Lena desabrochó los primeros botones de su vestido y confirmó lo que decía Caleb. Justo sobre su clavícula, a unos centímetros de su cuello, estaba su tatuaje. Había quedado marcado por el caos.

Caleb se acercó a ella y Lena se obligó a responder al instante. Habían pasado tanto tiempo separados por la barrera de cristal que poder tenerlo por fin a su lado mantenía sus sentidos agudizados.

—Si gustas, puedo prepararte algo para mitigar el dolor —ofreció.

—No es para tanto —se rehusó Lena.

Caleb asintió mientras ella volvía a abrochar su vestido. Su mirada le entorpeció los dedos por los nervios. De cierta manera, era la primera vez que se veían y no sabía bien qué hacer, cómo reaccionar o cómo callar sus latidos. Seguramente él podía escucharlos a la perfección.

—Lena.

¿Quién le había dado el derecho de pronunciar su nombre de esa forma? Así, con profunda reverencia, como si se tratara de algo valioso. Nunca había dejado que alguien la afectara de esa forma. Se sentía tonta e inmadura, como si lo hubiera estado esperando toda la vida y esas reacciones fueran solo para él.

Caleb la tomó del hombro y ella finalmente lo miró. ¿Qué pasaría ahora? ¿Cuál era el siguiente paso? ¿Qué debían decirse?

Su voz interna gritaba y su corazón le martillaba los oídos. Quería que le hablara sobre sus sentimientos, quería saber qué sentía. Quería decir cualquier cosa, pero sus labios permanecían inmóviles. Él abrió la boca y volvió a cerrarla al instante. Se acercó a ella y atrapó un mechón pelirrojo entre sus dedos. Lena tenía miedo de respirar y que la burbuja se rompiera. Se quedó completamente quieta.

—Amo Caleb. —Ulf salió de entre los árboles usando una sudadera oscura y pantalones deportivos. Su rostro estaba manchado de sangre y tenía el cabello revuelto.

—¿Qué sucedió? —le preguntó Lena al ver su estado. Algo andaba mal, podía sentirlo en los huesos. Su collar de protección vibraba, quizá era la magia del lugar en estado de alerta.

Ulf la miró, le costaba respirar.

—Habla, Ulf —exigió Caleb—. ¿Qué es lo que está pasando?

—El aquelarre. —Pasó saliva—. Los demonios están intentando tomar la propiedad de las brujas.

En cuanto esas palabras salieron de los labios del demonio, Lena reaccionó. Sus piernas se estaban moviendo antes de que terminara de registrar lo que acababa de decirles. Su estómago se contrajo mientras corría a casa tan rápido como le era posible. No. No podía ser. Finalmente se había cumplido la amenaza que les habían enviado. No estaban preparadas para un ataque, su abuela no lo resistiría.

Todo se veía borroso, el bosque era un revoltijo de colores que no lograba distinguir hasta que salió de ahí y se paró frente a la casa, con Patricia a su lado.

Todo estaba mal. Lo que había cenado se elevaba por su esófago amenazando con salir por su boca.

Almedha estaba de pie con su capa azul, un par de pantalones negros y botas. Traía su cabello rosa recogido hacia atrás. Su pose era relajada y observaba todo con una expresión de aburrimiento mientras sostenía su varita. Tras ella había decenas de demonios de pie, con rostros horribles y garras afiladas. A Lena se le congeló la sangre en el pecho.

En la puerta del pórtico se encontraban las brujas de su aquelarre, todas vestidas de negro, con los atuendos que habían utilizado para la Danza de los Tres Rostros. Se preguntó si no habrían dormido nada por cuidar la salud de su abuela. Podía escuchar vagamente a Berterry maldiciendo a su nieta, insultándola, gritándole con todas las fuerzas de sus pulmones. Pero ninguna de sus palabras lograba que Almedha cambiara su expresión.

—¡Ven acá! —Anfisa le gritó a Lena desde la puerta, haciendo un ademán.

Almedha también volteó para mirar a Lena y levantó la mano para saludarla con una enorme sonrisa, como si estuvieran en medio de un festejo de Samhain.

