bello, pero ustedes también son responsables de mucha energía oscura y malicia.

Caleb carcajeó.

—Sí, bueno, no todo es perfecto.

Muchos de los hijos del caos disfrutaban burlarse de los mortales, incluso engañarlos para que bebieran del río Lithe del olvido y no supieran más quiénes eran o de dónde venían, quedando así atrapados en vida dentro del inframundo. El agua de Lithe era solo para las almas que debían reencarnar, pero eso no detenía a los demonios de querer jugar con los humanos.

—A pesar de nuestro nombre tenemos un sistema de gobierno bastante estructurado. —Caleb se aclaró la garganta—. Existe una nobleza que debería regirnos, pero Lucifer, nuestro supuesto rey, no ha sido visto en años. No sabemos nada de esta realeza, quienes tomaron las riendas son los cinco pilares del infierno. —Levantó la mano izquierda y empezó a bajar un dedo por cada nombre que mencionaba—. Jelle, la bestia del apetito insaciable; Sikke, el de la cabeza de metal; Durkus, el de los cien brazos; Menes, el de los prados asfódelos, y mi padre, Talnarr, el Incendiario.

Lena no pudo evitar enderezarse cuando escuchó el nombre de Menes.

—Almedha dijo que mi hermana se encuentra en los dominios de Menes.

Caleb arqueó las cejas al escucharla.

—Es lo mejor que pudo pasarle. Dicen que Menes fue un rey humano antes de tomar su puesto, tal vez tenga compasión por ella y nos permita sacarla sin darnos muchos problemas. Aunque no creo que él y yo estemos en los mejores términos de momento… —Se encogió.

—¿Qué fue lo que hiciste? —Lo que faltaba, el demonio que planeaba usar para recuperar a su hermana era enemigo de quien la tenía encerrada.

—No es algo que yo haya hecho, per se. Es por la guerra. Ante la ausencia de la realeza del infierno, estalló una insurrección. Yo no vivía en ese tiempo, pero mi padre me contó que los pilares estaban inquietos y empezaron terribles conflictos al no tener un mandato claro. En el infierno se pelearon guerras de miles de días hasta que mi padre, junto con sus simpatizantes y seguidores leales, decidió tomar todo en sus manos e ir en busca de los príncipes para demandar un lugar en el consejo. Lo discutió con los otros pilares, pero se negaron. —Se cruzó de brazos y miró hacia el techo mientras narraba—. Algunos se negaron por ambición y otros por miedo, así que mi padre tomó una decisión sumamente difícil. Reunió a sus tropas y avanzó hacia los dominios de Durkus, el de los cien brazos, logrando vencerlo y asesinarlo. —Pausó y observó a Lena con expresión sombría—. Quiero mostrarte a mi padre.

Metió la mano al bolsillo de su pantalón y sacó lo que parecía ser un guardapelo de oro y madreperla. Cuando lo abrió, Lena se acercó tanto para ver que sintió cómo la punta de su nariz se aplastó contra el cristal del espejo. Adentro había dos imágenes. No eran exactamente fotografías, sino algo similar a una pintura hecha en el mismo guardapelo. De un lado estaba el retrato de un hombre con la cara ancha, cabello oscuro salvaje con algunas trenzas y barba tupida. Su piel era oscura y sus ojos parecían ser de color carmesí. Del otro lado estaba una mujer con cabello rizado de un tono peculiar, parecido al de los pinos. Su tez era bronceada y sus ojos oscuros.

—Ella es mi madre —dijo Caleb con un tono dulce y una sonrisa en los labios—. Bedisa.

—Es muy hermosa —comentó Lena sintiendo su interior burbujeando con calidez al ver a Caleb feliz y hablando de sus padres con tanto cariño.

—La más hermosa —respondió él mirando el retrato con suavidad—. Mi padre siempre decía que había sido muy afortunado al ser él quien pudo conquistarla de entre tantos pretendientes que tenía. —Cerró el guardapelo y lo volvió a guardar.

—¿Dónde está ella ahora? — preguntó Lena reacomodándose con las piernas cruzadas.

—Con mi padre.

Oh.

Una vez que un demonio muere, deja de existir por completo, así que Caleb no podía tener ninguna esperanza de volverlos a encontrar. Lena palideció sin saber qué decir al escucharlo.

