siguió durmiendo enroscada en una pequeña bola y Lena se dirigió a abrir.
—¿Bajas a cenar? —le preguntó Manon, que estaba del otro lado con un camisón rosa parecido al de Lena y una bata de baño con osos de peluche. Se veía mejor, su cabello estaba peinado y las ojeras habían desaparecido. Tal vez había tomado una siesta reparadora.
—Vamos. —Lena se puso unos zapatos y salió de la habitación—. ¿Cómo va todo? —le preguntó a Manon.
—Ya terminé. Tengo todo listo para el viernes. —Manon sonrió—. ¿Tú cómo vas?
—También tengo un plan. Espero que sea suficiente. —Después de todo, iba contra una gran bruja.
—¿Acaso la mujer con la mirada de la estrella se siente intimidada por una mujer mitad mortal? —Entrelazó los brazos y le dio un pequeño empujón.
—Para nada. Pienso aplastarte —bromeó y ambas rieron.
—Gracias por el cofre, quise ir a agradecerte a tu habitación, pero me distraje con el señor frío. —Puso cara de asco.
—Veo que ya tiene nombre.
Dieron la vuelta en uno de los pasillos y el olor a especias y pan hizo que su estómago saltara con anticipación y empezara a salivar.
—En realidad sí debería elegirle uno.
—¿Uno francés por ser hijo tuyo?
Manon arrugó la nariz.
—Esa cosa no es mi hijo. Nunca tendría uno tan feo.
—Entonces un nombre extranjero. —Lena sonrió—. ¿Qué tal Hugo?
—No, no se ve como un Hugo.
—¿Qué me dices de Nikolái? Ese nombre me gusta.
Manon frunció los labios, considerándolo.
—No, creo que tampoco se ve como un Nikolái. Si le vieras la cara, dirías que no le va para nada.
Lena se quedó pensando unos momentos.
—¿Qué te parece Boris?
Manon estuvo unos momentos masticándolo y dejando que su lengua lo saboreara.
—Boris suena bastante bien.
—Entonces tenemos un ganador.
Abrieron la puerta del comedor. La comida no solo se veía deliciosa, sino hermosa. Había ensalada de manzana, tocino hervido con col, un plato de morcilla y pan. Mucho pan. Lena se sentía en el cielo.
—Bendecida sea la Diosa por este milagro de tenerte en la mesa con nosotras, Lena —dijo Anfisa y aceptó que Nessa le sirviera una porción de carne.
A la cabeza de la mesa estaba su abuela, como siempre. Y poder decir algo así era la verdadera bendición. Nunca se había puesto a pensar en cuánto valoraba ese «como siempre», las rutinas, el tener algo constante y estable en su vida, hasta ese momento en que estaba por perderlo. El espíritu caótico de su madre era una responsabilidad con la que no quería cargar. Porque su madre no había dejado de ser «la hija eterna» y, hasta ese momento, no sabía cómo tomar el papel que le correspondía. Si no hubiera crecido con la autoridad de su abuela para guiarlas a ambas, ¿cómo hubiera sido su vida?
Imogen estaba usando un suéter oscuro y su cabello canoso caía libre sobre sus hombros. Su espalda estaba encorvada y toda ella temblaba cuando se llevaba algo a la boca.
—¿La señora Frida y Berterry no nos acompañan? —preguntó Manon mientras ambas se sentaban.
Anfisa la miró y no respondió nada. Lena sintió su rostro endurecerse ante el comportamiento de su madre.
—Cenaron temprano y están en las habitaciones para huéspedes — explicó Nessa y les sirvió tocino a ambas—. Fue un día difícil.
—Lo puedo imaginar —dijo Manon.
Nessa pausó y revisó el bolsillo de su delantal.
—Hay correo para ti. —Le entregó una carta rosa a Manon. Tenía un fuerte olor a perfume floral atalcado. Las letras manuscritas al frente del sobre eran perfectas.
Manon la tomó, sorprendida.
—¿Más admiradores? —preguntó Lena con una sonrisa.