Lena avanzó hacia su familia, incluso Manon estaba ahí con una expresión seria y la mirada desenfocada. Probablemente estaba consultando sus visiones en busca de una forma de acabar con esa pesadilla.

Su intuición la pellizcaba, sabía que faltaba alguien. Sabía que, si la casa corría peligro, quien debía protegerlas no estaba ahí.

—¿Dónde está Nessa? —preguntó Lena.

—Nadie la ha visto —murmuró la señora Luda—. Desapareció en cuanto la señora Imogen empeoró.

Su lengua se sentía pesada y sabía a cenizas. El viento soplaba fuerte y el cristal de las ventanas se quejaba por la brusquedad.

Todo estaba en silencio. Las brujas observaban a los invasores sin decir nada, estaban listas para lo que fuera que pudiera ocurrir.

Una cabeza rubia se abrió paso entre los demonios y caminó hasta quedar a unos metros de ellas en el pórtico.

Lena estaba tan furiosa que podía sentir lágrimas de frustración. ¿Cómo podían haber ignorado algo tan importante?

—Buenas noches a todas —las saludó Nessa con su voz queda. Como si nada estuviera ocurriendo. Lena quería enterrarle las uñas en los ojos y arrancárselos.

—Cómo te atreves —escupió Anfisa. Su cuerpo se encorvó como animal a punto de atacar.

Mildred murmuraba con las manos juntas y los ojos cerrados detrás de ellas. En un inicio, Lena creyó que le estaba rogando a la diosa por su ayuda, pero pronto se dio cuenta de que intentaba activar un círculo de protección alrededor de la casa.

Había tensión y electricidad en el aire; Lena se mordió la lengua hasta que probó su propia sangre.

—No veo nada. No puedo canalizar una visión —le dijo Manon al oído. Lena se mordió la lengua con más fuerza.

—Sé que deben estar muy confundidas, pero deben saber que quiero evitar hacerles daño. —Nessa miró a Lena a los ojos.

—¿Más del que nos has hecho ya? —rugió Anfisa.

Nessa exhaló.

—Es algo complejo. Si me permiten acercarme a la señora Imogen, todo esto terminará rápido.

La señora Luda pisó con fuerza y una fuerza invisible empujó a Nessa unos cuantos pasos hacia atrás.

—Sé que la señora Frida la está atendiendo en su habitación. Tan solo permítanme pasar, por favor. No quiero hacer esto más difícil.

Las brujas se tomaron de la mano haciendo una cadena frente a la puerta de la casa.

—Nunca —fue todo lo que dijo su madre.

Nessa hizo una pausa, miró a las brujas y después a los demonios. Enderezó los hombros y empezó a marchar hacia el pórtico. Lena bajó las escaleras rápidamente y plantó frente a ella. Sus ojos no se retractaron, no iba a ceder. Su abuela las había protegido por años y ahora ellas la iban a proteger.

—Intenté por todos los medios que no te involucraras, pero te sigues comportando como una niña —le reprochó Nessa.

—¿Cómo podías dormir por las noches sabiendo lo que planeaban hacernos? —fue todo lo que le respondió.

—Apártate, Lena. —Los ojos de la demonio se afilaron.

—No. —Apretó la mandíbula.

—No pienso repetirlo.

—Y yo no pienso moverme.

Se miraron unos instantes y Nessa avanzó.

En un parpadeo, Caleb apareció frente a ella y golpeó el pecho de Nessa con tal fuerza que salió disparada por los aires hasta que su cráneo azotó contra el metal del portón.

Lena escuchó un suspiro ahogado tras ella.

—¿Estás bien? —le preguntó Caleb y Lena asintió.

Se giró hacia Nessa al tiempo que ella se levantó y se limpió la sangre de la boca.

—Gracias por traerlo, Lena. Ahora puedo atar dos cabos sueltos en un solo día —musitó Nessa.

—Tu lucha es conmigo —gruñó Caleb.

El entrecejo de Lena se marcó con más fuerza. ¿De qué estaba hablando? ¿Cómo se conocían?

Nessa caminó hacia él con pasos pausados. Como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

—Es hora de darle el poder del Incendiario a alguien que sí sepa usarlo —le hablaba con serenidad y un toque de condescendencia. Como si estuviera charlando con un niño pequeño—. Sabes que no quieres esta carga, Caleb. Sabes que no es para ti. Déjame quitarte esta responsabilidad que nunca pediste.

