Capítulo 15
Un Regalo para Santi
¿Quitar la mora con otra mora? No. No tenía el cuerpo para samba, precisamente. Y aunque la joven que acababa de entrar era muy guapa, eran otras curvas mucho más redondeadas la que lo tenía sin ganas de buscar un recambio que la supliera.
—Buenas tardes —lo saludó cordialmente la muchacha.
Sergio se incorporó de su taburete y, mostrando su mejor sonrisa de vendedor, se acercó a ella.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarte?
La muchacha no se cortó un pelo en estudiarlo detenidamente, mirándolo de pies a cabeza con lentitud, hasta el punto de hacerlo sentir un poco incómodo.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó sin ambages.
—Sergio.
La sonrisa que apareció en el rostro de la chica fue espectacular. De nuevo, percibió que lo recorría con la mirada de arriba a abajo, como si lo estuviera radiografiando.
—¿Puedo ayudarte en algo? —le volvió a preguntar. Aquel escrutinio detallado y sin ninguna sutileza le empezaba a resultar embarazoso. Ya podía cortarse un poco la chavala…—. ¿Buscabas algún material, o quizás contratar un servicio, o directamente busco un escáner de cuerpo?
Aquel último comentario provocó que los ojos de la chica terminaran su recorrido y se clavaran en los de él con atención. Cuando se percató de que Sergio levantaba la ceja interrogante, se dio cuenta de que se estaba pasando un poco.
—Oh, lo siento. Es que al verte me has recordado a alguien, a un compañero de trabajo. —Le sonrió a modo de disculpas—. Te das un aire a él. Perdóname, por favor. Por cierto, yo soy Vero —se auto-presentó llevándose la mano al pecho.
—Mucho gusto, Vero. —contestó cortésmente—. ¿Venías por algo en concreto? ¿Necesitas ayuda?
—No. Quiero decir, sí… Esto… Esta es una tienda de cosas de naturaleza...
¿De dónde se había escapado aquella loca?
—¿No lo dirás por las tiendas de campaña que están en el suelo? ¿O por los sacos de dormir de los estantes? ¿O quizás por las bombonas de camping-gas?
—¿Qué? Ah, sí, claro. Disculpa, por favor. Es que hoy tengo un día raro.
Volvió a guardar silencio, recorrió la tienda con la mirada, para terminar de volverla a clavar en el cuerpo de Sergio.
—¿Y bien? —le preguntó éste cada vez más incómodo.
Aquella chica le estaba poniendo un poco de los nervios. No estaba en su mejor momento para tener que aguantar rarezas de nadie.
—Esto… déjame pensar —Vero volvió a mirar a su alrededor tratando de localizar algo que justificara su presencia allí. De repente, una idea se le cruzó por la cabeza haciéndola sonreír de nuevo—. ¿Organizáis excursiones? Mi chico lleva mucho tiempo queriendo hacer una escapada a la sierra, pero entre una cosa y otra no se decide.
«Pobre Santi. Si supiera que lo estoy metiendo en este lío sin comerlo ni beberlo», pensó Vero de inmediato.
—Bueno, aparte de tienda, también ofrecemos servicios de turismo ambiental para grupos. Si quieres te puedo dar un catálogo con el listado de actividades que ofrecemos. —Se acercó a la mesa y tomó uno de los trípticos que estaban sobre el mostrador—. Como ves, puedes encontrar desde senderos, rutas a caballo, en kayaks, en bicicleta… Hay varias opciones, no sé si alguna encaja en el tipo que tú buscas.
—¿Sólo lo organizáis para grupos? Es decir, ¿no tenéis nada a modo individual?
—Bueno, ten en cuenta que los recorridos se hacen con guía. Resulta más rentable si se trata de un grupo. Pero también se podría organizar privadas, claro.
—Ya. ¿Y tú serías el guía? —preguntó esperanzada.
—No, ya no me dedico a eso. Cuando se organiza una salida, a veces me apunto, pero ya no soy el responsable del grupo.
—Pero, ¿había posibilidad de que fueras tú y no otro quien acompañara a mi chico?
—¿Yo? —preguntó extrañado.
—Eh, supongo que te chocará un poco mi petición, teniendo en cuenta que no me conoces de nada. En fin, quién soy yo para pedirle a un guapo desconocido que ayude a su novio, ¿verdad? —su perorata sonaba particularmente nerviosa—. Pero de verdad, Santi es un tío fantástico, y lo quiero mucho, y haría de todo por mí, aunque él ni siquiera lo sepa… Creo que os caeríais muy bien. Y él está algo falto de amigos… —por favor, que trola más gorda acababa de soltar— y, y… y ya no se me ocurre nada para convencerte de que vayas con él.