Manon solo se encogió de hombros y abrió la carta. Traía pétalos de rosa y una fotografía de la persona que la mandaba. Ambas rieron al leer que en el poema las palabras «belleza» y «cupido» se repetían cuando menos treinta veces.
—Estamos en la mesa —señaló Anfisa sin mirarlas.
—Lo siento —se disculpó Manon y guardó la carta en su bata.
—¿Yo no recibí nada? —quiso saber Imogen. Incluso su voz sonaba apagada y quebradiza.
Nessa negó con la cabeza.
—Hoy no, señora.
—¿Esperabas una carta, abuela? —preguntó Lena atravesando una zanahoria con su tenedor.
—Cora dijo que me escribiría. Me llamó ayer al teléfono de la sala. —Sus ojos azules se veían perdidos.
Todas se quedaron en silencio.
—¿Cora? —repitió Anfisa con cuidado—. ¿Estás segura, mamá?
—No me hables en ese tono. No soy tonta. —Imogen frunció el ceño—. Sabes perfectamente bien quién es Cora.
Lena buscó la mirada de Manon, pero ella se quedó observando su plato. Luego miró a su madre, quien tenía los labios apretados. Imogen no tenía ningún tipo de poder sobre el mundo de los muertos. Además de que el teléfono de la sala llevaba un par de meses sin funcionar.
Nessa caminó hacia ella le y puso una mano en el hombro.
—Tal vez mañana llegue la carta, señora.
Imogen asintió con la cabeza.
—Necesitamos saber si vendrá para Yule o no —continuó. Su barbilla se ensució de salsa y Nessa se apresuró a ayudarla a limpiarse—. ¿Por qué no hemos empezado a decorar? La casa se ve muy vacía este año.
—Mamá, todavía no es Yule —le aclaró Anfisa—. Falta mucho para la celebración.
Lena sintió que su garganta se cerraba.
Imogen se veía perdida, confundida, como si Anfisa estuviera hablando en otro idioma.
—Pero Cora aseguró que vendría para Yule.
Anfisa y Lena hicieron contacto visual. Todo se sentía como una liga que se estiraba y se estiraba cada vez más...
—Mamá, Cora está muerta. —La voz de Anfisa sonaba cruda, adolorida, herida.
Imogen parpadeó unas cuantas veces. Miró el comedor como si fuera la primera vez, como si estuviera despertando de un sueño y apenas cayera en cuenta de en dónde estaba. Su cara se puso roja y poco a poco se arrugó de enojo.
—Yo sé que mi hermana está muerta, no me lo tienes que decir. No estoy loca.
—Entonces no actúes como una. No digas que te llamó y que estás esperando que te escriba. Ella ya no está. —Su tono era incisivo, pero sus ojos estaban húmedos y, desde su lugar, Lena notó cómo se rasguñaba las cutículas.
—No le hables así. —Lena frunció el ceño.
Anfisa e Imogen discutían mucho, tal vez pocas veces las había visto convivir sin que hubiera roces, pero en esos momentos, con su abuela marchitándose frente a sus ojos, la situación se veía completamente desbalanceada.
La cara de Imogen seguía enrojecida. Sus hombros estaban alzados y tensos. Se veía avergonzada.
—Todo lo que hago te molesta.
Ese día, Anfisa llevaba el cabello pelirrojo atado en una coleta, sus ojos grises resaltaban con delineador negro. Lena se veía tan parecida a ella que quería levantarse e irse. Quería tomar las tijeras y cortarse partes de la cara para cambiar su apariencia por completo.
—¿Te gustaría que yo te tratara así si dejaras de ser tan fuerte?
Su madre bebió agua.
—No espero nada de ti, Lena. Yo sé lo que crié y desde pequeña has tenido el corazón completamente negro.
