Capítulo 14
La Mancha de la Mora…
La semana estaba siendo horrible. El mal humor se había adueñado de Sergio y, salvo la tarde del martes que había podido pasarla con Nico, no había encontrado nada que mitigara esa sensación desagradable que lo acompañara desde el último fin de semana.
Un desasosiego que tenía nombre de mujer: Débora.
El timbre del WhatsApp de su móvil vino a distraerlo momentáneamente de los negros nubarrones que seguían firmemente afianzados sobre su cabeza.
«Quieres coger el teléfono de una puñetera vez, sobrino!»
Su tío Sergio. Tenía cuatro llamadas perdidas suyas. Dos de aquella misma tarde y otras dos de la anterior. Pero no le apetecía hablar con nadie. Sabía que no era una buena compañía cuando sus demonios le rondaban, y no quería terminar pagando con otros la frustración y el mal humor que lo atormentaban.
«Es urgente», rezaba el siguiente mensaje.
A la vista de estas últimas palabras, a Sergio no le quedó más remedio que contestar. Si su tío decía que era urgente, es que de verdad lo era. Esperaba que al menos no se tratara de nada grave, porque no estaba precisamente para recibir malas noticias.
«Te llamo», fue su corta respuesta, antes de buscar el número en la agenda.
—¿Se puede saber dónde te metes? —le preguntó nada más descolgar.
—He estado ocupado.
—¿Y no has tenido ni un momento para llamarme?
—¿Qué es lo que pasa, tío? ¿Cuál es la urgencia? —contestó con cansancio, omitiendo por completo el último reproche.
—Necesitaría que te pasaras hoy por la tienda, hijo. Tengo que salir y no encuentro a nadie que me supla durante un par de horas.
Sergio suspiró. ¿Para eso lo llamaba?
—Pues ciérrala y ya está. Por una tarde que te ausentes no va a pasar nada.
—No me gusta dejar esto cerrado, ya lo sabes. —El chasquido de su lengua sonó nítido a través el auricular—. Y nunca has tenido inconveniente en suplirme.
—Ya, pero hoy no me pillas en un buen momento, tío. Te aseguro que sería un pésimo dependiente…
—Ni hoy, ni por lo visto ayer, y con ese tono que gastas, dudo mucho que mañana. ¿Se puede saber qué te pasa, muchacho?
—Nada —fue su escueta respuesta.
—Nada. Por eso tienes la voz más fúnebre que la de un enterrador. Anda, vente esta tarde y hablamos un rato.
—De verdad, tío. No me apetece. La semana que viene me paso sin falta.
—Pero yo no te necesito la semana que viene, sino esta tarde. ¿Qué trabajo te cuesta complacerme?
La verdad era que ninguno. No tenía nada que hacer más que rumiar su coraje, su rabia y su decepción.
—Está bien, tío. ¿A qué hora necesitas que esté ahí?
—A las seis como muy tarde, pero mejor si llegas a las cinco cuando abra. Así podremos charlar un poco, a ver si soy capaz de animarte un poco que falta te hace.
—No sé si podré ir a esa hora… —se excusó tratando de evitar así el más que seguro interrogatorio.
—Claro que puedes. Y más te vale que espabiles si no quieres que te coja por una oreja y te pegue dos sopapos para que veas como se quita la tontería a la antigua usanza.
Su tío, tan diplomático como siempre…
—Mira que eres pesado... Está bien, estaré allí cuando abras, ¿te parece?
—Eso está mejor. Nos vemos entonces en un rato.
Al colgar, miró el reloj de la pantalla de su móvil. Teniendo en cuenta que acababa de salir del colegio, todavía disponía de tres horas para: llegar a casa, preparar algo de comer, descansar quince o veinte minutos e ir a la tienda. Tiempo suficiente si no acababa durmiéndose en los laureles.
—Bueno, por fin… Dichosos los ojos que te ven… —le saludó su tío con retintín al verlo entrar—. Pensaba que ya no vendrías.
Sergio miró el reloj antes de contestar.
—Pero si sólo son las cinco y media.
—Te dije que vinieras a las cinco.
—No tío, dijiste que las seis era tu hora límite, así que he llegado con tiempo de sobra. No me toques más los cojones, hombre —contestó serio y de una manera completamente fuera de lugar.
—Uf, ¿así venimos? —dijo haciendo alusión a la cara de pocos amigos y a la mirada fría que su sobrino acababa de dirigirle—. Estás peor de lo que creía…
—Ya te he dicho antes que no me pasa nada. Sólo tengo un mal día.
—Una mala semana diría yo, porque no hay quien hable contigo desde el fin de semana en el que ibas a quedar con la chica esa que… —La mirada que Sergio le dirigió parecía indicarle que no debía continuar por ahí—. Espera. Tu cara de gato mojado no tendrá nada que ver con la cita que tenías prevista para el pasado viernes, ¿verdad?
