Capítulo 14

Salió con las llaves del automóvil para conducirlo.

—Es de segunda mano, pero te llevará y traerá segura —manifestó sonriente su padre.

—¡No importa, papá, es mi primer automóvil y es simplemente una belleza!

Abrió la puerta y se metió dentro. Giró la llave escuchando el caso ronroneo de ese motor. Estaba en excelente estado para ser de segunda mano.

—¡Dalma, ven que te daré una vuelta! —llamó a su atolondrada hermana, que se metió como una bala dentro de automóvil.

—¡Vamos rápido, no como maneja papá!

Susan le sonrió a la aventurera Dalma. Ambas eran tan diferentes; ella siempre había sido tranquila, y normal, mientras que Dalma ya casi había nacido corriendo. Era inteligente, avivada, replicona y casi desobediente.

Ambas se despidieron de sus padres y fueron a dar aquella ansiada vuelta por unas cuantas cuadras lejos de su casa.

—¡A la autopista, a la autopista! —la animó Dalma.

—Ya estamos lejos de casa. Volveremos sobre la calle Washington; eso nos permitirá volver rápido.

—Bien, me agradan los edificios. Vivir en los suburbios es bonito, pero me gustan las cosas ¡grandes!

—Si algún día trabajas bien, Dalma, podrás vivir en uno de estos lugares. Mamá es enfermera y papá un oficinista; no hay mucho dinero. Si tienes una profesión interesante, quizás puedas vivir aquí —habló Susan con seriedad para que su hermana comprendiera. Había dejado de mirar su camino, para solo aconsejar a Dalma.

Dalma era la única que veía por donde iban.

—¡Susan, cuidado con ese automóvil! —advirtió su hermana.

Ella frenó bruscamente, y vio un dedo medio saliendo del otro vehículo, uno deportivo que entraba a un edificio.

—¡Lo siento, ¿sí?! ¡Maldito maleducado! —Bajó la ventanilla para decir aquellos improperios al vehículo que desapareció en el estacionamiento.

—Voy a contarle a papá que casi chocas tu regalo por desatenta —amenazó su hermana.

—¡Abres el pico, enana, y te haré ver las estrellas, ¿escuchas?!

—Bla, bla, bla... Si mis padres nunca me pegaron, tú menos lo harás, Susan.

—Es tu culpa que casi chocáramos. Aún mi corazón no se recupera del susto —inhaló Susan.

Arlan cuando iba a entrar al edificio, con lo distraído que estaba, casi chocó con otra persona que iba peor que él, quizás en la nube de al lado. Si chocaba, solo sería la cereza de la torta para todos sus problemas.

Tenía un enorme y solitario departamento sobre la calle Washington en el centro de Northesk, capital de Westland. Podía ver todo desde la vista que le proveía aquel lugar.

Subió por el ascensor hasta el piso 33, donde era su lugar. Giró la llave, y ahí estaba su hogar, dulce hogar después de tantos años.

—Bienvenido Arlan —saludó su doméstica con quien tenía una mejor relación que con su propia madre, incluso le había dado permiso de llamarlo por su nombre cuando estuvieran solos.

—Mina, ¿cómo estás? —correspondió dejando su bolsón en el sofá.

—Muy bien, no sabía que venía, pero todo está en perfecto orden; puede disponer del gimnasio, se ve tensionado, y quizás sea por su aparición en los periódicos —citó la mujer de unos cuarenta años.

—Lo de siempre, la familia real es una tensión real. Iré a desatar mis demonios un poco.

—Bien que le hacen falta; se ve muy delgado ¿Ha estado comiendo bien?

—Pues muy bien, aunque no como cuando me cocinan en casa —le sonrió.

—Le prepararé algo. ¿Si viene su madre le digo que no está o mejor que pase a verlo?

—Dile que simplemente no quiero verla... Voy al gimnasio.

Arlan miró su pequeño y coqueto gimnasio en una de las habitaciones del departamento. Tenía todo lo que necesitaba, cinta caminadora, multifunción, bicicleta estática, pesas y su preferida, la bolsa de boxeo.

Al llegar soltó un puñetazo en pos de su salud mental y para aplacar su frustración.

Fueron años para limpiar su reputación, e inconsciente o inocentemente unos minutos para hundirla de nuevo en el fango.