Lena tensó el rostro. Se identificaba a la perfección con eso y lo odiaba. Odiaba que Nessa le dijera a Caleb que no era digno del poder que se le entregó. Patricia gimoteaba a su lado.

Los dedos de Caleb se engarrotaron y se abalanzó contra Nessa. Buscó enterrarle sus uñas en el abdomen, pero ella lo esquivó con facilidad e intentó patear la mandíbula de Caleb antes de que él atrapara su tobillo y tratara de romperle la pierna.

—¿Qué fue lo que hiciste? —le preguntó Anfisa a su hija mientras ambas veían a los demonios pelear frente a ellas.

—Mamá…

—Sacaste al dragón de humo. ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?

Manon clavó la mirada en Anfisa al escuchar sobre el dragón de su profecía. Lena estaba por abogar cuando la tierra empezó a temblar. La casa se mecía con fuerza, parecía que iba a derrumbarse. Por las ventanas se veían las luces encenderse y apagarse. Patricia gimoteaba asustada. Algo estaba por suceder.

—No. —Nessa esquivó otro ataque de Caleb y corrió hacia el frente de la casa. Las brujas no abandonaban su posición, mantenían las protecciones intactas.

—Déjenme pasar. —Su voz había cambiado. Ahora se escuchaba desafinada, grave y aguda al mismo tiempo, como si varios demonios estuvieran hablando con una misma garganta—. Déjenme pasar o les arrancaré la piel a todas y la devoraré.

Nessa intentaba perforar una barrera invisible, poco a poco, lo logró y, antes de que Caleb lograra arrastrarla de regreso, Lena caminó hacia ella tratando de llenar sus pulmones de valentía y temple. Quería respuestas, quería quitarle la máscara a Nessa, quería ver quién era realmente la persona que había estado conspirando contra ellas y con la que habían estado viviendo todo ese tiempo.

Puso la palma de la mano contra la frente de la demonio, cuya piel se volvió maleable, Lena la sintió burbujear y derretirse. Nessa comenzó a gritar con fuerza, algunos trozos de su carne desprendían humo mientras caían al pasto. Nessa retrocedió tocándose la piel herida. Su rostro había quedado completamente deshecho. Era tan solo un montón de ampollas, carne expuesta y hueso.

Almedha avanzó para ayudarla al tiempo que la casa volvía a retorcerse. Todas las brujas voltearon para observar.

—Es hora —dijo Berterry, y las demás asintieron.

Ulf salió del bosque con una expresión preocupada y corrió hacia Caleb, tratando de evitar que siguiera a Nessa.

—¡Suéltame! —Caleb apartó el brazo de Ulf y siguió al acecho.

—Amo, es mejor que nos vayamos. Todavía no se recupera por completo.

Una parte de la casa se derrumbó junto con el invernadero. Se oyó un gran estruendo y el polvo voló por el aire. Todo encajaba. Las brujas sabían que Imogen estaba muriendo. A Lena le pesaba el pecho como si hubiera bebido litros y litros de cemento puro. Su abuela estaba por partir. Nessa quería llegar a ella para devorar su poder antes de que muriera.

Nessa se movió de nuevo, pero su cuerpo se contorsionaba formando ángulos extraños mientras su piel cambiaba y se movía al tiempo que soltaba gemidos y jadeos. Poco a poco su imagen transmutó: su tamaño aumentó y su cabello se volvió más corto, a la altura de sus hombros; la forma de su cara se volvió ligeramente más cuadrada y su espalda creció. Era como presenciar la transformación de un licántropo. Y en un parpadeo, frente a todos, se encontraba un hombre. Se veía como Nessa, pero no por completo. Tenía barba rubia y cejas gruesas. Lena pensaría que podría ser el padre de Nessa si no la hubiera visto transformarse frente a sus ojos. Su ropa quedó desgarrada.

Caleb liberó un sonido parecido a un aullido, como si se hubiera convertido en una verdadera bestia, y corrió hacia el hombre para tomar su cabeza y sin piedad lanzarlo contra el piso y arrastrar su cara por el suelo. El hombre se incorporó y le plantó un par de golpes en el abdomen.

