Capítulo 2
Débora
«Estoy loca. Me he vuelto loca… como una puta regadera»
Aquellas palabras martilleaban una y otra vez la cabeza de Alana. Y sin embargo, allí estaba. Muerta de vergüenza y esperando a ser recibida por la madame
de la Sala Pecado.
¿Era así como se las llamaba?
¿O simplemente era una organizadora de citas?
¿De encuentros?
¿De revolcones?
Por enésima vez, hizo amago de levantarse, pero su maldito trasero estaba firmemente pegado al sillón tapizado en rojo en el que se encontraba. Un sillón feo hasta reventar, pero muy apropiado para el lugar en el que se encontraba.
«Si alguien me ve aquí, me muero…»
«¿Qué mierda hago yo en un sitio como éste?»
«Esto me va a causar un trauma, lo sé…»
«Entonces, ¿por qué no haces nada por irte? La puerta la tienes a escasos veinte metros. Nadie conoce aún tu identidad…»
«Sí, pero tengo la cara descubierta. ¿Y si me voy y me encuentro en la puerta con Alex? De aquí me voy directa para el cementerio… me corto las venas si me ve»
«Si las cosas salen como quieres, te va a ver… ya lo creo que te va a ver»
«Maldita conciencia. ¿Dónde te metes cuando más te necesito? Soy una chiflada calenturienta…»
—Casta…
La voz de una mujer de unos cincuenta años vino a sacarla de sus diatribas interiores.
«Manda cojones el nombre que he venido a escoger…», se reprochó en silencio.
Al entrar, le habían dado una ficha para que la rellenase con sus datos, a fin de llevar un control de los asistentes de aquella noche infernal. Nada formal, sólo un nombre por el que poder ser llamada (no había que ser muy inteligente para comprender que nadie daría el verdadero en un lugar así), algunos datos respecto a su fisonomía y sus gustos, y por último, un ligero cuestionario sobre sus apetencias sexuales.
Pero joder, ¿cómo se le había ocurrido poner el nombre de Casta?
La mujer frente a ella tenía pintada una sonrisa en los labios, seguramente aguantándose las ganas de reír por el apodo que había elegido para ocasión.
Maldita cabeza la suya…
La hizo pasar a un saloncito, pequeño y recogido, pero también muy coqueto.
—Supongo que este no es tu verdadero nombre, ¿verdad? —la mujer no había podido contener el comentario mordaz.
—No —corroboró totalmente azorada.
—Un nombre muy apropiado para este lugar, sin lugar a dudas…
Alana apretó los dientes. Lo único que le faltaba, para mayor mortificación, era la chanza de aquella mujer. ¿Acaso no había respeto por la clientela?
Y demonio, ¿por qué diantres había cogido el dichoso sobre que había dejado Vero sobre la mesa? ¿Por qué no lo había roto en mil pedazos? ¿Por qué tuvo que guardarlo en el bolso, a pesar de jurar y perjurar que no haría uso de él?
Mierda, mierda, mierda.
—¿Estamos a tiempo de cambiarlo? No sé por qué elegí un nombre así…
—Claro, cariño. Aquí manda el cliente. Me da igual si te llamas Casta, Pura o Virginia…
Otra más y se iría. Vaya que sí. Y al demonio con todo…
—Débora —dijo sin pensar —. ¿Podríamos cambiarlo por Débora?
—Claro, corazón. Como gustes… —Anotó el cambio en la cartulina y volvió a mirarla—. Es la primera vez que vienes, ¿verdad?
—¿Tanto se nota? —preguntó mientras asentía con la cabeza.
La mujer no pudo sino sonreír.
—Un poco, cariño, no te lo voy a negar… —Carraspeó un momento para tratar de mantener la compostura. Era divertido encontrarse de vez en cuando con clientes tan candorosas
—. ¿Sabes cómo funciona los Viernes de Pecado? ¿Alguien te lo ha explicado?
—No mucho, la verdad.
—Bien, entonces te pondré al tanto de lo más básico: Tenemos varios salones habilitados para este tipo de noches, donde se os reúne según vuestras apetencias y gustos. Ante todo, damos prioridad absoluta a la privacidad de nuestros invitados, por lo que, tanto a hombres como mujeres, se os facilitará una máscara antes de entrar en el salón que os corresponda. Las tenemos de varios tipos: desde un simple antifaz que cubre los ojos y poco más, hasta una capucha completa. La elección es vuestra, según queráis mostrar más o menos de vuestro rostro. ¿Has traído algún atuendo que desees llevar a la reunión?
Alana se miró sus ropas. No sabía que debía llevar alguna prenda en especial.
—Sólo lo que llevo puesto. No sabía…
—No te preocupes. Suele pasar a los que vienen por primera vez, aunque los que repiten, que son muchos, suelen escoger ropa más sugerente que la que tú llevas; incluso hay clientes que se visten con ropa que deja poco a la imaginación, pero eso es problema de cada uno. Mientras tenga los rostros tapados, nosotros no ponemos inconvenientes a los atuendos de los asistentes. En cualquier caso, tenemos una tienda por si deseas ponerte algo más… provocativo.