Manon, incómoda, se reacomodó en su asiento. Lena sentía el picor del llanto en los ojos, pero lo contuvo. Cada vez que encaraba a su madre escuchaba lo mismo: corazón oscuro, mala semilla… Almedha le había dicho lo mismo. En ese momento, pareció que el comedor se hacía cada vez más pequeño. No tenía el corazón negro, no lo tenía, no lo tenía. Cuatro vasos de cristal en la mesa, seis zanahorias en su plato, seis sillas en el comedor…
—Estar en desacuerdo contigo no la hace una mala mujer, Anfisa —intervino Nessa, colocándose tras la silla de Lena.
Anfisa hizo una mueca.
Lena miró a Imogen, quien se estaba abotonando su suéter con manos torpes. De nuevo tenía esa expresión perdida en su rostro. Lena se tragó su ira sintiendo como si un trago de gasolina estuviera bajándole por la garganta y quemándola por dentro. Respiró.
—Te ayudo —le ofreció a Imogen y se acercó para terminar de abotonarle el suéter.
Imogen le agradeció con una mirada cubierta por bruma.
—Mañana ayudaré a Nessa a decorar para Yule —le dijo. El rostro de Imogen se iluminó—. Espero que recibas tu carta pronto, abuela.
Imogen le acarició las muñecas y cuando Lena regresó a su lugar pudieron terminar de cenar en silencio.
—Veo que te estás llevando mejor con la señora Imogen —comentó Manon sirviendo palomitas acarameladas en un plato grande.
Lena trató de ordenar la respuesta en su mente para explicarle lo mejor que podía. No iba a olvidar lo que ocurrió aquel día en el lago ni las decisiones de su abuela que la habían lastimado. Parecía que esa abuela ya no estaba, y Lena no quería torturar los fragmentos que quedaban.
—Algo así. —Lena estaba mezclando la masa para los brownies que llevaba días queriendo preparar. Esta era una receta nueva para aumentar la claridad mental y abrir caminos. Esperaba que les ayudara a ambas a aterrizar y prepararse para la Danza de los Tres Rostros. Agregó un poco más de tierra de cruces de caminos y una pizca extra de pimienta de cayena. No demasiada o los brownies tendrían un sabor extraño.
—¿Puedes ir preparando el té? —le pidió a Manon.
—¿Manzanilla o lavanda?
Lena lo consideró un momento mientras vertía la mezcla en el recipiente para hornear.
—Creo que me gustaría té de agua de luna.
Manon dudó.
—Nunca he visto en dónde lo guarda Nessa.
Lena entrecerró los ojos tratando de recordar. Metió los brownies al horno y se limpió las manos. Caminó hacia la alacena con Manon tras ella, y abrió la puerta. Había frascos con laurel, con diferentes tipos de sales y bolsas de golpes de suerte que probablemente ya estaban por caducar. Tras las tiras de ruda colgadas estaban algunas latas con diferentes tipos de té. Había uno marcado con la letra de Nessa. Sabía que ese té era una mezcla orignal, no estaba muy segura, pero creía saber cómo prepararlo. Por suerte, todavía tenían unas cuantas botellas de agua de luna.
—Aquí está. —Abrió la lata para asegurarse y la encontró completamente vacía. Incluso había un bicho muerto en el fondo.
—Qué mala suerte, siempre me hablas maravillas de ese té —dijo Manon.
Su estómago se hundió de decepción. Quería relajarse con esa bebida.
—¿Te parece bien de lavanda entonces? —le preguntó a su amiga y ella asintió.
Regresaron a la cocina con la lata de té y Manon se encargó de poner a hervir el agua.
—¿Quieres ver películas de terror? —preguntó Manon.
—¿Tienes alguna nueva?
Casi nunca utilizaban esa habitación y las películas que tenían estaban en blanco y negro.
—No hemos visto todas las de la colección de todas maneras. ¿Has visto la de Los pájaros?
—Esa no es una película de terror, es de suspenso.
Vio a Manon sentarse sobre la barra de la cocina. Lena estaba recargada cerca del horno mientras esperaba que los brownies estuvieran listos.
—Claro que es de terror. ¿No te daría miedo si lo vivieras?
—Sigue siendo de suspenso. —Lena se encogió de hombros.