Sergio apretó los dientes hasta tensar la mandíbula. La semana anterior, cuando le había dicho a su tío que había vuelto a quedar con Débora, éste había insistido en que tuviera mucho cuidado con esas citas repetidas. A lo que él le había contestado, muy seguro de sí mismo, que no había nada que temer. Que sólo se trataban de encuentros divertidos con una chica con la que se sentía especialmente a gusto.
En eso no le había mentido.
Lo que se había guardado, a pesar de sus consejos, era que sus sentimientos estaban empezando a verse comprometidos. No demasiado, que tampoco era cuestión de exagerar. Pero sería absurdo no reconocer ante sí mismo que cada vez se sentía más enganchado a Débora.
—Por supuesto que no… —se apresuró a contestar.
—Muy rápida ha sido esa respuesta —replicó con la sabiduría de un zorro que se las conocía todas—. Anda. Siéntate con este viejo y dime que te ha pasado. Te juro que no te diré eso de “ya te lo advertí”…
Sergio arqueó una ceja.
—Sí, claro. Justo lo que acabas de hacer…
—Bueno, pues no lo diré más. Desahógate conmigo como has hecho siempre. Cuéntame que te ha pasado con esa chica.
Sergio se acercó a su lado y se sentó en una silla alta que había tras el mostrador.
—Ha pasado lo que tenía que pasar: se terminó. Y sí, admito que he sido un tonto, lo sé.
—¿Acaso ella escogió a otro? ¿Es eso? ¿Se cansó de meterte en su cama?
—Más o menos —apretó los labios en una mueca instintiva—. Me dejó claro que no era conmigo con quien quería estar… Parece ser que se equivocó al elegirme —desvió su mirada hacia las uñas de su mano derecha como si fueran de sumo interés.
—¿Cómo que se equivocó? —le preguntó extrañado—. Si se supone que allí sois todos unos desconocidos.
—Y se ve que eso he sido para ella: un completo desconocido. Ay, tío, si hubieras visto su cara cuándo me quité la máscara.
—¿Te la quitaste? ¿Por qué? —exclamó sorprendido.
Sergio suspiró.
—Porque me cansé de tanto fingimiento. —Alzó la mirada y clavó sus ojos en el otro.
—¡Pero si eso es lo mejor que tienen esos viernes: el no saber con quién te acuestas!
—Ya lo sé. Pero yo sí quería que ella lo supiera, y quería saber también con quien lo hacía yo. —Una risa amarga salió de sus labios—. Iluso de mí, pensaba que, si nos mostrábamos tal y como somos realmente, podíamos empezar algo de verdad, fuera de aquel sórdido local.
—¿Ella se quitó también la careta?
—Se la quité yo… —reconoció con pesar bajando el tono de su voz.
Su tío empezó a negar con la cabeza, como si comprendiera el motivo de que ella hubiera decidido terminar con la relación.
—Sergio… Hijo, sabes cuáles eran las condiciones de vuestras citas. Si ella quería seguir viéndose contigo allí, era por algo.
—Lo sé, lo sé. Pero nada más llegar me dijo que no quería volver a estar conmigo nunca más, sin darme ninguna explicación.
—No tenía por qué dártelas… —puntualizó el mayor.
—Ya… Pero al final conseguí convencerla para llevarla a un privado para que hablásemos; quería solucionar de alguna manera lo que le estaba pasando, porque no me cabía duda de que algo debía haberle sucedido durante la semana. Había algo extraño en su manera de hablar.
—¿A hablar? ¿A un privado? Sí, claro…
—Allí no nos interrumpiría nadie…
—Y te acostaste con ella… —comentó, dando por sentado que así había sido.
—¿Cómo lo sabes?
El hombre bufó.
—Tengo una bolita de cristal, no te fastidia… —Se detuvo unos instantes antes de continuar—. No la forzarías, ¿verdad?
Sergio se sorprendió de que su tío pudiera acusarlo de algo así.
—¡No! Tío, por favor, tú me conoces. Fue algo de mutuo acuerdo… Totalmente consentido y querido por los dos.
—¿Entonces?
—Entonces hice lo que no debía —suspiró antes de seguir—: le abría mi alma. Le dije que me gustaba mucho. Que quería que siguiéramos viéndonos fuera de allí, sin máscaras. Le pregunté que si había posibilidad de que empezáramos desde cero, como una pareja normal. —Ante la mirada reprobatoria del hombre, Sergio sólo pudo elevar las manos tratando de que comprendiera su situación—. Sé que estuvo mal, sobre todo porque venía sospechando desde la primera vez que podía ser una mujer con pareja, pero me pilló en un momento de debilidad, después de haber compartido algo bonito.
—¿Y te dijo que no le interesaba?
Sergio desvió la mirada, cabizbajo.
—Entonces fue cuando le quité el antifaz. Sin preguntárselo, sin su consentimiento. La pobre se echó las manos a la cara asustada. En un primer momento pensé que era por timidez, por temor a que no la encontrara atractiva. Me quité la mía para que viera que estábamos igual, que no debía temer nada de mí. Y cuando vio mi rostro…
—Se asustó de lo feo que eras… —comentó intentando impregnar un toque de humor a la situación.
