—¡Bendecida Danza de los Tres Rostros! —le dijo con una sonrisa.
—Bendecida danza para ti también.
Manon la tomó por el brazo y juntas caminaron hacia las bebidas.
—No imaginé que fueran a hacer esto tan grande — comentó Lena.
—Todos están muy emocionados. Es la primera vez que nuestro aquelarre permite una tradición nueva.
—No tan nueva, en realidad. —Lena se encogió de hombros.
Después de todo, era algo que existía desde hacía tiempo, pero los aquelarres modernos se estaban readaptando para escoger a la nueva suma sacerdotisa.
—Como sea. —Manon tomó un par de copas y las llenó de vino tinto. Le ofreció una a Lena—. Está encantado —le explicó y alzó la suya—. Por una competencia justa y una amistad larga.
Chocaron sus copas y bebieron. Sabía amargo, pero la magia les provocó chispas en la lengua.
Vio a algunas brujas acercarse a su abuela y entregarle obsequios que Anfisa no tardaba en acomodar detrás de ellas en una mesa.
—Vamos a bailar —sugirió Manon, y ambas corrieron frente a la hoguera. Todos los brujos presentes, mayores y jóvenes, se tomaron de la mano en un gran círculo alrededor de la hoguera esperando que iniciara la siguiente canción.
Los músicos tocaron una melodía animada y los gritos de emoción empezaron. Todos tomados de la mano giraron alrededor de la fogata, dando pequeños saltos y cantando lo que sabían de la canción. Lena reía sintiendo la música en sus huesos.
La noche es de aquellos que no le temen a la magia.
Hijos de la diosa, levantaos para danzar bajo la luna.
Los que no temen caminar con Hécate
y aquellos que invocan a los elementos
están invitados a bailar libres frente al fuego.
La melodía despertaba algo dentro de ella. Cuando todos se soltaron, siguieron danzando con giros y sonrisas. Lena alzó las manos y dio saltos frente al fuego.
Algunos brujos tomaban tierra y la pasaban sobre su piel. Todos estaban riendo en completa euforia.
Un chico encendió un sahumerio y abanicó el humo hacia los bailarines con una pluma.
El tambor marcaba el ritmo y Lena tomó las manos de Manon para que pudieran bailar juntas.
—¡Por la nueva suma sacerdotisa! —exclamó alguien.
Y todos exclamaron en acuerdo.
Lena se cansó de bailar y decidió acercarse de nuevo a las bebidas por algo de agua. Estaba jadeando, pero tenía una enorme sonrisa en el rostro. Se sirvió agua y se la terminó en un par de tragos, derramándola por su barbilla. Sintió una mirada, era Nessa observándola con atención desde la entrada de la cocina.
Una punzada le recorrió el abdomen. No sabía si comentarle algo a su familia en ese momento o esperar a que terminara el evento.
La música se detuvo y su madre se levantó de su asiento.
—Por favor, escúchenme un momento —dijo Anfisa y los invitados comenzaron a reunirse frente a ella—. Estamos por iniciar la ceremonia, pero antes quiero agradecerles su presencia y compañía.
Anfisa ayudó a Imogen a ponerse de pie. Su cabello plateado estaba recogido y traía un vestido muy holgado.
—Bendecidos sean todos, hermanos míos. Gracias por despedir conmigo el ayer y por recibir con nosotras una nueva promesa para el mañana —habló Imogen.
Los invitados respondieron con sus bendiciones y se sentaron en diferentes puntos del pasto. Todo estaba listo, era momento del reto. Finalmente, la Danza de los Tres Rostros había empezado. Pasó saliva y caminó junto a Manon para poder empezar.
La primera etapa de la danza estaba dedicada a Selene, a la luna, así que ambas pusieron sus ofrendas al centro. Lena entregó varios collares de plata y Manon, una piedra de luna.
Se alejaron de sus ofrendas y se dieron la mano.
—Buena fortuna, Lena.
—Buena fortuna para ti, Manon. —Lena guiñó el ojo.
Los músicos volvieron a tocar sus flautas y violines mientras las amigas se enfrentaban.
Manon empezó con la lectura de tarot. Había comprado un mazo especialmente bello con detalles plateados y pidió a alguien de entre los invitados que se acercara. Mildred se ofreció como voluntaria y Manon revolvió las cartas. Todos observaban la lectura con respeto y en silencio. Una vez que terminaron, Manon guardó su mazo dentro de un saquito oscuro.
