Mantenía la vista sobre los árboles esperando reconocer la zona, cuando la sorpresa la invadió. El hechizo sobre la bodega ya había caído. Lena descendió y, cuando sus pies tocaron el piso, la bodega seguía ahí, completamente expuesta, visible para cualquiera.
Sacó a Patricia de su bolso y entró al cuarto del espejo.
Caleb parecía estarla esperando cuando bajó las escaleras.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó él. El espejo vibraba con fuerza.
—La salud de mi abuela empeoró. —No lo miraba a los ojos, estaba dibujando un pentagrama en el suelo y acomodando los materiales—. Si no te saco ahora, creo que el espejo se romperá.
Eso significaría que Caleb jamás podría salir. El espejo era la única vía para llegar a él. El sótano iba a colapsar, le caía tierra sobre la cabeza y no sabía cuánto soportarían esas viejas escaleras.
Caleb no dijo nada, solo la observó. Era su única oportunidad. Debía lograr proyectar su cuerpo del otro lado. Era momento de demostrar su valor no solo como bruja, sino como la posible suma sacerdotisa que tomaría el lugar de su abuela en esta tierra. La última con la mirada de la estrella. Era momento de lograrlo.
Se recostó sobre el pentagrama con el besom entre sus manos, el marcador mágico que le había entregado Torbjörn y una daga. Era el momento, toda su preparación, su búsqueda, culminaba aquí. Cerró los ojos y se concentró en salir de su cuerpo.
Todo la había guiado a ese momento: desde que intentó contactar a demonios poderosos hasta el momento en el que vio a Caleb en el invernadero. Conseguiría rescatar a su hermana antes de que todo se derrumbara. Podía sentir que los escombros caían sobre ella. Poco a poco vio la luz blanca y finalmente se reincorporó en el plano astral. Tenía el marcador y la daga en sus manos.
Caminó frente al espejo, sabía que Caleb no podía verla. Solo estaba de pie observando el cuerpo dormido con el rostro tenso y preocupación en sus ojos verdes.
Lena dio un paso hacia adelante.
Y cruzó al otro lado del espejo.
Quería gritar, quería estallar en risas. No podía creerlo. Lo había logrado. Había logrado cruzar. Estaba cerca.
Todo estaba cubierto de nieve y, así como Lena veía a Caleb a través de un espejo, él la veía a ella. Del otro lado había un espejo exactamente igual, de pie sobre la nieve de esa gran nada.
Concentró su energía, le pidió a la diosa su ayuda, a sus ancestros su apoyo y al universo que le permitiera lograrlo.
—Lena. —Caleb tenía las cejas arqueadas y se veía en verdad impresionado.
—Puedes verme. —Lena sonrió.
Caleb le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza.
—No hay tiempo que perder. —Lena se acercó al espejo y dibujó una puerta con el marcador rojo. Las líneas no estaban del todo rectas, pero funcionarían. Se quedó un momento evaluando su trabajo. Ninguna línea había quedado abierta. Perfecto.
Tomó la daga y se encogió de dolor cuando pasó el filo a lo largo de su mano. Puso su sangre en el espejo presionando la mano contra el cristal. Tal cual le prometió Torbjörn, las palabras estaban en la punta de su lengua.
—Dissere portas. Dissere portas. Dissere portas. —Sabía que debía decirlo tres veces—. Sigillum rumpere.
La puerta que había dibujado comenzó a brillar con luz roja.
—Está funcionando —dijo Caleb.
—Dissere portas, sigillum rumpere —seguía cantando Lena.
Afuera del espejo, la vibración del piso hizo que el bolso de Lena cayera dentro del pentagrama.
«No».
Lena lo sintió de inmediato. El círculo había sido invadido y su fuerza se estaba debilitando. La luz roja se apagaba, la puerta no terminaba de formarse.
—No, no, no.
Quitó la mano del espejo.
—¿Qué sucede? —Caleb la miraba preocupado.
—Tengo que arreglar el pentagrama, de lo contrario no puedo proyectar el poder suficiente fuera de mi cuerpo.
—¿Puedes cruzar de vuelta?
Lena asintió. Arreglar el pentagrama le quitaría segundos vitales. Tenía que hacer esto lo más rápido posible. Caminó hacia el cristal para regresar a su cuerpo.