—El horror no siempre tiene que ser a lo grande o ser tan obvio. Todo está en las sutilezas que hacen del día a día un lugar escalofriante. —Manon mecía sus piernas mientras hablaba.
—Yo creo que esa película sí intenta hacer algo grande con esa cantidad de pájaros. —Lena sonrió.
—Sí, de acuerdo. —Manon siempre pronunciaba esas palabras con un ligero acento—. Pero igual me gusta la sutileza de transformar algo ordinario que tenemos en todas partes en algo aterrador.
Una pausa. La cocina comenzaba a oler a chocolate. Manon bajó de la barra para meter tres saquitos de lavanda dentro de la tetera. Tomó la olla con agua caliente y la sirvió con cuidado.
—Ya casi es el día —dijo Manon. Lena lo sabía bien. Su destino en ese momento era incierto. ¿Quién era ella si le quitaban el camino?
—No me siento del todo confiada para la prueba de magia lunar, pero creo que tengo buena oportunidad con las otras dos áreas.
—Me parece que esa prueba es en la única que me siento segura. Por aquello de la intuición y clarividencia. —Manon sacó las tazas de los gabinetes.
—Creo que lo que estás preparando con la magia de muerte va a dejar a todo el aquelarre sin palabras.
El simple hecho de atreverse a manejar ese tipo de práctica ya era algo impresionante. Lena temía que no tuviera oportunidad contra Manon, ¿qué ocurriría si perdía?
Se quedaron calladas de nuevo. Manon acomodó todo en una charola de madera.
—Ya no sé si quiero seguir con esto.
Lena se sorprendió tanto que su cerebro la latigueó. Manon le estaba dando la espalda. No pensó que ella sería quien comenzara a arrepentirse de esto. Después de todo, ella había dicho que quería demostrar de qué era capaz.
—Yo también estoy nerviosa, no te voy a mentir. Pero has estado trabajando muy duro para esto. Estamos muy cerca del evento.
Manon se giró y dejó ver la tensión en su rostro.
—Tal vez hay cosas en las que los mortales no deben meterse.
Lena se cruzó de brazos.
—Manon, tú no eres una mortal.
—Mitad mortal. Es casi lo mismo.
Negó con la cabeza.
—Vales lo mismo que cualquiera de nosotras. Tienes tanto derecho a esto como yo. Incluso mi abuela lo vio en su visión.
—Eso es lo que más me pesa. —Manon se mordió el labio inferior—. Todo lo que estoy haciendo es porque lo veo en premoniciones. Uso más mi tercer ojo que mis ojos terrenales. Me sentía frustrada por lo que ocurrió con Mikael y estaba furiosa contigo porque no valoras las bendiciones que tienes y…
Casi nunca veía a Manon molesta. Pocas veces discutían. Quería permitirle desahogarse todo lo que necesitara. Cualquiera que viviera de forma tan estricta como ella tenía que llegar a un punto de quiebre.
—Tuve la visión y, como siempre, debía cumplirse. —Un respiro—. Ahora estoy asustada: para empezar, el cadáver en mi habitación me da asco y, como si fuera poco, mi madre no deja de llamar exigiendo que regrese a casa.
Lena liberó un sonido de sorpresa. No quería que se fuera. Se sentía responsable por este problema. Si desde el inicio hubiera cumplido con sus responsabilidades, tal vez Manon no hubiera recibido esa visión. Tal vez ella pudo evitarlo. Se acercó a su amiga y la envolvió en un abrazo.
—¿Cuánto de lo que hago es mi decisión? Estoy atrapada por el destino.
Lena respiró. En alguna ocasión sintió algo similar con su mirada de la estrella y encontró unas palabras que la hicieron sentirse mejor.
—Los astros predisponen, pero no obligan. —Acarició los rizos de su cabeza—. No somos títeres de lo divino ni víctimas del caos. Tenemos libre albedrío.
Manon se aferró a ella.
—No sé siquiera si eso existe. Todo lo que he visto al final ha sucedido.
