—¡Cómo crees que iré a encontrarme contigo en un lugar público! ¡Nunca vi tanta desvergüenza junta! —se quejó dejando el celular a un costado.
Si iba a las tiendas Middway y se encontraba con él, solo confirmaría los falsos rumores de una naciente relación. Lo único naciente en ella era un gran odio hacia él.
Ya se imaginaba que al día siguiente todo sería peor. La universidad estaría infestada de chismosos que querrían la exclusiva sobre su relación.
Todo estaría terriblemente mal si los paparazi la ubicaban.
Esperaba que Arlan entendiera que, si no respondía, no iría a encontrarse con él. Dalma tendría que resignarse a perder su bendita playlist así como ella se había resignado. De ninguna forma sepultaría más su dañado nombre.
Arlan esperó paciente una respuesta que no llegó. Susan Culligan estaba que echaba fuego hasta por las orejas por lo que el palacio le había hecho. Aquellos parientes no se habían dado cuenta de que habían complicado la vida de una plebeya inocente y probablemente decente. Salpicaron su reputación asociándola con él.
Se había dado cuenta de que todo lo que se asociaba a él caía sin remedio, y ella al parecer lo comprendía.
Tomó aquel informe de los guardias del palacio y lo leyó de vuelta. Si ella no respondía, solo iría a buscarla a la universidad. Le pesara o no a esa joven, él era su única alternativa para volver a una vida normal en un futuro lejano, porque en ese momento sería imposible. Solo estaban echándole combustible a algo para que luego se convirtiera en un gran incendio.
—Muy bonita, universitaria, becada; eso significa que debe ser inteligente —murmuró mientras comía unas papas fritas frente al televisor—. Claro, ¿por qué no? También puedo ofrecerle trabajo en la naviera para que me perdone. No se le conocen otros vicios aparte del helado de chocolate. Es perfecta para una novia.
Si iba a hacer una venganza contra su familia, al menos tenía que ser feliz con su maldad. Estudiar a esa joven sería una ventaja. Se convertiría en el novio ejemplar.
Arlan ya se imaginaba lo que se gestaba en los medios de comunicación, varias veces fue protagonista de cada cosa. Él hacía algo y, al día siguiente, había fotos de sus juergas junto al príncipe Robert, que no era ningún santo, pero su primo las tenía negras si andaba en muy malos pasos. Debió suponer que la esposa era un castigo, pero había creído más inteligente a su primo.
Esos años lejos hicieron que se diera cuenta de que la voluntad del rey se debía cumplir, con pleno gusto o sin él. Westland era su territorio. Por más que fuera el sobrino del rey, pertenecía a lo que debería ser la parte más delicada de la familia, no tomar nada a la ligera. Pues él no había cumplido con nada. Los había hundido en la vergüenza y defraudado la confianza por desear llevar la vida de un joven normal, sin obligaciones y con dinero.
Cuando debía responder solo por sus errores, todo era sencillo. Sin embargo, estaba arrastrando a una cerebrito a algo desconocido, incluso para él. Verse en una relación oficial, aprobada por el rey, era algo que no se podía dejar pasar. El rey no aprobaba a cualquiera, salvo a Susan Culligan.
***
Después de casi no pegar un ojo de la preocupación, Susan arrastró su pesado cuerpo hasta el baño, donde estuvo convirtiéndose en una pasa bajo la ardiente ducha para despertar, pero nada daba resultado.
No sabía qué estaba más pesado: su ánimo o su cuerpo, que se negaba a cooperar.
—Hola, Susan —saludó Dalma que estaba tan fresca como una lechuga. Su voz retumbaba en su mente.
—Hola...
—Papá, Susan es un zombi.
Ella se sentó en la para desayunar lo que preparó su papá; su madre seguía de guardia.
Su cabeza tocó la mesa y luego bostezó tragándose a su familia.
—¿Mala noche? —preguntó su papá.
—Estuve estudiando y dándole vueltas al asunto de mi vida privada arruinada.
—Serás una duquesa, Susan. Podrías con eso ayudar a que ni mamá ni papá trabajen y que yo tampoco estudie. Puedes mantenernos —opinó Dalma.
Susan y su padre miraban con la boca abierta a la bocazas de la familia.
