—Muy bien —dijo Ulf y se volvió a erguir—. Pon tu precio.

Lena colocó una de sus manos tras su espalda y movió los dedos para atraer las tijeras. Las estaba manteniendo suspendidas en el aire fuera del rango de visión de Ulf. No, no era Ulf, era Sikke.

—No hay nada que puedas darme, demonio, no tienes poder sobre mí. —La mirada de la estrella empezó a quemarla una vez más. Podía sentir que algo estaba por suceder, el globo seguía inflándose.

Ulf dio unos pasos hacia ella.

—No puedo darte lo que quieres en este preciso momento, pero si me das unos días puedo conseguir la información que necesitaríamos para…

Lena llamó a las tijeras y, sujetándolas con fuerza, las enterró en el abdomen del demonio. La sangre negra salió a chorros manchando su camisa blanca como pintura oscura sobre un lienzo. Ulf se encorvó y sujetó las tijeras.

—Tomaré esto —jadeó y su expresión se retorció de dolor— como un no. —Sacó las tijeras y las arrojó lejos. Lena se quedó asombrada al ver lo que hizo, Ulf la levanto en vilo y, sin ninguna consideración, la puso en su hombro. Lena se quejó cuando su estómago chocó con fuerza contra el hueso del hombro de Ulf.

—¿Qué crees que haces?

—No me dejas más opción, bruja.

Lena empezó a moverse y a tratar de golpearlo con sus piernas. La mirada de la estrella seguía en llamas. Trató de incorporarse para jalar las cadenas del cuello del demonio. Quería arrancárselas y así usar sus hechizos libremente, o cuando menos estrangularlo si eso fallaba. Patricia se abalanzó hacia él.

—Maldita familiar con dientes de aguja. —Sacudió la pierna intentando quitársela.

Y entonces los escucharon.

Las hojas crujían bajo decenas de pasos que llegaban desde distintas direcciones. Se escuchaban claramente los lamentos y gemidos. Entonces, entre los árboles, aparecieron rostros heridos y pieles carcomidas.

Eran muertos, fantasmas que avanzaban hacia ellos rodeándolos. Sus ojos eran linternas encendidas y sus brazos estaban estirados hacia sus presas.

—Suéltame o se pondrá mucho peor.

—¿Tú estás haciendo esto? —preguntó Ulf.

—Están bajo mi control, sí.

No por completo. No en realidad. Era una habilidad que hasta ese momento conocía, no podía ser coincidencia. El espectro de esa novia lo había dicho, y ahora esos entes se manifestaron. Solo esperaba que no la atacaran a ella.

Los fantasmas avanzaron, Ulf entró a la bodega cerrando la puerta tras él. Los pies de Lena tocaron el piso y Patricia lo volvió a morder.

Ulf sostuvo la puerta mientras los espíritus la azotaban desde afuera tratando de entrar. Era demasiado alto para la bodega, así que tenía una rodilla en el suelo.

—Diles que se detengan —pidió entre dientes.

Lena buscó en la bodega algo más para herirlo. Encontró un viejo desarmador y avanzó hacia el demonio. Si podía atravesarle el cráneo, tendría oportunidad de detenerlo, incluso matarlo. Los espíritus enojados se azotaban con más fuerza.

—Lena, por favor. —Ulf le estaba dando la espalda—. Muy bien. ¿Quieres que te ruegue? Lo haré. Lena, te suplico que los hagas detenerse.

—¿Y tú te detendrías al atacar a mi familia?

—¿De qué hablas? Yo no le he hecho nada a tu familia.

¿Por quién la tomaba? Nunca había quitado una vida, no se había atrevido hasta ahora, Quinn era el único remordimiento sobre su conciencia. Sabía que tarde o temprano tendría que cubrir de acero las fibras de su ser y estar dispuesta a hacer lo que fuera para protegerse y a los suyos. Empuñó el desarmador y su brazo avanzó con toda la fuerza que pudo reunir.