—Algo que debes saber es que todo lo que consumimos como demonios se vuelve parte de nosotros. Así es como algunos toman la forma de los humanos que devoran. También así es como absorbemos el poder de nuestros hermanos. Cuando mi padre le quitó la vida a Durkus, recibió todo su poder y regresó a los pilares para advertirles que se mantuvieran al margen o serían asesinados. Mi padre dijo que Menes prometió mantenerse neutral, pero estaba en total desacuerdo con lo que estaba ocurriendo. Así fue como mi padre recibió su título. Existe una profecía en el reino del caos acerca del Incendiario: según se dice, es aquel que cubrirá el inframundo en una llamarada y traerá una nueva era. Aquel que robará el fuego de mil soles y lo traerá a las manos de su pueblo.

Lena sintió que los vellos de sus brazos se erizaban. Un demonio con tanto poder tal vez sonaba como algo bueno para el reino del caos, pero también potencialmente peligroso y espeluznante para este plano.

—Mi padre fue retado por Sikke y avanzó con sus hombres hacia sus dominios. Desde que tengo memoria, nuestros dominios y los de Sikke han estado peleando. Nuestros guerreros eran más fuertes, pero el ejército de Sikke era más numeroso y hasta mi cumpleaños número veintidós es que logramos abrirnos paso. —Masajeó sus sienes—. Pero fue entonces cuando nuestros castillos se desmoronaron como arena. — La tensión se reflejó en su rostro y miró hacia sus manos apoyadas en su regazo.

»Yo nunca quise ser soldado. —Su voz se quebró y Lena pensó que lloraría, pero sus ojos estaban secos—. Nunca fui bueno para eso. Mi padre trataba de entrenarme con toda su paciencia para que yo pudiera heredar su puesto si alguna vez él faltaba, pero no era lo que yo quería ser.

—¿Qué era lo que sí querías ser? —Lena hablaba con cuidado esperando no romper esta esfera en la que se encontraban, en donde Caleb estaba hablando libremente y sin guardarse las cosas.

—Doctor —respondió—. Me interesaba la medicina de todo tipo. Solía cruzar al mundo mortal para robarme libros sobre este tema y aprender por mi cuenta. — Esbozó una sonrisa melancólica—. Mi madre a veces fingía que tenía jaquecas o nauseas solo para darme la oportunidad de curarla con los métodos que estudiaba.

—Pero tu padre no lo aprobaba —dijo Lena sin siquiera preguntar. Tal vez Imogen y Talnarr tenían cosas en común.

El rostro de Caleb lucía confundido.

—No, a mi padre le fascinaba el tema. Incluso en ocasiones me permitía acompañar al doctor de nuestro ejército para practicar y observarlo trabajar. Mi padre quería que yo supiera de absolutamente todo. Me ponía tutores para que me enseñaran a tocar el violín, tomaba clases de latín y de tantas lenguas humanas como fuera posible. Pero lo primordial era nuestra causa y mi entrenamiento militar.

—Es extraño pensar en un demonio culto —comentó Lena con honestidad—. Siempre creí que eran…

—¿Bestias?

—Algo así. —Se encogió de hombros.

—Algunos lo son y otros no. Igual que en todos los planos, supongo. Pero no diría que soy mejor que ningún otro demonio. Después de todo no valoré el tiempo que mi padre invirtió en mi educación —dijo entre dientes—. Mi tutor de combate era mi mejor amigo, Habari. Él era la mano derecha de mi padre y su segundo al mando. Y yo solía escaparme de los entrenamientos para leer, beber con los mortales, comer su comida, danzar con las ninfas… —Exhaló—. Habari nunca me delató, pero debí estar ahí, debí ser mejor, no debí ser tan infantil. Solo que creí que mi padre estaría conmigo para siempre, ¿sabes? Creí que siempre estaría ahí y que yo solo sería su hijo el doctor.

Su voz se quebró de nuevo y su tono estaba cargado de veneno y asco hacia sí mismo. Si Lena supiera cómo volver a hacer que su magia cruzara el espejo, le hubiera gustado poderegarle un hechizo que le brindara paz y lo liberara de su angustia.

—Caleb, eras muy joven, no sabías que algo podía salir mal. Es normal que quisieras disfrutar tu vida. —Se acercó al espejo y puso la punta de sus dedos contra el cristal.