—No puedes ganarme —afirmó el hombre riendo—. ¿Cómo podrías contra mí si yo fui quien te enseñó a pelear?

El estómago de Lena se contrajo. Habari. Era Habari. El demonio que había traicionado a la familia de Caleb. Por eso quería encontrarlo, por eso había reconocido a Ulf aquella noche, nunca había tenido la intención de proteger a Lena o a las brujas del aquelarre. Quería protegerse a sí mismo.

Habari miró a Lena y entrecerró los ojos, evaluándola.

—Ya veo —fue todo lo que dijo antes de volver a abalanzarse contra Caleb. Lo tomó del cuello y lo sometió contra el piso intentando estrangularlo.

Caleb rasguñaba sus brazos tratando de transformar su piel en retazos de tela. Su aliento estaba atrapado en su garganta. Ulf tomó los hombros de Habari y lo lanzó hacia atrás.

—Si tuviste que hacer un pacto de sangre para estar a mi nivel, entonces no eres merecedor del poder del Incendiario —lo increpó Habari caminando hacia ellos de nuevo.

Caleb rio con veneno.

—Si tuviste que matar a mi familia para conseguir este poder, entonces tú tampoco.

Habari bufó.

—No estás listo para asumir el cargo, Caleb. Eres tan solo un niño.

La casa se meció una vez más y otra parte colapsó. Habari giró hacia las brujas con el rostro cargado de ira.

—Yo haré un verdadero cambio en el reino del caos. Esto no es personal, es mera política. —Volteó hacia Anfisa—. La señora Imogen iba a morir de todos modos. ¿Por qué dejar que el poder de su alma se desperdicie cuando puede servir para un propósito mucho mayor?

La cabeza de Lena zumbaba. Una vez más, ese cosquilleo que le decía que había algo que debía recordar volvía a ella. Algún asunto que había olvidado y que ahora estaba frente a ella, solo debía unir las piezas en su cabeza.

Su respiración se detuvo.

El hombre rubio en el lago. El día en el que Quinn cayó, en el que Lena cometió el peor error de su vida, él estaba ahí. Él estaba en la puerta al infierno aquella vez.

—Tú estabas ahí el día del accidente —sentenció Lena con temblor en el labio inferior.

Habari pellizcó el tabique de su nariz y cerró los ojos con fuerza.

—Veo que el té ha perdido su efecto.

—¿Qué le hiciste a Quinn? —gruñó Lena—. ¿En dónde está?

Habari hizo una mueca al tiempo que la tierra volvió a retumbar.

—Almedha —llamó Habari—. Necesito que me ayudes a limpiar el camino.

Almedha asintió y caminó hacia la casa. Alzó su varita con una mano y comenzó a recitar un contrahechizo para tumbar las protecciones que el aquelarre mantenía. Berterry se molestó y bajó las escaleras del pórtico.

—Escúchame bien, Almedha…

Su nieta movió la varita. Los ojos de Berterry se pusieron en blanco y sus manos quedaron pegadas contra su cuerpo. Intentó dar algunos pasos fuera del círculo de protección y, cuando quedó frente a frente con su nieta, ella le sonrió.

—Qué impertinente eres. —Le enterró un cuchillo de trabajo en el abdomen. Berterry cayó. Todo pareció detenerse.

En ese momento, los demonios corrieron hacia la casa con la ira del infierno. Caleb y Ulf estaban deshaciéndose de todos los que podían. Lena vio horrorizada cómo algunos se abalanzaron sobre el cuerpo de Berterry y le arrancaron los brazos para comérselos. Uno le dio un mordisco a su cabeza, como si fuera una manzana.

—Toda esa habladuría de creer en el reino del orden y mírate —le dijo Anfisa a Habari desde la puerta.

Los demonios chocaban contra el campo de fuerza de las protecciones. Lena esperaba que resistieran.

—Esto no es personal —respondió él—. Nunca lo ha sido. Es mera política—. Se encogió de hombros—. Yo planeo mantener el orden en el reino del caos y no hay nada que el orden ame más que la estructura.

