Lena ya llevaba varios años de práctica. Tomó entonces el camino largo rodeando el patio trasero para llegar.

Cuando salió por la puerta de la cocina, una figura encapuchada la esperaba sosteniendo una lámpara de gas.

—Almedha. —Apretó el libro de las sombras con fuerza contra su pecho. Patricia le gruñó colocándose frente a su bruja para protegerla.

—Qué adorable. —Le sonrió a Patricia—. ¿Puedo acariciarla?

Lena puso los ojos en blanco.

—Veo que tomaste mi consejo y te protegiste mejor. Intenté llamarte y no pude. —Sonrió.

Su boca estaba decorada con brillo labial. Esta noche traía un vistoso vestido con encajes y olanes en tonos ciruela. Su atuendo le recordaba vagamente a los vampiros. Su mano derecha, la mano que Lena había herido, estaba cubierta por un guante largo y sostenía una paleta de color verde en forma de rosa.

—Me alegra verte mejor, hermosa. —Metió la paleta a su boca—. Pero me duele que no traigas contigo el corazón de la suma sacerdotisa. Esperaba que me lo entregaras en mi siguiente visita.

—Te dije que no lo haría. —Trataba de mantener su expresión controlada y neutral, pero no le gustaba tener el libro de las sombras de su abuela frente a Almedha.

—¿Y entonces dónde está el cofre que te di? —Sacó la paleta de su boca y pudo ver su lengua manchada de verde al hablar.

Lena se quedó callada. No había pensado en la propuesta de Almedha. No lo estaba considerando, en verdad no, pero era cierto que había guardado el alhajero en vez de deshacerse de él, como debía.

—¿En tu habitación? —Se rio—. ¿Lo tienes contigo por si acaso? —No podía dar un rotundo no, y eso le pesaba. Presionó sus labios en una delgada línea. —No tienes por qué sentirte culpable, cariño. Recuerda que he estado en tu interior. —Alzó la lámpara—. Ven conmigo, te tengo otro obsequio.

Colocó la paleta dentro de su boca una vez más y caminó hacia la entrada al infierno.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Lena.

—Tú sabes a dónde voy.

Pasó saliva. Se acercaban cada vez más a los árboles con el lazo rojo atado, era el camino que Lena no había podido atravesar, el camino que guiaba a…

—No pienso seguirte. —Bloqueó sus rodillas—. Si quieres decirme algo, hazlo aquí.

—En algún lugar leí que para saber qué camino tomar debes tener claro a dónde quieres ir. —La miró por encima de su hombro—. ¿Sabes a dónde quieres llegar?

—Claro que lo sé. —Lena marcó su entrecejo.

—Entonces este es el camino. —Y pasó a través de los sigilos de su abuela sin problema alguno.

Sus pasos eran ligeros al caminar y parecía que las ramas volteaban la cara al verla pasar. Lena la seguía de cerca sintiendo que el contenido de su estómago iba dando saltos en su interior. ¿Cómo pudo Almedha cruzar? ¿Su abuela había quitado las protecciones? ¿Habían caído como las de su casa? Lena sintió un burbujeo de envidia, pero también un pellizco de decepción. No había logrado cruzar desde aquel día y siempre pensó que cuando lo lograra, lo haría sintiéndose la bruja más grandiosa que este plano hubiera presenciado. Creyó que sus pasos serían confiados y su barbilla estaría alzada, y que tendría todo el poder del universo en sus dedos. Sabría perfectamente cómo hacer para bajar por el lago, llegar al infierno y sacar a Quinn de ahí como Heracles a Teseo.

El bosque de ese lado de la propiedad estaba muerto y vivo a la vez. Las plantas estaban secas, pero parecían moverse y cambiar de lugar en un parpadeo. Patricia le gruñó un par de veces a unas raíces que intentaron atraparla. Había rostros en algunos troncos y manos espectrales que intentaban tomarla de los tobillos. El aire olía a azufre. Había un letrero roto clavado en una estaca: «Oh, vosotros los que entráis abandonad toda esperanza».

Ver ese letrero despertaba algo en ella, un recuerdo que buscaba emerger, algo que le daba comezón en el cerebro. La imagen frente a ella parecía estar parpadeando al día soleado en que todo ocurrió. Un recuerdo estaba tratando de tomar forma, pero aún estaba borroso, como cuando Lena intentaba recordar una canción pero no tenía suficientemente clara la melodía.