—No, no… con lo que llevo está bien —alegó saliendo en defensa de su falda vaquera y de la camisa de flores sin manga por la que se había decidido aquella tarde después de darle mil vueltas al interior de su armario. La verdad es que su atuendo era de todo menos sexy, aunque quizás se podían salvar sus taconazos de aguja de color rojo con los que se sentía especialmente atractiva.
—Como desees, querida. Sólo te digo que la opción la tienes ahí…
La anfitriona volvió la vista a la pequeña ficha que llevaba en la mano. Veo que buscas a un varón, de complexión fuerte, alto, guapo… —suspiró con cansancio como si estuviera harta de ver fichas similares a aquella—: como el noventa y nueve por ciento de las mujeres que nos acompañan cada viernes. A ver si algún día me encuentro a alguna que diga que quiere a un hombre calvo, gordo y velludo… que aunque nadie lo crea, también tienen su morbo. Pero en fin… —Siguió revisando el cuestionario, levantando la vista al final del mismo—. Veo que has dejado sin cumplimentar el apartado de tus preferencias sexuales. ¿Acaso te da igual?
—No sabía qué poner… —reconoció.
—Ya veo. Aquí debes indicar, por ejemplo, si te gusta el sado, los tríos, el fetichismo, el sexo semipúblico, las relaciones hetero, las homo, las…
—No, no —la interrumpió impidiéndole continuar—. Lo mío es lo normal…
—Cariño, ¿y qué consideras tú normal? —preguntó con una sonrisa divertida—. Créeme que aquí estoy acostumbrada a ver de todo.
¿Por qué sería que cada vez más tenía la impresión de que aquella mujer se estaba mofando de ella?
—Relaciones heterosexuales.
—Sin nada más.
—Sin colorantes ni conservantes —replicó algo molesta.
—Muy bien. —Apuntó algo en la cartulina para continuar de inmediato con las instrucciones a seguir—. Has de saber que damos libertad a nuestros invitados. Lo único que requerimos es que se cumplan las reglas básicas de civismo. Aquí estamos todos para pasar un rato agradable, y no queremos problemas, ni en los salones, ni en el interior de los reservados. Las habitaciones están ubicadas en la planta superior, y su acceso es fácil. No te preocupes, que el camino está perfectamente indicado. Las que tengan una luz encendida sobre el marco son las que están ocupadas. Si no hubiera ninguna libre, se os derivará a algunas de las habitaciones privadas de la segunda planta, aunque no suele ser necesario. Los encuentros no duran tanto teniendo en cuenta de que el tiempo es limitado. Obvia decir que no toleramos ningún tipo de agresión física. Si alguno de nuestros invitados se siente intimidado o en peligro con el compañero o compañera elegida, hay un botón del pánico al lado del cabecero de la cama. Aconsejamos a los que se inician en estas noches de pecado que lo tengan a mano; no sería la primera vez que alguien se echa atrás en el último momento y que la pareja de turno no se lo toma demasiado bien. Si se diera el caso, un miembro de seguridad acudirá en vuestro auxilio.
«Recomendamos el uso de profilácticos a la hora de mantener relaciones. Lo que pasa de puertas para adentro de los reservados es cosa vuestra, pero es mi deber recomendaros esto a pesar de que resulte bastante obvio».
«Y un consejo personal que te ofrezco, ya que te veo algo retraída e indecisa: si ves a un tío que te guste, ve a por él sin pensártelo. Eres de las primeras en llegar esta noche, pero a medida que pasen las horas, las lobas vendrán a la caza de su presa, y se tirarán a la yugular de los mazizorros que gusten acompañarnos en esta velada. Si eres rápida, pues agenciarte un buen espécimen antes de que se te adelante otra. Me gustaría que tu estreno en los Viernes de Pecado fuera de tu entera satisfacción, porque quien lo disfruta, repite».
¿Repetir? De eso ni hablar. Todavía estaba por ver que no saliera corriendo por la puerta, espantada de todo lo que la rodeaba.
—Pero, ¿puedo elegir así sin más? ¿Y si el hombre que elijo me rechaza?
—Los primeros en llegar suelen ser los novatos, como tú. Si una chica se le acerca, es muy raro que deje pasar la ocasión. Salvo que vayan de listos, suelen irse con la primera que le propone ir a un lugar más íntimo, por si después no se presenta la ocasión…
—Vamos, que se agarra a lo primero que pilla con tal de echar un polvo.
—Se podría decir así. Pero no te asustes, mujer. Estás de muy buen ver. Se ve que, aunque tienes tus curvas, estás bien proporcionada y que tienes buen cuerpo. Y eres guapa. No tendrás problemas en que quien elijas te siga.
