Capítulo 10
Alboroto en la Oficina
—Ostras la que se ha liado en Urbanismo…
Alana levantó la vista de su ordenador para fijar los ojos en Celia, una de las compañeras de oficina, que le hablaba desde el marco de la puerta de su despacho.
—¿Qué ha pasado?
—¿No te has enterado? Tienes allí a Vero, ¿y no te has enterado de nada? Si es la comidilla del día. La noticia está volando por los pasillos de todo el Ayuntamiento.
Por un momento, Alana se quedó petrificada.
«Tierra, trágame. Todo el mundo debe saber lo nuestro», pensó atenazada. «¿Cómo voy a poder mirar a la cara ahora a mis compañeros? ¡Todos se van a burlar de mí!».
—Por lo visto, a Alex le han puesto un ojo a la virulé —continuó sin percatarse de su azoramiento—, y han tenido que llamar a seguridad para separar a los dos tíos que se han liado a puñetazo limpio en la oficina.
Espera, espera… ¿De qué estaba hablando aquella loca? ¿Quién había golpeado a Alex?
—Pero, ¿qué es lo que ha pasado? —Era mejor no sacar conclusiones precipitadas…
—Que el marido de María Jesús se ha enterado del rollo de su mujer con Alex. Y en vez de liársela parda a ella, ha venido directamente a ajustar cuentas con él.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué Alex estaba enrollado con quién?
—Celia, si me sueltas la información a trompicones, no me voy a enterar de nada. ¿Quieres contármelo todo desde el principio?
«Vía libre», pensó su compañera satisfecha.
Sin reparo alguno, y deseando ser ella por primera vez quien soltara la bomba de los cotilleos inter-administrativos que circulaban por el Ayuntamiento, se coló al despacho de la técnica para sentarse sobre la esquina del escritorio dispuesta a soltar todo cuanto sabía.
—Supongo que al menos sí estarás al tanto de lo de Alex con María Jesús, ¿no? Ya sabes, la que trabaja en Secretaría…
Los ojos de Alana se abrieron como platos. ¿Cómo que lo de Alex y la de Secretaría?
¡Venga esa jarra de agua fría para su cuerpo serrano!
—No… —contestó con un susurro. La saliva se le quedó pegada a la garganta dificultándole que la voz le saliera del cuerpo.
—¿Cómo no vas a saber que están liados desde hace por lo menos cinco meses, si es vox pópuli
desde que empezaron a verse? ¡Si los pillaron magreándose sobre la fotocopiadora de Secretaría!
—¡¿Qué?!
—Como lo oyes, corazón. Desde luego, debes ser la única que no lo sepa, porque todo el mundo estaba al tanto, aunque claro, tampoco es plan de que se ande pregonando abiertamente por los pasillos. Pero teniendo en cuenta que desayunas todos los días con Vero, que es su compañera, pensaba que lo sabrías. Además, y esto te lo digo en confianza, todos los del servicio sabemos que a ti Alex te hace tilín.
Alana se quería morir. Vaya mierda de comienzo de semana.
—Alex sólo es un compañero más. No sé de dónde sacas eso…
—Sí, sí, claro —desechó la fútil excusa sin darle mayor credibilidad—. En fin, eso ahora no tiene importancia. O bueno, la tendrá para ti, pero ya sabes que no me gusta meterme en los asuntos de nadie.
¿De nadie? ¿En serio? Entonces, ¿qué demonios hacía allí sentada con una sonrisa de oreja a oreja dispuesta a despellejar a quien se le pusiera por delante? ¿Y encima estaba al tanto de sus sentimientos por Alex? Dios mío, aquello era para morirse, porque significaría que con toda probabilidad lo sabría todo el puñetero Ayuntamiento, incluyendo al propio Alex.