Al finalizar los aplausos, llegó el turno de Lena. Sabía que no era su área más fuerte, así que preparó una demostración muy simple. Colocó un plato con sal y algunos cuarzos adentro. Alzó todo hacia la luna y empezó a invocarla para que besara con su magia lo que le ofrecía. La sal empezó a brillar como si estuviera hecha de polvo de diamantes y Lena sacó los cristales. Estaban hirviendo en su mano, le regaló uno a Manon en señal de buenas intenciones, conservó uno para ella y el otro lo colocó en las ofrendas.
Más aplausos.
La segunda parte pertenecía a Hécate y era sobre magia práctica. Lena sentía mucha curiosidad por ver lo que su amiga presentaría. Manon y Berterry se acercaron con un jarrón gigantesco hacia el centro de todo. Ella cerró los ojos y empezó a murmurar.
—Allez! —dijo en francés y el agua de la fuente se levantó.
Manon movió las manos y el agua comenzó a enredarse en un pequeño torbellino. Con otro movimiento, se transformó en una esfera suspendida en los aires. Acercó sus dedos y, mientras los movía, empezó a cambiar otra vez hasta que finalmente adquirió la forma de un pez dorado nadando en el aire.
Lena ahogó un suspiro. Lo que Manon había creado era en verdad hermoso. El pez flotó por encima de los invitados y del aquelarre. Movió sus aletas hacia el rostro de Lena y ella no pudo evitar tratar de tocarlo con la punta de los dedos.
Manon lo llamó de vuelta y con otro movimiento el pez volvió a ser parte de la fuente.
Las exclamaciones de sorpresa, las felicitaciones y los silbidos de emoción retumbaban en los oídos de Lena. Manon se movió para permitirle el paso y Lena se acercó al centro con una charola. Se preguntó si lo que eligió para su demostración era lo suficientemente bueno. Tal vez debió pensar en algo más llamativo, algo con más diente, más empuje.
Se plantó con fuerza y levantó la cabeza con orgullo.
—Les presento el algodón de azúcar de ensueño. —Había unos cuantos conos con algodón celeste frente a ella—. Al comerlo, vendrá a ustedes el sabor de aquello que más anhelan de su niñez. —Acercó la charola a las brujas de su aquelarre.
—No sé si tengo suficiente para todos los invitados, pero junto a la mesa de comida hay más algodón. Preparé bastante.
Varios brujos se pusieron de pie y fueron por un cono de algodón de azúcar.
Sentía burbujas de nerviosismo bajo la piel. Tal vez había sido una idea tonta, incluso pueril; se había inspirado en lo que encontró en la villa de Yggdrasil y le pareció que sería buena idea, pero quizá estaba completamente equivocada y era algo ridículo.
Sin embargo, al ver cómo se iluminaban los rostros de quienes probaban su creación, recordó que esto era lo que más amaba hacer. Era una bruja de cocina. Adoraba hacer postres, preparar recetas y crear magia con eso. Era algo que le encantaba y no iba a avergonzarse por ello. Si no era suficiente para ganar este desafío, entonces no estaba calificada para el rol.
—Sabe a convertirse en princesa de las hadas. —Manon sonrió—. Es increíble.
Lena sintió su rostro transformarse mientras una sonrisa empujaba sus labios hacia arriba. Eso. Justo eso era lo que hacía que su trabajo valiera la pena.
—Sabe a tocar estrellas con las manos —dijo Berterry.
—Sabe a pintar todo el día en mi habitación —declaró su madre.
Lena sintió un pequeño pellizco en el pecho al recordar que su madre en algún momento había pensado en dedicarse al arte y quería asentarse en el mundo humano mientras estudiaba. Imogen no se lo permitió, así que Anfisa tuvo que abandonar ese sueño por completo.
Los invitados rieron con emoción jovial al recordar aquello que deseaban cuando eran pequeños, cuando la vida era más simple y cuando su alma podía mostrarse tal cual sin temer al mundo. Los aplausos resonaron y Lena hizo una pequeña reverencia.
Habían llegado a la fase final y ambas se notaban nerviosas. Lena intentaría probar el poder que acababa de descubrir, pero temía no poder controlarlo. Sabía que Manon haría una demostración con magia de muerte, había visto a la señora Frida hablando con ella en el descanso.
Lena bebió un poco más de vino deseando que las nubes que comenzaban a formarse en su mente le ayudaran a quitarse el miedo.
Vio a Nessa salir de la casa con una bolsa oscura y gigantesca. Sabía bien qué había ahí. Era el cadáver, Boris, sobre el que Manon iba a trabajar. Hicieron contacto visual y Lena de inmediato regresó a su copa.
Los músicos cambiaron a una melodía distinta, más tranquila, mientras descendían todos juntos a la oscuridad del inframundo para la representación de Perséfone.