Y entonces llegó. El lago estaba ahí, frente a ellas, con ese resplandor esmeralda que venía de lo profundo.

—¿Se ve como lo recuerdas? —le preguntó y dejó la lámpara en el suelo junto a unas pequeñas piedras.

Lena trataba de respirar, pero no podía hacerlo. Sus pulmones le quemaban y su visión cambiaba entre lo que estaba viendo y el recuerdo. Cerró los ojos con fuerza, pero los abrió al instante cuando sintió que Almedha le tocó la mejilla con su mano enguantada.

—No me toques. —Se hizo hacia atrás.

—Siempre tan enojada. —Chasqueó la lengua antes de volver a atrapar la paleta entre sus labios.

Lena la ignoró y se acercó al agua. Se puso en cuclillas entre el lodo y las hojas muertas y se quedó observando. ¿Cuánto tardaría en salir algún demonio y llevarla con él? ¿Cuál era la probabilidad de que viniera uno justo ahora?

«No estoy enojada».

«Ya déjame. Ve y juega tú sola».

Lena no debería estar ahí en ese momento. No con Almedha. Ese lugar representaba el peor momento de su vida y sus recuerdos no dejaban de bailar frente a sus ojos, opacando lo que estaba frente a ella actualmente. Era algo personal, algo de ella. Y aunque siempre pensó que llegar hasta ahí era lo que necesitaba para mover la balanza, había aprendido lo suficiente como para saber que no era así. Que no estaba lista, estaba incompleta y sin un plan.

—¿Te sientes culpable? —Almedha se acomodó junto a ella también con la mirada hacia el lago. Su perfume llegaba a la nariz de Lena y se mezclaba con el olor pútrido de los alrededores.

—No tengo por qué decirte nada. —La miró esperando que sus ojos transmitieran con mayor exactitud lo que su interior estaba sintiendo—. Dime ya qué es lo que quieres conmigo. ¿Por qué simplemente no me dejas en paz? No quiero trabajar contigo, no voy a unirme a tu causa. Es mi última palabra. Déjame tranquila.

Almedha se le quedó mirando unos momentos. Apretó el dulce de la paleta con los dientes y se destruyó en su boca. La escuchaba masticar.

—La persona con quien trabajo también me lo dice. Insiste en que ya no me acerque, que ya no trate de ayudarte, que eres terca.

La imagen de Ulf llegó a ella. Cómo se atrevía a hablar de ella como si la conociera.

—Pero a ti y a mí nos ata algo más fuerte. —Besó la mejilla de Lena y ella se levantó con asco.

—Yo no tengo nada que ver contigo.

—Si digo más, mi jefe me arrancaría la cabeza. —Se encogió de hombros—. Pero déjame mostrarte mi obsequio, hermosa. —Se quitó la capucha y acomodó su cabello de algodón de azúcar. Esta vez lo había peinado en rizos marcados adornados con lazos.

Se metió entre los árboles antes de salir con un hombre amarrado por la cintura y las muñecas. Lo reconoció en automático, era el hombre del overol que había maldecido. Su mirada se veía perdida y su espíritu roto.

—Sus amigos ya no volverán a molestarnos, pero este lo guardé para ti. —Regresó hacia Lena dando saltitos, tirando de la cuerda para que el hombre la siguiera.

—¿Qué es esto?

—No pensabas dejarlo con vida después de lo que hizo, ¿o sí?

Lena arqueó las cejas.

—Yo le lancé la maldición y eso fue todo. No pienso matar a nadie.

Almedha frunció los labios.

—Pero, en tu lugar, él no tendría piedad, ¿por qué tú sí la tienes?

No tenía una respuesta. Simplemente no iba a matarlo.

—Hazlo. —Lo lanzó al suelo frente a Lena—. Extermínalo como la plaga que es.

—No. Eso me haría igual a él y yo soy mejor que eso.

Almedha puso su bota encima de la espalda del hombre y presionó hasta tenerlo pecho a tierra.

—A las cucarachas se les aplasta. —Se carcajeó al escuchar al hombre quejarse.

—Matarlo no es castigo para él, su sufrimiento terminaría en un instante. Es castigo para quienes lo rodean. Ya lo maldije y eso es suficiente, su vida estará llena de calumnias.