—Bueno, sigo que me desvío —continuó Celia relamiéndose por la jugosa información que traía entre manos—. Al final ha pasado lo que tenía que pasar… Nadie puede mantener una relación así sin que tarde o temprano salga a la luz. De cómo se ha enterado el marido de María Jesús, no tengo ni idea. Pero parece ser que hace una hora se presentó en Urbanismo buscando a Alex hecho una furia —tomó aire y siguió hablando—. Por lo que me han contado, preguntó por él y cuando lo tuvo delante, sin mediar palabra, le propinó un puñetazo que lo tiró al suelo —abrió los ojos desmesuradamente fingiendo consternación—. Imagínate la conmoción del momento… Pero vamos, que el otro no se quedó atrás. Se levantó y se liaron a mamporros como si estuvieran peleándose en plena calle. De inmediato llamaron al guardia de seguridad de la puerta, pero mientras llegaba y no, se dieron fuerte y flojo, ya sabes. Mientras uno le reclamaba que por su culpa su mujer le había puesto los cuernos, el otro se revolvía y le decía de todo menos bonito. ¡Madre lo que se ha formado en un momento!
—¿Y qué ha pasado al final? —la cara de Alana era un poema. Demasiada información que procesar en tan poco tiempo.
—Bueno, lo que era previsible. El segurata
lo ha inmovilizado, y se ha llamado a la policía para que intercediera. Creo que se lo han llevado en un coche, aunque un agente está también hablando con Alex, supongo que para que interponga la denuncia correspondiente. Si lo ha hecho o no, eso ya no lo sé… Pero si quieres, en cuanto me entere de algo más, te cuento, ¿vale?
—Vale… —contestó como si fuera un autómata, con la mirada perdida en el blanco de la pantalla del ordenador sin ver las letras que tenía por delante.
—Te dejo entonces a ver si me entero de algo más. Si te enteras tú, ya sabes…
Y sin más, se marchó como un huracán, sin darse cuenta de que, tras su paso, los ánimos de Alana habían quedado desolados.
Sólo consiguió sacarla de su estupor el pitido insistente del WhatsApp
de su móvil cinco minutos después.
«Reunión de emergencia».
El mensaje lo mandaba Vero y se repetía al menos siete u ocho veces. ¿Acaso pensaba mandar el mismo mensaje cada cinco segundos hasta que ella contestase?
«Reunión de emergencia». La aparición de una nueva línea en la pantalla dejaba a las claras que así era.
«Voy. En otra cafetería. Nos vemos en el Baluarte en quince minutos», contestó al fin, sabiendo de antemano cuál era el motivo de aquella Reunión de Emergencia
.
Con una incipiente ira creciendo en su interior, solo cogió el dinero necesario para el desayuno y se marchó con cara de muy pocos amigos.
¿Cinco meses liado con María Jesús?
¿Y a pesar de todo, se presenta con todos sus santos cojones en el Viernes de Pecado como si nada?
¿No tenía suficiente con su mujer y con su amante como para tener que ir a buscar carnaza con una desconocida?
¿Y por qué demonios Vero nunca le había puesto al tanto de aquella relación? Era imposible que ella no supiera, siendo como era la mayor chafardera sobre la faz de la tierra, que Alex estaba con otra cuando además, se trataba de un secreto a voces.
Ya bastante malo era saberse un segundo plato. Pero el tercero…
¿Acaso a Vero no le importaban los sentimientos de su amiga?
Esas y muchas otras cuestiones le martilleaban incesantemente la cabeza cuando llegó a la cafetería. Estaba bastante más apartada que la mayoría de los bares que rodeaban el edificio principal del Ayuntamiento, pero por lo menos allí podrían hablar sin cruzarse con ningún otro compañero.
Aunque a esas alturas iba hecha una furia, la cara de Vero le dejó claro que estaba tan consternada como lo había estado ella hacía unos instantes, lo que en cierto modo ayudó a atemperar su genio.
De un golpe seco, retiró la silla de la mesa donde aguardaba su amiga para espetarle al tiempo que se sentaba:
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Cómo me has podido ocultar que Alex estaba liado con la de secretaría?
—Alana, yo… no lo sabía. Me enteré hace apenas unos días y te veía tan contenta, tan ilusionada con el chico que conociste, que no encontré el momento oportuno para decírtelo.
—Perdona, pero me cuesta mucho creer que no te hayas enterado del lío hasta hace tan poco. ¡Trabajas con él! ¡Hasta le espías el teléfono! Y lo que es peor, era algo que sabía medio Ayuntamiento.
—Ahora lo sé, pero te juro que yo no estaba al tanto —se llevó el puño al pecho—. Alana, es la verdad. Nunca ha hablado del asunto en la oficina con nadie, y a mí sólo empezaron a llegarme los rumores a finales de la semana pasada.