Cuando terminó de parlotear, Sergio estaba estupefacto. No sabía muy bien qué quería esa chica. Porque si en verdad su novio necesitaba buscar amigos, lo lógico sería que lo hiciera justamente de la manera habitual: es decir, con un grupo, y no individualmente.
—Perdona por la pregunta directa, pero, ¿no me estarás tirando los tejos, no?
Vero se sorprendió ante la pregunta. No era esa la impresión que quería darle, pero claro, teniendo en cuenta cómo lo había mirado al entrar y el estúpido discurso que le acababa de soltar, tampoco era de extrañar que él hubiera sacado aquella conclusión.
—No, no, para nada —contestó sonrojándose levemente—. Lamento si he dado esa impresión. Además, te acabo de hablar de mi chico. Lo que estoy buscando es para él; se trataría de un regalo que quiero hacerle.
Sergio asintió, dando la explicación por buena.
—No, por favor, discúlpame tú a mí. No quería hacerte sentir incómoda —aunque eso fuera justamente lo que le había provocado ella a él.
—Entonces, ¿qué me dices? Si contrato por ejemplo… —miró rápidamente el folleto que tenía delante hasta elegir uno completamente al azar. Las escapadas al monte no eran su fuerte y no tenía intención de participar en ella a no ser estrictamente necesario—… esta: Subida al Picacho, ¿lo acompañarías tú?
—La verdad es que no me pillas en un buen momento. Pero hay muy buenos guías, y seguro que tu novio se sentirá cómodo con alguno de ellos. Puedo decírselo a Jose, que un chaval muy agradable.
—¿Te ocurre algo?
—¿Cómo?
—Dices que no te encuentras bien.
«¿Y qué le importaba a aquella sonada lo que le pasara?»
—Problemas personales… —contestó saliendo del paso.
—¿Alguna chica, quizás?
«Pero bueno, ¿de qué va esta?»
—Son… cuestiones personales. No suelo hablar de ellas con desconocidos.
—Ay, por favor, qué bruta soy. —Vero se había dado cuenta de su error, pero estaba visto que la lengua iba más rápida que su mente—. Tengo la malísima costumbre de soltar lo que me viene a la cabeza sin pensar si puedo molestar a alguien —se disculpó sinceramente.
—Mira, en otra ocasión quizás te hubiera dicho que sí, pero no tengo ánimos para andar conociendo a nadie. Perdona que te lo diga, pero eres un poco rara, aunque una rara divertida, lo reconozco. Seguro que con Jose le irá muy bien...
—¿Puedo preguntarte qué edad tiene el tal Jose? —fue la primera pregunta que se le ocurrió en busca de un argumento que refutara al supuesto amable guía.
—Exactamente no lo sé. Creo que sobre los treinta y cinco o por ahí, pero está en muy buena forma y lleva en esto muchos años. Habrá hecho el recorrido cientos de veces. Y, además, es un buen conversador.
—Verás, y que conste que no es por despreciar a tu compañero, pero mi Santi puede tener más o menos tu edad, o eso creo… ¿Treinta?
—Veintisiete.
—Ahh, eres perfecto… —comentó pensando en Alana—. Quiero decir, que seguro que congeniaríais estupendamente.
—De veintisiete a treinta y cinco no dista mucho, la verdad. No veo que la diferencia de edad sea un problema. Pero bueno, si tan importante es para ti, quizás más adelante me apunte. Igual me vendría bien hacer una escapada. Dile que se pase un día y así lo conozco en persona. La verdad es que has conseguido picarme la curiosidad.
«Bien, bien, vamos ganando terreno, Vero. Eres una máquina…». Sin embargo, no podía decirle eso a Santi que el pobre no sabía nada del lío en el que lo estaba metiendo. Además, la conocía demasiado bien y no le sería difícil adivinar que tramaba algo si le decía, así por las buenas, que fuera a ver al tal Sergio sin conocerlo de nada.
—Y, ¿para cuándo podrías? Es que… Verás, Sergio, me gustaría que lo comprendieras. Como ya te he dicho, a mi novio le cuesta hacer amigos —Madre de Dios, si Santi la oyera…—. Y sé que él no va a dar el paso de venir hasta aquí a hablar contigo por las buenas porque el pobre es muy tímido. —Me va a matar, me va a matar…—. Por eso, sé que de su propia iniciativa no va a salir. Yo sólo le estoy dando un empujoncito para que espabile y se abra a la gente. Y qué mejor que con algo que le gusta. Creo que si le regalo una escapada al Picachu ese de la foto será una opción que él aceptará. De verdad, me da muchísimo apuro contarte todo esto y pedirte que le hagas un favor a alguien a quien no conoces de nada, pero te lo agradecería enormemente.
Sí, ya se veía el apuro que le daba, pensó Sergio.
