—Es lo suficientemente resistente como para llevarnos a los dos. — Sonrió orgullosa. Ella misma la había fabricado con ayuda de Berterry, se deslizaba de maravilla en los aires. Como cuchillo sobre suave mantequilla.

—No, de ninguna manera. —Se hizo hacia atrás, como si la escoba lo fuera a morder.

—¿De qué hablas? ¿Cómo planeas llegar entonces?

La villa de Yggdrasil estaba bastante lejos y debían ahorrar todo el tiempo posible.

—Estacioné mi motocicleta en el pueblo.

—En ella el viaje nos tomaría cuando menos tres días —refutó.

—No pienso subirme a esa cosa. Es peligroso.

Lena puso los ojos en blanco.

—¿No has escuchado lo que dicen los mortales? Volar es la forma más segura de viajar.

Ulf torció la cara.

—En avión, Lena. Las estadísticas de seguridad de estas cosas han de ser terribles.

—No seas un bebé. Es lo más rápido. Llegaremos en pocas horas. —Lena sonrió.

Ulf arrugó la nariz.

—No pienso subirme a esa cosa.

—Bien, entonces iré sola. —Lena montó su escoba y empezó a levitar cerca del suelo.

—Espera. —Ulf alzó ambas manos—. ¿Segura que no quieres intentar con mi motocicleta? Puedo ir bastante rápido. Conseguí un casco extra solo para ti.

—Sonrió.

—Nos vemos después, Ulf.

Ulf gruñó y se rascó la cabeza.

Está bien.

—Buena decisión, sube. —Ulf la abrazó por la espalda de inmediato, Lena sintió que sus costillas se romperían. —No puedo respirar—. Se quejó.

—Lo siento. —Aflojó su agarre.

Lena miró por encima de su hombro.

—No me digas que te da miedo volar.

—Claro que no.

Así que Lena se elevó por encima de los árboles. Ulf gritó, se movió y se volvió a abrazar de Lena con fuerza. La escoba se sacudió.

—Bien, lo admito, bruja. Me aterra volar. ¿Contenta?

Lena sonrió.

—Tranquilo, estás en manos de una experta. Solo no te muevas mucho o me vas a hacer perder el equilibrio.

—Seré una estatua.

Lena asintió, tomó aire, se inclinó hacia enfrente y avanzó en su escoba tan rápido como pudo. El aire le golpeaba la cara y hacía que todo lo que estaba abajo se viera más pequeño. Arriba en el cielo no envidiaba en absoluto a aquellos atados a la gravedad, volar era adrenalina pura.

—Por todos los infiernos. —Ulf se quejó—. ¿Tienes que dar tantas vueltas?

El aire le golpeó la sonrisa. Trataba de mantenerse tan lejos del suelo como pudiera para evitar ser vista por los mortales. Un ligero escalofrío le recorría la piel. Casi chocan con una formación de patos. Dos veces. Pero todo iba bien.

Descendieron conforme se acercaron a la villa, Ulf casi la estrangula cuando intentó abrazarse a su cuello.

—Presta atención, creo que estamos por llegar —le pidió Lena.

—Bajar es la peor parte. —Lo escuchó decir. Ulf se asomó por encima del hombro de Lena—. ¡Ahí! ¡Es ahí!

Señaló un lugar entre las montañas. Lena asintió y voló hacia allá.

—Voy a vomitar —confesó Ulf una vez que sus pies tocaron el suelo. Se puso en cuclillas y se cubrió la boca con una mano. Su piel se veía ligeramente verde en ese momento. Lena buscó en su bolso y sacó una botella de agua. Ulf la aceptó y la bebió completa.

—No estuvo tan mal. Llegamos rápido —dijo Lena.

Ulf se tomó unos momentos más antes de ponerse de pie. Alzó la barbilla tratando de recuperar algo de dignidad.

—Cada vez descubro más cosas desagradables de ti, bruja.

—Lo mismo digo. —Lena se encogió de hombros.

La entrada era un marco de metal con tiras anaranjadas cayendo como una cortina. Desde el cielo no había visto nada, parecía un campo vacío. Había alguna especie de encanto sobre ese lugar. Le tomó unos segundos prepararse mentalmente antes de cruzar la cortina con Ulf tras ella.