Uno de los demonios logró perforar las protecciones, Anfisa lo lanzó lejos con un hechizo. Todo se veía lento, extraño, como una pesadilla en la que ella estaba sumergida en miel traslúcida y desde donde podía ver todo, pero sus movimientos eran lentos. Caleb le desprendió la cabeza a un demonio frente a Lena y Ulf le arrancó un trozo de cara a otro con los dientes. Otro demonio logró jalar a Klaudine fuera de la protección y montones se fueron sobre ella, haciéndola pedazos. Lena se quería cubrir los oídos para que todos los gritos desaparecieran. Estaban acabando con ellas. Eran demasiados.

Manon hizo un movimiento con la mano y unas plantas atraparon los pies de Almedha.

Lena debía concentrarse. Se repitió lo mismo que aquel día que estaba buscando a Caleb. Antes de comenzar todo este camino.

Ella era fuerte.

Ella no era débil. No lo era.

Ella era fuerza, poder, huracán y terremoto.

Era fuerza, poder, huracán y terremoto.

Fuerza, poder, huracán y terremoto.

La marca de la estrella quemaba y la casa dejó de sacudirse. Podía escuchar los truenos retumbar y la tierra asentarse mientras alzaba las manos. Si ellos tenían un ejército, ella podía crear otro más. Uno que no pudiera morir. Uno que no tuviera nada que perder.

Y los muertos salieron de la tierra y de los árboles en huesos y putrefacción. Los espectros y los cadáveres caminaban sin miedo alguno hacia los condenados.

—Así que este es el poder de la nueva suma sacerdotisa. —Habari se veía sorprendido—. Llamar a los muertos.

—No es lo único que tengo —amenazó Lena y chasqueó los dedos.

Habari se arqueó hacia atrás de forma antinatural mientras Lena lo empujaba hasta lograr romperle la espalda.

La señora Frida salió de la casa con su bastón y, al azotarlo contra el piso, los muertos que Lena había llamado cobraron más fuerza y más velocidad. No le sorprendió, pues la magia de muerte era su especialidad. Y entonces su abuela salió de la casa también, tenía puesto su vestido negro favorito y su cabello plateado acomodado en una trenza. Su mirada era decidida. Bajó las escaleras del pórtico y se colocó justo frente a la casa. Incluso en su estado, irradiaba tanta fuerza, tanto poder puro, que ningún demonio podía tocarla.

Volteó hacia Lena y Anfisa.

—Vengan conmigo y no teman. —Alzó una de sus manos en invitación—. ¿Quién puede atreverse a dañarnos si estamos juntas?

La tormenta hacía que el bosque entero retumbara y el cielo parpadeara con luz blanca.

—¡Lena, no! —advirtió Caleb.

Pero ella bajó los escalones con la cabeza alta y tomó la mano derecha de su abuela. Su madre tomó la izquierda. Nuevamente anciana, madre y doncella conectadas.

—¡Fuera de mi casa! —clamó Imogen y los demonios se encendieron en llamas blancas. Los que todavía podían moverse empezaron a retroceder, mientras otros soltaban alaridos en el suelo.

Almedha levantó su varita, pero Habari le puso la mano en el hombro y negó con la cabeza.

—Vete —le dijo, y Almedha les lanzó una última mirada antes de salir corriendo.

El viento le revolvía el cabello a Lena mientras veía cómo poco a poco los que se habían atrevido a invadir su hogar iban cayendo.

Habari miró a las brujas y después a Caleb.

—Ya nos habíamos encontrado antes —habló Imogen, mirando con ira a Habari.

—Mi señora, debo reconocer que no soy rival alguno para usted. —Su forma cambió de nuevo a una que parecía hecha de humo con cabeza de serpiente y brazos largos con garras. Su forma demoniaca.

—Justo como te recuerdo —declaró ella.

Caleb corrió y su forma cambió también. Frente a los ojos de Lena se encontraba el dragón de humo tratando de destrozar a la serpiente. Los demonios chocaron con fuerza.

—Lena —la llamó su abuela—. No me necesitas. Recuerda que yo soy parte de ti. Tienes toda mi magia contigo. —Dirigió la mirada a Anfisa—. Ambas la tienen.