—¿Qué te sucede hoy? —Ulf la detuvo por el antebrazo—. Si no te conociera, pensaría que quieres hacerme daño.

Lena intentaba avanzar con todas sus fuerzas, pero no podía porque Ulf tenía su brazo totalmente inmovilizado. Pero la palma de su otra mano hacia la puerta y, de un puñetazo, abrió un hueco por encima de la cabeza de Ulf. Los espectrales brazos no tardaron en tomarlo del cabello y jalarlo.

—Maldición —se quejó Ulf.

Lena veía sus músculos temblar por el esfuerzo. Se preguntaba cuánto tiempo más resistía, pero también le preocupaba qué tanto podría soportar ella a las almas de los muertos; sabían que podía comunicarse con ellos, así que buscaban su ayuda para salvarse. Más que buscar, se lo exigían sin importarles si Lena podía hacerlo o no, o cuánto desgaste físico y emocional le causaran.

—Déjame hablar con Caleb, no pienso estorbarte en tus planes, solo quiero hablar con él.

Lena miró hacia la puerta y la madera volvió a explotar abriendo otro hueco, uno cerca del suelo. Un fantasma asomó la cara. Sus dientes eran amarillos y la falta de carne en las mejillas exponía el músculo y la línea de sus dientes. Su mano con uñas largas tomó la tela del pantalón de Ulf.

—No sé qué relación tienes con él. —Se quejó y cerró un ojo cuando tiraron de su cabello con fuerza—. Pero si estás de su lado, tienes que dejarme hablar con él.

—Yo no estoy del lado de nadie más que del mío. —Su frente estaba arrugada.

—Entonces déjame hablar con él y te lo compensaré. —Emitió otro quejido cuando unas uñas rasgaron su pantalón.

—Ya conozco tu verdadero nombre. —Lo amenazó. Si lograba arrancarle sus protecciones y usarlas en su contra, podría terminar con esto.

—No tienes idea de quién soy. —Se rio el demonio.

No iba a permitir que se burlara de ella.

—Patricia, apártate. —Su familiar corrió al fondo de la bodega y la mitad de la puerta estalló y se transformó en aserrín. Un espectro de cabello largo y pústulas por todo el cuerpo lo abrazó por el abdomen.

—¡Pero puedo decírtelo! —Rio nervioso, su agarre en el brazo de Lena cedió un segundo y el desarmador se acercó a su cráneo—. Totalmente. Sin ningún problema, puedo decirte quién soy. Solo por favor haz que se detengan.

—Sikke, el de la cabeza de metal —dijo Lena sin expresión.

Ulf hizo un sonido como si se estuviera ahogando.

—Créeme, bruja, si yo fuera Sikke, tus bonitos ojos grises estarían en tus manos y no en tu cabeza.

Los fantasmas lo arrastraron hacia ellos y el desarmador se acercó aún más a su cabeza.

—No quiero lastimarte, Lena, juro que no quiero herirte. Por favor, haz que se vayan.

Lo que restaba de la puerta estaba cediendo.

—Bien, está bien —gruñó Ulf—. Trabajo para la madre de Caleb. La señora Bedisa está buscándolo y llevamos años intentando encontrarlo. Listo. Ya lo dije.

—La madre de Caleb está muerta.

—Ah. —Una sonrisa—. Entonces has hablado con él.

Lena palideció.

Un suspiro.

—Por favor, no me odies —le rogó Ulf.

Ella apenas tuvo tiempo de arquear una ceja antes de que el desarmador saliera volando y Ulf quedara frente a ella. Sintió un golpe en el cuello y todo se apagó.

Percibió el peso de Patricia sobre su pecho y se quejó. Odiaba cuando la molestaba mientras dormía. Seguro quería salir de la habitación para pasear en el jardín.

—Déjame dormir —la regañó con los ojos aún cerrados y cambió de posición en su cama. Sentía mucho frío y no lograba alcanzar las mantas para cubrirse.