Era completamente distinto a cualquier cosa que hubiera visto antes. El cielo estaba oscuro a pesar de que era de día. Lo más extraño era que parecía pintado con acuarelas. Se veía negro como tinta, con estrellas dibujadas en color blanco y una luna bastante falsa. Era increíble.

La pequeña villa estaba bañada de luz cálida por las linternas de papel que flotaban por todas partes. Las había de todos los colores. Blancas, azules, rosas. Era como estar en un festival. Había música de flautas y tambores, pero no podía ver ningún instrumento tocando.

—Bienvenida a la villa de Yggdrasil —dijo Ulf.

Lo primero que notó fue el delicioso aroma a pollo frito que venía de un restaurante a su izquierda. Afuera había una chica con un menú en la mano invitándola a pasar. El techo de madera tenía varios focos amarillos colgando y un letrero gigantesco de color rojo.

—Comeremos después —le indicó Ulf poniéndole una mano en el hombro—. La choza del brujo está hasta el final de la villa.

Lena suspiró con decepción y siguieron caminando. Parecía una villa meramente comercial, todos los puestos que se había topado eran tiendas o restaurantes. La fuente arrojaba agua lila y varios árboles, en vez de hojas, tenían motas de colores.

Cientos de personas adornaban las calles. Algunas brujas usaban sombreros formales, también distinguió unos cuantos demonios. Todo se veía vivo y despierto.

—¡Acérquense! ¡Acérquense! —gritó un hombre con sombrero de paja y ropa negra frente a un árbol de cerezos.

Un grupo de personas empezó a reunirse. A Lena le ganó la curiosidad.

—Vamos a ver —tomó a Ulf por la manga de su suéter y lo jaló hacia la multitud.

La gente estaba murmurando con intriga. En la diminuta mesa frente al hombre había varias hojas de papel de colores. Tomó una y empezó a doblarlo en diferentes direcciones con dedos diestros hasta que alzó una grulla de origami.

—Si haces los dobleces correctos, incluso aquello que se ve ordinario puede transformarse por completo —empezó a decir aún con la grulla en la mano—. De un simple trozo de papel, ahora tenemos un ave.

La grulla empezó a moverse y el hombre la soltó para dejarla volar con sus alas de papel. Daba vueltas sobre la cabeza de su creador y todos empezaron a aplaudir. El hombre tomó después una hoja verde y la dobló hasta formar una mariposa. La lanzó al viento y empezó a aletear con vida propia. El hombre juntó las palmas de su mano y, cuando las abrió, montones de grullas y mariposas salieron y comenzaron a revolotear a su alrededor.

Las exclamaciones de sorpresa inundaron el ambiente. Lena aplaudió impresionada. Era una técnica que no conocía. No dejaba de sonreír.

—Les agradezco a todos. Bendecidos sean. —El hombre hizo una reverencia—. Pueden llevar esto a sus casas por tan solo una moneda dorada.

Algunas personas se acercaron, sobre todo los niños. El hombre tenía una canasta en la que se le depositaba el dinero. Lena caminó hacia él sintiéndose ligera y animada.

—¿Acepta dinero mortal? —preguntó. Ulf metió la mano a uno de sus bolsillos y sacó una moneda.

—Yo invito. —Puso la moneda en la cesta.

—Oh, no, por favor —se resistió Lena.

—Insisto. —Guiñó un ojo—. En compensación por el viaje gratis.

Lena sonrió y aceptó. El hombre le entregó una grulla color menta y ella la guardó en su bolso.

—Gracias, Ulf. Me encanta. Patricia va a amar esto.

—Iug —se quejó Ulf—. Si lo va a usar esa bestia sedienta de sangre, mejor la devolvemos.

La bruja le golpeó el hombro con fuerza.

Pasaron frente a un carrito de brochetas y el olor fue demasiado tentador como para resistirse.

—¿Qué son? —indagó Lena asomándose al mostrador.

—¿Qué cosa? —preguntó la chica que atendía el puesto. Lena apuntó hacia la brocheta colorida entre las de carne y pollo.

—Es dango de recuerdos, señorita. —Cuando vio la cara de confusión de Lena, continuó—: Evocan momentos especiales de la vida de la persona que los ingiere.

—Deme dos —pidió Lena casi brillando. Era una increíble idea para su propia práctica.

Regresó con Ulf y le entregó uno de los pinchos.