—La juventud no siempre es sinónimo de inmadurez. Yo sufría de la segunda y todos lo pagaron. Estábamos estancados. No había avance en nuestra guerra y estábamos buscando cualquier cosa que pudiera darnos una ventaja, así que empezamos a considerar enfrentarnos antes a Jelle y vencerlo para absorber su poder. Fue entonces cuando mi padre decidió hacer una ceremonia y de manera imprevista me nombró su sucesor en caso de que él cayera en batalla. Mi mundo estalló. No esperaba que mi padre diera ese anuncio, todos confiábamos en que su sucesor sería Habari, ya que él había estado ochocientos años peleando por la causa. Habari lo tenía todo, el temple, el sentido de justicia, la disciplina, la amabilidad, incluso la confianza en sí mismo. Él poseía todas las características que yo carecía, y, aun así, ahí estaba mi padre, sosteniendo mi brazo en lo alto y riendo con un tarro de licor mientras me anunciaba como su heredero. —Se frotó los ojos y gruñó—. Lo recuerdo casi a la perfección. Las luces, la música, las miradas confundidas por parte de sus seguidores. Todo sigue aquí. —Golpeó su dedo índice contra su frente de forma brusca—. Incluso el abrazo de felicitación que me dio Habari con la gracia que solo él podía poseer, aunque seguramente él también esperaba ser el siguiente en la línea.

Lena no pudo evitar notar los paralelos en sus situaciones. Tal vez no venían del mismo plano y sus historias no eran exactamente iguales, pero sus condiciones eran lo bastante similares como para que resonaran en Lena tan profundo que lo sentía hasta en los huesos. «Como es arriba, es abajo», pensó.

—Yo no era un soldado con el nivel de Habari, pero tampoco me consideraba terrible. Comía almas humanas de vez en vez y trataba de mantenerme en forma, a pesar de ello yo estaba consciente de que mis habilidades podían mejorar, por eso no puedo decir que me sorprendí cuando las habladurías empezaron a llegar a mis oídos. —Su rostro se contrajo—. Esperaba que hablaran de mí, pero lo que decían distaba de lo que yo pensaba que criticarían.

—¿Qué fue lo que dijeron? —Lena entrecerró los ojos e hizo uno de sus mechones pelirrojos hacia atrás.

—Me llamaban cambión de forma despectiva, incluso… me llamaban humano. No puedo decir que todos, por supuesto. Pero sí muchos.

Lena parpadeó. Llamarle a Caleb cambión era una extraña elección de insulto, porque eran criaturas completamente distintas.

—Esos no son insultos comunes en el reino del caos. Tal vez compararme con un mortal sí hubiera sido una forma de decir que no estaba a la altura, pero… había algo en esos rumores. Algo resonaba conmigo, podía sentir que no eran simples insidias. Pero antes de preguntarle directamente a mi padre decidí probarles a nuestros soldados que yo podía serle útil a la causa, que yo podía cambiar el curso de las cosas. Fue así como encontré a Imogen.

Lena inhaló con fuerza, tomó la tela de su falda y empezó a frotarla entre sus dedos con nerviosismo.

—En ese momento tan solo dos sumas sacerdotisas con la mirada de la estrella y la magia del mundo antiguo permanecían con vida. Ese poder seguramente podía hacer la diferencia en la guerra. Si yo conseguía su poder, nada podría detenernos contra Sikke. La estuve vigilando por varios meses, ganando valor para hacer lo que tenía que hacer.

—¿Planeabas enfrentarla? —Arqueó una ceja.

—No exactamente, planeaba engañarla de alguna manera y devorar su alma, pero si eso no funcionaba, debía estar preparado para pelear contra ella.

Su voz se fue apagando, Caleb apretó los labios hasta que se vieron como una perfecta línea. Se quedaron callados por varios latidos mientras los adentros de Lena gritaban queriendo saber más.

—Sin embargo, esperé demasiado. Debí ser más asertivo como me entrenaron. —Se cubrió la cara con la mano derecha.

»Porque después de una de mis visitas, volví a regresar a casa con las manos vacías y… —Un sonido parecía atascado en su garganta. Su mano se movió hacia su pecho y apretó con fuerza la tela de su camisa.

»Encontré a todos muertos en el vestíbulo.