Las brujas estaban discutiendo, quizá era su madre peleando con su abuela o quizá le gritaba a Manon otra vez porque la Danza de los Tres Rostros era en menos de una semana.

—Si vuelves a ponerle un dedo encima, te arrastraré por mis dominios usando tus intestinos como soga. —Esa voz sonaba como la de un hombre. Pero en la casa no había hombres, desconfiaban profundamente de cualquiera que no fuera parte del aquelarre y ninguno podía entrar, a menos que fuera en verdad inevitable.

La otra voz sonaba más jovial que la primera, pero no logró distinguir lo que decía. Intentó tomar una de sus almohadas y ponerla sobre su cabeza para ahogar las voces por completo, pero tampoco podía encontrarla. Abrió los ojos y se topó con la cara de Patricia.

—¿Qué hora es? —Su voz sonaba rasposa y adormilada.

Todo olía a tabaco y eso la hacía pensar en…

Se incorporó y la cabeza le dio vueltas por haberse puesto de pie tan rápido.

Ulf estaba en el suelo con las piernas cruzadas y una pipa encendida. Tenía unos cuantos moretones cerca de los ojos y el labio roto. Una de sus manos estaba llena de sangre oscura, al igual que su ropa. Su cabello estaba hecho un desastre y parecía que le dolía respirar. Cuando sus ojos se conectaron él le sonrió y movió una mano a modo de saludo.

—Buenos días, bruja.

—¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? —Caleb tenía las manos contra el cristal.

La cabeza le pulsaba terriblemente, como la única noche en la que se había embriagado: una pijamada en la que bebieron el alcohol iridiscente que Manon le compró a las hadas, mientras bailaban con la música de un viejo tocadiscos. Había sido divertido, pero a la mañana siguiente se sintió justo como en ese momento, como si le estuvieran presionando la cabeza intentando hacerla más pequeña.

Milord, le juro que mi golpe fue limpio.

—Hablo de la caída por las escaleras, imbécil.

Ulf soltó una carcajada antes de encorvarse con dolor.

—Ese no fue mi momento más brillante, lo admito, pero subestimé qué tan oscuro estaba este lugar.

—¿Caí por las escaleras?

Caímos. Los dos. Pero no te preocupes, me aseguré de que mi cuerpo amortiguara el impacto.

—¿Qué sucedió con los espíritus?

—Se desvanecieron en cuanto perdiste la conciencia. —Ulf parecía confuso, como si lo que estuviera diciendo fuera algo obvio. Como si eso fuera lo que tenía que pasar. ¿Era así? ¿Se suponía que eso debía ocurrir? Lena no lo sabía y prefirió quedarse callada.

»Déjame decirte, bruja, que nunca esperé que tu familiar pudiera transformarse. Creí que era solo una mascota fastidiosa.

Patricia resopló y Lena la observó de reojo. En todos los años que habían estado juntas, Patricia jamás se había transformado. Ni una sola vez. No tenía ni idea de en qué se transformó. Patricia gruñó levemente.

—Déjame en paz, rata asquerosa, ya probaste suficiente de mi sangre como para que te dure una vida.

—No le hables así —Lena lo regañó.

Lena lo observaba como si fuera un animal a punto de saltarle encima. Caleb se veía molesto, pero no alarmado, Patricia tampoco estaba tensa.

—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó sin poder quedarse en las penumbras de la duda—. ¿No es este Sikke? —Se giró hacia Caleb.

Ulf empezó a reír y se tiró al suelo.

—No, peor aún. —Caleb se pellizcó el tabique de la nariz y cerró los ojos con fuerza—. Es un niño.

Ulf emitió un suspiro ahogado.

Milord, le aseguro que ya no soy ningún niño. —Se reincorporó—. Sé que así me recuerda, pero ha pasado mucho tiempo.

Caleb puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

—Pues desde que bajaste por esas escaleras solo te he visto actuar como un bufón. —Le dirigió una rápida mirada a Lena—. Solo he escuchado las palabras de un niño alto salir de esos labios gruesos. —Frunció la nariz y escupió.