—Dime a qué sabe.

Ulf lo aceptó y lo terminó casi de un solo bocado. Sus cejas se alzaron.

—Sabe a ganar un concurso de deletreo escolar. Sabe a flores y a abrazos de felicitación.

Lena comió el suyo y su rostro se iluminó.

—Este sabe a patinar sobre hielo con amigos en el invierno.

Qué creación tan más maravillosa. Se pondría a investigar sobre esto al volver a casa.

—Sé que hay mucho por ver, pero nos estamos distrayendo —comentó Ulf. Caminaron sobre un puente de piedra y un diminuto río pasó por debajo de ellos.

Unas chicas en vestidos lindos pasaron junto a Ulf y lo saludaron.

—Buenas noches, señoritas. —Él hizo una leve reverencia y ellas rieron con coquetería antes de seguir caminando.

—Menos mal que tú sí estás enfocado. —Lena arqueó una ceja.

Ulf sonrió avergonzado.

—Lo siento, a veces me dejo llevar.

Pasaron por un stand de juegos de dardos en donde un hombre ebrio intentaba ganar un peluche de cisne. La música de las flautas los seguía en todo momento.

Lena se encontró con una tienda de materiales mágicos y aprovechó para entrar a dar un vistazo y comprar los ingredientes que le hacían falta para su presentación. Ulf decidió quedarse afuera a participar en una partida de cartas callejera.

Los estantes de la tienda estaban repletos de velas de diferentes colores para distintos propósitos. Había algunas velas de miel y otras para invocar a los espíritus. Lena dudó, pero al final decidió tomar una de esas. No sabía cómo activar su nuevo poder ni mucho menos cómo controlarlo, así que consideró prudente prepararse. En otras estanterías había cientos de muñecos vudú y varias opciones de calderos. Lena sacó la lista que había preparado y se acercó a la dependienta para que le ayudara a conseguir lo que necesitaba.

Cuando salió con todo en una bolsa de tela, Ulf estaba conversando con un chico de rostro lindo y anteojos. Tenía la mano sobre su hombro, luego le pasó un mechón castaño detrás de la oreja.

Lena se aclaró la garganta y Ulf se apartó de inmediato para correr a su lado.

—¿Más distracciones?

Él se encogió de hombros mientras empezaban a caminar.

—¿Qué puedo decir? Hay que disfrutar de todos los frutos del edén.

Lena puso los ojos en blanco, entonces notó todos los anillos y collares de oro que traía.

—¿Qué es todo eso?

—Los gané. Esos tontos contra los que jugué no tenían ninguna oportunidad.

—¡Maldito demonio! —Escucharon la voz de un hombre retumbar a lo lejos—. ¡Hizo trampa!

—Es mejor que apresuremos el paso, no queremos causar una escena. —Rio nervioso, tomó la mano de Lena y corrieron.

—No puedo creer que hicieras trampa.

Dieron la vuelta en un callejón y la parte concurrida de la villa quedó atrás. Esta zona aún tenía algunas linternas, pero se veía mucho más oscura. Había algunos negocios clausurados y varios basureros. La música ya no se escuchaba.

—No es trampa, solo es mi propia interpretación de las reglas del juego. Son cosas distintas.

—¡Eso es hacer trampa!

—Yo lo llamaría ser astuto. —Ulf sonrió satisfecho—. Además —se inclinó hacia ella—darnos prisa funcionó porque ya llegamos a la casa de Torbjörn. Al final, todo resultó bien.

Lena miró a su alrededor buscando.

—Está detrás de ti.

Se dio la vuelta. A unos metros había una choza pequeña construida con madera vieja y roída. Hormigas de preocupación subían y bajaban por sus fibras. Ulf metió las manos a sus bolsillos.

—Estaré aquí afuera si me necesitas.

—¿No vienes conmigo? —Sus cejas casi tocan su coronilla.

—Son sesiones personales. Sin excepción —negó Ulf.

Lena estaba nerviosa. Más que nerviosa. La posibilidad de que este brujo le pidiera entregar uno de sus ojos, que sacrificara su vida entera trabajando para él o que hiciera encargos turbios y peligrosos estaba latente. Pensó en no entrar, en darse la vuelta y regresar a la calidez y el bullicio. Pero no podía. No tenía otra opción.