—¿Y qué importa? —Lena sonrió—. ¿Qué importa si recibes visiones? ¿Qué importa si el río te quiere empujar en cierta dirección? Es hora de que seamos la roca. Ambas.
Manon se apartó de ella y la observó. Lena siguió sonriéndole.
—Yo propongo que de ahora en adelante tomemos tus visiones como sugerencias y punto. —Lo pensó unos momentos—. Excepto algo que parezca una verdadera profecía importante, si ves que voy a matar a mi padre y desposar a mi madre espero que me lo digas. —Se carcajeó pensando en el oráculo de Delfos y Layo.
Manon arrugó la nariz.
—¡Qué asco! ¿Por qué dices esas cosas?
Lena seguía riendo, complacida por haber distraído a su amiga de ese surco de tristeza.
—Yo no lo inventé. Mándale tu queja a Sófocles.
—Si te encuentras con su fantasma, por favor dile que venga conmigo.
—Yo le paso el mensaje.
Cuando los brownies estuvieron listos, Lena los sacó del horno y dibujó una runa sobre ellos antes de cortarlos.
Manon tomó uno y lo mordió.
—Tu mejor creación hasta ahora. Se van a vender mucho.
Lena también tomó uno para probarlo. El sabor a pimienta pasaba desapercibido y lo único que se distinguía era el delicioso chocolate con un toque de café.
Pusieron el postre en la charola y Manon cargó todo con cuidado hacia la pequeña sala de televisión.
—Gracias por todo, Lena —dijo Manon en el camino—. Eres una buena amiga.
—Agradéceme haciendo tu mejor esfuerzo en la Danza de los Tres Rostros.
—Hecho está.
Se había quedado dormida sin darse cuenta. Su cabeza estaba recargada en el hombro de Manon, quien dormía profundamente con los labios entreabiertos. La televisión bañaba la habitación de luz azulada y blancuzca. En la pantalla había una mujer asustada en una regadera mientras una figura misteriosa trataba de apuñalarla. Lena bajó el volumen para que el ruido de la música y los gritos no despertaran a Manon, ella merecía descansar después del tipo de magia que había estado practicando. Así que salió tratando de no hacer ruido y subió a su habitación por un abrigo. No quería dejar pasar la noche sin visitar a Caleb.
El olor del tabaco todavía estaba impregnado por todas partes, incluso en su cabello, a pesar de haberlo lavado varias veces.
—¿Vienes conmigo? —le preguntó a Patricia mientras se ponía unas calcetas largas. Patricia soltó un pequeño gruñido.
»Lo siento, pero no. No te puedo llevar porque debo preparar todo para el viaje de mañana. —Ató las agujetas de sus botas. Su abrigo café era gigantesco y la cubría como una manta. Se enredó una bufanda gris y se encaminó al bosque seguida por su familiar que caminaba refunfuñando tras ella.
Cuando llegó a la bodega, bajó las escaleras con mucho cuidado. No estaba segura de haber dejado pasar tiempo suficiente. Cuando Anfisa tenía sus episodios, normalmente necesitaba un par de días para reponerse, por otro lado, Manon prefería que la acompañaran y la distrajeran cuando estaba afligida. No sabía cómo era Caleb en estas situaciones, pero esperaba no molestarlo con su presencia.
—Creí que no volverías.
Caleb apareció en el espejo en cuanto las antorchas se encendieron. Estaba sentado con el rostro compungido y los hombros encorvados.
—Lamento mucho haber reaccionado de forma tan indecorosa e inapropiada. Me siento muy avergonzado.
Una descarga de dolor se disparó hacia el corazón de Lena al verlo así. Le gustaría saber qué decir, qué hacer, qué tipo de pegamento usar reparar las desgarradas fibras de su corazón.
—No tienes por qué disculparte.
—Estoy en desacuerdo, pero te agradezco la intención.