De nuevo fueron llamadas al centro del jardín para la parte final del reto, y Lena sentía los hombros bastante tensos.
Quien inauguraría la parte final del desafío sería Manon. Sobre un pentáculo, estaba Boris completamente desnudo, excepto por un trozo de tela gris amarrado en su cintura para cubrir su intimidad. Tenía cabello negro muy corto y asimétrico, como si Manon se lo hubiera recortado sin cuidado alguno. Tal vez así lo había hecho. Su piel se veía amarillenta y enferma. Había una herida vertical en su pecho cerrada con hilo negro. Probablemente de cuando Manon le extirpó el corazón. Su brazo derecho estaba incompleto, su carne terminaba a pocos centímetros del codo. Y justo como el señor Otto les dijo aquel día en la morgue, su rostro estaba desfigurado. El lado izquierdo estaba cubierto de mordidas y grapas que mantenían la piel unida. Su nariz presentaba una herida roja en el tabique, el ojo estaba destruido por completo.
Manon encendió velas alrededor de Boris y se sentó con sus herramientas para empezar el trabajo. Todos estaban en silencio, pocos a lo largo de la historia se habían atrevido a resucitar a los muertos de esa forma. La señora Frida era la única de pie.
Manon sumergió el dedo índice en una copa que tenía junto a ella. Con el espeso y rojo líquido dibujó un triángulo invertido en la frente de Boris con una línea atravesada y una pequeña serpiente. A continuación, trazó una línea horizontal en el pecho y otra desde la punta de sus dedos hasta el corazón. Por último, dos más de los pies al pecho.
Levantó hacia el cielo la caja de plata de Almedha que Lena le entregó y después la regresó a su lado.
—Polvo y cenizas. Carne, huesos y sangre que no fluyen más, yo te llamo bajo el manto oscuro del cielo. —Estaba de rodillas ante al cadáver, con su mano sobre la frente del cadáver.
»Sigue mi voz y regresa a este cuerpo que dejaste atrás. —Alzó unas monedas de plata y las puso en el pecho de Boris—. Le ofrezco a la muerte un pago para que te permita volver con los que tenemos aliento y latidos.
Cerró los ojos y puso ambas palmas sobre el abdomen del cadáver.
—Ven a mí. Despierta y levántate, que yo, tu ama, te lo ordeno.
Se mantuvo unos momentos así, con los ojos cerrados, el viento le movía el cabello. Lena podía sentir el poder acumulándose, era la primera vez que presenciaba ese tipo de ritual. Jamás hubiera imaginado que su mejor amiga probaría magia de muerte, mucho menos frente a su abuela. La señora Frida era muy respetada y poseía muchos años de experiencia en esa área, pero jamás creyó que una bruja tan joven intentaría algo tan complicado. ¿Funcionaría? ¿Estaría por contemplar una resucitación?
Manon abrió los ojos y le hizo una señal a la señora Luda, quien, con ayuda de Berterry, le llevó un costal casi del tamaño de su cuerpo. Entre las tres lo abrieron y dejaron caer la tierra sobre el cadáver. Las brujas se retiraron mientras Manon terminaba de cubrir y acomodar la tierra sobre Boris.
Se puso de pie. Todo estaba en silencio. El aire olía a fuego y madera. La música seguía sonando en una balada.
—Te ordeno que te levantes ahora. —Extendió las palmas hacia la tumba que acababa de crear.
El patio estaba quieto.
Manon arrugó la frente y sus ojos conectaron con los de Lena antes de buscar los de Frida.
—Tu ama te ordena que te levantes ahora. —Apretó la mandíbula, su respiración se exaltó.
—Te ordeno —dijo más lento— que te levantes ahora.
Se escucharon murmullos entre los invitados. Su abuela observaba todo con mirada cansada; las arrugas alrededor de sus ojos se notaban más pronunciadas, apretaba su bastón con fuerza. Sus ojos nublados estaban clavados en algún punto del suelo.
Pausa. Los músicos dejaron de tocar y Lena se mordió el interior de las mejillas. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía ayudarla? Manon se veía perdida. Quería ofrecerle su poder y apoyo para intentar de nuevo el ritual. Este tipo de magia era difícil para una sola bruja, en especial una sin experiencia en el área, pero tal vez si ambas unían su poder lograrían conseguirlo.
Pero no podían ayudarse, hacerlo anulaba el propósito por completo. Y ahora estaba forzada a observar el predicamento de su amiga.
—Lo lamento mucho, Manon. —La señora Luda se acercó y le tocó el hombro. Su amiga se encogió con los ojos cerrados.