—¿Cómo sabemos que está en casa? —preguntó antes de limpiarse el sudor de las manos con su vestido.

—Siempre está —respondió Ulf.

Muy bien. Lena podía hacer esto. Estaba lista. Estaba dispuesta a bajar hasta el inframundo por su hermana, nada podía ser peor. ¿Qué pasaría si pedía dinero? Traía todos sus ahorros en su bolso, pero quizá no sería suficiente. ¿De dónde obtendría más en poco tiempo? ¿Ulf podría ayudarla o el pago tenía que ser exclusivo de ella?

Seguía sudando. Caminó unos cuantos pasos y no lograba apaciguar sus latidos. Notó a los alrededores a varias personas mendigando. Había una mujer hecha de cera blanca utilizando una capa rasgada con capucha. Su rostro y manos se veían como si se hubiera estado derritiendo, pero la cera se había enfriado al final. Su nariz se estaba deshaciendo y de su rostro colgaban gotas de lo que alguna vez fue su extraña piel. Se acercó a Lena con un ligero cojeo. Esta escuchaba sus quejidos y su respiración pesada.

—Unas monedas, por favor. —Tomó la manga del vestido de Lena. Sus labios no se podían separar mucho al hablar—. Por favor, ayúdeme. Perdí todo. —Sus ojos grises miraban a Lena suplicándole.

Lena de inmediato buscó en su bolso algo de dinero.

—No, dame las monedas a mí. —Un hombre caminó hacia ellas en cuatro patas. Su espalda estaba torcida de forma antinatural. Tenía marcas de quemaduras por todas partes y su espalda exhibía restos de lo que alguna vez fueron impactantes alas.

—Atrás, suéltenla. —Ulf apartó las manos de la mujer de cera y siguió caminando con un brazo alrededor de Lena.

—Ya conociste a algunos clientes satisfechos —dijo Ulf. Lena se sorprendió y su rostro giró para darle un vistazo más a las criaturas que acababan de acercarse a ella.

—¿Son clientes? —Su labio inferior tembló.

Ulf asintió con la cabeza y se encogió de hombros.

—La gente piensa que los condenados solo están en el infierno.

Se acercaron más y notó a otras personas penando alrededor. Una anciana en particular llamó su atención. Estaba sentada repitiendo una y otra vez una receta médica. Se mecía hacia adelante y hacia atrás.

—¿Debo tocar? —le preguntó a Ulf observando la puerta frente a sus ojos.

—Solo tienes que pasar.

Y así lo hizo.

Era ligeramente más grande en el interior, pero no demasiado. Había libros apilados en torres altas y cajas de cartón abiertas. No veía una cama ni una cocina, solo una mesa con dos sillas encontradas y una bola de cristal en el centro. Todo estaba cubierto con humo de incienso que serpenteaba por el aire.

No veía a nadie.

Siguiendo su intuición, avanzó hacia la mesa y se sentó en una de las sillas.

Aún nada.

La bola de cristal tintineaba llamando su atención, Lena se acercó para observarla de cerca. Nunca la había utilizado, pero sabía que Manon siempre llevaba una cuando tenía sesiones con mortales. No sabía si era para efecto visual o si en verdad tenían un propósito. Cuando levantó la mirada, casi se cae de la silla al ver a una persona sentada frente a ella. Llevaba una túnica negra y guantes largos. No podía verle la cara porque estaba cubierta por una máscara blanca y redonda. Los labios de la máscara estaban pintados con labial rojo e insinuaban una sonrisa con hoyuelos. Las cejas negras habían sido delineadas con un pincel muy delgado y dos círculos rosados simulaban las mejillas. Sus oscuros ojos rasgados también estaban dibujados, Lena se preguntó si la persona detrás podía ver. Reconocía ese estilo de máscara de la cultura japonesa, pero jamás había visto una en persona. El brujo tenía otra cabeza unida a la suya por la parte superior del cráneo, cuya máscara invertida dejaba al descubierto unos ojos azules que seguían a Lena atentos a cada movimiento.

—¿A qué debo el honor de la visita de la suma sacerdotisa? —Su voz era aguda y estaba amortiguada por la máscara.

Lena se reacomodó en su asiento.

—Estoy en busca de un hechizo. —Mantuvo su voz firme. Entrelazó las manos encima de la mesa para disimular cuánto estaba temblando.