Caminó hacia los demonios y pareció como si los cielos la obedecieran, pues un rayo cayó sobre la serpiente de humo. Imogen aprovechó para tomar uno de sus ojos con la mano y arrancarlo. La serpiente soltó un alarido. Se incorporó y, antes de que el dragón pudiera atacar de nuevo, la serpiente se deslizó con increíble velocidad y desapareció.

Todo quedó quieto.

Ninguno de los demonios que habían acompañado a Habari quedó en pie. Habían logrado defender lo que quedaba de la casa y del aquelarre.

Lena estaba recuperándose mientras los muertos desaparecían poco a poco.

—Te estaré observando —le dijo Imogen a su nieta—. Hazme sentir orgullosa.

Y cuando el último espectro se fue, Imogen lo hizo también.

Anfisa se derrumbó entre llanto y gritos. Lena parpadeó sintiéndose confundida. Su abuela había portado ojos humanos en vida pero se había marchado como un espectro.

—La suma sacerdotisa ha partido al Summerland —anunció la señora Frida—. Su cuerpo está descansando en su habitación.

No. No podía ser. No podía haberlas dejado ya. Era demasiado pronto. No sabían aún qué pasaría con el cargo de suma sacerdotisa, ella todavía tenía mucho que aprender. Se había marchado con su sabiduría, con sus secretos y con las respuestas que podría darle y que seguramente Lena necesitaba.

Tocó sus mejillas al notarlas húmedas y se dio cuenta de que estaba llorando, pero se sentía demasiado adormecida como para reaccionar.

—Lo siento mucho. —Escuchó la voz de Caleb junto a ella.

—No —exclamó su madre y se puso entre Caleb y ella—. No la toques.

—Mamá, está bien —dijo Lena en un hilo de voz. Estaba demasiado exhausta como para lidiar con Anfisa en ese momento.

—No sabes lo que dices —la reprendió Anfisa con los ojos abiertos llenos de ira pura, la vena de su frente saltaba por la presión y tenía los dientes apretados—. Tu abuela lo encerró porque tuvo una visión. Este demonio tomará el trono infernal y traerá desgracias a todos los reinos. Si él asciende, este plano quedará hecho cenizas. Va a traer una era de oscuridad y muerte para todos.

Caleb se veía completamente pasmado. No sabía cómo reaccionar.

—Debe ser un error.

—Tu abuela no cometía errores. Lo encerró porque no sabía si matarlo resultaría peor, así que decidió dejarlo suspendido —volteó para observarla con los ojos rojos.

—Y tú lo sacaste y le diste tu poder.

—Mi señor —llamó Ulf a Caleb. Su cabello rubio estaba manchado de lodo—. Debemos irnos ya. Lady Bedisa lo está esperando.

Lena caminó hacia Caleb. Sus huesos y espíritu estaban adoloridos.

—¿Puedes quedarte un poco más? —le pidió—. Debemos revisar la visión de mi abuela.

Caleb lucía conflictuado. Sus ojos verdes se entrecerraron y se humedeció los labios.

—Lena, debo ir con mi madre. Los seguidores de nuestra causa llevan más de un siglo esperando.

Lena arrugó la frente.

—Pero es posible que esa causa traiga cosas terribles a este plano.

Él abrió la boca antes de rascarse la ceja, justo encima de su cicatriz.

—¿No es importante para ti?

—No es eso —explicó Caleb. Su expresión era afligida—. Pero no puedes ser tan injusta conmigo, esta es mi lucha. Es el legado de mi padre.

—No puedes enterarte de algo tan terrible y marcharte sin mirar atrás. Teníamos un trato. —Su voz iba subiendo poco a poco.

—Y lo seguimos teniendo. —Caleb intentó tomarle la mano, pero ella se apartó—. Solo que debo regresar. Esto es más grande que yo.

—Si te vas de aquí ahora mismo, no quiero que regreses jamás —le advirtió Lena, con más lágrimas.

—Lena, por favor, estás siendo muy injusta.

Ella no dijo nada.

—Mi señor —repitió Ulf.

Caleb cerró los ojos y se encogió de hombros. Respiró profundo antes de exhalar.

—Esto no cambia nada. Aún pienso cumplir con mi parte del trato.

Y se marchó sin mirar atrás.