Ulf frunció el entrecejo viéndose confundido y se tocó los labios con suavidad.

Lena hizo una mueca. Al parecer cuando le comentó eso a Caleb lo incomodó más de lo que pensó. En verdad no tenía sentido alguno, porque sí era algo distintivo en el rostro de Ulf, cuando menos para ella. Solo había intentado pintarle una imagen tan detallada como fuera posible.

—Era una descripción. No entiendo por qué te molestó tanto.

Las cejas de Caleb se alzaron y vio su garganta moverse al pasar saliva. Se veía apenado.

—Lo lamento, Lena. Estuve fuera de lugar.

Ulf pasó los ojos de Lena a Caleb y de vuelta a Lena.

—¿Estuvieron hablando de mí? ¿Hay algo raro con mis labios? —Sus ojos se entrecerraron.

Lena negó con la cabeza.

—Respondiendo a tu pregunta —Caleb se aclaró la garganta—: No es Sikke. Al parecer la revolución no ha muerto y los fieles a mi padre siguen luchando. Ulf solía encargarse de limpiar nuestras armaduras cuando era pequeño.

—¿Y le vamos a creer tan fácil?

—Tiene las marcas de su juramento.

Ulf se puso de pie y se acercó a Lena mostrándole sus orejas. Nunca había notado que la parte superior se alargaba en una punta similar a las de un elfo. Había varios símbolos en el lóbulo derecho y avanzaban hasta la hélice. Estaban hechos con tinta roja y parecían una enredadera de runas y letras.

—Esto no significa nada para mí —refutó Lena impasible.

—Son los símbolos de mi madre —explicó Caleb—. En el momento en el que incumpla su juramento, la tinta se volverá verde y tendrá severas consecuencias. Muchos soldados de mi padre portaban esos símbolos en las orejas.

—¿Qué clase de consecuencias?

Ulf sonrió sin mostrar los dientes.

—Esa es información privada, bruja. ¿No te enseñaron a no ser fisgona? —chasqueó la lengua.

—¿No te enseñaron a no golpear a los demás? —Lena se cruzó de brazos—. O mejor debieron enseñarte a ser directo, así me hubieras dicho desde el inicio para qué buscabas a Caleb en vez de actuar de manera tan sospechosa.

Ulf colocó una mano en su pecho.

—¿Sospechoso yo? —repitió de forma dramática—. Me hieres, Lena. Yo solo debía proteger mi información y jugar mis cartas cuidadosamente, como haría cualquier líder de inteligencia en estas circunstancias. —Puso su pipa entre sus labios y exhaló una nube de humo. Lena tosió y sacudió la mano para disiparla.

—Deja de molestarla —gruñó Caleb.

Ulf suspiró.

—Lo siento, milord. —Dio un paso hacia atrás y se acercó al espejo.

—Pero eso nos lleva a lo más importante que quería contarle, amo Caleb. —Se puso de rodillas y su mirada estaba en todos lados menos en el demonio frente a él—. Es sumamente difícil para mí ser quien se lo informe, sé que soy el menos indicado para darle noticias delicadas, pero henos aquí.

—Solo dilo.

—Tengo la información de quién atacó a su familia aquel día. —Se humedeció los labios. Miró hacia Caleb antes de regresar sus ojos al suelo—. Puedo confirmarle que es quien también apunta hacia las brujas, milord.

Una pausa.

—¿Y bien? —Caleb se veía molesto, una vena saltaba de su cuello—. Ya había concluido que es Sikke, si es lo que vas a decirme.

—No, amo. —Negó con la cabeza—. Por favor recuerde que soy solo un mensajero —dijo lentamente.

Lena no podría decir que percibía temor en su tono, pero sí se escuchaba tenso. Ulf le mostró las palmas de ambas manos levantadas.

—No puedo hacerte nada desde aquí. —Caleb hizo una mueca—. Solo habla. ¿Quién es?

—Habari, señor.