No pudo hacerlo.
Intentó de nuevo. Nada. Estaba atrapada.
—No puede ser. —Lena dio unos pasos hacia atrás.
Caleb lo entendió sin que tuviera que decírselo. Podía verlo en su mirada, podía verlo en su cuerpo.
Ambos estaban atrapados adentro.
—Tiene que haber una forma, este no es tu cuerpo —dijo Caleb—. ¿No hay forma de que esta versión de ti desaparezca simplemente y despiertes del otro lado?
—Si no regreso a mi cuerpo, dejaré de existir.
La manzana de Adán de Caleb se movió al pasar saliva. Ambos se miraron por un momento. Los dos pensaron en todas las posibilidades. En qué podrían hacer y cómo podrían hacerlo.
—¿Qué falta para poder abrir la puerta? —preguntó Caleb—. Si el hechizo puede salvar solo a uno, prefiero que salves tu vida.
—No importa cuántas personas crucen. —Lena exhaló—. Lo que me falta es poder. La conexión con mi cuerpo se debilitó y no puedo usar toda mi magia.
Hizo una pausa. Podía escuchar la respiración de Caleb. Su rostro estaba torcido en una mueca. Parecía estar librando una batalla interna. Se acercó hacia ella con los labios apretados en una línea de preocupación. Sostuvo las manos de Lena entre las suyas y ella no pudo detenerse a pensar cuánto había deseado esto, finalmente él dijo:
—Si lo que falta es poder, toma el mío.
Fue como si todo se hubiera apagado. Como si acabara de sumergir la cabeza en una tina mientras tomaba un baño. Todo se escuchaba lejos. Nada se sentía real. Tal vez dormía, tal vez estaba teniendo una pesadilla.
Lo que Caleb estaba ofreciéndole era precisamente lo que habían acordado no hacer. Un pacto de sangre. Un trato en el que sus espíritus quedarían entrelazados y ellos estarían conectados para siempre. Al menos hasta que Lena muriera y Caleb tomara su alma.
—Sé que no es lo que querías. No quiero hacerte daño, no quiero tomar tu alma.
«Pero no hay otra opción», resonó entre ellos. En verdad no había otra solución, era entregar su alma o perderse por completo. Lo dudó por un segundo que pareció eterno.
—Acepto —dijo al final y sintió que Caleb apretaba sus manos con más fuerza.
La soltó para caminar hacia la daga que Lena había abandonado sobre la nieve. Abrió una herida en su mano izquierda y la sangre oscura empezó a fluir.
Lena sentía que la preocupación y el nerviosismo le mordían las entrañas. Caleb volvió con ella.
—Dame tu mano, por favor.
Lena lo hizo y Caleb la tomó con suavidad. Como si estuviera pidiéndole disculpas. Juntaron sus palmas y su sangre se mezcló. Todo seguía sintiéndose completamente irreal.
—Yo, Caleb el Incendiario, honraré este pacto de sangre que nos ata aquí y ahora para ayudarnos a cumplir nuestros objetivos. —En su rostro se veía arrepentimiento y dolor. Sus ojos reflejaron una profunda tristeza.
—Yo, Lena Hanavan, honraré este pacto de sangre que nos ata aquí. —Hizo una pausa.
—Y ahora —le recordó Caleb con una sonrisa.
—Y ahora —repitió Lena—. Para ayudarnos a cumplir nuestros objetivos.
El poder y la energía se concentraron y provocaron que la sangre hirviera como trozos de carbón encendido.
—Te entrego mi poder y mi servicio.
—Te entrego mi poder y… —Volvió a hacer una pausa para tomar valor—. Te entrego mi poder y mi alma.
—Mi fuerza es tuya. Traeré de regreso a Quinn Hanavan al plano de los mortales.
—Mi fuerza es tuya y te entregaré mi alma al momento de mi muerte.
—Lo juro con sangre.
—Hecho está.
Caleb le sonrió y Lena no pudo evitar sonreírle también. Al mezclar la sangre de ambos en sus manos sintió que electricidad pura la recorrió desde la mano, pasando por la muñeca, hasta su brazo. No veía nada, solo luz. Tenía la sensación de que esa luz saldría por sus ojos.