«¿Guapa? Si no me va a ver la cara…», pensó, aunque se abstuvo de comentar nada en voz alta.
—Y otro consejo más —continuó la mujer que se había dado cuenta de la manifiesta inseguridad que mostraba su invitada—: tómate un par de copas. Ayudará a desinhibirte, pero sin llegar a emborracharte. Como te he dicho, aquí estamos para divertirnos y pasar un rato agradable. Sólo puedo decirte y desearte que disfrutes de la experiencia.
—Gracias.
—Bien, en unos minutos, una de mis chicas vendrá para traerte los antifaces. Selecciona el que desees, y cuando estés lista, ella te acompañará al salón. Como aún es temprano, no encontraras mucho público. Aprovecha para tomarte esa copa que te he dicho. Seguro que te vendrá bien.
Y sin más, abandonó la pequeña salita, con la cabeza bien erguida y una sonrisa divertida en los labios.
De nuevo a solas, Alana aguardó indecisa la llegada de los antifaces.
¿Qué debía hacer?
¿Podría echarse atrás una vez que había dado el paso que la había llevado hasta allí?
Aquello era de locos, una majadería… pero, ¿por qué no? Sólo una vez. Sólo necesitaba una vez con Alex. Con eso, se daría por satisfecha. No pediría más. Que al menos le quedara el recuerdo de una noche de pasión con el hombre que le gustaba, hasta que su verdadero príncipe azul hiciera aparición… Si es que a éste le daba por aparecer alguna vez.
Porque daba por hecho que Alex no dejaría a su mujer por ella.
Ella no era nadie.
No era lo suficiente atractiva como para que un hombre lo mandara todo al garete por estar con ella.
Era demasiado… normal.
Aunque eso no quitaba que tuviera su corazoncito. Un corazoncito acompañado de una cabeza llena de remordimientos por tener una aventura, aunque sólo fuera de una noche, con un hombre casado.
El razonamiento que había utilizado para convencerse a sí misma a dar aquel paso había sido claro: Si Alex iba hasta allí, y si no pasaba la noche con ella, lo haría con otra. Con cualquier otra. Y esa era una verdad incontestable.
Alana no era una rompe-matrimonios. No lo era. Pero si él estaba decidido a ponerle los cuernos a su esposa, aunque fuera sólo una noche, demonios, que al menos fuera con ella. Ya bastante tenía con sentirse celosa de una mujer que creía que no lo merecía; encima, no iba a estar también celosa de otra que se diera el gusto simplemente porque sí.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada de una chica joven, de unos veintipocos años, con un muestrario de terciopelo con todos los antifaces disponibles. Y en verdad, los había de todo tipo y tamaño, como le había dicho la madame
. Quien quisiera dejar poco a la imaginación, tenía aquellos de tela de encaje que sólo tapaban los ojos. Quien no quisiera mostrar nada, tenía una capucha que le recordaba a la del verdugo de la guillotina de María Antonieta. Acostarse con un hombre con una máscara así debía ser pura cuestión de fe, porque no se le vería nada más que los orificios para los ojos y la boca.
Al final, se decidió por uno de tamaño medio, parecido al de Catwoman.
La chica la ayudó a colocárselo correctamente, fijando bien las finas correas de cuero interiores que evitarían cualquier posible percance.
Había un espejo en el salón, pero prefirió no mirarse en él. Si se veía de semejante guisa, corría el riesgo de arrepentirse.
—¿Hay ya hombres esperando en el salón? —le preguntó cada vez más nerviosa.
—Pocos. Media docena de hombres y contigo, tres mujeres. Es temprano aún; hasta la una o las dos de la madrugada esto no se anima de verdad.
Teniendo en cuenta que apenas eran las once, no entraba en sus cábalas esperar hasta tan tarde a que apareciera su Adonis.
Por tanto, que el destino jugase sus cartas. Si estaba para ella, Alex aparecería pronto; si no…
—¿Y alguno ya ha…? —quiso saber.
—¿Te refieres a si ha subido a algún privado? —la chica sonrió—. Creo que no. Son todos novatos y no se atreven a dar el paso. Parece una boda familiar: hombres por un lado y mujeres por otro. En cuanto el primero de el paso, los demás se animarán. Pero romper el hielo a veces no resulta fácil.
—Lo supongo.
—Así que ya sabes. Aprovecha tú y lánzate a la piscina. Hay un tipo con una pinta estupenda: alto, de tez morena, buen cuerpo... Ya le han echado el ojo, pero hasta que vine a buscarte, aún nadie le ha echado el lazo.
El corazón de Alana empezó a latir a mayor velocidad.
¿Sería Alex? Con los pocos datos que le había dado, podía encajar perfectamente en su descripción.
Oh, no… No había llegado hasta allí para dejar que otra se lo arrebatase delante de sus narices.
Con una nueva disposición para afrontar aquella loca experiencia, sonrió a la joven antes de decirle:
—Estoy lista.