—¿De dónde sacas esas cosas, Dalma? Ni si soy reina dejarás de estudiar. ¿La escuchaste, papá? Es culpa de que nadie le dio unos latigazos en su momento.
—Estoy de acuerdo —miró su padre a Dalma—. ¿Puedes llevar a tu hermana a la escuela? Voy tarde para el trabajo.
—Sí, papá paga el combustible...
—No mates a tu hermana, Susan —pidió su padre al ver su furibundo rostro.
—¡Está bien! ¡Me rindo! —Se tomó su jugo de un sorbo—. Te espero en el automóvil y no tardes.
Con el día empezando de la peor manera, tiró su mochila en el asiento trasero, se metió y esperó a su hermana para que fueran.
Aquella venía caminando como Heidi en el campo. Sin preocupaciones y con una sonrisa que partía su cara en dos.
—Recuerda, Susan, «No matarás» es un mandamiento —respiró.
—Acelera... Acelera... —la tentó su hermana.
—Para hacerlo debo encender el motor, tonta.
Apretó el botón para abrir el protón eléctrico y colocó en reversa el automóvil.
—¡Ten cuidado, Susan, hay gente en el camino! —la previno Dalma.
Mientras salía se fijó alrededor. Su jardín estaba repleto de fotógrafos.
El motor se le paró al soltar el embrague. La estaban flasheando sin parar, ínterin en que permanecía pasmada hasta que lo comprendió.
—¡Soy la hermana de Susan! —sonrió Dalma a las cámaras, saludando como si de miss universo se tratara.
Golpeó su cabeza contra el volante haciendo que la bocina sonara.
Tomó valor y de vuelta encendió el motor para salir completamente.
—¡Señorita Culligan! ¡Señorita Culligan! —la llamaban los fotógrafos.
Ella hizo caso omiso y aceleró.
No se percató de que ellos también tenían móviles.
—¡Maldición! —gruñó mientras iba a 70 km/h en una zona escolar de 20 km/h.
—Creo que diste malas fotos. Luego no te quejes...
Susan frenó el automóvil y desbloqueó las puertas.
—Llegamos, bájate —ordenó molesta.
—Gracias —sonrió su hermana, de vuelta yendo como Heidi.
Miró en el espejo retrovisor si la habían seguido. No parecía haber nada. Después de respirar varias veces, trató de conducir con tranquilidad. No quería que la multaran por proteger su privacidad.
Continuó tranquila hasta la universidad, donde como si nada estacionó el automóvil y caminó con la mochila en la espalda.
—¡Señorita Culligan, díganos cómo consiguió cazar al más escurridizo de los miembros de la familia real!
Una horda de paparazis la perseguía en el patio de la universidad. Abrir su boca sería hundirse más.
—¡Señorita, fue difícil atrapar al duque! ¡Desde hace cuánto se conocen!
—¡Déjenme pasar! —Corrió hacia las aulas, donde un guardia de seguridad impidió a los fotógrafos que pasaran tras ella.
Corrió hacia el baño y se encerró.
—Ten valor, Susan, sal de aquí. Enfrenta el mundo Que no te consuman las ganas de matar. ¡No matarás!
Inhaló y exhaló. Se levantó de la tapa del inodoro donde estaba pensando y salió del baño decidida a tomar su clase del día.
Al entrar, todos la miraron, incluyendo sus amigas.
—¿Puedo pedir que no me pregunten nada? No tengo respuestas... —murmuró y se sentó en el primer asiento libre.
Cuchicheos a su alrededor se oían sin parar, mientras ella trataba de mantener la vista puesta en la proyección de administración.
—Bien, dejen en paz a Susan —pidió la profesora—. Sigamos con el FODA.
Durante el receso no salió, se aguantó el hambre. Solo se aisló del resto.
Sobre la mesa su celular giraba, un mensaje llegó.
NÚMERO DESCONOCIDO:
No sé si decirte buen día, pero solo te aviso que iré junto a ti en la universidad, ya que intuyo que no deseas encontrarte conmigo en las tiendas Middway.
La foto de tu cabeza en el volante supera cualquier cosa. Te veo a la salida.
—¡No, no, no vengas! —rogó mirando a su teléfono—. ¡Iré yo, iré yo!
Respondió rápidamente el mensaje:
NÚMERO DESCONOCIDO:
No te atrevas a hacerlo, te veo en Middway a las 11:30 h. Iré disfrazada.