—Por supuesto. ¿En qué le puedo servir?

Los ojos azules se movieron de Lena a la bola de cristal.

—Pregúntale por su abuela. Pregúntale eso. —Una segunda voz femenina y aguda se escuchó salir de la segunda cabeza.

—Disculpe a mi hermana, es un poco imprudente.

—No se preocupe. Mi abuela está bien, dentro de lo que cabe. De hecho, el conjuro que busco es para uno de sus hechizos.

—Ya veo. —Torbjörn estiró su mano enguantada—. ¿Me permite verlo?

Lena sacó de su bolso el trozo de papel con el hechizo y se lo entregó. El brujo lo acercó a sus ojos dibujados.

—Déjame ver a mí también —demandó la voz de su hermana y Torbjörn alzó el papel. Los ojos azules se movían sobre las letras y Lena se sorprendió al notar que podía leer al revés.

—Quisiera saber si existe un hechizo que pueda abrir una puerta desde adentro del espejo que se menciona. —Rozó sus muelas superiores contra las inferiores y movió sus manos hacia su regazo.

Torbjörn asintió con la cabeza.

—Confío en que podremos darle lo que necesita.

—Pero tiene un precio, dile nuestro precio. —Los ojos azules la miraron atentos.

La incertidumbre bajó por el esófago de Lena y cayó directo en su estómago.

—Usted necesita un conjuro para abrir cerraduras, también se conocen como hechizos de desbloqueo.

—¿Y me puede garantizar que funcionará? He intentado con todo tipo de hechizos.

—Mi magia es infalible, venerable sacerdotisa. Usted no es la primera bruja con un predicamento de esta índole a la que asisto, y ciertamente no será la última. —Los dedos de Torbjörn tamborileaban sobre la mesa.

Cualquier rayo de esperanza que producían esas palabras era aplacado por el miedo a lo que fueran a pedir a cambio.

—El precio, dile del precio —insistió la hermana.

—Estoy dispuesta a hacer el intercambio —informó la bruja.

Torbjörn se puso de pie y caminó hacia una de las cajas del fondo. Era gigantesco. La otra cabeza casi tocaba el techo. Unos quejidos se escucharon desde el piso de madera cuando el brujo empezó a caminar. ¿Almas en pena? Lena no percibía ningún fantasma cerca.

—Disculpe el escándalo, sacerdotisa. —Pisó con fuerza varias veces con el pie derecho. Si pudiera verle la cara, seguro estaría retorcida de furia.

Las voces callaron y el brujo se agachó para hurgar en una de las cajas. Regresó a la mesa con un pergamino y una brocha, extendió el papel y Lena se sorprendió al ver su nombre completo al inicio de todo. Lo leyó rápidamente. Era un contrato.

—Dice que estoy obligada a cumplir con mi parte de la negociación, pero no dice en qué consiste. —Se humedeció los labios y observó los ojos de la máscara del brujo.

—Podemos acordarlo al final. —Inclinó un poco la cabeza.

Lena se negó y dijo:

—No firmaré hasta saber con qué debo pagar.

Torbjörn se enderezó. Sus manos se apretaron en puños sobre la mesa.

— Es perfectamente entendible.

—Dile lo que queremos, dile. —La voz de la hermana sonaba casi hambrienta.

Torbjörn tomó de vuelta el pergamino y con el pincel hizo unas anotaciones con tinta negra. Después lo deslizo de nuevo hacia Lena y ella lo tomó con ambas manos.

Poco a poco, sintió cómo la sangre bajaba hasta sus pies, su expresiòn decaía al leer las palabras escritas en el pergamino. Esto era lo peor que podía pasar. Ni siquiera había considerado esta posibilidad. Sabía que tendría que pagar un precio alto, pero nunca se imaginó que sería eso.

—No es negociable —indicó el brujo y volvió a acercarle el pincel—. Necesito sus iniciales y firma clara en donde está la equis.

—Pero cómo voy a…

—Tendrá un periodo de gracia de treinta días después de realizado el conjuro para cumplir con su parte del acuerdo, por lo que, si ordena sus compromisos y pendientes no debería tener ningún problema para pagar.

—Un mes. —Lena sentía que se hundía en la silla. Esto la estaba haciendo sentir como si el mundo mismo la estuviera aplastando.

—¿Cuál es su decisión?