Ella jamás había experimentado tal poder. No tenía comparación. Sentía que podía volar, que podía cortar montañas por la mitad, que podía cargar el mundo en sus hombros. Percibió algo sobre su clavícula, como si estuvieran tratando de perforar su pecho con un picahielo. Su vista se recuperó y vio a Caleb envuelto en llamas esmeralda.
Finalmente, todo se detuvo. El pacto estaba hecho.
—¿Cómo te sientes? —Caleb acarició sus nudillos con el pulgar.
—Como si tuviera sangre de dragón recorriendo mis venas.
Y así era. Era la sangre del dragón de humo. Lena se sentía como si flotara. Como si el alcohol que había bebido durante la celebración se hubiera asentado. Caleb estaba frente a ella, se veía complacido y con los ojos adormilados. Se preguntaba si él se sentía ebrio también.
Le encantaba su rostro. Por fin admitió abiertamente que le encantaba. Amaba sus ojos, la cicatriz sobre su ojo derecho, sus brazos, sus tatuajes, su expresión. Todo.
Caleb dio unos pasos hacia ella. Tomó su mejilla con una de sus manos y Lena no podía respirar.
—Estoy intentando contenerme, pero en verdad quiero besarte en este momento. —La mirada de Caleb estaba posada sobre sus labios antes de reconectar con sus ojos, como si le pidiera permiso.
Lena asintió y Caleb deslizó su mano desde su mejilla hasta su nuca, sosteniéndola con fuerza, pero sin dolor.
—Dilo —pidió Caleb, su voz grave hacía que sintiera espinas de adrenalina—. Dime que quieres que te bese —repitió. Sus ojos brillaban con fuego infernal—. Pídeme que lo haga.
Una araña de emoción estremeció la espalda de Lena. Nunca había sonado tanto como un demonio como en ese momento. Con esa cercanía, pudo distinguir ligeras salpicaduras de dorado en los ojos verdes de Caleb.
—Bésame. —Ella se humedeció los labios—. Por favor, bésame.
La acercó a él y juntó su frente con la suya. Olía a sándalo y almizcle. Podía sentir su aliento contra sus labios. La anticipación iba a acabarla.
—Por favor —volvió a decir ella, y Caleb la besó.
Ella lo besó de vuelta, atrapando la tela de su camisa entre sus dedos. Un hormigueo le recorría el cuerpo. El beso terminó, pero no se separaron, Lena se paró en las puntas de sus pies para volver a presionar sus labios contra los de él. Caleb la besó con avidez y, cuando Lena finalmente se apartó, la tomó por la cintura y volvió a acercarla a él. Lena se derritió y él la besó con más fuerza. Cuando Lena separó los labios, sintió la lengua de Caleb deslizarse al interior de su boca. Ella empezó a temblar y pasó sus manos por la espalda de él.
Escuchó un ruido del otro lado del espejo que la hizo saltar lejos de él.
—Tenemos que apresurarnos. —Lena se aclaró la garganta tratando de recuperarse. Caleb también se veía agitado.
—Retomaremos más tarde —respondió él y tomó la mano de Lena para depositar un último beso en sus nudillos.
Ella se acercó de nuevo al cristal y, con el vigor renovado, volvió a pasar el marcador por las líneas que ya había pautado. No había logrado completar el hechizo, así que no había perdido su única oportunidad.
Otra vez puso su palma contra el espejo y repitió las palabras del hechizo. La luz roja se manifestó. El cristal en esa zona se fue haciendo más delgado hasta que no quedó nada.
Escuchó a Caleb inhalar con fuerza.
—Cruza —le dijo Lena—. Antes de que se cierre.
Caleb se negó:
—Hazlo tú primero, no quiero que te quedes encerrada en mi lugar.
—Confía en mí —le repitió Lena—. Debo mantener la puerta abierta. Yo estaré detrás de ti.
Caleb lo dudó, el corazón le latía con fuerza. Tuvo que agacharse al cruzar, pero al fin estaba del otro lado con una expresión de incredulidad.
Lena cruzó también y juntos vieron cómo la puerta quedaba sellada de nuevo.
Lo habían logrado, Caleb había salido del espejo.