Alana se llevó las manos a la cabeza, sin saber cómo terminaría todo aquello.
—Créeme, no lo sabía —insistió Vero por tercera vez.
—Madre mía… ¿Y sabes lo peor de todo esto? ¿Sabes quién ha venido a contarme la movida?: Celia. La muy imbécil debe estar la mar de satisfecha de haber sido ella quien me haya contado la noticia, porque además se ha quedado muy pancha diciéndome que sabe que estoy colada por Alex — dijo frotándose la cara—. Me quiero morir…
Vero le tomó las manos para apartárselas del rostro.
—No digas eso.
—Vero, no sólo Alex va a ser la comidilla del Ayuntamiento por lo que ha pasado. Temo que, de paso, esto también me lleve a mí por delante.
—No digas tonterías, Alana. Aquí los palos le van a caer todos a él, literalmente hablando. Te había citado para ser yo quien te lo contara, pero hasta que no se han tranquilizado un poco las aguas en la oficina, no me he podido escapar.
—Pues ya ves; en esta ocasión se te han adelantado.
—Cielo, lo siento mucho… Sé lo importante que era Alex para ti, a pesar de sus circunstancias.
Con un movimiento brusco, retiró sus manos de entre las de Vero, que aún las sostenía con firmeza.
—No quiero volver a saber más de este imbécil en lo que me resta de vida. ¿Cómo he podido hacerme ilusiones con él? —se preguntó más para sí misma que para Vero.
—Todos tenemos derecho a soñar, y no hay que estar ciega para ver que Alex da para fantasear y mucho, así que no te culpes… Siempre supiste que era un imposible para ti —trató de consolarla.
«Sí, pero eso era antes de haber compartido con él dos viernes mágicos; de hacerme creer que, a pesar de nuestro subterfugio, yo era alguien especial para él».
—Además, está Sergio, ¿no? No te ciegues pensando en Alex cuando tienes al otro seguramente comiendo de tu mano.
Si trataba de animarla con aquello, sólo conseguiría el efecto contrario. Y desde luego, no podía volver a hablarle de Sergio. Nunca más.
—Lo de Sergio no funcionó —se limitó a contestar para evitar que volviera a preguntarle por él.
—Oh, vaya. Lo siento. Se te veía tan ilusionada... ¿Qué pasó? —Vero buscaba distraer la atención de lo que estaba pasando.
—Déjalo. No quiero hablar de eso tampoco. Está tan muerto y enterrado como lo está Alex a partir de hoy mismo.
—Sabes que conmigo puedes hablar cuando quieras. Seré una cotilla, pero lo tuyo es distinto. Jamás me atrevería a fallarte y faltar a tu confianza.
—Lo sé —y era cierto—, pero no quiero hablar más de hombres; ni de uno ni del otro. Con lo que llevo encima hoy, ten por seguro que les he cogido una tirria impresionante.
—Ya verás cómo dentro de un tiempo todo esto pasará. Estoy segura de que tarde o temprano llegará tu príncipe azul.
—Pues que pase mucho tiempo, porque ahora mismo se me pone por delante y le hago tragar su espada hasta la empuñadura. A ver si se rebana el esófago por el camino…
Vero sonrió con tristeza. No le gustaba ver a su amiga así. Ya era mala suerte que ahora que parecía que por fin pasaba de Alex por el tal Sergio, el futurible príncipe hubiera terminado convirtiéndose en una rana más del charco.
—¿Quieres tomarte algo? ¿Una tila, quizás?
Alana suspiró.
—No, no me apetece nada ahora mismo, la verdad —miró a su amiga y vio conmiseración en sus ojos—. No te preocupes, Vero. Ya se me pasará.
Porque se le pasaría, pero mientras tanto, sería falso afirmar que se encontraba bien.
¿Cómo había sido tan tonta? Había que ser muy gilipollas para hacerse ilusiones con alguien que acudía a un prostíbulo para tener sexo con una desconocida. Y ella había resultado ser esa gilipollas integral al obviar lo que significaba aquellos encuentros y fantasear con que podría haber algo más entre los dos.
Y para colmo, el próximo viernes habían vuelto a quedar…
«Va a ir Perico el de los Palotes, porque esta que está aquí no va a volver a rebajarse hasta semejante punto».
Ya había hecho el ridículo no una, sino dos veces.
No habría una tercera.