Lena se quedó callada leyendo una y otra vez las palabras frente a ella, deseando con todas sus fuerzas que cambiaran, que se movieran, que dijeran algo distinto. Pero por más que trataba de manifestarlo, no sucedía. El pergamino seguía diciendo exactamente lo mismo.

Ya había llegado hasta ahí. No podía retractarse ahora. Debía ser fuerte, valiente y encarar la situación. Ella se había metido en ese problema aquel día del lago y ella misma iba a salir de ahí.

—Acepto.

Levantó el pincel y plasmó su firma sobre el papel.

Torbjörn asintió con la cabeza y volvió a enrollar el pergamino.

—Le agradezco infinitamente su apoyo, sacerdotisa.

La hermana gritó de felicidad.

El brujo se puso de pie y caminó hacia una cajonera, de donde extrajo una caja de madera.

—Venga conmigo, por favor.

Lena se puso de pie y se acercó. Le dolía el cuello por lo mucho que tenía que estirarlo para ver hacia los ojos de la máscara.

—Elija uno, por favor. —Abrió la caja y encontró varios marcadores de diferentes colores. Lena señaló uno de color rojo.

—Tómelo, es suyo para dibujar la puerta que necesita.

Lena lo guardó en su bolso con cuidado.

—Debe usar su sangre para activarla, así que no olvide llevar una daga u objeto afilado cuando cruce. Recuerde que, según el hechizo que me mostró, solo se abre la puerta desde adentro del espejo. De lo contrario, no funcionará.

Lena asintió. Su estómago rugía y le quemaba el esófago.

—Solo puede usarse una vez. —Alzó el dedo índice—. Así que hágalo bien.

—¿No debo decir ningunas palabras?

Torbjörn levantó la mano y la acercó a lo que parecía ser su oído, la máscara cubría bastante. Hurgó unos segundos dentro de su cabeza y, al final, sacó poco a poco un gusano negro.

Lena puso cara de asco. Torbjörn lo sostuvo con dos dedos. El gusano se movía y se retorcía.

—Un gusano auditivo —explicó él y lo acercó hacia la oreja de Lena. El gusano se deslizó dentro de su oído y ella cerró los ojos con fuerza al sentirlo abrirse camino a través de su tímpano. Dolía. Era una sensación horrible.

—Las palabras para el conjuro están ahora dentro de su mente, estimada clienta.

Lena abrió los ojos y se concentró, tratando de pensar en el hechizo. En blanco. No venía nada a ella.

—No es verdad, no tengo el hechizo —reclamó.

—Por favor, no se desespere. Cuando llegue el momento en que lo necesite, vendrá a usted y, cuando haya terminado, el gusano se marchará.

Lena entendió el procedimiento. Le daba escalofríos pensar que había un gusano dentro de su cabeza.

—¿Esto es todo? —preguntó.

—Así es. Le agradezco mucho haber elegido mis servicios. Espero que podamos volver a trabajar juntos. —Hizo una reverencia.

Ella pensó en darle las gracias también, pero el precio que pagaría por lo que le entregó sería más que suficiente. No podía evitar creer que fue hecho con dolo. La hermana se veía demasiado complacida por el pago pactado.

Salió de la choza con ojeras marcadas y sintiéndose completamente sacudida por lo que acababa de aceptar.

Ulf estaba fumando y caminando de un lado a otro; lucía alterado.

—¿Cómo te fue?

—Lo tengo —respondió Lena.

El rostro de Ulf se iluminó con una gigantesca sonrisa.

—Lo lograste. —Se acercó y parecía que iba a abrazarla, pero se retractó—. ¡Lo lograste! —volvió a decir.

—Todavía no puedo creerlo. —Lena exhaló—. Pero ya estamos más cerca.

Ulf la observó con sus ojos perspicaces. Su sonrisa se borró poco a poco.

—¿Cuál fue el pago?

Lena esquivó su mirada.

—¿Lena? ¿Qué te pidió?

—No es nada. Lo importante es que ya tenemos el hechizo y podemos volver a casa.

—No esperarás que me quede sin saber.

—Deja de ser tan molesto —dijo con ira—. No quiero hablar de eso y es todo. No te incumbe. Volvamos a casa.

Frunció el ceño de regreso a la parte concurrida de la villa, siguiendo el camino de linternas.