—Más bien se asustó de no encontrar al hombre que creía que había detrás. Ella iba allí para reunirse con alguien. Supongo que un tal Alex, porque su nombre se le había escapado un rato antes para reprocharme cosas que supuestamente había hecho.
—¿Y quién ese Alex?
—No lo sé. Quizás una pareja anterior a la que intenta reconquistar; o alguien de quien está enamorada… Ni idea. La verdad es que ahora mismo tampoco me importa mucho.
—Si de veras no te importara, no estarías así, hijo.
Definitivamente, aquel hombre lo conocía demasiado bien.
—Vale, sí. Reconozco que estoy algo jodido. Pero por el hecho de que ella nunca jugara limpio. ¿No lo entiendes? Iba allí creyendo que se encontraría con otra persona…
—Y tu ego está dolido.
—No es el ego…
—¿Entonces?
—Ponte en mi lugar…
—Si lo hiciera, sólo sabría que estaría mal si ella significara algo importante para mí, pero quiero creer que ese no es tu caso.
Silencio.
—Sergio, hijo, no puedes…
—Sí, ya lo sé. Recuerdo que me dijiste que no debía encapricharme con nadie de allí, pero ¿qué hago? Reconozco que lo he hecho y no me siento orgulloso por ello —admitió al fin.
—Espero que sólo sea eso, un mero capricho.
—No estoy enamorado de ella, si es lo que tanto interés tienes en saber.
—Pero te gusta mucho —adivinó sin demasiada dificultad—. De lo contrario, no estarías tan alicaído…
A Sergio no le apetecía tener que poner sobre la mesa cuáles eran sus verdaderos sentimientos. Llevaba toda la semana tratando de no ahondar demasiado en ellos, y no estaba preparado para que su tío sacara a flote lo que ni él mismo quería ver.
—¿Tú no tenías que irte, viejo?
El hombre miró el reloj. Eran cerca de las seis y ciertamente debía marcharse ya para llegar a tiempo a donde tenía que ir.
—Salvado por la campana, ¿no?
Sergio no pudo contener una sonrisa torcida. Efectivamente, el reloj le estaba salvando de una situación que no quería afrontar en aquellos instantes.
—Todavía no me has dicho dónde vas —comentó cambiado completamente de tema.
—Al médico, hijo —le contestó de pasada mientras cogía la cartera de un cajón, debajo del mostrador.
Sergio frunció el ceño con preocupación.
—¿Por qué? ¿Acaso te ocurre algo?
—Ah, nada. Sólo una revisión rutinaria. De vez en cuando, toca pasar por chapa y pintura, ya lo sabes —desechó la pregunta con un gesto de la mano.
—¿No sería mejor que te acompañase? No le va a pasar nada a la tienda si una tarde se queda cerrada.
—Que no, que no… Además, sólo voy a recoger los resultados de una analítica y listo. En una hora espero estar de vuelta, Sergio.
—Está bien, pero luego me cuentas qué te ha dicho. Tú no vas nunca al médico si no es por una buena razón.
—¿Te parece poco que tu madre lleva dándome la tabarra con que debo cuidarme desde hace años?
—¿Y desde cuándo le has hecho caso a lo que dice mi madre?
—Bah, supongo que alguna vez tendré que dar mi brazo a torcer, aunque sea por callarle la boca durante el próximo lustro.
—Sí, que te lo crees tú…
—Bueno, volviendo a lo de antes —dijo con el propósito de retomar el asunto que había quedado en el aire—. ¿Quieres mi consejo?: Vuelve el próximo viernes y acuéstate con otra. Si realmente no te importa, el capricho se te pasará pronto. Dice que la mancha de la mora, con otra mora se quita… Y no me pongas esa cara, que te lo estoy diciendo muy en serio. Al menos, piénsalo, ¿vale? Y ahora me voy, que a este paso voy a llegar tarde.
Y con ese consejo tan particular, tan propio de su tío que nunca había consentido en amarrarse a nadie, dejó a Sergio solo al cargo del establecimiento.
Sí, para volver estaba él en esos momentos. Se sentía tan ridículo por haberse encaprichado de Débora que se le habían quitado las ganas de repetir. Ni con otra, ni con nadie, al menos de momento. Estaba claro que era un auténtico fracasado en asuntos de mujeres. Sin lugar a dudas, los niños se le daba mejor. Eran menos complicados, más simples y sobre todo, más diáfanos. Así que, se centraría en su trabajo, y sobre todo y como siempre, en su mayor prioridad: su hijo.
No quería volver a saber nada de una mujer en su vida… o bueno, al menos en una buena temporada… Que tampoco era cuestión de volverse un extremista.
Justo en ese momento, una morena despampanante entró en el local atrayendo de inmediato su atención. Inevitablemente, los ojos de Sergio volaron hacia la chica, recorriendo su menuda pero atractiva figura de un rápido vistazo.