Lena sintió que la apuñalaban varias veces en el estómago, el aire de sus pulmones escapó dejándola sin nada. No. No era justo. Manon había sacrificado días de trabajo, había dado partes de sí para preparar el cadáver, había dormido con el hedor de la muerte y encantado un corazón para que todo resultara como lo esperaba.
Lena se acercó a su amiga y la abrazó. Manon la apretó con fuerza.
—Esto no significa nada —le dijo Lena—. Eres la bruja más increíble que existe.
—Muéstrales de qué estás hecha. —Le dio unas palmadas en la espalda—. Haz que les explote la cabeza.
Lena sonrió.
Manon dio unos pasos hacia atrás.
Los ojos de todos se posaron sobre ella. Algunos aún estaban murmurando. Sintió que sus piernas estaban débiles, ¿qué pasaría si ella tampoco lograba completar su prueba? Echó los hombros hacia atrás y trató de obligar a sus piernas a relajarse para poder desanclarlas. Era el momento. Cerró los ojos y empezó a enfocar su poder. No sabía qué hacer, la última vez no había dicho nada. Trató de visualizarse como una linterna en una habitación oscura. Intentó imaginar que estaba cubierta de luz brillante y que era un faro ayudando a los barcos a encontrar el camino en medio de la neblina.
Su marca empezó a arderle. Estaba funcionando. Ya había aprendido que cuando la mirada de la estrella le ardía como si se cortara con una navaja, algo iba a suceder.
Se escucharon pasos en el bosque y algunas cabezas giraron para ver de qué se trataba.
Lena escuchó un suspiro ahogado por parte de algunos de los invitados.
Una mujer vestida con una bata de hospital salió con pasos lentos. Su cabello estaba recogido y sus brazos eran muy delgados. Sus ojos brillaban como la luna misma. Tras ella apareció un hombre en un traje formal con un ramo de flores. Los dos avanzaron despacio hacia Lena. Imogen se veía muy intrigada, tal vez incluso impresionada, y ella no pudo evitar sentir la calidez del orgullo al haber logrado finalmente demostrarle sus habilidades a su abuela, de haber conseguido sorprenderla.
Poco a poco se abrieron paso hacia Lena, cuando estaban por llegar, se escuchó un quejido.
Su corazón se detuvo y un escalofrío le erizó la piel. Manon se tensó. De la tierra se levantó el cadáver que Manon había preparado. Boris se incorporó como una verdadera pesadilla y emitió unos alaridos tan desgarradores que obligaron a Lena a cubrirse los oídos y cerrar los ojos.
Su concentración se rompió, la marca de la estrella dejó de doler y los espectros desaparecieron.
Boris intentó avanzar hacia los invitados y algunos comenzaron a gritar de terror. Se veía como un verdadero monstruo, con movimientos tiesos e ira en su único ojo. El miedo de los invitados pareció empeorar cuando Boris enloqueció.
—Te ordeno que te detengas. —Manon se plantó frente a él con la caja de plata en la mano—. Yo poseo tu corazón. Soy tu ama y te ordeno que pares.
El monstruo se enfureció y con su brazo izquierdo la lanzó lejos. Lena vio a su amiga caer a pocos centímetros de la hoguera y corrió a ayudarla. Manon se reincorporó y empujó a Lena detrás de ella.
—Es mi creación —le dijo, al tiempo que el monstruo la tomaba del cuello y la alzaba. Manon trató de apartarlo rasguñando su muñeca. Sus pies dejaron de tocar el suelo y sus ojos se pusieron en blanco.
—Suficiente. —Su abuela se puso de pie y con un movimiento de su mano el monstruo cayó al suelo.
Caminó con la señora Frida hacia ellas y juntas trataron de someter al monstruo. La señora Frida le hundió el bastón en el centro del pecho e Imogen extendió las manos sobre él. Boris comenzó a retorcerse, sacó espuma de la boca y finalmente se quedó quieto.
Imogen perdió el equilibrio, Berterry la ayudó a mantenerse en pie. Se veía terrible. Sin mencionar que tosía sangre.
—Llévenla a su cuarto —pidió Anfisa, Berterry y la señora Luda se la llevaron. Las corrientes de aire se intensificaron tanto que casi tiraron a Lena; el suelo, por su lado, vibró de nuevo.
Los invitados recogieron sus cosas y se retiraron con prisa. Anfisa buscó agua para apagar la hoguera. Los platos con comida cayeron al suelo quebrándose en miles de pedazos. Manon estaba en el piso con las piernas contra su pecho y el rostro oculto entre sus rodillas.
La Danza de los Tres Rostros no llegó a su fin.