Por un rato se sentaron en silencio. Ella quería acercarse y ponerle una mano en su espalda para hacerle saber que estaba ahí, pero no era posible. Pensó en todo el tiempo que Caleb había estado lidiando con voces en su cabeza diciéndole que abandonó a los suyos y dejó morir a su mejor amigo, cuando en realidad fue lo mejor. Huir lo salvó. Lena se acercó para pasar los dedos por encima del cristal, justo sobre su frente.
—Odio sentirme como una liebre que se dejó atrapar por un águila. No debí ser tan ingenuo, ni tan confiado.
Lena no estaba segura de si esto lo decía para sí mismo o para ella. Su frente estaba recargada en el espejo.
—Estás siendo muy injusto contigo mismo —respondió con voz suave—. Dices que él llevaba siglos trabajando con tu padre. Es normal que aceptemos como miembros de nuestro clan a quienes ya pertenecían a él desde antes que nosotros. Si tu padre nunca desconfió de él, ¿por qué tú sí?
—No puedo evitar pensar que lo hizo por los rumores sobre mí.
—Eso no lo sabemos.
—Pero si lo hizo fue porque no me consideró digno, se me ocurre que esa fue la razón principal. A Habari nunca le gustaron los mortales.
No había magia que pudiera ayudarlo a sanar de esto. No existía tal cosa. En los asuntos que pertenecen al tiempo y sus planes no interviene ni la divinidad misma. Así que Lena se quedó ahí, sintiéndose inútil.
—Hay una parte de mi vida de la que no tengo recuerdos —dijo Caleb en un susurro. Los oídos de Lena vibraron—. Mis primeros recuerdos son de varios doctores a mi alrededor, agujas y lancetas para pinchar mi carne. —Se rascó el antebrazo. Se veía incómodo.
—Estabas enfermo. —La intención era preguntar, pero terminó sonando como una afirmación.
—En definitiva. Pero no sé de qué. —Se encogió de hombros—. Recuerdo que pasé largas noches con fiebre y píldoras que debía tomar cada cierto tiempo, pero nadie me decía para qué eran. Incluso pasé semanas enteras durmiendo, tratando de recuperarme, pero ¿recuperándome de qué?
—¿No se lo preguntaste a tus padres?
—Sí, y eso es lo más extraño de todo. Lo hice varias veces y la respuesta siempre cambiaba. Eran pequeñas inconsistencias, pero estaban ahí. —Pasó una de sus manos por su frente—. Primero me explicaron que me contagié del mal del cancerbero. Eso fue lo que creí por años, pero en una reunión escuché a mi padre comentar que me había rasguñado una harpía y fue la infección lo que casi me mata. —Los dedos de su mano derecha tamborilearon sobre la comisura de sus labios y Lena se reacomodó dentro de su abrigo.
»Son padecimientos similares, pero el tratamiento es diferente y, tomando en cuenta que eso me robó mis primeros diez años de vida, esperaría que recordaran bien de qué enfermé.
Tal vez no habían puesto suficiente atención. Tal vez tenían tantos sirvientes y enfermeros que no fueron ellos quienes estuvieron al pendiente de Caleb durante su recuperación y por eso se confundían con el tema. Pero decirle algo así sonaba brusco y malintencionado, así que prefirió no decirlo.
—Ninguna de las enfermedades explica por qué no me acuerdo de nada antes de los últimos años de recuperación. —Exhaló—. Hablarlo con mis padres no me llevó a nada. Me busqué en los registros, pero se hicieron las anotaciones sobre mí hasta que cumplí la edad suficiente para participar en campaña. Cuando los rumores empezaron, solo confirmaron que algo muy inusual me ocurrió.
La pregunta de qué fue lo que ocurrió seguía flotando en el ambiente y despertó la curiosidad de Lena. Las enfermedades que mencionaba Caleb no tenían significado alguno para ella. No sabía cuál era el mal del cancerbero o qué tan grave era la infección por rasguño de arpía. Existían muchas enfermedades que venían del inframundo, pero nunca imaginó que dentro del mismo reino del caos los demonios también enfermaran.