En internet pululaban fotos de él haciendo un sin fin de cosas y viviendo la vida loca. Solo faltaba una vergonzosa imagen de él vomitándose encima y sería lo peor.

¿Cuál era el objetivo de su familia al querer que se relacionara con una plebeya de Westland, como era Susan Culligan? En definitiva, no era una lección de humildad; era un castigo para ver cómo salía del embrollo.

Sin importarle que su ropa no fuera deportiva, continuó golpeando sin cesar. Sacaría toda esa irá, y luego iría para buscar a la muchacha desconocida con la que tenía una relación.

***

Estaban Susan, su hermana y su madre frente al televisor, observando las noticias, al menos su mamá y ella, porque Dalma tenía el celular de su madre. Estaba jugando un juego a todo volumen.

—¡Baja el volumen, Dalma! —gruñó su hermana.

—¿Quieres escuchar más noticias sobre ti? Ahora que ya pues eres famosa...

—Dalma, deja a Susan, no la molestes; no quiero que empiecen a pegarse como siempre —pidió su madre.

«Sin duda el matrimonio del príncipe Robert aún sigue dando de qué hablar, y no solo por ser un acontecimiento mundial, sino porque como todos sabemos, el primo del príncipe es toda una novedad otra vez.

»Podríamos decir que la oveja negra de la familia real ha vuelto a atacar, y no solo para sacarle canas al rey, sino a toda la familia real...».

¿Qué tal si cambias de canal, mamá? —pidió Susan rascándose el cuello muy nerviosa—. Es un programa farandulero y de chismes; es horrible, mamá.

—Déjalos, yo quiero saber más del duque. Créeme, Susan, que estos chismes en el futuro te favorecerán. No habrá nadie que no desee saber o contratar a alguien mediático o que lo fue...

—¡Mamá! —masculló avergonzada de aquellos pensamientos de sacar ventaja.

—Tu tía Gigi me ha enviado un mensaje queriendo saber qué ocurrió, y también me ha dicho que desea trabajar contigo en su empresa de costura. Solo imagina, quien sabe y tu tía desea que fueras su modelo. Todos en Westland comprarían sus prendas y se volvería rica, y eso sería gracias a ti.

—Tía Gigi ya es rica, mamá —le recordó Susan masajeándose las sienes—; esperaba que mínimamente alguien viera que soy capaz de ser una excelente administradora, y tú quieres que sea «la modelo de mí tía».

—Ya cállate y sigamos escuchando —mandó su madre.

«El comunicado de prensa que salió hace unas horas del palacio de Brookbury, residencia oficial de los miembros de la familia real, es que... —Mientras contaban el chisme en la televisión, la fotografía de la discordia empapelaba la pantalla—. Al parecer la oveja negra, se volverá blanca. La casa real ha anunciado que el duque de Coast está en una floreciente relación con la muchacha que lo acompañó durante la ceremonia, y fue calificada por los medios como una “Cenicienta colada o pirata”, pues no, señores, quizás esta jovencita se convierta en la duquesa de Coast.

»Lo que me deja intrigado es que no hayan dado el nombre. ¿Por qué mantenerlo en secreto, si todo el mundo ha visto las fotos? Es un poco ridículo por parte del palacio, no aclarar estos detalles».

El panel de chismosos de unas cinco personas, intercambian opiniones y sacaban conclusiones erradas sobre lo ocurrido.

Ella quedó sin habla, y ni qué decir su hermana y mamá.

—¡Les juro por Dios que no es cierto! —se justificó rápido y torpe—. Es obvio que hay algo turbio, yo no tengo nada con ese... Tipo... ¡Solo me habló cuando estaba en la ceremonia, por el amor de Dios, créanme y no me miren así!

—Mamá, al parecer a Susan le gustan las ovejas —se burló su hermana pequeña al verla desesperada.

El chisme en el panel seguía:

«Te aseguro que no tardarán mucho en dar con ella y pedirle detalles de todo, cuando uno se relaciona con la familia real es imposible de escapar».

Susan apagó el televisor con el control y fue a la cocina.

—Son faranduleros de mierda... Programa de porquería. Creo que la televisión está en decadencia... —fundamentó su actuar.

—Ni si apagas el televisor te vas a escapar de contarnos todo cuando llegue tu papá para la cena. ¿Oyes, Susan? —inquirió su madre.

—No hay nada que explicar... En realidad no tengo una explicación para esto... —murmuró llevando su mochila hacia su habitación.