Menudo panoli debía ser el novio de aquella chica, que al igual que muy guapa, era evidente que también era muy manipuladora. No sabía incluso si sentir un poco de pena por el tal Santi.
—Por supuesto, te abonaré el tiempo que le dediques…
Picachu es el pokémon. El monte se llama Picacho, con o. Y en definitiva, lo que me estás diciendo es que quieres pagarme por fingir una amistad con tu novio.
—No, no. Así dicho, suena realmente mal. Sólo quiero que vayas con él a andar al sitio este —dijo señalando el catálogo.
—Mira, la verdad es que tu petición es la más extraña con la que me he encontrado en mucho tiempo. Ya te he dicho que ahora mismo no estoy en situación de irme con nadie, pero la próxima vez que me apetezca escaparme un rato aunque sea a una ruta corta, no tendría inconveniente en quedar con tu chico. No me cabe duda que el pobre necesitará desconectar un poco de… —iba a decir «de ti», pero le pareció que resultaría demasiado impertinente—, de su rutina. Pero no te puedo dar una fecha para eso ni asegurarte un destino concreto.
—¡Eres un encanto, Sergio! —Alana aún no lo sabía, pero había hecho una elección excelente. Cuanto más hablaba con aquel chaval, mejor le caía. Y ella no solía tener mal ojo a la hora de juzgar a las personas…
—Por curiosidad, ¿puedo hacerte una pregunta? —le dijo Sergio de repente.
—Claro.
—¿Cuánto tiempo llevas con tu novio?
—Tres años, ¿por qué? —preguntó extrañada.
Aquel chaval debía tener el cielo ganado… Y desde luego, tampoco era extraño que no tuviera muchos amigos. Compartir salidas con aquella novia que tenía podía resultar agotador y estresante. Apenas llevaba diez minutos allí y ya lo tenía mareado con su cotorreo incesante.
—No, por nada —se limitó a contestar.
—¿Te animas entonces?
—Supongo que igual más adelante… —Sergio sabía que se arrepentiría…
—¡Para cuando te venga bien! —Contestó con alegría. Que no le dijera que no, ya era más que un logro—. Bueno, Santi trabaja en el hospital, de enfermero, y tiene sus guardias y eso. Pero este fin de semana lo tiene libre entero. ¿Cómo te viene a ti?
«Menos mal que acababa de decirle que sin fecha…»
—Este fin de semana no puedo. Tengo a mi hijo conmigo.
—¿¡Tienes un hijo!? —Vero no quiso sonar estridente, pero la noticia la pilló por sorpresa. Y aquella, medio pregunta, medio exclamación, no pasó desapercibida para Sergio.
—Sí, ¿algún problema?
—No, no… claro. Es que, como pareces tan jovencito, no me imaginaba que estuvieras casado…
—Y no lo estoy —el ceño de Sergio se estaba frunciendo por momentos.
—¿Pareja estable entonces?
—Vero…Ese era tu nombre, ¿no? ¿Me lo parece a mí o estás intentando husmear en mi vida privada?
—Uy, lo siento… Ya te he dicho que tengo la lengua muy larga. Perdona por meterme donde no me llaman…
Sergio estaba empezando a arrepentirse de no haberse negado a aquella locura. Pero últimamente su vida se estaba convirtiendo en una majadería total. Enamorándose de una extraña, quedando con un desconocido que tenía una novia como una cabra…
Bueno, lo primero había que matizarlo. Mejor, sintiéndose profunda y perdidamente atraído por una completa extraña que prefería acostarse con otro…
Después de todo, quizás no le viniera mal un poco de chifladura en su vida. Al pobre del tal Santi le vendría bien despegarse un rato de su extravagante novia. Y a él, bueno, evadirse en la sierra siempre había sido una válvula de escape cuando se encontraba agobiado. Pensó que, con toda probabilidad, el pobre novio de la tal Vero necesitaba urgentemente compartir un rato normal con alguien normal y alejarse de la loca que tenía delante.
—La siguiente en cambio la tengo, en principio, disponible…
—¡Perfecto! Tengo que comprobar el cuadrante de Santi, pero si no tiene guardia, te llamo y confirmamos, ¿te parece?
—Está bien —suspiro intuyendo que se iba a arrepentir de la decisión tomada.
—¿Me das tu teléfono entonces? —sugirió ella al descuido.
Sergio la miró, no muy convencido. A ver si no iba a tener que cambiar de número al final por habérselo dado a una perturbada.
Sin embargo, se dio media vuelta para dirigirse al mostrador de cristal y anotar en un papel el número de su móvil.
Vero lo tomó con una sonrisa de oreja a oreja pintada en la cara. No podía creerse que todo lo hubiera terminado saliendo tan bien…
Ahora sólo era cuestión de esperar y rezar para no haberse equivocado de Sergio, tal y como le había sucedido a Alana.