—Pero eso no significa que los rumores sean verdad. —Lena inclinó la cabeza ligeramente, su voz se escuchaba como si quisiera contarle un secreto a Caleb. Tal vez era un poco al revés, quizá su inconsciente trataba de dejarle entender al demonio que lo que estaba compartiendo estaba a salvo con ella y no lo repetiría.
»¿Tal vez solo querían insultarte? —Lena habló con tanto cuidado como pudo.
Caleb rio con amargura.
—Quisiera creerlo. Pero hice algunos experimentos y el resultado fue peor de lo que pensé.
Lena no se atrevió a preguntar, y Caleb tampoco dijo más. El ambiente se sentía tenso, con palabras pendientes.
—¿Qué ocurrió? —Se rindió.
La expresión de Caleb decayó. La observó por unos instantes antes de bajar la mirada. La luz de las antorchas iluminaba la cicatriz sobre su ceja, que resaltaba pálida sobre su piel bronceada.
—Si salgo de aquí, posiblemente te muestre. —Había veneno y asco de sí mismo—. A pesar de todo, poseo forma demoniaca y por eso pude recibir el poder del Incendiario. —Se frotó los ojos.
Las entrañas de Lena se retorcieron en cuanto mencionó su forma demoniaca. El dragón de humo volvió a su mente.
—Quisiera poder ayudarte —le dijo con la palma de su mano presionada contra el espejo—. Quisiera tener un hechizo para darte respuestas.
Caleb posó su mano contra la de ella. Sus dedos eran largos y sobrepasaban los suyos. Odiaba esto. No podía soportar ver la tristeza manchando su rostro y embotando su mirada.
—Quédate conmigo. —Sus ojos buscaron los de ella.
Había hilos jalándola en todas las direcciones. Quinn, su abuela, la prueba contra Manon, el hechizo que le hacía falta, los demonios de los que le advirtió Almedha, Habari, el dragón de humo, sus sentimientos hacia Caleb. Tenía tanto por resolver que se sentía bloqueada. Su mente quería apagarse y permitirle acurrucarse sin pensar en nada.
—Aquí estaré.
Se quedaron callados. Lena se cubrió la boca para apagar un bostezo. Sus ojos se estaban cerrando cuando Caleb volvió a hablar.
—¿Cómo crees que reaccione tu familia?
Los ojos de Lena se sentían tan pesados que prefirió dejarlos descansar. Era como si su cabeza estuviera llena de plomo.
—A mi madre probablemente le dará un aneurisma.
—¿Se preocupa mucho por ti?
—Solo es fatalista. Todo es una gran catástrofe para ella.
—Pero eso puede ser porque teme que te ocurra algo malo.
Lena abrió los ojos.
—Tal vez.
Caleb asintió con la cabeza.
—¿Cómo es Quinn?
Observó cómo poco a poco en sus labios se iba formando una sonrisa. Le vino a la mente una Quinn radiante, con el cabello negro y pecas en el rostro, bailando en la celebración de Samhain.
—Es como el sol.
Y así era. Energía cálida y fuerte. El complemento que tomaba la palabra cuando Lena se sentía tímida de pequeña, que la abrazaba en las noches cuando los espectros no la dejaban dormir.
—Sé que estará muy feliz de volver a verte.
O tal vez no. Tal vez la odiaba por lo que hizo.
—No sé qué pasó ese día y no tienes que contármelo si no lo deseas, pero…
—Gracias por entender —lo interrumpió. Caleb cerró la boca de inmediato.
Lena sintió un tirón en el pecho. Sus músculos se tensaron y resistió el deseo de abrazar sus piernas y esconder el rostro entre sus rodillas. Él solo asintió con la cabeza, no la presionó.
—Es mejor que me vaya a descansar. —Se puso de pie—. Es posible que no nos veamos en un par de días.
—¿Conseguiste un hechizo?
—Sí, al parecer es de una fuente confiable.
Ulf la llevaría a hacer el trueque por él, pero era información que no era necesaria para Caleb en este momento.
—Por favor, ten cuidado.
Lo tendría. Aunque no podía garantizar que regresaría tal cual se fue.