—Por el contrario, cariño, es un regalo para quienes lo rodean. ¿Crees que hombres como él hacen feliz a alguien? No ha de respetar ni a su propia madre. —Presionó con más fuerza el tacón de su bota—. Yo también pensaba como tú. Perdoné mucho y di mucho de mí. Hasta que llegó alguien que me arrancó todo. —Pateó al hombre en las costillas con una sonrisa.

—Almedha, esto es tortura.

—Lo que estuvo por hacerle a ella también. Lo que yo viví también lo fue. —Hizo un puchero. A pesar de sus palabras, la ligereza de su persona seguía presente. Todo lo decía con sonrisas, risitas y humor, como si fuese un juego.

Lena recordó los gritos del demonio Bak y se preguntó si ella era mejor que esto. ¿Qué derecho tenía de reclamarle algo a Almedha si ella también lo había hecho? ¿Una vida valía más que otra? Esto era peor porque se trataba de un mortal, ¿no?

—Esta escoria quita y quita sin remordimiento, entonces tú no lo tengas, linda. —Su voz estaba espolvoreada con cacao y canela—. Que si lo sabré yo. No importa cuánta magia y poder tenga. No importa cuánto me dé el caos, nunca va a ser suficiente. Nunca voy a recuperar lo que perdí y la persona que me dañó nunca pagó lo que hizo. —Se agachó y levantó al hombre tirando del cabello en su nuca. Él soltó un alarido—. Así que ahora hago lo que quiera, vivo de acuerdo con mis sensaciones y castigo a quien me plazca. —Puso al hombre de rodillas.

—Suficiente. —Cerró su mano en un puño y Almedha cayó de rodillas también.

Una risita divertida y melódica salió de la bruja.

—Ya nos estamos divirtiendo. ¿Qué harás conmigo, dulzura?

Aunque quisiera hacer algo, estaba tan agotada que no podía usar más magia. Sus ojos se estaban cerrando.

—Nada. Solo no quiero más sangre. —La liberó.

Almedha suspiró y se puso de pie. Tomó la barbilla del hombre y pegó su frente contra la de él mientras empezaba a murmurar cantos en una lengua que Lena jamás había escuchado. Se apartó y él cayó al suelo gritando. Parecía que debajo de su piel estuviera corriendo agua, cientos de burbujas de aire crecían y se reventaban bajo su epidermis. Lena se puso en posición fetal mientras el hombre liberaba los peores gritos que había escuchado en toda su vida, gritos que no quería volver a oír nunca más. Los huesos de sus hombros se torcieron y sus costillas se abrieron perforándole la piel. Lena dio un paso hacia atrás. Los gritos del hombre le rasguñaban los tímpanos.

—Basta.

—Detenme.

No podía. No en este momento. Patricia concentró su poder para ofrecérselo a Lena, pero estaba agotada. En verdad no podía dar más de sí esa noche.

—Por favor, déjalo.

—No, hazme parar. Vamos, Lena.

El hombre miró al cielo con lágrimas escurriéndole por el rostro. Su piel se puso gris y su tamaño se fue reduciendo. En un parpadeo el hombre se había transformado en un salmón. Almedha lo levantó y soltó una carcajada. Rio y rio con una mano presionando su abdomen agotado por tanto esfuerzo.

—Míralo, se ve muy gracioso. —Lo levantó hacia el cielo y el pez se sacudía ahogándose.

—Estás verdaderamente desquiciada.

—Cuando menos yo no lancé a mi hermana al infierno.

Lena sintió como si le hubieran dado un golpe en la boca del estómago.

Almedha negó con la cabeza.

—Estaba tratando de ayudarte, pero ya no hay más tiempo. Recuerda bien esto, Lena. Eres la suma sacerdotisa y debes nutrir tu poder. Es muy tarde para el aquelarre. En unos días el jefe va a llegar con toda la fuerza del Malleus Maleficarum. Él no quiere hacerte daño y yo tampoco, pero si estorbas, serás devorada. —Abrió la boca hacia la noche y su mandíbula se dislocó. Levantó el pescado que luchaba por su vida y lo tragó como si ella fuese una especie de animal. Los sonidos de su garganta le revolvían el estómago. Era una imagen monstruosa.

No podía seguir ahí. Su cuerpo se estaba apagando. Miró a Patricia y huyó de regreso a casa con su familiar tras ella.