Toda expresión en el rostro de Caleb se cayó. Lena no sabía qué hacer o qué decir. Habari era el mejor amigo de Caleb, según le había contado, fue su mentor y también la mano derecha de su padre. Cada vez que Caleb le compartía un buen recuerdo, este estaba acompañado de historias y anécdotas con Habari. Viajes juntos, competencias, batallas, festines y planes. Había tanto en la vida de Caleb que había compartido de la mano de su amigo, que sabía que esto era una píldora difícil de tragar para él. Hasta donde ella estaba podía escuchar el corazón de Caleb agrietándose.

—No puede ser —protestó Caleb—. Él estaba herido de muerte, yo mismo lo vi.

Ulf asintió.

—Habari no estaba de acuerdo con que usted fuera el heredero del señor Talnarr. Consumió mil almas y con esa energía fue tras la bestia Jelle justo después del anuncio público de su sucesión, milord.

—No, no. —Caleb negó con la cabeza—. Él me felicitó. Le dije que no quería tomar el puesto y él dijo que me apoyaría.

—Le mintió, amo. Logró acabar con Jelle y juntando a sus propios seguidores fue tras el señor Talnarr. Yo estuve ahí. —Frunció el rostro—. Tenía trabajo de limpieza en las cocinas esa noche y escuché cuando entró Habari. Le dijo al señor Talnarr que era una emergencia, que estaban siendo atacados por sorpresa y debían trasladarse a otro lugar. Me asomé al vestíbulo para escuchar mejor. Estaba aterrado de pensar que llegarían a atacar la casa solariega y nos asesinarían a todos. Los señores estaban todavía en sus ropas de dormir cuando… —Cerró los ojos. No terminó la oración—. El señor Talnarr casi logra vencerlo, pero al final… —Suspiró.

Lena caminó hacia Caleb. Él observaba a Ulf apretando la mandíbula.

—Aproveché que los soldados de Habari estaban distraídos tratando de sanarlo para ayudar a lady Bedisa a huir a través de los cuartos de servicio.

Todo quedó en silencio. Caleb tenía la vista agachada y Lena no podía ver su expresión. Ulf miró a Lena con duda y ella negó con la cabeza. Después de unos momentos más se puso de pie y caminó hacia ella, colocando la pipa contra sus labios nuevamente. Los dos estaban esperando algo, lo que fuera, pero no decía nada.

—¿Caleb? —Lena se paró frente al cristal.

Y entonces Caleb empezó a reír. Una pequeña carcajada que evolucionó hasta convertirse en una erupción de sentimientos.

—No puede ser. —Golpeó el espejo con fuerza. Lena se encogió ante el sonido—. Todo este tiempo he estado aquí lamentándome. Arrepintiéndome. Pensando que dejé a mi mentor morir cuando el bastardo nos había traicionado. —Otro golpe al espejo con el costado de su puño. Parecía querer salir de ahí con sus propias manos.

—Caleb, tranquilízate. —Quería tratar de ayudarlo como él lo había hecho en su ataque de pánico, pero él no reaccionaba.

—Voy a encontrarlo. —Su voz era gruesa y rasposa. Sus colmillos se veían amenazantes—. Y cuando lo haga voy a arrancarle la carne con alicates calientes y se la daré de comer a sus allegados. Voy a colgar lo que quede de él desnudo en el centro de mis dominios, para humillarlo como él humilló a mi padre. —Rugía como león hambriento y arremetía contra el cristal manchándolo de sangre.

Lena se entristeció. No podía imaginar lo que Caleb sentía ante la noticia. Su madre siempre decía que beber las aguas de la traición dejaba tu interior con agujeros que jamás sanarían y que estarían por siempre goteando.

—Vamos, Lena —dijo Ulf empujándola suavemente hacia las escaleras—. Démosle espacio por unos momentos. Estoy seguro de que él no quiere que lo veas en este estado.

Lena asintió y tomó a Patricia. Subió junto a Ulf a la superficie a esperar a que Caleb se tranquilizara un poco.